Había una vez un señor muy elocuente que tenía un pequeño perro por compañía. No le caían bien las mujeres y creía, como los budistas, que nuestros deseos sólo traen dolor y sufrimiento. Escribió un libro en el que afirmaba que el dolor tiene algo de positivo porque nos hace dar cuenta de la existencia de momentos felices en nuestra existencia. Decía que es como cuando nos compramos un par de zapatos y andamos con ellos por la vida, no nos percatamos de ellos y de su comodidad hasta que nos aprietan o hay una piedra dentro que convierte cada paso en una verdadera pesadilla. Este ilustre señor tenía toda la razón, sin la piedrita no seríamos conscientes de la comodidad y felicidad que nos causan nuestros zapatos. Asimismo, la vida no tendría mucho sentido si no hubiera estos episodios dolorosos; la vida sería aburrida o pasaría desapercibida sin el dolor. Ya les decía yo que era elocuente (1).
Comienzo esta Entrada con una historia que puede parecer ajena. La verdad es que no encuentro nada más atinado para hablar sobre una lesión porque sólo en tiempos de lesión es que vienen los tiempos de conciencia.
Nuestro cuerpo es un vehículo noble que tiene funciones autónomas, que responde fácilmente a nuestra voluntad. Si queremos hacer práctica de yoga, no hay más que colocarse en el tapete y comenzar a movernos. Pero, qué tal cuando hay dolor, cuando hay una molesta piedra en nuestro zapato corporal. Resulta que la práctica se hace más consciente. Quiero compartirles que no es la primera vez que tengo familiaridad con una lesión. Una fue haciendo yoga (un pequeño desgarro en isquiotibial) y otra fue un accidente de automóvil. Quiero platicar sobre la segunda. Para entonces, ni el médico que me atendió ni yo teníamos idea de que el tratamiento para una rectificación cervical era el uso de collarín y una buena rehabilitación. La primera fue un éxito, la segunda brilló por su ausencia. Así es como arrastré esa lesión por mucho tiempo y me trajo algunas consecuencias dolorosas, sobre todo, cuando estaba yo perfeccionando mi parada de cabeza y tuve que dejarla porque mi cuello empezó a padecer después de dos años del accidente.
Para entonces pensé que era el fin de sirsasana, pero no. Un año después, con una buena rehabilitación y un buen entrenamiento en brazos, comencé -con todo el miedo- a intentar de nuevo la postura: más segura, más firme y más consciente en los puntos de acción (este término lo reconozco como tal al día de hoy) (2). Tardé dos años en lograrla porque no quería apoyar la cabeza, no quería comprimir mis vértebras cervicales para no lastimarme otra vez. Quiero decirles que no es una postura que ande haciendo todo el tiempo, pero sí es de las posturas que más he trabajado gracias a la conciencia que me dio lesionarme. Y antes de que me apedreen por andar difundiendo que hay que lesionarse para tener conciencia, quiero decir que no es así. Para tener conciencia hay muchos otros caminos más sanos como la meditación, la práctica misma, el pranayama. Solo comparto mi experiencia.
Alguna vez escuché a un maestro decir que el yoga es también una forma de rehabilitación (digo también porque, lamentablemente, es una forma de lesionarnos). Cuando sabemos que hay algo en nuestro cuerpo que duele, no seguimos generando dolor. Así como sacamos la piedra de nuestro zapato, así abandonamos las prácticas que agudizan nuestras lesiones, y nos enfocamos en otras que permiten mantener la zona segura. En mi caso, me enfoque en las chaturangas (ese es mi secreto, queridas alumnas). Fortalecí mis brazos para que pudieran cargarme en algún momento.
Como he dicho muchas veces en mis clases, si hay lesión, no dejes de practicar (a menos que estemos hablando de lesiones graves, de indicaciones del médico. ¡Todo en su justa medida, por favor! No me malintepreten). Podemos aprovechar, como decía aquel señor del cuento, un momento de sufrimiento para la iluminación: ser más conscientes de nuestro cuerpo y de lo bondadoso que es; de que es como un templo y hay que cuidarlo; de su fragilidad y la falta que nos hace para lograr nuestras metas, ya sean físicas, espirituales o las dos juntas.
Gracias por leerme.
Shanti om
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NOTAS
(1) Este ilustre señor se llamaba Arthur Schopenhauer y escribió un hermoso libro titulado El amor, las mujeres y la muerte del que les comparto un pequeño extracto: “Así como un arroyo corre sin remolino mientras no encuentra obstáculos ningunos, de igual modo, en la naturaleza humana, como en la naturaleza animal, la vida se desliza inconsciente y distraída cuando nada se opone a la voluntad. Si la atención está despierta, es que se han puesto trabas a la voluntad y se ha producido algún choque. Todo lo que se alza frente a nuestra voluntad, todo lo que atraviesa o se le resiste, es decir, todo lo que hay desagradable o doloroso, lo sentimos en seguida con suma claridad. No advertimos la salud general de nuestro cuerpo, sino tan sólo el ligero sitio donde nos hace daño el calzado; no apreciamos el conjunto próspero de nuestros negocios, pues sólo nos preocupa alguna insignificante pequeñez que nos apesadumbra. Así, pues, el bienestar y la dicha son enteramente negativos; sólo el dolor es positivo.” Schopenhauer, Arthur (2000) El amor, las mujeres y la muerte. Ediciones elaleph.com
(2) Agradezco este término a Olivia Martinez y su entrenamiento en Hatha Yoga México. Un punto de acción es una acción que ocurre contra la gravedad o contra otro punto de acción. Por ejemplo, en sirsasana los antebrazos empujando el piso son un gran punto de acción.