Cada vez que se me presenta una pregunta que no sé cómo contestar, me siento como San Agustín cuando se cuestionaba acerca del tiempo; aunque en esta ocasión no me estoy preguntando qué es Yoga. Ahí sí que sería difícil contestar.
Desde que tengo mi shala (ya hace casi 7 años), festejamos todos los eventos importantes alrededor del Yoga y otros que no, como los cumpleaños. Siempre he visto importante hacer convivios con mis alumnos como símbolo de fraternidad y prosperidad. Creo que una forma de generar ananda es este tipo de acciones; además de que dicho sea de paso, soy una persona festiva. Durante la cuarentena no ha sido posible mantener estos espacios de convivencia, lo que me pone triste a menudo. No hay nada como ver a mis alumnos a los ojos, verlos sonreír y disfrutar de sus clases, vernos de tanto en tanto para platicar los chismes y saber cómo están. Esta falta de contacto fue la que inspiró que para el Día Internacional del Yoga de este año decidiera crear un vídeo conmemorativo (lo comparto al final) invitando a varios alumnos, buscando mantener la conexión en un día tan importante. Pensaba cómo hacer para difundir la práctica en general y mostrar la manera en que cada uno de ellos la ha vivido. Como parte de la misma actividad, propuse contestar una sencilla pregunta que da lugar a esta Entrada y mandar una foto significativa para ellos. Es impresionante ver la manera en que todos los participantes y otros practicantes que se entusiasmaron con la idea, perciben y viven el Yoga. En mi página de Facebook personal y en mi Instagram he ido compartiendo todas ellas.
Bueno, ahora sí. Después de este preámbulo, quiero compartir con ustedes por qué hago Yoga (como siempre, me falta espacio para expresarme).
Este año cumplo 10 años desde la primera vez que visité un shala. Para entonces ya me había hecho de los videos de la tan flexible y afamada Wai Lana, regalo de mi mamá. Creo que ella me percibía algo floja desde los 10 años en que renuncié a las clases de gimnasia porque no quería seguir regresando a casa con la cara roja y ese sudor pegajoso que se queda en el cabello después de dar miles de vueltas sin sentido por una explanada vecina al periférico (ya sabrán lo que sentían mis pulmones con aquello). Resultó ser divertido y algo retador ver las posiciones que adoptaba esta mujer con tan poco esfuerzo, un poco como las gimnastas que decidí dejar de admirar por salud mental o pretexto. Amaba hacer sus clases de tono muscular porque al final hacía postura del arado con una silla. Ahí empezó mi amor por el yoga, que para entonces no tenía ni idea qué era. En ese momento, el mundo se reducía a Wai Lana. Halasana se convirtió en mi primera postura de reto. Recuerdo una foto que tengo por ahí en Facebook que me tomé haciendo, lo que según yo, era un arado perfecto, igualito al de esta mujer china con gran sonrisa.
Un día común y corriente vi anunciados a un par de maestros que recién abrían un espacio para compartir la práctica cerca de casa. La verdad es que yo habría seguido con los videos por la eternidad si no me hubiera topado con este letrero. ¡Qué bueno que era tan grande! La memoria engaña, no me acuerdo si realmente era tan grande, pero hoy lo recuerdo así porque significó mucho para mi. Entré a preguntar; la dueña del lugar me dio informes y decidí empezar. Invité a mi mamá, quien accedió a regañadientes porque no le gustaba el yoga (ahora es la primera en conectarse a las clases, tiene una foto muy bonita en su perfil haciendo yoga, y participó en la actividad que les contaba arriba).
Mi primera clase, por qué no, fue ashtanga. Qué mejor bienvenida. Yo he dado muchas a alumnos nuevos y vuelvo a sentir el primer día de sacar la lengua, gemir, sentir las mejillas rojas y el sudor en el cabello. Nada parecido me había pasado en la vida. Mis pulmones se sentían nuevos, como si fuera la primera vez que respiraban. Brigitte y Ricardo eran el yin y el yang en muchos sentidos. Ella era alta, atlética, musculosa, sonriente y una tirana. Él era bajito, atlético, musculoso, sonriente y un poco más benévolo. Algo que aprendí de Brigitte fue que no hay obstáculos. Siempre con su "ándale, Erikita" y su mirada fulminante me impulsaba o me obligaba a dar el 200 por ciento. Gracias a eso es que mi práctica mejoró en muy poco tiempo. Arados ya no eran la meta. Ahora eran sirsasanas, bakasanas, hanumanasanas. No había límites físicos. Por otro lado, Ricardo me enseñó a profundizar la práctica desde lo sutil. Siempre hablando de bandhas, dristis, el Bhagavat Gita, de la práctica como medio para alcanzar el samadhi (liberación, nirvana, como le quieran llamar). Mucho tiempo mantuve mi práctica más inclinada al yin de esta historia hasta que un día, después de muchos años, me mudé de casa y cambié mi forma de practicar. Además que en el inter tuve un hijo precioso que puso pausa a tanta intensidad. El yang llegó después cuando descubrí que lo que realmente deseaba mi ser era un camino espiritual.
¡Pero pongamos pausa un poco! Porque después de algunos años de práctica llegó a mí la oportunidad de compartir lo que sabía. Al principio dudé de si tendría la capacidad, pero gracias al entusiasmo de una amiga muy querida, a la que siempre agradeceré la inspiración para seguir aprendiendo, me aventé. Como a todo mundo le ha pasado, comenzamos a practicar en un salón de la Universidad en la que daba clases (he dado clases de yoga en salones de clase, en parques, entre esculturas de una galería, en duelas de auditorio, en salones de usos múltiples. Nada ha sido un impedimento para practicar).
Después de unos meses, nos mudamos a lo que hoy es mi casa y fuimos haciendo nuestro espacio, que al principio fue pequeño y después se convirtió en un espacio dedicado sólo a practicar. Ya que tomó forma, lo bauticé Espacio ānanda Yoga, un lugar que ha ido creciendo y evolucionando con pasos pequeños pero firmes. Gracias a él he conocido a gente increíble, entusiasta, buena onda. Gracias a él me he conocido más: mis fortalezas, errores, dudas, desidias, retos. Me ha puesto a prueba muchas veces y me ha dado muchas satisfacciones. Espacio ananda yoga no sólo es un espacio físico, también lo he desarrollado como un espacio de compañía, amor, aprendizaje, fraternidad, creado por todos los que han hecho clases presenciales, como los que hoy se unen de manera virtual. No me canso de pensar, sentir y decir que este espacio es la comunidad que lo integra.
De este entusiasmo derivó el ponerme seria y empezar a estudiar. Me he certificado todo lo que he podido y lo que la lana permite, siempre pensando en las necesidades de mis estudiantes. También evolucionó mi admiración por Wai Lana y empecé a admirar a mujeres ashtanguis como Kino McGregor y Olivia Martínez, con quien desde hace mucho había querido tomar clases y hoy puedo hacerlo a través de las bondades de la tecnología (aunque por ironías de la vida, y llegando en el momento justo, no es ashtanga sino Hatha yoga lo que estoy aprendiendo con ella, bueno, para precisar, una combinación de estos métodos) (1). Debo decir que en estos meses he pulido mi práctica personal, quitándole todo aquello que no necesita en ego, en sobreesfuerzo, en exigencia. Mi "ándale, Erikita" interno se ha ido diluyendo mucho.
Y ahora sí, el yang. De vez en cuando leía algo sobre filosofía del yoga, budismo y cosas afines. Sabrán que de profesión soy aficionada a la Filosofía, por lo que estos temas siempre estuvieron presentes. Sin embargo, la parte crucial llegó en un momento oscuro (por qué no) cuando decidí poner una pausa a la vida y fugarme a un retiro de ashtanga a Cuernavaca. Conocí a un chico llamado René y a una Asociación de yoga llamada Yoga en Síntesis. De ahí, no paré. Me volvió el alma yogui al cuerpo y empecé un Diplomado, que me llevó a otro, que me llevó a conocer más gente hermosa, que me llevó a unir el yin y el yang, que me llevó, finalmente, a encontrar el camino espiritual.
Y en eso estoy, viviendo el sueño que alguna vez tuve cuando leí (quizá en un texto de Mircea Eliade) que hubo un tiempo en el que el yoga se transmitía de un guru-maestro a un discípulo; el maestro se acercaba al oído de este último y le susurraba un mantra que lo definía y lo acompañaba en su propia búsqueda. El mantra era una llave que el discípulo adquiría por sus méritos. Recuerdo que pensaba cómo me sentiría yo si viviera una experiencia com esa, pero también lo pensaba como una de tiempos remotos, que además incluía sólo al género masculino. Y aquí estoy, viviendo el sueño.
Por cierto, que he vivido varios de ellos (lo digo sin arrogancia) y estoy agradecida. Infinitamente.
Así que el Yoga ha sido una experiencia mayúscula para mí. Ha sido LA EXPERIENCIA. Estoy agradecida por ese primer video, esa primera clase, esos primeros maestros, todos los que me pusieron en el camino, los que me impulsan a seguir en él, los que me enseñan que hoy empiezan su propio ascenso a la montaña.
GRACIAS, GRACIAS, GRACIAS.
Y gracias por leerme.
Shanti om