HISTORIA DE KIKI


Kiki y su familia viven en Jalisco, México. Kiki es la menor de tres hermanos (Josué y Victoria), su mamá se llama Jessi y su papá Chema. 


A los ocho meses de gestación, el viaje hacia la maternidad tomó un giro inesperado. Mi ginecóloga, amiga y especialista en medicina materno-fetal, detectó lo que parecía una "mega vejiga" durante una de mis rutinarias ecografías. No había señales de que mi bebé estuviese haciendo pis; la ecografía de alta definición revelaba una estructura llena de líquido que todos suponían era su vejiga. 


Consciente de la gravedad de la situación, mi ginecóloga recomendó que me trasladara a un centro de mayor especialización. Así fue como llegué al Centro Médico Nacional de Occidente en Guadalajara, donde un equipo de expertos se preparaba para evaluar la condición de mi hija. La cita fue intensa; un ultrasonido que duró nada menos que dos horas parecía interminable, los médicos planteaban diversas teorías que solo aportaban confusión y temor: mencionaban ambigüedad sexual, cloaca, mega vejiga... 


La incertidumbre era abrumadora; el diagnóstico era reservado y las palabras “vida” y “función” tenían un significado inquietante. Me dijeron que la prioridad era que el bebé naciera y sobreviviera, y que el resto se iría viendo después. La angustia se apoderaba de mí, pero sabía que debía enfocarme en lo que realmente importaba: el nacimiento.


Nuestras vidas cambiaron mucho luego del diagnostico. La tristeza me envolvió como una sombra impenetrable aquel día. Durante meses, mi embarazo había sido un viaje lleno de expectativas y cuidados. Cada consulta médica, cada ecografía era un motivo de alegría; sentía que estaba protegiendo a mi pequeño ser, quien hasta entonces parecía estar bien y en desarrollo. Sin embargo, todo cambió de repente cuando me dieron la noticia devastadora: mi bebé tenía pocas esperanzas de vivir. En medio de un mar de emociones, tomé una decisión que cambiaría mi perspectiva: decidí entregarlo todo a Dios, no quería que mi bebé viviera conectado a máquinas y todo el tiempo en hospitales.


El día finalmente llegó. A pesar de las inquietudes que me acompañaron durante esos meses, di la bienvenida al nuevo ser que había crecido dentro de mí. La llegada al mundo fue un acto lleno de amor y esperanza, un recordatorio de que, más allá de cualquier diagnóstico incierto, la vida siempre encuentra una manera de manifestarse. Al momento de nacer le diagnosticaron a Kiki malformación anorrectal tipo cloaca.


Los desafíos que tuvimos que enfrentar en este proceso fue la ignorancia de la gente y la poca información que existe. Experimente todo tipo de emociones, en primer lugar la  alegría con el nacimiento de mi bebé y la tristeza porque tenían que operarla, le tenian que hacer una colostomía.   El miedo se apodero de mi, el camino era incierto y desconocido. 


A lo largo de este tiempo, he recibido un apoyo incondicional que me ha sorprendido gratamente. Decidí compartir la historia de Kiki y, para mi asombro, muchas personas se sumaron a ella, brindándome su respaldo. Organizaron rifas, me regalaron productos y hasta realizaron una carrera con causa en mi favor. Además, los medios locales comenzaron a contactarme, ofreciéndome espacios para hablar sobre la malformación. Este apoyo ha sido vital en mi camino. 


La estabilidad de Kiki después de cuatro cirugías es un verdadero testimonio de su fortaleza y el amor de nuestra familia. Aunque el camino aún es largo, hemos dado pasos firmes hacia su recuperación. Kiki es una niña feliz, extrovertida, segura de sí misma, traviesa y comelona, como cualquier niño de su edad. Nos hemos esforzado por no limitarla con nuestros miedos, brindándole la libertad de jugar, comer y vivir una vida lo más normal posible. Ser constantes con sus citas de control ha sido esencial, y compartir nuestra historia nos permite apoyar a otros padres, mostrando que no están solos y que hay mucha esperanza más allá de la M.A.R. 


Aprendí que no tengo limites, que el amor mueve montañas y que al contar la historia de Kiki y llegar a más personas cambia vidas. Aprendí a valorar a cada persona que nos acompaño en el proceso, a ser más agradecidos y empáticos con las personas que inician un proceso difícil.


Nuestra meta como familia es que Kiki sea muy feliz el tiempo que dios lo disponga. Deseamos que las cirugías que le faltan realizar sean pocas. Siempre la vamos a apoyar en su recuperación y en su proceso. Amándola y dándoles las herramientas para que sea una persona segura e independiente. Que este muy orgullosa de la persona que es,  que jamás tenga vergüenza de decir yo soy Kiki y nací con una malformación anorectal. Agradeciendo siempre a la atención oportuna y al poyo y contención de mis papás que nunca se rindieron y a los médicos que estuvieron en mi proceso ahora soy una mujer  con una vida completamente normal y feliz.