Hace muchos años se escribió una historia sobre un grupo de esclavos que vivía dentro de una cueva. Se cuenta que estaban atados de piernas, brazos y cuello, por lo que no podían moverse. Su mirada estaba fija hacia el fondo de la cueva que mostraba una pared iluminada intermitentemente. En ella, se reflejaban imágenes y contornos de cosas que desfilaban sobre un muro que se encontraba detrás de ellos. La luz provenía de un fuego encendido a la altura exacta para hacer reflejo. Los esclavos no sabían de dónde provenían las sombras, de hecho, no sabemos si se lo preguntaban. Ellos sólo podían estar seguros de lo que veían a través de sus ojos. Asumían que aquellas sombras eran la realidad. Un buen día, un esclavo decidió moverse, quizá porque se cuestionó si lo que veía era la realidad o no. Logró quitarse las cadenas y, después de mucho dolor y esfuerzo, miró hacia sus espaldas y se dio cuenta del montaje -quiero pensar que entró en shock y que tardó mucho tiempo en asimilar la situación. De manera que se dio cuenta que lo que creía que era real no lo era, que lo que veían sus ojos era una ilusión.
La historia sigue, pero me gustaría quedarme hasta aquí.
Justo en estos días, daba un repaso sobre el pensamiento de este renombrado filósofo griego y su "alegoría de la caverna". Contaba a mis alumnos que el ejercicio que hacía este esclavo que logra liberarse de sus cadenas requería, para empezar, de reconocer que las cosas no son lo que parecen. Y segundo, de pasar por un gran dolor. Después de estar toda la vida atado, se requiere de valentía para comenzar a mover las extremidades. Y ya que es posible, atreverse a voltear a lo desconocido. Peor aún, abandonar lo conocido cuando se ha reconocido que no es todo lo que hay. ¡Vaya joda! (La palabra que pensé es más atinada, muy mexicana).
La alegoría de Platón se ha usado para explicar muchas cosas, desde planteamientos epistemológicos hasta realidades virtuales. Hoy quiero darme el permiso (y con el permiso de mis colegas filósofos, lease conservadores y ortodoxos) de llevarla a otro terreno. Quiero destacar de ella la relación entre ilusión y realidad porque en el yoga hay mucho de esto.
Esta Entrada parte de una incomodidad que surge cada vez que veo las redes sociales, sobre todo Instagram. ¿Qué es real de todo lo que he visto publicado ahí relacionado con yoga?
Ya había escrito en otra ocasión que estos meses de aislamiento voluntario me dieron espacio para conectarme con la vida virtual y, sobre todo, con este mundo yóguico competitivo (competencia gratuita, porque no más falta que uno quiera entrarle… como todo en este mundo contemporáneo de libertades, igualitarismo económico y de consumo, dicho sea de paso).
La cosa es que así como aquellos esclavos de la cueva que describo arriba, todos los que consumimos yoga actualmente estamos expuestos y, en muchos casos, sujetos a miles de imágenes que nos muestran una realidad (la de los cuerpos perfectos, en posturas perfectas, con músculos marcados y piernas de bailarina, con posturas acrobáticas imposibles de replicar, en lencería y leggins ultra mega carísimos).
Y así como en la cueva, estamos encadenados, con la única posibilidad de mirar lo que hay en esa pared hermosa y estereotipada (insisto, como todo producto de consumo en la vida actual).
Lo triste es que esta ilusión más que ser una invitación democrática a practicar, es una fuente de frustración. Más que una fuente de inspiración, es un límite mental y emocional.
La parte positiva es que existe un esclavo que se liberó. ¿Quién de ustedes ha cuestionado los post que sigue? ¿Quién se ha preguntado si hay un mundo alterno a la ilusión creada en Instagram y Facebook? ¿Quién se ha dado la vuelta y ha mirado que hay prácticas honestas y reales, y sobre todo, ha decidido practicarlas saliéndose del mainstream? Porque no dudo que en este mundo hay practicantes honestos que comparten en estos medios, solo habría que aguzar la mirada para identificarlos.
Puede ser doloroso darse la vuelta y dejar lo conocido, dejar los “retos”, el deseo de ser como aquellos inalcanzables, dejar de consumir accesorios y etiquetas. Pero es más doloroso seguir sentado toda la vida atado a una ilusión, a un mundo de sombras y apariencias. Porque por más entumecido que estés, no eres la ilusión que consumes.
Así que esta es una invitación. Una vez más.
¡Prácticas reales para personas reales!
By the way, esta será mi próxima campaña de difusión.
Gracias por leerme,
Shanti om