Hace ya algunos siglos, existieron unos personajes en el Medioevo que creían en la existencia de una cualidad que podía nombrar a un ser que se encontraba fuera de su alcance. Ni la imaginación, ni el entendimiento, ni el lenguaje podían poner límites conceptuales a aquello que por experiencia de la fe podían asir fácilmente (estoy exagerando quizá, porque una experiencia mística no es cualquier cosa).
Entre ellos, hubo uno muy singular llamado Dionisio Aeropagita que decía que ese Ser llamado Dios era perfecto, algo a lo que llega a través del entendido de que todo lo que existe no es él: Dios trasciende todo, pues todo es creación suya.
Bajo este contexto es que quiero dar entrada a una reflexión, pues muchas de las palabras que usamos tienen una historia que nos invita a reflexionar cómo o por qué las usamos (por lo menos de manera latente). Según lo dicho, un adjetivo como la perfección se atribuye a un ser que no es de este mundo, que lo trasciende, ¿esto mismo puede predicarse de un instructor de yoga?
Mucho me he preguntado, sobre todo en los últimos meses, cómo llegamos a decir cosas como estas: “este maestro es perfecto”, “la práctica de esta maestra es perfecta” (dejando de lado por ahora el tema de qué significa ser maestro en este ámbito). ¿Podríamos comparar a un instructor de yoga con ese Dios medieval? Es decir, ¿de algún modo, en nuestro imaginario endiosamos a un instructor de yoga? Y más aún, ¿dejamos que se lo crea?
Espero que hasta ahora me hayan permitido la comparación porque, según lo que dice el diccionario, algo perfecto es aquello “que ha llegado a la máxima aspiración que se pretende de ello conforme su naturaleza, a algo que ya está listo para cumplir su función del mejor modo posible, y su mejora ya es estéril e innecesaria. Lo que tiene perfección no posee defectos, faltas ni errores.” De manera que cuando decimos que nuestro instructor de yoga es perfecto, decimos que no tiene defectos, que ha llegado al máximo nivel yogui (lo que sea que signifique eso), por lo tanto, es como Dios (con mayúscula porque nos referimos al dios medieval cristiano).
Esto me lleva a pensar en algo más intrigante: que una persona se crea Dios o los demás lo consideren así, pues el ego del instructor es trabajo personal y tema para otra ocasión, ¿será por eso que creemos que la práctica de yoga es inalcanzable para nosotros? Es decir, cuántas veces has pensado que lo que muestra tu maestro o los maestros que sigues en instagram, YouTube, Facebook es algo imposible e irreal.
Endiosar a los instructores es un peligro para nuestra práctica pues, o se vuelve competitiva (quiero ser perfecta como...), o se convierte en alimento de frustraciones continuas. Una vez más es momento de detenernos a pensar si algo así nos sucede.
A título personal diré que esto me ha pasado varias veces . En algunas ocasiones, he forzado mi práctica a que sea “más perfecta” comparándome con mis maestros; otras, me he frustrado porque no soy como tal o cual instructor alimentado por lo que mis ojos ven: puras apariencias y juicios formados por mi mente.
Es por eso que concluyo esta entrada diciendo que los ingredientes para un instructor perfecto se resumen en uno: humanización. Todos somos humanos, por lo tanto no somos perfectos.
Humanizar a los instructores nos quita un gran peso de encima y nos borra límites mentales. Es un ejercicio muy poderoso que podemos realizar como practicantes. Y, claro, podemos llevarlo a cualquier otro ámbito.
¡Practice, practice, practice!
Gracias por leerme,
Shanti om