Radaghost nació en Rhosgobel, en los lindes del Bosque Negro, al sur de la Carroca y algunas millas al oeste del Río Grande, el Anduin. Hijo de Radagoff, leñador y hombre del norte, y Arien, maga de raza élfica. Desde niño Radaghost sintió un gran apego hacia su madre, mostrándose interesado siempre por las artes que ella practicaba pero que aún no le revelaba. Con ella aprendía la verdadera esencia de todas las cosas. Por el contrario, pocas cosas podía compartir con su padre, que ya era un hombre avanzado en edad y que con el tiempo había perdido la vista hasta volverse prácticamente ciego. Lo poco que recordaba de él eran los viajes que hacían juntos al interior del bosque en busca de madera.
A los nueve años de edad, sus padres se vieron obligados a exiliar a su hijo del Bosque, ya que éste se había vuelto peligroso para las gentes que lo habitaban. Bosque Verde era en un pasado lejano. Bosque Negro lo llamaban ahora, y las sombras crecían en él y hordas de orcos lo transitaban desde las Montañas Nubladas hasta las Colinas de Hierro. La torre de Dol Guldur, se alzaba negra en su interior y se decía que allí moraba un Nicromante, concentrando un poder oscuro y terrible. Pero poco de esto llegó a los oídos del niño Radaghost, que fue enviado a Lórien, donde fue criado por los tíos de Arien, su madre. Allí fue instruido en las artes y la historia de su pueblo, y desarrolló una profunda devoción por Arda, “Elbereth”, la Vala de las estrellas. Así pasó el resto de su infancia y su adolescencia, ajeno a los asuntos del mundo exterior. También conoció los corazones de los elfos, y eligió la vida inmortal y permanecer para siempre con ellos.
Los años pasaron y creció en cuerpo y mente hasta llegar a la vida adulta. Pero algo inquietaba su corazón. Un indominable deseo de ver a su madre de nuevo se despertó en él y sus días eran intranquilos. Hasta que al fin, una mañana Radaghost escapó de Lórien en silencio, ya que no le estaba permitido salir sin permiso del Señor. Tras viajar sólo durante días, llegó a su país natal y con sorpresa vio que mucho había cambiado y nada era como él recordaba. Al llegar a su casa, vio el cadáver de su madre y una furia interna explotó en él. Su padre, Radagoff no lo reconoció, y apenas balbuceó unas palabras, contándole que un grupo de orcos habían atacado el lugar llevándose lo poco que tenían y dando muerte a su esposa. El joven medio elfo no soportó la pérdida y comenzó a explorar su antiguo hogar, envuelto en lágrimas, en busca de pistas y con una ira incontenible. Ningún rastro encontró allí de los orcos, pero sí descubrió una cámara secreta. Entró y allí, cientos de libros, viejos pergaminos, pociones y runas mágicas, iluminados por antiguos candelabros. El legado de Arien, la maga-hechicera, su madre. En ese momento, Radaghost comprendió su destino: convertirse en el mago más poderoso de la Tierra Media, y así traer orden al mundo.
Durante muchos años, estudió y analizó esos antiguos pergaminos. Leía noche y día sin descansar. Pero todo esto no lo ayudaba a acrecentar su poder. Entonces, decidido por explorar el mundo que aún ignoraba, hizo largos viajes, y se topó con hombres y criaturas nuevas. Así conoció a Darfel, el montaraz, con quién emprendió una extraña aventura hacia el este, en tierras lejanas. Pero al regresar, ya no era el mismo. Su poder se había acrecentado, y se había vuelto más fuerte pero a la vez, más alegre y jovial. Y no volvió solo. Y ya nunca más caminaría con prisa, pues montaba un caballo como nunca él había visto, Ar Pharazón, “Tormenta del desierto” y una gran amistad nació entre ellos, y se volvieron inseparables.
Y sus ropas también cambiaron, Radaghost “el Rojo” le decían ahora y una túnica sangre lo envolvía. Y decían que ahora dominaba la luz y el fuego y que era en verdad un mago con poderes extraños. Y así comenzó su peregrinaje a lo largo y ancho de la Tierra Media, en busca de conocimiento y poder. Poder para vengar la muerte de su madre. Poder para separar lo bueno de lo malo. Poder para traer orden el mundo, un nuevo orden a este mundo torcido.
Años más tarde, Radaghost emprendió junto a su compañero Derfel otro largo viaje a tierras desconocidas. Se encaminaron al sur, y desembarcaron en una isla distante, más allá de la bahía de Belfalas. Allí conocieron a un viejo mago, muy misterioso, que se hacía llamar “el historiador” y vivía en una gran torre de hechicería. Les encomendó una misión, buscar ingredientes para una poción mágica, en tierras peligrosas. Ambos partieron, junto a Yoguin, un enano amigo de la infancia de Radaghost y Yaya un joven hobbit, muy feo por cierto, pero alegre y de buen corazón. Sortearon varios peligros hasta conseguir todos los ingredientes, pero finalmente se toparon con algo inesperado. Una gran batalla, entre señores elfos y capitanes uruk-hai. Parecía una escena extraída de los cuentos de los tiempos antiguos, de historias lejanas olvidadas por el tiempo. Sin embargo, eran reales, y las espadas y las lanzas chasqueaban, y mataban. Derfel cayó en batalla, muerto por un señor oscuro, el Señor de la Guerra. Radaghost jamás volvió a ver a su amigo. Pero sobrevivió al desastre. Yaya, el hobbit y el medioelfo trataron de ayudar a los señores elfos y ver si alguno seguía con vida. Todos murieron, pero encontraron algo, un secreto oculto, un artefacto guardado por milenios. Un criptex. Lograron descifrarlo y en él, un mapa y una llave. Una leyenda al dorso. Aparentemente el mapa mostraba la ubicación de Ost-in-Edhil, antigua capital de Eregion y el principal reino de los Noldoren durante la Segunda Edad. Reunieron la información que pudieron, consultaron Bibliotecas y escucharon a los sabios, pero poco más pudieron averiguar. Movilizados por el misterio y por una fuerza interior, el mago y el hobbit se juraron no revelar a nadie lo que habían encontrado y decidieron marchar hacia la antigua ciudad de piedra en busca de respuestas, en busca de un secreto, en busca de algo que hasta ellos mismos ignoraban.