Antecedentes

La Colonización Alemana en Chile

(Texto basado en trabajo de Alberto Hörll B1)

TEXTO EN PROCESO DE EDICIÓN!!!

    Chile, a mediados del siglo XIX, no era tan desconocido en Alemania como tal vez podría suponerse. Ya en el año 1786 se publicó una traducción al alemán de la obra del célebre naturalista, el Abate Molina, expulsado de Chile como jesuita, y ésta sirvió como base de ilustración sobre este lejano país, en conjunto con datos proporcionados por Charles Darwin, Phillip Parker King, Robert FitzRoy, Jules Dumont D'Urville, el relato del viaje del profesor Eduard Friedrich Pöppig y los primeros trabajos de Claude Gay. Pero estos conocimientos se encontraban concentrados únicamente, en los sabios de aquella época, siendo patrimonio casi exclusivo de exploradores geográficos, naturalistas y etnógrafos. Así como los sabios forman siempre la avanzada para la aplicación práctica de los resultados de las investigaciones científicas, así también fueron en este caso, hombres de ciencia los que, a causa de sus conocimientos sobre el país y sus habitantes, llamaron por primera vez la atención del pueblo alemán hacia Chile. El interés era especialmente por la parte austral, que en aquella época yacía en completa soledad, señalándola como apropiada para una inmigración.

Mapa de Chile - 1825 - John Miers B2

    En el año 1838 llegaron a Chile el explorador Bernhard Eunom Philippi y el médico Dr. Karl Segeth, con el objetivo de reunir material para los museos del Reino de Prusia. En un confuso incidente, Philippi no recibió al Cónsul prusiano en Valparaíso, lo que significó el no pago de los subsidios que se le había acordado. Para el viajero alemán fue ésta una situación muy difícil, pero su valor, su espíritu emprendedor, su habilidad y sus cualidades sobresalientes en el trato personal, no le permitieron conocer el temor y el desaliento y en 1843 entró al servicio del Gobierno de Chile en calidad de Ingeniero Mayor.

    Por otra parte, en el año 1840 llegó a Valparaíso, en el velero hamburgues „Alfred“, otro alemán, Wilhelm Frick. Después de haberse ocupado durante dos años en las provincias del norte de Chile, en el análisis de metales, pues era naturalista y había hecho sus estudios en las Universidades de Bonn y de Berlin, se encaminó en el año 1842 a Valdivia. Allí se radicó para dedicarse a la labranza de las tierras. El que antes había sido compañero de colegio del gran Otto von Bismarck, llegó a ser el primer agricultor alemán establecido en el sur de Chile. Después de la llegada de su hermano Ernst, en el año 1846, Wilhelm instaló en Corral el primer aserradero, en la parte denominada „La Aguada“. También tuvo el pensamiento de establecer una colonia, pues antes de su partida de Alemania aprendió varios oficios manuales. A comienzos de 1846 arribó igualmente a Valdivia otro alemán, el ingeniero Friedrich Wilhelm Döll, natural de Hersfeld (Hessen).

 Bernhard Philippi

Wilhelm Frick B3

 Franz Kindermann B3

  

    En Valparaíso vivía desde el año 1836 un comerciante alemán llamado Franz Christoph Kindermann, nacido en Kunersdorf (Silesia), era funcionario de la gran casa comercial alemana de „Huth, Grüning & C.”. También existía allí la casa de „Canciani & C.”, a la cual pertenecía como socio y jefe, el Cónsul prusiano en Valparaíso, Ferdinand Flindt, cuñado de Canciani. Flindt había adquirido, por cuenta de su firma, unos terrenos situados al sur de Valdivia, sobre los márgenes del Río Bueno, pertenencia llamada „Santo Tomás“, y que medía más o menos 1.000 cuadras de extensión. Flindt mismo administraba desde Valparaíso esta propiedad. Según parece, Philippi y Kindermann le aconsejaron hacer venir de Alemania algunas familias que fueran entendidas en industrias y agricultura. Flindt siguió el consejo, e hizo contratar en Hessen, por intermedio de Philippi y de su hermano, el ilustre maestro Dr. Rudolph Amandus Philippi (que residía entonces en Kassel), a nueve familias de artesanos. En el año 1846 (el 19 de abril) estas familias se hicieron a la mar, con rumbo a Valdivia, a bordo del bergantín „Catalina“ de propiedad del mismo Cónsul Flindt. El viaje duró 4 meses y fue sumamente sacrificado, especialmente al doblar por el Cabo de Hornos. El 25 de agosto de 1846 entró el buque en el puerto de Corral, arribando al país de su futuro y próspero porvenir, las primeras familias alemanas. Las familias correspondían a las del herrero Georg Aubel, el carpintero Johann Bachmann, el destilador Atan Bachmann, el zapatero Bernhard Henckel, el tornero Lorenz Hollstein, el constructor de molinos Johann Ide, el jardinero Joseph Jäger, el pastor de ovejas Heinrich Krämer y el herrero Nikolaus Ruch B4.

    En una carta, dirigida desde Quilacahuín a su suegro residente en Rotenburg (an der Fulda), con fecha de 19 de marzo de 1847, uno de los primeros inmigrantes, el herrero Aubel, relata de la siguiente manera los primeros días en Valdivia:

    „Después de nuestro arribo (a Corral) se dirigió el capitán a la ciudad para dar aviso de nuestra llegada. El 26 de agosto vinieron a vernos a bordo varios caballeros alemanes que nos saludaron muy cordialmente; estos eran dos hermanos Frick de Berlin, que estaban radicados en una isla cerca del puerto, y el señor Döll, natural de Hersfeld. El 27 regresó el capitán a bordo en compañía del señor Philippi, el cual nos acogió muy amablemente, y se preocupó inmediatamente de la continuación de nuestro viaje y en proporcionarnos pan, papas y carne fresca. El señor Frick nos mandó un barrilito de chicha de manzana. A consecuencia de este amable recibimiento olvidamos pronto las penurias pasadas.

    El 28 descendimos del pequeño buquecito y partimos con nuestro equipaje, pero la marea nos obligó a pasar la noche en el puerto de Corral. ¡Qué impresión recibimos al ver las casas! éstas están formadas por postes clavados en la tierra, uno junto al otro, y sobre ellos a modo de vigas y tijerales, largos árboles cubiertos de paja; fuera de ésto no se hace más trabajo en ellas. El fuego con el cual se cocina está colocado en medio de la casa, sobre el suelo raso. La gente de este país no lleva zapatos, ni en invierno ni en verano.

    Al otro día llegamos a una casa que estaba situada, completamente aislada, a cuatro horas de camino de Valdivia; en ella debíamos esperar hasta que viniera nuestro patrón a buscarnos. Estaba unos 8 días allí, cuando llegó el señor Frick a preguntarme si quería hacer la ferretería para un nuevo aserradero, pues estaba instalando uno.

    Ese mismo día partimos con el señor Frick, es decir, yo, mi mujer y el herrero (Ruch) con su señora, para servirle de testigos, pues este herrero se iba a casar. El señor Philippi y la señora del Ministro fueron los padrinos. Bailamos en la casa del Ministro, donde todo nos gustó mucho. Después que todo había concluido regresamos en un bote a la casa donde estaban los demás. El mismo día fui con el señor Philippi donde el señor Frick, para impulsar el trabajo del aserradero. Los demás continuaron después su viaje, entre ellos también mi señora, pues llegaron las mulas con el joven barón, que tiene que atender a todo en ausencia de nuestro amo. Permanecí cuatro semanas con el señor Frick y le hice también algunas otras herramientas que no podían adquirirse en este país. Yo me encontraba muy bien, recibí 30 pesos y además varios regalos para mí y mi mujer; en resumen me gusta mucho. Después de haber terminado me llevó uno de los señores Frick hacia donde se encontraban mis compañeros; tuvimos que andar en coche ocho horas y viajar a caballo tres días, pues el camino es aquí muy malo, y no existen hasta ahora carreteras. Cuando llegué a la hacienda (así se llama aquí una propiedad rural), la alegría fue muy grande. Nuestro trabajo, en el primer año, consistió sólo en edificar casas, pues sólo existía allí una para todos nosotros.“

    El buen herrero de Rotenburg se mostró satisfecho con la cariñosa acogida y con el feliz comienzo del trabajo en la nueva patria, distinguiéndose en los años subsiguientes a la colonización siempre como hombre de bien, llegando a gozar de gran prestigio como patriarca en la colonia de Osorno. Sin embargo en su carta no mencionó un asunto que pudo haber cambiado la ansiada felicidad en amargo desengaño.

    El tornero Hollstein, compañero de Aubel, relata este asunto en una carta fechada en mayo de 1847 en Quilacahuín y dirigida a sus parientes en Alemania:

    „...Sin embargo, hubo una cosa que nos disgustó. El señor Philippi nos dijo, que el señor Flindt estaba en quiebra, y que la propiedad en que debíamos radicarnos, estaba vendida; pero este descontento pasó tan pronto como supimos que un connacional nuestro de apellido Kindermann, había comprado la propiedad, y nos tomaba en las mismas condiciones que expresaba nuestro contrato.“

    Respecto al futuro desarrollo de los asuntos se expresa Hollstein del siguiente modo:

    „...Llegamos a Futa. Allí nuestros equipajes fueron cargados sobre mulas, en tanto que nosotros, los adultos, emprendimos el viaje a pie y los niños en brazos de los arrieros. Así marchamos por sobre montañas. Después de un viaje de cuatro días llegamos al lugar de nuestro destino. Allí nos dedicamos cada uno a su trabajo, en el cual no se nos exige más de lo que podemos hacer.

    Después de haber trabajado así ocho meses, llegó el señor Kindermann de Valparaíso, nos saludó amablemente, permaneció aquí algunas semanas mientras disponía varios asuntos, también nos pagó lo que nos adeudaba hasta esa fecha y partió después por tener varios negocios que resolver en Valparaíso. Para la próxima primavera, en el mes de septiembre, quedó en regresar para fijar definitivamente su residencia aquí. El clima es muy sano, el aire muy puro, el suelo fecundísimo. Tenemos fundadas esperanzas de hacer muy buenos negocios en el futuro, pues hay muy pocos comerciantes y el trabajo se paga muy bien. Además la agricultura es una industria muy remunerada. La propiedad es muy barata, en un pequeño pueblo no lejos de aquí, se consigue un sitio para edificar con gran espacio para jardín por diez gruesos de plata (una antigua moneda alemana); los terrenos fiscales son también de bajo precio. Solamente es de lamentar, que este hermoso y fértil país esté tan poco poblado.

    Queridos parientes, no nos arrepentimos de haber dejado nuestra patria, porque aquí hemos encontrado un país donde es posible mantenerse fácilmente, donde no existen contribuciones abrumadoras, donde cada cual puede trabajar en lo que quiere, donde uno puede radicarse en donde le da la gana y en todas partes el trabajo es bien remunerado; en resumen, aquí uno puede mantenerse fácilmente y ahorrar un hermoso capital.“

    En la patria alemana se creía que los que emigraban a Chile venían a la esclavitud, a un país lleno de peligros, con animales feroces y culebras venenosas, a vivir tal vez en los bosques, sin techo donde refugiarse y luchando con el hambre, sin embargo etas palabras demostraban lo contrario. Para muchos alemanes cansados de la opresión y de la penosa existencia que llevaban en los estados de su patria, estas favorables noticias enviadas basadas en bienestar, alegría y halagadoras expectativas para el porvenir, no hacían más que despertar el deseo de venir también a este país, donde sus hermanos se encontraban tan felices. Anhelantes debían de soñar los artesanos en sus estrechos talleres y los campesinos en sus pequeñas propiedades con este hermoso país llamado Chile, después de leer las cartas de sus parientes, sencillas y a la vez llenas de entusiasmo, o de escuchar los vivos relatos que algún viajero hacía en las lejanas aldeas, o lo que alguna anciana contaba a su nieto aún adolescente.

    He aquí como se expresa el herrero Aubel en una de sus cartas:

    „La despedida de nuestra patria fue muy penosa, sin embargo no nos arrepentimos ahora, pues hemos llegado a un país de libertad, donde no pesan sobre nosotros ni contribuciones ni otras cargas, donde podemos desarrollar sin trabas nuestros negocios; nadie nos impone pesadas obligaciones cuando queremos ejercer nuestro oficio como maestros y el trabajo del artesano se paga muy bien; por ejemplo, por un par de espuelas se reciben 4 pesos; por una hacha, 3 pesos; por herrar un caballo, 2 pesos y medio. Aquí tengo que hacer las veces de cerrajero, herrero, armero y herrador; en general, puedo realizar en este país muy buenos negocios....El que es económico y tiene amor por el trabajo puede ahorrarse en algunos años una regular fortuna, pues los artesanos obtienen muchísimas ganancias....Viva Ud. (se refiere a su suegro) sin cuidado por nosotros, pues estamos muy bien: no hemos llegado a un país de esclavos, como se decía en Rotenburg.“

    Kindermann llamaba a su propiedad, por su hermosa situación en las márgenes del Río Bueno, „Bellavista“ y tenía como administrador al Dr. Johann Renous, que más tarde llegó a ser su suegro. Conocedor éste de los planes de Kindermann para establecer una gran colonia en aquellas desoladas regiones, satisfecho de los resultados obtenidos con las familias alemanas establecidas en „Bellavista“ y halagado con la esperanza de que un mayor número de colonos aumentaría las utilidades, aprovechó sus buenas relaciones con los indígenas locales para adquirir de ellos, a menudo por ventas a precios irrisorios o por procedimientos extraños, la propiedad de inmensas extensiones de terreno. Probablemente en la primavera de 1847 se trasladó Kindermann a „Bellavista“ y trató de dar los primeros pasos para la realización de su proyecto de colonización, aconsejado y apoyado por Philippi, Döll y Frick. El segundo de éstos expresó algunos temores respecto del buen éxito que pudiera tener el establecimiento de inmigrantes en aquella extensión de terrenos tan grande, que bien podría equivaler a las dos terceras partes de la superficie del reino de Baviera; más tarde los hechos demostraron que tenía razón.

    Philippi había ya presentado al Gobierno, en 1843, un proyecto provisorio de Colonización de la provincia de Llanquihue. Don Ramón Luis Irarrázabal, quien entonces era Ministro de Interior, era un entusiasta partidario de la idea de colonización y era activamente apoyado por la Sociedad de Agricultura, a la cual pertenecían los grandes propietarios rurales del centro de Chile, quienes esperaban obtener por los expertos inmigrantes mejores beneficios de sus terrenos y también, un abaratamiento de los salarios de los trabajadores rurales. Como Philippi era por naturaleza esencialmente práctico, ya había terminado, por aquel tiempo, un detallado estudio del sur del país, y envió a Alemania el material reunido, en una larga información.

Exploración al Lago Llanquihue - 1842 - Bernhard Philippi B5

Primeros mapas del Lago Llanquihue - 1846 - Bernhard Philippi B5

    En el año 1846 dio la publicidad al geógrafo Profesor Johann Eduard Wappäus de la Universidad de Göttingen, un excelente trabajo sobre Chile. Claude Gay contribuyó a la obra con un artículo en que daba a conocer la situación política del país. Poco después, en el año 1847, apareció, entusiasmado también por Philippi, otro apóstol de la inmigración alemana, el bávaro Dr. Aquinas Ried, cuñado del Cónsul Findt, ya establecido en Valparaíso desde el año 1844. Llevando él mismo en el corazón la pesadumbre, que era un mal común de su época, sufriendo del anhelo de ensancharse que siente la Alemania en su seno (como él mismo dice) lleno de nostalgia de libertad, había abandonado a Baviera y se había trasladado a Inglaterra para completar sus estudios de medicina. Después residió casi siete años como Cirujano Militar en la isla de deportación Norfolk en Australia. Hombre lleno de nobleza y de bondad, que soñaba con una gran y libre nación alemana, escribió su obra de propaganda, redactada en un sentido eminentemente alemán y en una forma medio entusiasta-melancólica.

    „Aquí (en el sur de Chile) podemos conservar puro nuestro idioma, nuestra nacionalidad sin mezcla, nuestro espíritu alemán libre de toda influencia extranjera, lo cual no dejará de ejercer feliz influencia sobre la madre patria. Hasta ahora somos pocos aquí. Soñamos, sin embargo, con ver estos desiertos poblados por hermanos de nuestra querida patria, con escuchar el franco saludo alemán, con oír resonar en medio del bosque los cordiales acentos de nuestras canciones, y resguardamos la esperanza de ver realizado este hermoso sueño.“

    El 27 de julio de 1848 Philippi fue nombrado representante general de la inmigración alemana y partió a fines del mismo año hacia Alemania. Debía contratar de 150 a 200 familias católicas (agricultores, artesanos e industriales) para radicarlas en las provincias del sur. Otro agente, Eugene McNamara, debía traer de Irlanda de 300 a 500 familias, igualmente católicas, realizando de este modo el plan, ideado desde el año 1817 por el espíritu avanzado del padre de la patria, Don Bernardo O'Higgins, de atraer al país agricultores extranjeros.

    Döll, basándose en sus conocimientos del país y de la gente, escribió con fecha 5 de octubre de 1848 a Philippi, lo siguiente:

    „Tal vez determinaría a más de un emigrante a dirigirse hacía este país la circunstancia de encontrar aquí algunos paisanos, que, familiarizados ya con el idioma, las costumbres y usos del pueblo, y sin vinculaciones comerciales con la inmigración, ayudarían gustosos a sus connacionales en todas las circunstancias. Bienvenidos, pues, todos los que, despreciando penurias y tormentos abandonen la angustiada tierra alemana, para fundar una nueva patria en una naturaleza más rica, en un país libre y que ofrece toda clase de facilidades para un gran centro comercial.“

    Mientras tanto habían llegado por su cuenta algunos inmigrantes de Alemania, con destino a „Bellavista“, tan alabado por los que llegaron en 1846. Dos de ellos, Prange y Schulz, el último de los cuales poseyó el primer rastrillo de hierro en aquella región, y el molinero Klix, oriundo de Brandenburg, se establecieron en Río Bueno. La señora de Klix, con fecha 14 de noviembre de 1849, escribió a Alemania desde la propiedad de Kindermann:

    „Bellavista es muy hermosa; jamás he visto una región tan encantadora. Lástima que no se aproveche mejor. Un administrador hábil, con los favorables elementos que le ofrece la naturaleza, pudiera hacer prodigios, pues, en Europa no hay nada que pueda comparársele.“

    Parece que el señor Klix tenía en su señora una esposa muy cabal. Hablando de ella en una carta y refiriéndose a su viaje al interior, dice: „Mi señora y todas las mujeres montaron a caballo como si hubiesen sido sargentos de caballería.“

    A principios de 1849 se dirigió Kindermann a Europa; de paso visitó Argentina, Brasil y Estados Unidos, en donde recogió informes acerca de la colonización. Llegando a Alemania, dio inicio a la realización de sus planes. Con su llegada fueron dos los agentes que en Alemania se ocuparon en la contratación de inmigrantes; pero, a pesar de a ambos guiarlos el mismo objetivo, hay que distinguir la labor de Philippi de la de Kindermann. En tanto que el primero, como representante del Gobierno Chileno, debía cumplir su cometido ciñéndose a un exacto plan prescrito por el Estado, el segundo podía con entera libertad, puesto que no era responsable más que ante sí mismo, buscar interesados para los terrenos que poseía en conjunto con Renous.

    Kindermann se dirigió primero hacia Berlin donde gestionó una publicación sobre Chile. Entró en relaciones con las Sociedades de Emigración establecidas en esa ciudad y por éste medio encontró muy pronto un buen número de interesados. Como él mismo tenía un carácter leal y sincero y llevaba informes favorables de los alemanes establecidos en Chile (del Gobierno Chileno no obtuvo recomendación alguna por haberse opuesto tenazmente el clero con motivo de tratarse de una inmigración protestante), consiguió un éxito lisonjero, pues, entre otros interesados para comprar terrenos contó a John Fehlandt, Hermann Schülcke, Carl Alexander Simon y su hijo, Traugott Bromme, a algunos fabricantes de lienzo de Silesia y de Sajonia y, finalmente, al Conde von Reichenbach de Grunzig, cerca de Viena. Mientras éstos hacían los preparativos para su partida a Chile, a excepción del Conde von Reichenbach, que pensó mandar sólo a su hijo, Kindermann se dirigió a Stuttgart. Bajo su influencia la „Sociedad de Emigración y Colonización Nacional“, organizada a fines de 1848, dirigió su atención a Chile, dejando de lado a Estados Unidos, que había sido su primer punto de mira y le compró 40.000 cuadras de terreno, reservándose además el derecho de preferencia para otra cantidad igual.

    Sin embargo, la sociedad, antes de proceder al envío de los primeros inmigrantes, quiso hacer visitar los terrenos por una comisión que verificase su mensura y demarcación, hiciese los trabajos preparativos para el recibimiento de dichos inmigrantes, y determinase los derechos jurídicos de los propietarios ante el Gobierno de Chile. La comisión se compuso de los comerciantes Christian Kayser, Hermann Ebner y del farmacéutico Willibald Lechler; a ellos se agregaron, además de los operarios relacionados, algunos agricultores, artesanos y comerciantes, que hicieron el viaje por su propia cuenta. La sociedad acordó no hacer propaganda en las distintas comarcas de Alemania en favor de la emigración a Chile, mientras no recibiera el informe de la comisión.

    Gracias a la iniciativa del librero Traugott Bromme, apareció en aquel año un pequeño libro sobre Chile en Breslau, donde la sociedad de Stuttgart estableció como en otras ciudades, oficinas para que diesen al público informaciones y datos acerca de la colonización en el sur de Chile. Para obtener el capital necesario de 175.000.- florines rhinianos (306.250.- marcos), la sociedad emitió 5.000 títulos de posesión a un valor de 35.- florines (61,25.- marcos) cada uno. Un título daba derecho a cuatro cuadras de terreno en la futura Colonia y debía ser pagado en dos cuotas dentro del plazo de seis meses. La sociedad obtuvo personería jurídica del Ministerio Real de Württemberg y eligió al diario „Schwäbischer Mercur“ de Stuttgart como órgano de publicidad.

    Después que Philippi partió hacia Alemania, el Gobierno de Chile encargó en el mismo año 1849, y por intermedio de don Antonio García Reyes, entonces Ministro de Hacienda, a Frick y al ingeniero Agustín Olavarrieta, la determinación y mensura de los terrenos fiscales de la Provincia de Valdivia. Este encargo era más fácil de dar que de cumplir; pues la provincia no tenía otros caminos que el que pasaba por Futa al interior y las sendas de los indios, llenas de obstáculos casi intransitables. Además, el Fisco no tenía terrenos en las inmediaciones de Valdivia y los campos cultivables que poseía a una distancia moderada, como la Península de Plaza de Armas, estaban totalmente ocupadas por chilenos e indígenas. Al sur del río de Valdivia tenía el Fisco algunos terrenos en la Misión de Cudico; más allá de la actual ciudad de La Unión le pertenecía hasta la Pampa de Negrón y, fuera de esto, las tierras que se extienden entre el nombrado pueblo y el Río Bueno. Al este de Valdivia y siempre en la ribera sur del río Calle-Calle, comenzaban los terrenos fiscales en el lugar llamado Arique; en el oeste, en dirección hacia Corral, le pertenecía parte de la Isla del Rey; de Corral al Norte, los terrenos comprendidos entre San Carlos y el Morro Gonzalo, y al sur de Corral, más allá de La Aguada y de San Juan, los terrenos montañosos denominados Los Alerzales. En la margen norte del río de Valdivia, la pertenencia del Fisco comprendía desde Niebla hasta Cutipai, los terrenos llamados El Toro y El Bayo, toda la región del río Cruces y finalmente, desde Cuyinhue hasta San José de Mariquina. También pertenecían al Fisco muchos terrenos comprendidos entre Quitacalzón y Pidei.

Mapa de la Provincia de Valdivia - 1870 - Wilhelm Frick B3

    Frick se entusiasmaba con la idea de poblar estos terrenos con los inmigrantes que debía contratar Philippi, y, en efecto, en sus informes al Gobierno, le propuso la idea de adquirir algunos terrenos particulares, para dar unidad a las tierras fiscales y establecer en ellas la Colonia, en vez de fundarla a las orillas del lago Llanquihue, como estaba proyectado.

    Poco después de haber dado principio a sus trabajos, falleció el compañero de Frick, y éste quedó solo cumpliendo la difícil misión que se les había confiado.

    En Kassel Bernhard Philippi estableció una Agencia de Inmigración para contratar colonos para la provincia de Llanquihue, apoyado por su hermano Rudolph, que entonces pertenecía al Instituto Politécnico de la misma ciudad. En el sur de Alemania, en Regensburg (Baviera), prestaba su apoyo el Dr. A. Schuch, amigo del Dr. Aquinas Ried establecido en Valparaíso.

    Philippi, con fecha 18 de julio de 1848, había recibido por parte del Gobierno de Chile las siguientes instrucciones para contratar colonos:

    I.- Se contratarán para Chile 150 a 200 familias, de religión católica romana, y que deben ser entendidas en agricultura, oficios del campo y aquellas industrias que pueden ser inmediatamente implantadas;

    II.- El asiento de esta Colonia es la margen sur del lago Llanquihue. En esta región puede prometer B. E. Philippi, en nombre del Gobierno de Chile a cada padre de familia, de diez a quince cuadras de terreno como propiedad segura e indisputable y seis cuadras más para cada hijo mayor de diez años;

    III.- Puede, además, prometer a cada inmigrante que, estando radicado como colono, será considerado ciudadano chileno y, durante el espacio de doce años, estará libre de las contribuciones del diezmo, del catastro, de la alcabala y de las patentes;

    IV.- El Gobierno de Chile se compromete, durante ocho años a pagar anualmente trescientos veintinueve pesos a cada uno de los dos curas católicos que los colonos pueden traer para sus servicios religiosos; doscientos cuarenta pesos a cada uno de los preceptores alemanes que trajesen para sus escuelas; setecientos pesos a un medico alemán de la colonia. Los tres dignatarios reciben 20 cuadras de terreno cada uno como parte inherente al empleo;

    V.- Las obligaciones de los colonos son:

a) Por cada cuadra de terreno deben pagar quince pesos. Este dinero se emplea para cubrir los gastos de viaje, para pagar la manutención durante el primer año de residencia en la Colonia, y para la compra de semillas, de ganado y de utensilios. Las herramientas deben traerse de Alemania. La administración de los fondos reunidos se hará por un comisionado, los clérigos y una persona de confianza de los mismos colonos.

b) Los colonos tendrán que limpiar por cuenta propia los terrenos concedidos.

c) Los colonos deben declararse chilenos y renunciar a todos los derechos de ciudadanía de su antigua patria.

    VI.- Los haberes de los colonos se internarán al país, libres de derechos de aduana.

    VII.- Don B. E. Philippi tendrá a su cargo la administración de la colonia durante los primeros años.

    VIII.- El buque que traerá a los inmigrantes hará escala en Ancud y de ahí será remolcado al interior del Seno de Reloncaví.

    IX y X.- Don B. E. Philippi informará oportunamente al Gobierno sobre su misión. Puede, al mismo tiempo, prometer en Alemania, que los colonos industriales y artesanos que emigren a Chile por cuenta propia, pueden rematar tierras en la región austral en las subastas públicas. Estos terrenos quedarán libres de toda contribución en los primeros cinco años, pero el colono tiene la obligación de limpiarlos y prepararlos para el cultivo.

    Partiendo de estas instrucciones, Philippi empezó su labor en Alemania. El otro agente Mac Namara, ejerció su cometido en Irlanda pero sin resultado práctico alguno. Como la corriente de emigración de Alemania y de las demás naciones del continente europeo se dirigía exclusivamente al Oeste de Estados Unidos, también los emigrantes irlandeses emprendían viaje hacia sus hermanos del pabellón estrellado, tan estrechamente ligados a ellos por el idioma y por las costumbres. No hubo ningún irlandés que quisiera emigrar a Chile.

    No tuvieron mejor resultado las diligencias de Philippi. La idea de contratar emigrantes católicos, tuvo que abandonarse desde un principio, pues los obispos de Münster y de Paderborn, a quienes se había dirigido para el cumplimiento de su misión, prohibieron en absoluto la emigración a Chile a sus feligreses. Una vez que se hubo impuesto de los motivos de su poco éxito, Philippi pidió al Gobierno de Chile la modificación de las instrucciones de colonización enviando al mismo tiempo sus respectivas proposiciones.

    El 12 de febrero de 1850, llegó a Valdivia don Vicente Pérez Rosales, un personaje de tal importancia para los primeros años de la colonización, que con razón podía estar orgulloso del título honorario de „Papá Pérez Rosales“, debido a la sincera afección que le profesaban los inmigrantes. Pocos días antes había sido nombrado representante del Gobierno en cuestiones de inmigración y venía, como dice Enrique Heine: „en el justo momento en que hacía falta un consuelo.“ Ya en las brillantes alturas de la vida, ya en las profundas sombras de las pasiones humanas, y, luego después, buscando sostén en el juego de las agitadas hondas del destino humano, desde su juventud había estado en trato a veces íntimo con gente de todas nacionalidades.

Rudolph Philippi

Vicente Pérez Rosales

Karl Anwandter B3

    Como él mismo fuese de noble corazón por doquiera que anduviera había encontrado el lazo omnipotente que une la humanidad y sus destinos, es decir la necesidad de amar. En él, este puro amor a la humanidad, este elevado altruismo llegó hasta una bella perfección poco común, y le dio el vigor y la perseverancia de combatir todas las contrariedades y de llevar a término lo que le imponía su corazón y su voluntad, lo que fue para él la misión de su vida: la colonización alemana en el sur de Chile.

    En aquel tiempo, Valdivia aún se encontraba dentro de la zona para desterrados, era en aquel tiempo una colonia penal. Y aún en épocas no muy lejanas, se solía mandar a Valdivia, como a lugar de destierro, a los mal aprovechados señores, para que allá expiaran algún hecho de obscuros antecedentes. El estado en que Pérez Rosales encontró a Valdivia, lo demuestran sus memorables palabras:

    „...¡Santo Dios! Si el fundador de aquel pueblo, por arte diabólico o encanto, me hubiese acompañado en este viaje, de seguro que habría vuelto para atrás lanzando excomuniones contra la incuria de sus descuidadísimos bischoznos. Conservo en mi poder un retrato al óleo que exhibe lo que era la triste catadura de aquel aduar a los tres días de mi llegada; retrato que habla, que se debe al diestro pincel del malogrado Simon, y que es ahora el objetivo de algunos viejos y honrados valdivianos, con el fin de empuñarle, arrojarle al fuego y reducir a cenizas ese testigo irrecusable del atraso del pueblo en que nacieron.

    El trazado de esta capital, muy correcto para la época de su fundación, se encontraba tan deteriorado por el uso, que ni las calles conservaban el paralelismo de sus aceras, ni el ancho igual con que habían venido al mundo. Las casas, todas muy bajas, y en general, provistas de un corredor a la calle, tenían paredes de troncos de pellín, techos de tablas de alerce, cubiertos de musgo y de plantas advenedizas, y ventanas, aunque algunas con vidrieras, dotadas todas con sus correspondientes balaustres.

    Como no se estilaba allí género alguno de carretas, la provisión de leña se hacía arrastrando con bueyes por las calles enormes troncos de árboles que se dejaban en el frente de las casas que los pedían; y de ellos el hacha de cocina sacaba todos los días la leña que exigía su consumo. En el costado del poniente de la plaza de armas, única en el lugar, se veía inconclusa una iglesia de madera, que, aunque de todo carecía, le sobraban dos empinadas torres, que se alzaban orgullosas, aunque desproporcionadas, sobre el portón de la entrada. La plaza de armas, no solo servía para paseo o para ejercicios de tropa, como en algunos otros pueblos de la República; los valdivianos sabían sacar mejor partido de ese común y cuadrado sitio urbano. En él, cuando no en las calles, se estacaban los cueros de las vacas que los vecinos mataban para su consumo; se arrojaban basuras en él, y a falta de explayado a lugar en la cárcel, salían a cada rato los presos a hacer en la paciente plaza, lo que la decencia no permite nombrar. De la plaza se extraían también tierras para terraplenes de las casas de los vecinos. Recuerdo que eran tantas las inmundicies que se arrojaban bajo la desvencijada jaula de tablas que, suspendida sobre postes, hacía de oficina de juzgado de letras, que llegaron a motivar un acalorado reclamo del señor juez de letras, que lo era entonces don Ramón Guerrero, para que no se perpetuase tan inmundo desacato.

    ...El espíritu de adelantos locales, el de instruirse, el natural y común deseo de mejorar de condición por medio de la actividad y del trabajo, todo dormía, todo vegetaba. Sobre los edificios así como sobre las imaginaciones, crecía con sosiego el musgo que sólo nace y progresa sobre la corteza de los árboles descuidados, o sobre la de aquellos que sufren la última descomposición que los transforma en tierra. No hubo viajero entonces, así nacional como extranjero, que al llegar a Valdivia no exclamara: todo lo que es obra de la naturaleza aquí, es tan grande, tan imponente y tan hermoso, cuanto mezquina, desgreñada y antipática es la obra del hombre.“

    En Bellavista mientras tanto se había ido preparando una transformación profunda. Las compras de terrenos efectuadas por Renous no eran, según parece, del todo intachables. Sucedía por ejemplo que se presentaba algún andrajoso indio, ofreciendo en venta terrenos que, según afirmaba, había heredado de sus antepasados, quienes los habían poseído desde fechas inmemorables. Y efectivamente, cuando Renous, siempre dispuesto a efectuar más compras de terrenos, visitaba el sitio que le había sido ofrecido, se encontraba con que vivía en él el indio con toda su parentela. La venta no tardaba pues en efectuarse, los testigos que tales negocios exigían nunca faltaban, y Renous se retiraba contento con su nueva adquisición. Pero detrás de él también los indios se retiraban para volver a sus verdaderas moradas; se habían establecido en aquel terreno, sólo para presentarse como dueños de él.

    Este modo de adquirir terrenos era, en aquel tiempo, muy común. Pero Renous, con sus negocios, se formó adversarios que luego se convirtieron en acerbos enemigos; finalmente el Gobierno tuvo que intervenir en aquellos asuntos. Como consecuencia de esta intervención, todas las compras de terrenos efectuadas por Renous, fueron declaradas inválidas. Eran estos los mismos terrenos que Kindermann en Stuttgart y en Berlin había vendido a las Sociedades y a los emigrantes particulares.

    Como poco a poco se había esparcido la noticia de la próxima llegada de muchos inmigrantes alemanes, muchas de las personas ya radicadas en la provincia, concibieron la idea de aprovechar esta circunstancia para incrementar su fortuna. El ya mencionado carpintero Hollstein había escrito lo siguiente, respecto de los habitantes de la provincia de Valdivia:

    „Los moradores de este territorio son en parte españoles, en parte indígenas. Todas estas gentes son de buenos instintos y muy amables con nosotros; los visitamos, y ellos nos visitan a nosotros. Únicamente a los franceses les son adversos.“

    Sin embargo, estas virtudes que nunca habían sido puestas a prueba de un modo fehaciente, no impedían que subieran considerablemente los precios de los terrenos, cuando se presentaba una ocasión favorable.

    Tal era el estado de cosas en el año 1850, cuando llegaron, llenos de bellas esperanzas los inmigrantes independientes, encabezados por el empresario de colonización Kindermann. Es difícil formarse una idea cabal de la decepción que experimentó este grupo, y sus efectos sobre hombres, mujeres y niños, al recibir la noticia de que no les aguardaba el terreno sobre el cual su imaginación ya había establecido el hogar; que ninguna de las promesas hechas por su guía al lejano país iban a cumplirse; que el porvenir pintado por su ardiente fantasía en los mas bellos colores, no era mas que un sueño, un hermoso sueño, soñado en la dura cubierta del buque, que, después de un viaje por los agitados mares, los había conducido hasta la región de la apacible y pacífica constelación de la Cruz del Sur.

    Pero en estos momentos angustiosos para los inmigrantes, vino a mostrarse en todo su esplendor el rasgo más bello del carácter chileno: la hospitalidad sin límites, que alivió su dura suerte, mitigando las penas y aflicciones de las mujeres y endulzando la situación de los niños. Casi sin excepción, las familias valdivianas hicieron en este sentido todo lo que pudieron.

    Kindermann envió a algunos de los recién venidos a Bellavista, para que compraran terrenos, sea en las inmediaciones, sea en Osorno, localidad un tanto más distante donde se podían obtener tierras a bajos precios. Otros se dirigieron resueltamente hacia las ciudades del Norte. Los terrenos fiscales reivindicados por Frick, fueron destinados a la colonización.

    Kindermann, acaso por su carácter blando, no obtuvo éxito alguno en sus gestiones ante las autoridades para que se le reconociesen sus derechos de propiedad sobre los terrenos comprados a Renous; y entre tanto, venía buque tras buque: ya habían llegado tres veleros con 185 personas, cuando el 13 de noviembre arribó a Corral el velero „Hermann“, con 95 personas, y luego después, el 7 de Diciembre, la „Susanna“ con 102, entre ellas las primeras 14 personas contactadas por el Gobierno.

    Entre los inmigrantes llegados con la „Hermann“ se encontraba uno que, por sus cualidades personales y especialmente por su rápida adaptación a las situaciones desconocidas y difíciles, intervino inmediatamente de un modo eficaz. Era este el farmacéutico Karl Anwandter, el fundador, en Chile, de la extensa familia de este nombre.

    Había sido alcalde de la ciudad de Kalau, donde poseía una botica; en 1847 fue elegido miembro de la primera asamblea prusiana y, en 1848, de la Asamblea Nacional prusiana. Fue uno de aquellos hombres alemanes de amplio corazón, que por su convicción política y por su amor a la libertad de pensamiento, prefirieron un porvenir inseguro en tierras extrañas a la vida más acomodada pero con opresión de la conciencia, en su patria.

    También Anwandter juzgó la situación muy difícil; pero no desesperada. Lo primordial era, sin duda, que los inmigrantes obtuvieran los terrenos necesarios. Con ésto se salvaría la primera dificultad y dependería de cada cual el adaptarse del mejor modo posible a las nuevas condiciones, por medio de un asiduo y perseverante trabajo, y formarse un porvenir sobre esta base.

    Una comisión compuesta por los tres miembros de la Sociedad de Emigración de Stuttgart y por dos inmigrantes, encabezada por Anwandter, que hacía las veces de orador, se dirigió al representante del Gobierno en asuntos de colonización, don Vicente Pérez Rosales.

    Este mismo dice lo siguiente respecto al documento que se le presentó:

    Encabezaba el interrogatorio un cumplido a las autoridades del país por el cordial recibimiento que se les había hecho, y una demostración del más puro agradecimiento por la benevolencia con que se les mitigaba la desgracia de abandonar a su país natal. Tras este preámbulo seguían las preguntas siguientes, la mayor parte de ellas aplicables a los colonos que venían costeando su pasaje:

    1. ¿Qué medidas debe tomar el inmigrado para ser ciudadano chileno?

    2. ¿Cuánto tiempo después de su llegada debe de serlo?

    3. ¿Si tiene voto en las elecciones?

    4. ¿Si habiendo algunos disidentes entre ellos se les obliga a abandonar la religión de sus padres?

    5. ¿Si disidentes pueden casarse entre ellos?

    6. ¿Qué tramitaciones deberán observarse para que el matrimonio sea tenido por valedero y legal en este caso?

    7. ¿Si los hijos de los disidentes se han de bautizar según lo prescribe la Iglesia Católica?

    8. ¿Qué debe hacerse para que quede constancia de la legitimidad de los hijos en caso contrario?

    9. Si la conveniencia de las colonias exigiese la formación de aldeas, ¿pueden esperar que recaiga en alguno de ellos el título de juez?

    10. ¿Si pueden ser enrolados en las guardias cívicas?

    11. Si al abrir caminos de conveniencia pública, ¿pueden contar con la cooperación del Gobierno?

    12. Si los tratos y contratos celebrados por ellos en Alemania para cumplir en Chile, ¿son firmes y valederos aquí?

    13. ¿Cuál es el máximum y el minimum del valor asignado a los terrenos fiscales?

    14. Si compran terrenos a particulares, ¿tendrán que pagar alcabala?

    15. ¿Cuántas cuadras de tierra puede comprar al fisco cada colono?

    16. ¿Si se les exige el dinero al contado?

    17. Si al cabo del plazo no tuvieren como pagar, ¿se les recibe el interés corriente hasta que puedan hacerlo?

    18. ¿Si puede el Gobierno de Chile asegurar terrenos para mil familias?

    Aunque hablaba ya en favor de los inmigrantes el hecho de que ellos mismos habían costeado su viaje y que además la mayoría de ellos traían alguna fortuna, el nivel moral de estos hombres debía realmente causar asombro, admiración y satisfacción al comisario de las colonias. De las preguntas mencionadas se deducía fácilmente la elevación moral de tales hombres que evidentemente ni en pensamiento concebían ideas faltas de moralidad. No era gente pobre impulsada por la miseria la que venía, sino personas de fortuna, bien educadas y hasta altamente instruidas. ¡Era éste verdaderamente un material de colonización, como mejor no se lo hubiera podido desear ni el Gobierno mismo!

    Pérez Rosales, que no se encontraba preparado para tales preguntas, las contestó de propia autoridad a satisfacción de los inmigrantes, logrando más tarde que el Gobierno aprobara sus respuestas. Pero él no podía disponer de terrenos. No era la provincia de Valdivia la que se quería colonizar, sino la de Llanquihue. En estas angustias vino a auxiliarle el Comandante de Armas de Valdivia, don Benjamín Viel, guerrero de los ejércitos napoleónicos, que había venido a Chile junto con San Martín. Este francés, ya de 63 años de edad, algún tiempo atrás había comprado la Isla Valenzuela (actualmente Isla Teja) y quería dejar este terreno a su numerosa familia, como futura herencia. Al ver la aflicción de los inmigrantes, devolvió a las autoridades de Valdivia la isla que había adquirido en ventajosas condiciones, para que pudieran establecerse en ella los alemanes.

    En sesión del 23 de noviembre de 1850, la corporación mencionada acordó la cesión en venta perpetua de la Isla Teja. El precio era de 250 pesos anuales durante los primeros 5 años; esta suma se aumentaría en 50 pesos anualmente, hasta alcanzar el máximo de 500 pesos anuales, de duración vitalicia.

    Los inmigrantes estaban felices por la cesión de esta isla situada en frente de la ciudad y rodeada de ríos por todos lados. Hacia el sur, el terreno era pantanoso y hacia el norte, ondulado y cubierto casi en su totalidad de selvas vírgenes a excepción de algunos puntos en donde se elaboraban tejas y ladrillos. Parecía envuelta en los hechizos del romanticismo.

    Como además se les había prometido los terrenos fiscales disponibles, los inmigrantes se encontraron con que repentinamente la situación había cambiado en su favor y estaban ampliamente satisfechos.

    Como muestra de sincero agradecimiento, Anwandter en representación de los inmigrantes, pronunció aquellas memorables palabras:

    „Seremos chilenos honrados y laboriosos como el que más lo fuere. Unidos a la fila de nuestros nuevos compatriotas, defenderemos nuestro país adoptivo contra toda agresión extranjera con la decisión y la firmeza del hombre que defiende a su patria, a su familia y a sus intereses.“

    Inmediatamente comenzó la labor; cada cual empezó con perseverante trabajo la construcción de una casa rústica y despejó algún trecho de su terreno para entregar a la tierra las semillas que había traído; pues cada cual deseaba ver crecer cuánto antes la primera siembra en aquel pedacito de tierra, donde sólo se veían manzanos silvestres. Uno ayudaba al otro: era una colonia de hermanos. La cabeza de aquel pequeño imperio de actividad alemana en la Isla Teja, era Anwandter. A pesar de los subidos precios exigidos por los terrenos urbanos, se establecieron en el pueblo ocho familias que empezaron luego con la construcción de buenas habitaciones. En las cercanías inmediatas del pueblo habían comprado terreno, entre otras, las familias Busch, Ebner, Hoffmann, Kayser, Lechler y Ribbeck. Algunas familias chilenas generosas, como la de los Adriasolas, facilitaban estas radicaciones cediendo a los inmigrantes parte de sus terrenos al precio que ellos mismos habían pagado. Algunas horas de camino río arriba, se formó una colonia en Alique. Ahí Anwandter, con su yerno Körner y algunos alemanes de Württemberg compraron de 8 a 10 cuadras de terreno en 2.000.- pesos.

    La Sociedad Häbler-Hornickel, de 70 personas, se estableció a orillas del río Cruces entre Santa María y Cuyinhue y a lo largo de sus afluentes, con la intención de dedicarse al cultivo del lino. De Valdivia, hacia el mar, hasta Cutipai y Niebla se radicaron 17 personas. Al sur de Corral se formó la colonia de Alerce que por su mala situación tuvo que disolverse pronto.

    Otra parte de los inmigrantes se dirigió hacia el interior donde se les concedió la Pampa de Negrón, situada al sur del actual pueblo de La Unión. Esta pampa poco tiempo antes había sido cambiada por terrenos urbanos de La Unión, por Juan Álvarez. En 443 cuadras de este llano se radicaron en un principio 17 personas que esperaban la llegada de sus familias que aún permanecían en Alemania.

    Varios inmigrantes se dirigieron a Osorno. El municipio de este pueblo poseía grandes terrenos y además, toda la extensión entre el río Rahue y el Damas, y los terrenos hacia la Cordillera, eran de propiedad fiscal. Los caciques Iñil y Caniu se lo habían obsequiado a don Ambrosio O'Higgins, marqués de Osorno.

    En este pueblo, la cuadra de buen terreno de cultivo, costaba 10 pesos. La mayoría de los colonos de „Bellavista" se establecieron independientemente en Osorno con la pequeña fortuna que habían ahorrado hasta entonces.

    Entre los pasajeros del velero „Susanna“ se encontraban también los primeros colonos contratados por el Gobierno. Cuando se esparció en Alemania la noticia de las ventajas de la emigración a Chile, un señor Karl von Muschgai, de Württemberg, se dirigió a La Excelencia de Chile, pidiendo la aceptación de una colonia católica con sacerdotes y preceptores propios.

    El Gobierno aceptó esta oferta, pero en vez de las 200 familias anunciadas, no llegaron más que 14 personas. Éstas gozaron desde un principio de la protección del Estado y fueron radicadas en el pequeño pero fértil valle de Cudico.

    Bien pronto se hizo notar la actividad de los inmigrantes alemanes. Apenas dos meses después de su establecimiento, se podían obtener en Valdivia legumbres desconocidas hasta entonces, pan de mejor calidad, leche y mantequilla en abundancia. Todos los artesanos habían establecido talleres y fabricaban y vendían ahora mucho mejor y a precios más bajos, todos los productos que antes se traían de Valparaíso o del extranjero. Hasta el último peón manejaba ahora dinero sonante, que antes tuvo sólo una circulación muy reducida. Causaban la admiración de los chilenos las nuevas casas que se construían, de aspecto hasta entonces desconocido y dotadas de instalaciones fabricadas todas en el mismo lugar. Las rastras de bueyes se cambiaron por carruajes, y aparatos nuevos y más prácticos reemplazaron a los antiguos.

    El trabajo comenzaba al despuntar el alba y se terminaba la faena al entrar la noche, durante toda la semana. El patrón era el primero en llegar al sitio del trabajo y el último en retirarse. Resumiendo: la desidia en el comercio y en las industrias fue reemplazada por un asiduo trabajo; el emprendedor espíritu alemán todo lo animaba, despertándolo del profundo letargo en que yacía.

    Pérez Rosales no se cansaba de alabar encarecidamente a los colonos alemanes en sus informes al Gobierno. Las características sobresalientes de los primeros alemanes radicados en la Isla Teja, le proporcionaban a él desde luego dos grandes ventajas: el efecto moral y material que debía de producir en esta apática y melancólica población, el ejemplo de la actividad, del trabajo y de la industria alemana y, como segunda, el que los emigrantes encontrasen tan inmediato al punto donde debían desembarcar un centro seguro de apoyo, y aquella cordial acogida que siempre se dispensan entre sí los nacionales en un país extranjero, en donde todo para el recién llegado es nuevo, idioma, leyes y costumbres.

    En Santiago, el Gobierno hizo pública su satisfacción por el éxito alcanzado, con las siguientes palabras:

    „El espíritu de empresa principia a desarrollarse entre ellos, y Valdivia contiene en su seno y deja ya sentir esa vitalidad, que sólo nace de la industria y de las expectativas de prosperidad.

    Nada mejor que la nota de Pérez Rosales explica el movimiento progresivo introducido en aquella localidad por la industria alemana. Si ella se radica, como es natural, Valdivia será en poco tiempo una ciudad rica y popular, y su influencia será de gran utilidad para las provincias cercanas.

    Creemos que la colonización es ya una realidad entre nosotros; los primeros pasos han sido favorables; es necesario ahora juicio para encaminarla a ser fructífera en buenos resultados, y el Gobierno espera que sus trabajos han de alcanzar ese fin.“

    Para poder disponer de terrenos para los inmigrantes por llegar, Pérez Rosales determinó hacer una expedición al lago de Llanquihue. Acompañado por Frick, otros dos alemanes y de algunos indígenas, avanzó desde Osorno hacia el sur. Los fértiles terrenos de La Unión, Río Bueno y Osorno eran muy adecuados para la colonización, pero la carencia de vías de comunicación determinó al agente del Gobierno a continuar la expedición. Abrigaba la esperanza de poder llegar fácilmente a orillas del mar partiendo desde el extremo sur del lago. En su opinión una colonia tenía que desarrollarse desde afuera hacia adentro y poseer fácil acceso y buenas vías de comunicación. En aquellas regiones había terrenos en abundancia, pero todos cubiertos de seculares selvas vírgenes, y por lo tanto sólo transitables con grandes dificultades.

    Después de atravesar el lago, donde por su temeridad sufrió un naufragio en una canoa improvisada y casi se ahogó, su plan de colonización se hizo incontrastable. Dio orden a uno de los indios que lo acompañaban, a Pichi-Juan (Juan Currieco), de poner fuego al bosque de Chan-Chan, para obtener así terreno despejado. Un grupo de indios se ocupó durante 3 meses en la quema del bosque, despejando, entre Chan-Chan y la Cordillera, una extensión de 55 leguas cuadradas españolas más o menos. El jefe de los indios, Pichi-Juan, estuvo a punto de perecer en aquel formidable roce, cuyos efectos sobre el estado atmosférico llegaron a sentirse hasta en Valdivia. Escapó a duras penas, cavando al pié de un árbol gigantesco una cueva en la tierra húmeda en la cual se refugió.

Monumento a los colonos en Puerto Montt, figurando el indio Pichi-Juan guiando a una familia de colonos recién llegada

Monumento a los colonos en Totoral

Inauguración monumento a los colonos en Frutillar (Centenario de Frutillar)

    Ya había abundantes terrenos de magnífico suelo. En partes muy húmedas, el fuego había dejado algunos trechos cubiertos de bosque, de modo que a los inmigrantes les quedaba la madera y la leña suficiente para el consumo. Pérez Rosales volvió a Valdivia enfermo por las fatigas experimentadas en el viaje y a consecuencia del naufragio. Fue entonces su primera labor encontrar un camino del mar hacia el lago de Llanquihue.

    Encargó al comandante de la antigua goleta Janequeo, don Buenaventura Martínez, estacionada en San Carlos de Ancud, explorar las vías fluviales que pudieran conducir al lago. El resultado fue el descubrimiento del precioso seno de Reloncaví y de un caserío de madereros conocido con el nombre de Astillero de Melipulli, situado en su extremidad norte. Además se pudo comprobar que la distancia de allí hasta el lago era apenas de 20 kilómetros. El seno de Reloncaví fue pues para Pérez Rosales la llave de la provincia de Llanquihue y el punto de partida para su colonización. Saliendo de ahí y penetrando hacia el norte, se tenía que llegar a los bosques ya rozados al sur de Osorno. Construir buenas vías de comunicación, era asegurar a las futuras colonias la exportación de sus productos y, por lo tanto, garantizar su desarrollo.

    Pero al agente de colonización le aguardaban lamentables noticias: en Valdivia, un joven alemán había sido asesinado por uno de sus peones, y en Osorno había sido profanado un sepulcro. El primero de estos crímenes fue motivado en parte por la imprudencia del confiado alemán que había ostentado sus riquezas públicamente, provocando de este modo la codicia de su vil criado. En Osorno los indios habían exhumado el cadáver de un alemán, para apoderarse de un anillo de oro que tenía en el dedo.

    A Valdivia habían llegado nuevos inmigrantes y como para ellos no hubo terrenos disponibles se les alojó en los cuarteles de los antiguos fuertes españoles de Niebla y Corral. Como la fundación de algunas de las colonias, especialmente de la de Alerce, había resultado completamente errada, y como, por otra parte, los terrenos de la región del río Cruces eran poco fértiles, fue de lo peor el estado de ánimo de los colonos que permanecían inactivos en sus hospederías, lo mismo que el de los que habían abandonado sus terrenos.

    A los motivos señalados venía a agregarse, que los propietarios de los buenos terrenos en la cercanía del pueblo pedían por ellos precios excesivos. Los ánimos se habían irritado y los juicios sobre el país y la colonización habían llegado a ser en extremo desfavorables. En efecto, el Gobierno no había hecho los preparativos necesarios para recibir a los inmigrantes, sino que había dejado todo a cargo de las autoridades locales. Que estas autoridades carecían por completo de los medios más esenciales para recibir una cantidad tan grande de gente, se deduce de la situación en que se encontraba Valdiva en aquel entonces.

    Para que la recién empezada obra de colonización no fracasara por las noticias desfavorables que los colonos dirigieran a su patria, Pérez Rosales, tan conocedor del corazón humano, se valió de una astucia. Anunció una combinación postal extraordinaria para Europa. Le llevaron grandes cantidades de cartas para Alemania, llenas de expresiones de desaliento. Pero no fueron echadas a las valijas del correo, sino que retenidas por el agente. Como éste poco después recibiera la noticia del descubrimiento del fácil acceso al lago de Llanquihue, y pudiendo por consiguiente incentivar a los colonos a emprender pronto viaje al sur, la irritación de éstos se transformó en una franca alegría. Esta satisfacción fue expresada en las cartas que debían despacharse por la combinación, esta vez verdadera, de modo que las noticias ventajosas, de fecha más nueva, atravesarían el océano al mismo tiempo que las desfavorables de fecha más antigua. Las cartas de aleluya y las lacrimosas, llegarían a su destino al mismo tiempo.

    Entretanto, B. E. Philippi había recibido nuevas instrucciones en Alemania. Según ellas, el precio de los terrenos sería de 1 a 3 pesos la cuadra; en cuanto a religión podía prometer completa tolerancia; a los emigrantes que quisieran costear su viaje por cuenta propia, no se les exigiría depósito en dinero; el Gobierno prometía anticipos en dinero para el primer año, además el suministro de semillas, ganado, etc., bajo la condición de que, a partir del tercer año, estos desembolsos le fueran devueltos en 5 cuotas anuales; este dinero se invertiría en mejoras de las colonias. Con estas condiciones, se encontraron desde luego inmigrantes, y cuando B. E. Philippi se preparó para su regreso, a fines de 1851, no sólo había despachado ya para Chile una buena cantidad de emigrantes, sino que había podido despedirse de muchos otros con la promesa de que se volverían a ver muy pronto en Chile. Como su hermano Rudolph, también había estado en Chile a principios de 1852, junto con el Dr. Carlos Ochsenius, quedó en Kassel Ludwig Schwarzenberg para dar informaciones sobre la colonización chilena.

 

    A fines de 1852 salió Pérez Rosales de Valdivia, con 212 personas, naturales, en su mayor parte, de Württemberg, Brandenburgo y de la provincia de Sajonia, en dirección al seno de Reloncaví por Ancud, la vía marítima. En Melipulli todos pisaron la tierra prometida. Una angosta faja a orillas del mar ofrecía poco más del terreno necesario para desembarcar a tantas personas. Más allá se alzaba la impenetrable selva virgen como una inmensa muralla, que ordenaba un imperativo „¡alto!“ a los osados caminantes. Y como la espesura del bosque tuviera un pérfido y pernicioso aliado en el suelo pantanoso cubierto con la podredumbre de los gigantescos árboles derribados, donde jamás alcanzaban a penetrar los rayos del sol por entre el follaje espesamente entrelazado, parecía realmente imposible abrirse camino en el bosque. Aún el intrépido guía Pérez Rosales vio seriamente comprometido, en los primeros momentos, su plan de llegar al lago desde este punto.

    En un informe de la expedición inglesa dirigida por Fitz Roy, a la cual, como es sabido, también pertenecía Charles Darwin, se había dicho que cada pie de ese territorio parecía una esponja saturada de agua y que apenas habría 10 días al año sin lluvias y tempestades. Contra este clima, aún la fuerza del fuego era impotente, la humedad lo extinguía. Pero los obstáculos invencibles, al parecer, no pudieron impedir que aquellos hombres osados hicieran a lo menos una tentativa de atravesar esos bosques, a los cuales penetraban solo algunos chilotes que derribaban los alerces, o los indios, cuyas moradas estaban en las selvas vírgenes. Con machete y hacha en mano, se despejó un sendero a través de los enredados y entretejidos quilantares; paso a paso tenía que irse conquistando el terreno; uno detrás de otro tenían que marchar dándose voces continuamente para no extraviarse.

    Pero antes del anochecer de aquel penoso día, de 33 valientes, faltaban dos. Los padres de familia Andreas Wähle y Friedrich Lincke, ambos procedentes de Zittau y llegados en 1852 en el velero „Susanna", se habían perdido en el bosque (se estima en el sector de Totoral). Todos los medios disponibles para encontrarlos o para indicarles el camino de salvación por medio de los ruidos más fuertes, resultaron sin éxito, todo el trabajo, todas las fatigas fueron en vano. Ellos quedaron en el bosque que los sujetaba como con brazos de hierro y los sepultó bajo sus eternas penumbras, en su pantanoso suelo. Los primeros colonos del Llanquihue tuvieron que sufrir la llegada a sus orillas con dos víctimas, con el llanto de sus familias y con la aflicción de varios niños inocentes dejados huérfanos (cabe destacar que la señora de Wähle había fallecido durante el viajo en barco). Se habían convertido en la más cruel verdad las proféticas palabras de Ried: „Emigrar es aprender a sufrir, padecer y sacrificarse; ¡quédese en su tierra el que no sea capaz de esto! ésta no es la tierra de promisión!“

    Durante varios meses se trabajó en la apertura de un camino hacia el lago de Llanquihue.

Mapas de la Provincia de Valdivia y Colonia Llanquihue - 1854 - Claude Gay B6

    También desde Osorno se hacía el mismo trabajo. Con fecha 12 de febrero de 1853, tuvo lugar la solemne apertura de la colonia, dándose en esta ocasión el nombre de Puerto Montt a Melipulli („cuatro colinas" en mapuche). Como la construcción del camino avanzaba lentamente, se le encargó al ingeniero alemán Franz Geisse (llegado en el velero „Middleton" en 1850) la ejecución de los trabajos. Se emplearon en ellos todos los madereros y peones que se encontraban en el sur, un total de 680 hombres. Así los trabajos avanzaron rápidamente y los colonos que llegaban en cantidades siempre crecientes, pudieron ser llevados poco a poco a los terrenos que se les habían destinado. Las familias Binder, Berner, Einhardt, Mühlbaier, Wilhelm, Schmauk y otras fundaron la „Schwabenkolonie“ (Colonia de Suabos) y como estaba situada en el camino que ellos mismos habían abierto por el bosque, la llamaron „Am weg“ (a orillas del camino). Las familias Büttner, von Bischoffshausen, Gebauer, Nettig y Schmincke se establecieron en el punto conocido con el nombre de La Fábrica. En Desagüe se instalaron las familias de los emigrantes fallecidos en el bosque, Wähle y Lincke, y además, Held, Junge y Werner, mientras que las familias Dietrich, Liewald, Michael y Müller edificaron sus habitaciones en Totoral, sitio pantanoso y cubierto en gran extensión de totoras. Desde Osorno, varias familias se dirigieron hacia el sur. Las familias Briede, Decker, Hess, Klagges, Wulf, Martin, Schmidt, Schöbitz, entre otras, en parte se establecieron en el actual Puerto Octay, en parte eligieron como campo para su futura labor la cercana Playa Maitén. Hess y Decker fundaron Puerto Varas, célebre por su hermosa situación.

    Estos primeros colonos de la provincia de Llanquihue, tuvieron que atravesar por tiempos muy difíciles. Su suerte fue no sólo la más dura de todas las colonias fundadas en Chile, sino que una de las más fatales que colono alguno hubiera tenido en tierras americanas.

    En el otoño de 1853, Pérez Rosales abandonó el sur de Chile y se dirigió a Santiago, justamente cuando los colonos apenas habían empezado a destroncar los bosques que se les habían entregado y cuando aún no habían podido sembrar nada. Como el invierno estaba por comenzar, se les tenía que proveer de los alimentos necesarios para su manutención. Por encargo del Gobierno, Pérez Rosales había contratado al señor Nicasio Ruiz de Arce, de Puerto Montt, para el suministro mensual de las provisiones necesarias. Pero este proveedor no cumplió su compromiso y los colonos quedaron abandonados a su suerte.

    En un principio se mantuvieron comiéndose el ganado y los cereales que el Gobierno les había dado para semilla y llegaron hasta sacar las papas que tenían ya sembradas. Pero estas pequeñas provisiones pronto se agotaron, y llegó enseguida la miseria. El invierno especialmente lluvioso, transformó los charcos en pequeñas lagunas y los arroyos en caudalosos e invadeables ríos. Si ya en verano era difícil que un colono pudiera llegar a la vivienda de otro colono atravesando el espeso bosque virgen, ahora se encontraban verdaderamente separados por pantanos y caudalosas corrientes de agua. Y en todas las casas escaseaban los alimentos; cuanto más numerosa era la familia, tanto mayor era la miseria, porque más pronto se agotaban las provisiones y los animales de trabajo.

    Empezó una lucha heroica por el sostenimiento de la vida propia y por la de las mujeres y los niños. En forma arriesgada, cada colono intentaba llegar hasta la vivienda del otro, para encontrar auxilio a la muerte por hambre que los amenazaba. Pero el bosque no ofrecía nada y nada se podía obtener en los alrededores más inmediatos. Así tuvieron que emprender el viaje a pie a Osorno en pequeños grupos. Sin más alimento que algunas semillas y frutas silvestres recogidas en el bosque, expuestos constantemente a una lluvia torrencial y afiebrados por las noches pasadas en el suelo mojado, tuvieron que atravesar el bosque, con el constante peligro de extraviarse o de encontrar la muerte en el fango traidor de las pantanosas quemas. Así llegaban hasta sus hermanos los alemanes de Osorno. Ya no eran sombra de aquellos inmigrantes llenos de esperanzas, que entusiasmados llamaban a sus compatriotas: „¡Venid, éste es el país de vuestro porvenir!“

    Pero no quedaba tiempo para pensar en sí mismo; las mujeres y niños permanecían mientras tanto en la rústica choza rogando a Dios protegiera al padre, al hermano, para que volviese sano y fuera así el salvador de los suyos. Y volvieron, llevando en un saco sobre los hombros las provisiones. Y así valientemente caminaron durante todo el invierno por los senderos del sufrimiento y de la abnegación, inseguros cada vez de volver a ver a los seres que más amaban. No todos volvieron a verlos, fue el caso del colono Karl Fünfach (procedente de Rothenburg y llegado en 1852 en el velero „Susanna“ ), quien falleció un abril de 1853 ahogado al querer atravesar a nado el río Maullín, en busca de auxilio para su familia.

    Cuando al fin volvió la primavera, y con ella los rayos del sol, volvió también la fe en tiempos mejores. Orgullosos de la obra que habían empezado, continuaron en su puesto de abnegación con la perseverancia y con aquel amor que sólo el alemán siente por tierras en que mucho ha sufrido.

    A fines de enero de 1852 había llegado a Valdivia R. A. Philippi, junto con Ochsenius, más tarde igualmente muy conocido como explorador científico del país. Como no pudo adquirir luego la hacienda San Juan que quería administrar en compañía con su hermano, efectuó un viaje de exploración al lago de Llanquihue, que ya anteriormente había sido visitado y dado a conocer en trabajos científicos publicados por B. E. Philippi y por Döll. Lo acompañaron en este viaje Ochsenius y su ex-alumno Döll. Una vez de vuelta el Dr. R. A. Philippi empezó su labor pedagógica como director de la escuela fiscal de entonces, que hoy día es el Liceo de Valdivia. En 1854 lo sustituyó en su puesto don Eugenio von Boeck; también Döll tomó parte en la enseñanza.

    En ese tiempo comenzó a reinar en Santiago una poderosa corriente en contra de los inmigrantes evangélicos. Von Muschgai, que se había establecido en Cudico con sus 13 inmigrantes católicos, abandonó la colonia para dirigirse a Santiago y trabajar allá de un modo indecoroso contra los colonos protestantes y contra su jefe Pérez Rosales. Para conseguir ventajas personales, pues el duro trabajo de colonización no era de su agrado, calumnió a sus compatriotas los alemanes del sur, inventó escandalosos cuentos sobre su moralidad, y, con el fantasma de la conversión de los habitantes del sur de Chile al protestantismo se atrajo a los círculos ortodoxos de la capital, y a hombres eminentes como al sabio polaco don Ignacio Domeyko que era muy poco tolerante en materia de religión. De las investigaciones hechas por el Gobierno a raíz de estas acusaciones, todo resultó ser invenciones mal intencionadas.

    En junio de 1852 volvió también don B. E. Philippi de su comisión en Alemania. Durante su ausencia había sido ascendido por el Presidente don Miguel Bulnes a Teniente Coronel. La nueva tarea que le aguardaba, tan honrosa para un extranjero, desgraciadamente debía tener un triste fin. Fue enviado a Punta Arenas para restablecer el orden entre los indígenas, y tanto él como el pintor Simon que lo acompañaba, fueron víctimas fatales e inocentes de la venganza de una tribu de patagones.

    Jamás se ha podido averiguar qué muerte tuvieron. En el último rincón del Continente Americano terminó la vida laboriosa del verdadero padre de la colonización alemana en Chile. La noticia envuelta en la obscuridad del misterio causó profundo duelo en todo el país civilizado y fue verdaderamente aterradora para su hermano Rudolph y para los colonos de la provincia de Valdivia, que de un modo tan horrible habían perdido al más fiel de los amigos en su „don Bernardo“, como cariñosamente lo nombraban.

    Con el paso de los años se mantuvo en auge la emigración de Alemania a Chile. A los buques ya mencionados del año 1850 siguieron en el año próximo los veleros „Alfred“, „St. Pauli“, „Elise“, „Victoria“, etc. A principios de 1851 no sólo en Valdivia se habían establecido ya numerosos inmigrantes sino también en Osorno se habían radicado 105 personas. Representaban los siguientes oficios: 13 agricultores, 3 carpinteros, 1 tonelero, 1 molinero, 2 sastres y 1 profesor, en total 90 personas, de los cuales 15 eran solteros adultos y 51 niños. Entre los solteros había 2 destiladores de aguardiente, 2 pastores de ganado, 9 artesanos, 1 pintor de retratos y 1 comerciante.

    Cuando pocos años más tarde (1854) se fundó la Escuela Alemana de Osorno, este pueblo ya contaba con algunos centenares de habitantes alemanes. En aquel mismo tiempo había en Valdivia, como base de futuras industrias, 17 carpinteros, 2 toneleros, 5 herreros y armeros, 1 sastre, 1 talabartero, 2 zapateros, 2 albañiles, 4 panaderos y 9 curtidores.

    Como habían venido muchos emigrantes para cuyos oficios aun no existía campo de actividad, éstos se dirigieron a las ciudades del norte. Fueron en total 55 las personas que en los años 1850 y 1851 dejaron a Valdivia y a Osorno; entre ellos había comerciantes, agrimensores, 1 médico, 1 militar, 1 marino, etc.

    En 1851 llegaron a Valdivia 245 personas; en 1852 fueron 581, gracias a la actividad de Philippi; en 1853 arribaron 243; en 1854 el número de inmigrados bajó a 139, número que quedó casi igual en 1855 (164). Cuando en este año Pérez Rosales se dirigió a Alemania en comisión del Gobierno para hacer propaganda por la colonización chilena, el número de inmigrantes en el año 1856, subió a 763. En el año siguiente (1857) el movimiento de inmigración fue de 404 personas.

    Fuera de las 55 familias con 212 personas llegadas a la provincia de Llanquihue en 1852, en 1853 desembarcaron otras 12 familias con 51 personas, en 1854 ocho familias con 35 personas, y en 1855 doce familias con 52 personas. La suerte de estos inmigrantes no fue, sin embargo, mejor que la de los que primero habían llegado. El motivo fueron las malas cosechas, las que duraron los siguientes dos años.

    En 1855 comenzó la colonización de la zona comprendida entre las bahías de Frutillar y Quebrada Honda, por las familias Kaschel, Kuschel, Neumann (familias católicas provenientes de Silesia), el bohemio alemán Niklitschek, entre otros. En el año siguiente llegaron dos buques directamente a Puerto Montt. Traían una cantidad de familias procedentes de Sajonia, Silesia y Hessen; otro buque, con inmigrantes de la Prusia Oriental, fondeo en Puerto Montt en el año 1857. Estos inmigrantes empezaron la colonización de la ribera oeste del lago Llanquihue hasta Quilanto y de la parte de la ribera noreste, conocida con el nombre de „Am Volcán” (al pié del volcán).

    En las pampas cubiertas con frutillas, Frutillar, se establecieron las familias Richter, Winkler, Nannig, Haase, Kloss, Galle y Wittwer. En l sector de los Bajos, construyeron su hogar principalmente familias protestantes provenientes del Tirol (Zillertal), como los Brugger, Fleidl, Klocker, Hechenleitner, entre otros.

Expulsión de los protestantes del Zillertal en el año 1837

Lápida de la emigrante Terese Hechenleitner de Klocker, proveniente del Zillertal (FC4)

    Fueron a aumentar el número de los colonos en La Fábrica, las familias Sunkel, Minte y otros. La familia Gädicke, conocida entre los lectores de los diarios alemanes de Chile por el periodista de carácter firme y tenaz, Federico Gädicke, eligió como morada a Quilanto („lugar cubierto de quilas" en mapuche). La colonia „Am Volcán“ fue fundada por las familias Püschel, Konrad, Gerlach, Mardorf, Appel, Willer, Trautmann, Raddatz y Pröschle.

    Hasta esa época habían llegado casi exclusivamente protestantes. La concordia y el socorro mutuo reinaban como buenos espíritus en aquellos tiempos calamitosos. En 1860 llegaron aún algunas familias más de Silesia y de la Prusia Oriental, y junto con ellos desembarcaron también los inmigrantes católicos procedentes de Westfalia, que significaron el comienzo de la perturbación de la armonía que hasta entonces siempre había reinado entre los colonos, que en lucha pacífica trataban de conseguir su bienestar. En los años de 1858 a 1860, llegaron 23 familias con 113 miembros como colonos para Llanquihue.

 

Mapa de la Provincia de Valdivia y Colonia Llanquihue - 1860 - Rudolph Philippi B7

 

Mapa de la Provincia de Llanquihue - 1880 - Carl Martin B8

    En el año 1860, la colonización de las provincias de Valdivia y Llanquihue había alcanzado su mayor auge. El número de inmigrantes llegaba a 3167 personas, de las cuales, 1571 personas eran colonos de Llanquihue. De éstos, en el año 1861 ya 126 familias con 638 miembros, habían adquirido la ciudadanía chilena. Como después de esta fecha sólo llegara un reducido número de inmigrantes, la colonización de las dos provincias australes puede considerarse terminada en el año 1860, y con ella el primer período de la colonización de Chile.

    Bordeando el lago Llanquihue y comunicadas con Osorno y Puerto Montt, se habían dispuesto todas las colonias. Desde 1854 residió en Puerto Montt, el médico, filántropo y explorador don Franz Fonck, tan meritorio por su benéfica actividad en pro del desarrollo de las colonias.

  Wilhelm Döll

Aquinas Ried

Franz Fonck

    El paisaje de los bosques vírgenes había sido reemplazado por verdes y productivos campos. Los pueblos estaban comunicados entre sí por medio de caminos más o menos transitables y en las llanuras pastaban ganados que ofrecían espléndidas expectativas.

    Los nuevos cultivos de árboles frutales prometían las primeras abundantes cosechas. Desde los graneros, construidos al lado de las casas ahora más adornadas y más cómodas, el rítmico sonido del afilar de las guadañas y los acompasados golpes de los trillos siempre en movimiento, interrumpían el silencio de los días de otoño. Oíanse las primeras francas carcajadas de las mujeres que comenzaban otra vez a gozar de su vida, las ruidosas alegrías de los niños y las tiernas canciones de la patria y de lejanos países, los anhelos y goces del amor. El hermoso espectáculo del paisaje cuyo fondo lo formaba la montaña bañada por los últimos rayos del sol poniente, sus nevados volcanes que encierran fuerzas desconocidas, la oscura sombra de las quebradas y la selva que aun cubría grandes trechos de las faldas de los cerros.

    En este campo de colonización sólo quedaba uno que otro espacio que ocupar, ya sea porque no hubiera sido entregado a los colonos o porque habiéndolo sido, estos lo abandonaron para radicarse en lugares más ventajosos. La ocupación de estos terrenos libres la realizaron los inmigrantes llegados posteriormente.

    A pesar de las grandes inversiones realizadas por el Gobierno de Chile en el desarrollo de la colonia de Llanquihue y de haber modificado en 1858 la Ley de Colonización (mejorando la situación de los inmigrantes y el desarrollo interno de las colonias), la inmigración comenzó lentamente a cesar.

    La corriente de inmigración alemana a Chile se cortó casi por completo hacia 1870; pero no fue, ciertamente, porque el Gobierno de Chile así lo deseara. El motivo fue más bien una poderosa propaganda en contra que hacían personas que desde un principio se manifestaron poco aptas para la colonización, ya por su carácter, ya por ser demasiado débiles para los duros trabajos en una colonia que en un principio se encontró en condiciones desfavorables. En aquel tiempo se publicaron en Alemania noticias sobre la colonización del sur de Chile, tan en extremo desfavorables y tan poco de acuerdo con la verdad de las cosas, que los inmigrantes residentes en Chile se creyeron obligados a rectificarlas, dando a conocer la situación exacta en que ellos se encontraban. Muy bien conocían las grandes dificultades de aquellos tiempos estos hombres que habían visto partir a muchos de sus compañeros después de una lucha estéril; pero fueron ellos también los que mejor pudieron juzgar las condiciones naturales del sur de Chile como campo de colonización, ya que ellos habían obtenido buen éxito a pesar de haber tropezado con obstáculos en extremo desventajosos y difíciles de vencer.

    Influyó también considerablemente en la interrupción de la corriente de emigración alemana en aquel tiempo, el decreto del Ministro prusiano von der Heydt, de fecha 3 de noviembre de 1859, que prohibió la emigración al Brasil, cuyos efectos se extendieron también a la emigración a Chile.

   La inmigración a Llanquihue desde 1860 hasta 1862 fue casi nula. En 1861 se radicó ahí una sola familia con 11 miembros y en 1862 siete familias con 32 individuos. En 1863 y 1864 llegaron 30 familias con 157 personas, todas procedentes de Westfalia. Estos fundaron la Línea Antigua y la Línea Nueva como se llamaron sus colonias por estar a continuaciones de las ya existentes.

    Sólo en 1873 volvieron a llegar inmigrantes y fueron estos los alemanes católicos de Böhmen (Bohemia, actualmente República Checa). Se les colocó en los terrenos de Quilanto hasta Puerto Octay. Los compatriotas de éstos, que llegaron en el año siguiente, se radicaron en la Línea Pantanosa.

    En 1875 llegó otro grupo que fundó la colonia de Nueva Braunau (llamada así por su pueblo natal Braunau, actualmente Broumov en la región de Bohemia). Las demás colonias, La Ensenada, Los Riscos, Río Pescado, Quebrada Honda, Playa Maqui, Rio Blanco, Santa María, Río Frío, Colegual, situada al Oeste de Nueva Braunau, Carril y Nochaco, al norte de Puerto Octay, Tenglo (isla cerca de Puerto Montt) y Chamiza, fueron fundadas por colonos que se habían mudado de hogar o por hijos de inmigrantes, como con ellos se ocupó todo el territorio aprovechable terminó la colonización de la provincia de Llanquihue, obra ejemplar de la perseverancia, destreza y labor incansable de los colonos.

B1 Hörll, Alberto. Los Alemanes en Chile, Imprenta Universitaria, Santiago, 1910.

B2 Pöppig, Eduard. Im Schatten der Cordillera, Strecker und Schröder, Stuttgart, 1927.

B3 Kunz, Hugo. Chile und die Deutschen Colonien, Julius Klinkhardt, Leipzig, 1890.

B4 Held, Emil, et ál. 100 Jahre deutsche Siedlung in der Provinz Llanquihue, Condor, Santiago, 1952.

B5 Guarda, Gabriel. Cartografía de la Colonización Alemana, Ediciones Universidad Católica de Chile, Santiago, 1982.

B6 Gay, Claude. Atlas de Chile, tomo I, E. Thunot, Paris, 1854.

B7 Petermanns Geographische Mitteilungen, Justus Perthes, Gotha, 1860.

B8 Petermanns Geographische Mitteilungen, Justus Perthes, Gotha, 1880.