Rafael Góchez Sosa
Rafael Góchez Sosa
Por Rafael Góchez Sosa
¿Dónde?
¡Aquí!
Oíd, hermanos,
oíd el grito mío prolongándose
hasta el último número
del viento.
Nada me queda,
quizá sólo esta mueca circular y sola.
Moriré. (¿Moriré?)
Y allá en la sombra sin orillas
os estaré esperando
bajo un verbo de luz, enarbolado.
(De "Poemas circulares", 1964)
Por Rafael Góchez Sosa
Ahí está la palabra.
Recogedla.
Haced con ella
el agua poderosa, establecida
desde el rocío anunciador
de la esperanza, hasta el brazo de los mares
o del llanto.
La palabra era. Ha sido siempre.
Estuvo con el hombre
primitivo
y está en el primitivo anhelo de entendernos.
Está en las vértebras del frío, derrotada,
pero está.
Vedla en el silencio
volcánico del pueblo. Miradla
historiando el barro
en el muslo de nuestra
raza y viento.
La palabra vive, conduce.
Prologa las edades.
Se toca en la herida del desvelo
lo mismo que en la luna
jubilosa de los sueños.
Se intuye la raíz de su distancia
en el puerto
de la sangre.
En todo.
Aquí.
En el ángulo inexacto de los cementerios;
en el sexo tropical
del vientre
púber;
en suelos agotados, sin emblemas;
en simientes de paz, guerra o cansancio;
en la pátina cruel
de los olvidos; en las islas
del loco; en el pecado;
en la sed; en las uñas del miedo;
en los escapularios del invierno,
en esto, en aquello, en todo: ¡la palabra!
¡Recogedla, señores de la siesta,
y haced con ella las sandalias
para llegar al fuego!
(De "Poemas circulares", 1964)
"De la palabra al fuego"
Declama: Eloísa Guevara, de Balada Poética.
Por Rafael Góchez Sosa
No. No quiero abrir
esta carta.
¿Para qué si estoy cansado
de siempre recibir
el mismo
hueco?
Mensajes de cumpleaños. Noticias
del amigo que ascendieron
de empleo. Cobros.
Catálogos. Necrológicas.
¡Para qué?
Sin embargo la abriré. Pueda
ser
que esta vez
venga un poema.
(De Revista "La Universidad", 1966)
Por Rafael Góchez Sosa
He vuelto. Estoy aquí.
Respiro por la herida de esta noche,
por los huecos ladridos de mil perros, por la luna
vacía de los huérfanos,
por lo que está presente y sin embargo lejos.
He regresado. Vengo
a decir flores de olvido, la voz
desamparada en los ciclos del hambre,
el corazón
del agua para la sed viajera.
Vengo de allá, de donde mariposas resuelven
sus colores sobre el llanto.
Vengo del labio
donde el beso no llega porque perdió las huellas
del amor.
Vengo
del fuego negro y pordiosero que adivina
la sombra en el insecto. Vengo del húmedo
recuerdo que deja un crepúsculo
de invierno, de las uñas del miedo sobre la madrugada
y sus aires de viuda
solitaria, del ámbito del loco
que amanece
desnudo porque las ropas queman.
Vengo del vaso enfermo que la razón impone
para negar sonidos,
lluvias, miel.
Vengo...
Cuando me fui, cuando dejé las cosas
de frente contra el muro, todo era tan distinto,
tan personal, tan mío.
Mío el mar. Mi lámpara mi lámpara.
Mis coplas sólo mías. Mi pan era mi pan.
El muro
recogiendo carcajadas amaneció
en alcoholes sonámbulos
distantes del silencio.
Y me fui. La piedra supo alimentar cansancios.
Y conocí el desvelo con que gritan
los ciegos sus auroras. Llegué
al dolor, al carruaje tirado por dos ecos,
al teatro donde un hombre
decapita a su hermano, donde una madre
aborta; donde un poema vive, no se escribe.
Allí creció mi edad de ciervo atormentado. Allí
me nació barba de espuma. Allí supe
sabores en lágrimas
candentes. Allí apagué mi vanidad
deforme.
Hoy he vuelto.
Estoy aquí para enseñar
regresos,
para pedir perdón a los abuelos, para ofrecer
y compartir mi cena, para hablar
por la herida que me sangra,
para sembrar
la luz y cosechar estrellas.
(De "Voces del silencio", 1967)
(Poema a la sombra de la luz)
Por Rafael Góchez Sosa
Preguntad
qué es la luz y veréis que nadie sabe.
Es tan difícil llegar a los conceptos.
Por ejemplo, luz
puede ser el instante que pronuncio
sin mencionar razones.
luz el ámbito cruel del perseguido. Luz
la búsqueda, el surco,
los desvelos.
Luz la sombra del árbol contra el hacha.
Preguntad a las piedras
y su rostro de siglos encenderá silencios.
La luz
en ellas
tiene más sentido
que en los rótulos de neón.
Preguntad al niño, y el niño
reirá.
Preguntad al ciego, y el ciego
alumbrará vuestras
tinieblas.
Preguntad a cuanta cosa habite,
gire y calle.
(Hay luz hasta en el moho,
la pátina,
en oquedades de olvidados nombres).
Preguntad, por ejemplo, a mis deformes huesos,
y mis huesos os dirán
que hay luz en ellos,
aunque esa luz -a veces-
me duela
como llaga irrenunciable.
(De Revista "La Universidad", 1966)
"Luz y sombra"
Declama: Eloísa Guevara, de Balada Poética.
Por Rafael Góchez Sosa
Muchos de los que me leen
piensan
que soy un hombre raro, escéptico, pequeño dios.
No.
Soy un hombre común
como cualquiera.
Me citan para jurado en causas criminales.
Porto cédula de vecindad.
Como.
Defeco.
Doy mi voto en tiempo de elecciones.
No crean que me la paso sólo bebiendo.
No.
Tengo mujer e hijos.
Tengo empleo
y me han afiliado
al Seguro Social.
Soy como ustedes, un ser corriente.
Juego.
Fumo.
Me gustan las muchachas en minifalda.
Hay deudas
y anhelo sacarme el gordo
de la Lotería Nacional.
Ahora bien,
lo que pasa es que ciertas cosas penetran en mis venas y circulan.
Hacen que mi barba crezca blanca. Que
mis ojos lloren por los ciegos.
Y
si duermo, sueño que hay mucho amor en el mundo.
Sucede que cuando soy jurado
en causas criminales
no sé si condenar o absolver al reo.
Si leo los periódicos
me duele saber que han hallado
dos cadáveres en la Puerta del Diablo
o que anoche
hubo recogida de putas
o que en la madrugada alguien se desangró
frente al Hospital Rosales.
Y
resulta
que ya no duermo bien.
Y la digestión comienza a fallarme.
Sucede
que un poeta
desapareció en mi tierra.
Los gringos
hunden barco con gas nervioso.
Onassis
cada minuto es más rico.
La guerra en Vietnam no termina.
Duvalier
mata patriotas en Haití.
Y vuelvo al librium.
Y el librium
no me hace dormir.
Esta, la pequeña diferencia. La pequeña.
Pero soy ciudadano corriente.
Buen marido, buen padre de familia.
Hasta voy a misa.
Ah, también toso y tengo algo de viejo verde.
(De "Poemas para leer sin música", 1971)
Por Rafael Góchez Sosa
es la que un niño piensa
cuando
mira
al
padre
muerto
(De "Poemas para leer sin música", 1971)
Por Rafael Góchez Sosa
¿Qué no lo habéis notado, amigos míos?
¿Qué no llega hasta vosotros un resumen de armonías?
Si vosotros supiérais cómo siento
el corazón, la cabeza, la conciencia y el desvelo.
Si vosotros sintiérais lo duro
que es ir a recoger a una hija
que ellos llegaron a tirar como perro muerto.
Si vosotros sintiérais sus manos
tremendamente heladas, sus labios
deshechos,
sus pulmones quietos
y sus ojos cerrados
como dos golondrinas que pararon su alegría en pleno vuelo.
Si vosotros viérais hoy su cama sola,
su escritorio donde noche a noche
hacía sus tareas de la UCA,
su silla donde sentada sonreía a la hora del almuerzo.
Si viérais sus vestidos sencillos,
hoy, esta noche,
colgados como las horas cuando no hallan
respuesta a las campanas.
Si vosotros viérais el viejo álbum de fotos donde ella,
pequeñita y mañanera,
jugaba con la brisa como quien juega
con pedazos de esperanza.
Si observárais el baño, las tazas, su mochila,
el patio de la casa donde leía poemas
y aprendía cosas del siglo que no para.
Si vosotros supiérais que mi hija,
pequeña porción mía de espíritu y de carne,
se casaba
el sábado que viene.
Si la mirárais bien, detenidamente,
allí,
en ese ataúd que la aprisiona y liberta,
veríais en su rostro las cumbres dibujadas.
Verías la onda del mar de mayo
tratando de construir caracolas.
Miradla bien, amigos.
¡Ved que su boca quiere decirnos algo!
Sus labios casi pronuncian la palabra hermano.
El sonido que yo oigo es "¡libertad!".
¿Lo escucháis vosotros?
No, amigos: mi hija no es una muerta muerta.
Algo de ella llega e ilumina esta noche sin cocuyos,
mientras cruje la puerta de los enamorados.
Ella está aquí y allá.
Y más allá.
Junto al obrero, junto a los campesinos.
Junto a los estudiantes.
Junto a todo aquel que lleva en las espaldas
el fierro de los explotadores.
No, mis amigos: Delfy no está muerta.
Miradla.
Recordad que algo quiere decirnos.
Si sois humanos, si hay sangre,
si tenéis historia,
vida,
no me miréis a mí.
Miradla a ella con su pequeño rostro
buscando los caminos.
Miradla a ella trasluciendo el dolor de los pobres
para causar el alba.
Mi hija, mi Delfy, no puede estar muerta,
porque en su silencio las armonías vuelan
y se acunan en el pecho de las madres, de los niños,
de los vientos y del mar.
Y se acunan en estas dos manos mías,
vuestras
para sembrar la simiente
de la patria de todos.
(Texto conforme a la versión original, distribuida el 23 de Mayo de 1979. Incluido, con variantes, en "Los días y las huellas", 1987).