Rafael Góchez Sosa

Biografía

Niñez y juventud

Rafael Góchez Sosa nace en la ciudad de Santa Tecla, República de El Salvador, el 23 de diciembre de 1927.

Único hijo de su madre sola, Delfina Góchez Henríquez, Rafael pasa su infancia y adolescencia en las condiciones duras del salvadoreño promedio, es decir, pobreza económica relativa, debiendo ayudar a su madre -sostén de la casa- en un puesto de ventas en el mercado municipal. Al respecto, en un manuscrito confesional dice: "me alegro cada vez que quitan un portal, porque en ellos dormía cubierto con papel de diario mientras mi madre estaba hospitalizada por siete meses". Asimismo, el pequeño Rafael no tiene opción ante el estigma latinoamericano causante de la temprana adquisición de vicios, principalmente los juegos de azar, y la enfermedad del alcoholismo.

No obstante, tanto él como su madre comprenden la importancia de la educación en cuanto forma de crecimiento personal. Esto, unido al talento innato que desde temprano fue manifiesto en él, le permite completar la instrucción primaria en una escuela pública de la localidad; recibir becas para sus estudios de Contador, título que obtiene en 1946; aprobar con altas calificaciones el examen teórico-práctico del Ministerio de Educación para desempeñarse como profesor de Educación Media y continuar su formación autodidacta en el campo de la estética, testimonio de lo cual será su biblioteca literaria personal, notable a la fecha de su deceso.

Adultez joven

Hacia fines de la década del cuarenta, adulto joven y recién titulado, Rafael viaja a Honduras con la intención de enrolarse en las compañías bananeras. De esta época sólo se conocen vagas pláticas familiares y anécdotas difusas. Su estancia en la costa atlántica habría sido en condiciones de marginalidad, seguida por el descubrimiento de sus habilidades numéricas por parte de quienes le rodeaban, la obtención de un empleo y un posterior despido. No está del todo claro el porqué se va, cuánto tiempo permanece allá, a qué se dedica exactamente y por qué regresa; sin embargo ya puede rastrearse la creciente paradoja de vicios y virtudes que lo acompañará hasta finalizar su vida.

De nuevo en El Salvador, dedicado alternativamente a la docencia y al periodismo informal, en 1957 conoce a Gloria Marina Fernández, con quien contrae matrimonio y con quien procreará cuatro hijos: Delfy, Evelyn, Gloria Sylvia y Rafael Francisco. En 1958, como parte de la sociedad Educadores Tecleños, funda el Liceo Tecleño, institución educativa de la cual acabará siendo Director y propietario hasta su extinción, un año antes de su muerte.

Inicios literarios

Obviando publicaciones sueltas en páginas literarias de periódicos, el surgimiento poético de Rafael data de 1960, como editor-gerente de la antología "Poetas jóvenes de El Salvador", donde aparecen cinco poemas suyos. Para ese tiempo, ha obtenido algunos galardones en certámenes literarios del país y tiene contactos con otros poetas jóvenes, especialmente los de la autonombrada "Generación Comprometida", nexos que se acentuarían en años posteriores.

"Luna nueva" es su primer libro, publicado en 1962 gracias al aporte de Walter A. Soundy, uno de los últimos filántropos de que se tiene memoria. Con un par de sugerentes caricaturas del célebre Nando y etiquetado conflictivamente como "poemas de amor", Rafael se ve precisado a defender su creación de las presiones literarias: "trato de cantar el amor a mi manera. Es posible que, dadas las circunstancias antagónicas del momento, no sea oportuna la publicación de este trabajo", escribe en la presentación del volumen. En efecto, ese año presenta un difícil contexto sociopolítico, a nivel nacional y mundial. La moda literaria de aquel entonces quiere verter las vocaciones hacia la poesía social, de denuncia, impregnada de las circunstancias concretas de su tiempo. Se pretende una especie de "poesía objetiva" que recoja los planteamientos ideológicos de los sectores ligados a la naciente izquierda revolucionaria. Oswaldo Escobar Velado -y, con él, la nueva intelectualidad artística- viene llamando desde hace rato "canarios tísicos" y "poetas del alpiste" a los escritores cuya inspiración no parte de la injusticia estructural del país. Difícilmente un escritor novel puede sustraerse de esta corriente. En ese sentido, Rafael Góchez Sosa no es la excepción, como lo demuestra su trabajo posterior; sin embargo él, como muy pocos de sus contemporáneos, sabe consolidar un estilo propio que no por tener perspectiva social deja de ser poesía. Ese mismo año, Rafael logra un accésit en los Juegos Florales de Quezaltenango, Guatemala, que durante la década se constituyeron en el máximo parámetro para los escritores centroamericanos.

Dos años después, en 1964, publica el libro premiado: "Poemas circulares", editado, como el anterior, por Editorial Nosotros. Se trata de un libro en donde se define con mayor claridad su estilo y su dominio del verso libre. "Góchez Sosa se supera porque además de voluntad y valentía para decirnos su mensaje, trata de sacudirse cuanta influencia todavía contagia su palabra y porque, yendo tras ella, con ella afianza su voz, revelando sinceridad para lanzar su grito y enrostrarlo a quienes tiemblan ante la desnudez de la palabra", dice acertadamente la nota de presentación.

Clímax poético

Para 1966, el prestigio poético local de Rafael ya está consolidado. Producto de ello, la revista "La Universidad" edita un anexo con sus poemas, como lo hiciera con otras importantes figuras de aquel entonces. Aquí su evolución poética se aproxima al cenit y su obra merece los elogios de los escritores más importantes del país.

1967 es sin duda un año muy interesante y quizá clave en su vida. En abril y desde Guatemala, Roque Dalton lo califica como "de los buenos trabajadores, actitud antes considerada extraña en los poetas. La calidad de su obra ha experimentado, merced a su esfuerzo, una rápida elevación". El comentario llama la atención porque en esa entrevista son escasos los comentarios favorables de Roque acerca de la obra de los poetas contemporáneos, o bien, éstos van adheridos a fuertes críticas, que no es el caso. En mayo nace su último hijo, el único varón, hecho que -como se desprende de la milenaria tradición misógina de estos pueblos- constituye una satisfacción casi existencial, con todo y lo radicalmente injusto que es. Precisamente en esos días, el poeta bohemio pierde -merced al juego y, según su versión, "a las malas"- una fuerte cantidad de dinero, ahorrado durante cinco años.

No obstante, en septiembre gana el primer lugar en los Juegos Florales de Quezaltenango, con el poemario "Desde la sombra", originalmente titulado "Blancos espejos en la noche gris", que Editorial Universitaria publica dos años después.

En octubre, el Ministerio de Educación edita "Voces del silencio", accésit del Certamen de Ciencias, Letras y Bellas Artes "15 de septiembre", de la ciudad de Guatemala, dos años antes.

El mismo mes, el Concejo Municipal de Nueva San Salvador y su alcalde Francisco Rossell Menéndez emite un insólito acuerdo: financiar la publicación de "Cancionero de colina y viento", colección de sonetos dedicados a su ciudad natal, con una nota introductoria de Claudia Lars, quien celebra "estos nuevos cantos, cubiertos con vestiduras formales pero tejidos con habilidad".

"Los regresos" representa la exigencia de trascender el ámbito centroamericano. Con este libro, que se publica siete años después por el Ministerio de Educación, Rafael gana en 1970 y por segunda vez los Juegos Florales de Quezaltenango. Como dice la contraportada, "en este poemario, Rafael Góchez Sosa realiza una especie de introspección. Sus versos nos transportan a los recuerdos de la infancia y adolescencia, hasta el despertar del poeta maduro consciente de su compromiso dentro de un mundo que se extiende más allá de los juegos de la niñez y de los sueños de muchacho iniciado en el amor".

"Poemas para leer sin música" es el libro con mayor densidad en cuanto aciertos, hallazgos y aportes literarios de Rafael Góchez Sosa. En cierto sentido, representa la culminación de su proceso intelectual; sin embargo, aparecen pocos pero significativos síntomas de agotamiento, producto combinado del resentimiento cerebral que la bebida estaba produciendo, por una parte, y de la creciente radicalización de las circunstancias sociopolíticas del país. La poesía y los poetas se ven cada vez más acosados, en primer lugar, por los paranoicos detentadores del poder, ante quienes socarronamente el poeta dice que miran comunistas "hasta en las amibas" que los carcomen; en segundo lugar, por los intelectuales marxistas quienes exigen acciones y no palabras, dirigismo y no libertad creativa, objetividad y no subjetividad. Esta cúspide coincide con el inicio del lento, imperceptible pero irremediable declive del Liceo Tecleño, seriamente minado por los cambios en los programas educativos de la reforma de aquel tiempo.

"Poemas para leer sin música" recibe mención honorífica en el Concurso Latinoamericano de Poesía (Caracas, Venezuela, 1969). Poeta y libro son bien recibidos por Efraín Huerta en México, donde se hace la primera edición en 1971, al cuidado de Telma Nava. Rafael aún alcanza un premio literario en la II Bienal Latinoamericana de Poesía (Panamá, 1972), pero su proceso creativo ya está en crisis.

"Los días y las huellas", libro póstumo, recoge una década y media de poesía y, en muchos casos, anti-poesía, opacada por el desaliento no ya ante la vida y el mundo, sino ante el mismo oficio de poeta.

Crisis y decadencia

1975 trae signos funestos para la nación. En mayo Roque Dalton, máxima figura literaria de El Salvador, es asesinado por sus mismos camaradas. En junio de ese año, una manifestación estudiantil es disuelta a balazos por el ejército y los "cuerpos de seguridad" del Estado, inaugurando un amargo período de sangre en las calles. La represión brutal, directa y desvergonzada se va haciendo cotidiana. Por su parte, los grupos guerrilleros que pretenden abanderar una revolución no terminan de ponerse de acuerdo en cuanto a sus múltiples marcos teóricos.

En 1976 Rafael Góchez Sosa produce el poema "Escrito sobre el silencio" y lo hace llegar a Leonel Menéndez Quiroa, importante intelectual de izquierda, en espera de sus comentarios. Leonel responde con trece páginas a renglón seguido en las cuales, tras minucioso análisis, esclarece la excelente elaboración técnica del poema desde el punto de vista morfológico y detecta el tema: "el pasar del tiempo como preocupación, como experiencia, como un cansancio vital". Sin embargo, el destacado intelectual reprocha el "pesimismo nada aconsejable y nada positivo" allí plasmado, en tanto refleja "una actitud decadentista e individualista; un predominio de la interiorización pesimista del poeta (...) Y no es que esto sea malo, no: es producto poético típico de una clase decadente y de un período decadente, entiéndase un período por fenecer, una clase caduca, a la cual pertenecemos todos nosotros los que escribimos y leemos estas palabras; cuyos temas y contenidos no ofrecen nuevos horizontes", esto último en clara referencia a la utopía revolucionaria. Luego añade, a modo de consejo: "Hay que romper los grilletes a nuestra poesía, desvelar las justificaciones ideologizadas de nuestros eruditos. ¿Qué más puede ser las argumentaciones de la 'libertad creativa', el 'no dirigismo', 'la a-creatividad de la poesía no-invidivualista'?".

Como es evidente, estos razonamientos constituyen el discurso una y mil veces repetido por los teóricos del "realismo socialista", quienes pretendieron dar la receta de la literatura y a quienes el tiempo, los escritores y las experiencias concretas se han encargado de superar ampliamente, aun cuando algunos de sus propugnadores no hayan podido enterase. Ya ni siquiera se admite una actitud sensible ante el dolor circundante, sino que es "necesario" hacer de la literatura artística una pancarta o un panfleto, formas que no por tener su lugar en los procesos políticos han de ser poesía. En aquel contexto, tales reflexiones resultan castrantes para el trabajo poético de Rafael y de muchos otros que responden a lo único que puede responder cualquier literatura auténtica: a su libre opción creativa, formal y conceptualmente hablando.

Muy presionado por aquel tipo de dogmas, Rafael -quien nunca militó en organización ni partido político alguno- acepta participar como invitado en un acto de campaña de la oposición, con vistas a las elecciones presidenciales de 1977. En aquella ocasión, lee en la Plaza Libertad el texto titulado "Nos damos en la madre", atendiendo las direcciones antes mencionadas. Medir la "efectividad" del texto a partir de la eufórica respuesta del público es improcedente: cualquier cosa gritada en aquellos micrófonos provocaría exacerbación de ánimos. A nivel literario, el producto es deleznable, sólo interesadamente alabado por los propagandistas. Las elecciones terminan en un clamoroso fraude, la oposición en el exilio y los simpatizantes masacrados.

En 1978, fruto de varios años de trabajo y con el aporte de la Biblioteca "Dr. Manuel Gallardo", Rafael publica el trabajo antológico "Cien años de poesía en El Salvador", investigación realizada junto con Tirso Canales, escritor, amigo personal y miembro del Taller Literario Salvadoreño "Francisco Díaz", grupo que se mantuvo activo durante la década.

El signo trágico

1979 es un año trágico en la vida del país y del poeta. El 22 de mayo, su hija Delfy es asesinada por los "cuerpos de seguridad" del Estado, quienes disolvieron brutalmente una marcha estudiantil que procuraba llevar agua y alimentos a quienes, para denunciar la represión, habían tomado las instalaciones de la Embajada de Venezuela. En un manuscrito titulado "Relación sobre los actos intimidatorios de que ha sido víctima el poeta y profesor Rafael Góchez Sosa, en unión de su familia", el escritor testimonia esta parte de su historia: "El miércoles 23 (...) se me avisó que en la morgue del Cementerio General de la ciudad de San Salvador había dos señoritas sin identificar y el cadáver de una de ellas se parecía a mi hija Delfy. Así, me encaminé al referido cementerio habiéndola identificado a eso de las once de la mañana, cuando tenía ya señales de descomposición, puesto que tenía diecisiete horas de haber fallecido".

El poeta continúa relatando: "A las once de la noche [durante la velación] (...) sentí un llamado irresistible de escribir poesía. De esa necesidad salió un poema titulado Amigos: mi hija no está muerta (...). Algunas personas, entre ellas varios escritores que me acompañaban y se dieron cuenta de que escribía, me pidieron se los mostrara; después de leerlo me pidieron también les diera una copia para llevarla como recuerdo de un momento de creación lleno de ternura, desolación y esperanza".

A partir de entonces, se desencadena la persecución contra Rafael y su familia: "El poema [escrito en honor a Delfy] (...) fue leído por los parlantes de las dos universidades [UCA y Universidad Nacional] varias veces, siendo asimismo reproducido a mimeógrafo en colegios de varias partes de la república. (...) Al día siguiente se recibió una llamada (...) en la cual se me amenazaba. (...) Se recibió un anónimo en el cual se hacía alusión a mis [otras] dos hijas. (...) Siguieron otras llamadas (...). Recibí otra nota en la cual se me decía que mis días ya estaban contados y que dejara de andar escribiendo 'babosadas'. Terminaba la nota: 'Si quiere seguir viviendo, cállese, y dedíquese a otras cosas. Ande con cuidado que lo estamos vigilando...'".

Las cosas no quedan en llamadas y cartas anónimas: "El jueves 14 de junio, el frente del Liceo Tecleño (...) amaneció con dos rótulos (comúnmente llamados pintas) en los cuales se leía: Aquí trabajan unos subversivos, pintada una mano blanca y las siglas en grande" de uno de los siniestros "escuadrones de la muerte" de la época. "Naturalmente, como ya varios profesores y en diversos lugares de la república habían sido asesinados por dicho grupo extremista, quienes trabajaban en mi colegio dejaron de asistir y algunos alumnos optaron por retirarse". Este hecho acelera la crisis de la institución, de la cual no se recuperaría.

Las embestidas de los enemigos del pensamiento cobran mayor fuerza la noche-madrugada del 30 de junio: "[A medianoche] se sintió que un vehículo paró frente a la casa de habitación de la familia (...) y sentimos cuando el zaguán de hierro era perforado por balas que al penetrar dentro de la casa rompía objetos que dichos proyectiles encontraban a su paso. Comprendimos entonces que el ataque era contra nosotros". Cinco rondas de ametrallamiento hacen los sicarios pero, extrañamente, nunca intentan entrar a la casa. Una dato curioso es que, dada la ubicación frontal de la cochera, las balas debían impactar contra el automóvil de la familia allí guardado, con la consiguiente ruptura del tanque de gasolina y la probable incineración de la casa, de material muy combustible. Mas, por azar o providencia, el mencionado automóvil se había descompuesto un par de días antes y se encontraba en el taller de reparaciones. El esperado incendio nunca se produce y acaso este hecho explique las cinco visitas de los impacientes tiradores.

Después del atentado, una parte de la familia sale hacia Guatemala. Al poeta, que se queda en el país, se le ofrece la posibilidad del exilio, alternativa que rechaza. La familia completa está de vuelta a los pocos días y permanece unida.

A resultas del golpe de Estado de octubre de ese año, cesan los acosos oficiales. Sin embargo, Rafael ve cómo en los meses siguientes el país convulsiona hasta entrar a la guerra, máxima expresión de la crisis. En tales condiciones, no parece haber ni una rendija para la poesía.

El fin

Entrada la década de los ochenta, las crisis alcohólicas de Rafael arrecian progresivamente. En septiembre de 1983 muere su madre anciana, quien siempre permaneció a su lado. Ese mismo año recibe su último galardón literario: una mención de honor en el Concurso Latinoamericano de Poesía "Rubén Darío", en Nicaragua. Por la situación de ambos países, el poeta no considera prudente acudir al acto de premiación.

En 1984 viaja a Costa Rica, con motivo del Segundo Simposio Internacional de Literatura, acompañado de miembros del Taller Literario "Francisco Díaz". Se reencuentra con viejos amigos exiliados -como Tirso Canales, Manlio Argueta y Claribel Alegría- y conoce a importantes intelectuales; sin embargo, el ambiente cultural allá palpado no deja de producir algún desencanto: las reuniones no pasan de discusiones bizantinas sobre la literatura femenina, la llamada "literatura de compromiso" es casi una persona non grata y los días se diluyen entre la superficialidad de un ambiente falso.

En 1985 la familia se ve forzada a cerrar el Liceo Tecleño, hecho que representa la quiebra de su empresa vital. Por esas fechas, aparecen los últimos números de La Noticia, pequeño periódico local fundado por Rafael a mediados de la década del sesenta y reeditado a partir de septiembre de 1976, como una forma de paliar los crecientes problemas económicos. Ese mismo año es invitado al Congreso de la Juventud en La Habana, Cuba, pero las condiciones del país tampoco permiten su asistencia.

Muerta su madre y su hija mayor, formados sus demás hijos y fenecidas sus empresas, el poeta cae de lleno en sus mayores depresiones. Muere en su casa de habitación el 16 de diciembre de 1986, una semana antes de cumplir cincuenta y nueve años.

* Publicado en Revista "Cultura" N° 82, San Salvador, 1998.

Homenajes y reconocimientos póstumos

En 1997, la Dirección de Publicaciones e Impresos del Consejo Nacional para la Cultura y el Arte (CONCULTURA), publicó la antología poética de Rafael Góchez Sosa, titulada "Esta mueca circular y sola"

En 2000, el Concejo Municipal de Nueva San Salvador tomó el acuerdo de nominar al primer Anfiteatro Municipal de la ciudad como “Rafael Góchez Sosa”. El acto de inauguración se llevó a cabo el 11 de agosto, con la presencia de familiares y amigos.

El 19 de Agosto de 2004, la Asamblea Legislativa de la República de El Salvador le otorgó el título póstumo de "Ciudadano distinguido de Santa Tecla", en sesión solemne realizada en su ciudad natal, con motivo del 150 aniversario de su fundación.

El 23 de Diciembre de 2004, la Alcaldía Municipal le confirió la distinción póstuma de "Hijo Meritísimo de Santa Tecla", en acto realizado en el Parque "Daniel Hernández", en el marco de las festividades patronales de la localidad.