Ataque de Robert Blake a Santa Cruz de Tenerife (1656):Roberto Blake es demasiado conocido en nuestra historia, para no decir de él que, trasplantado de la universidad de Oxford a oficial del ejército republicano, y del ejército a almirante de la marina inglesa, sostuvo la dignidad de su pabellón contra la rivalidad de los holandeses, escarmentó el orgullo de Argel y formó el designio de interceptar las ricas flotas que volvían de América a los puertos de España. El 3 de noviembre de 1656 empezó Tenerife a aparejarse más y más, por haber avistado algunos navíos de gran buque. El general mandó que todos los milicianos asistiesen a sus respectivas banderas. El día 4 bajaron a Santa Cruz las compañías de La Laguna, bien que, habiéndose tenido seguridad el 5 de que eran embarcaciones amigas, se volvieron a retirar. El 12 llegó aviso de España de que estaba la armada inglesa sobre Cádiz, y el 28 de diciembre entró en el puerto de Santa Cruz la nave de La Plata llamada Madama del Brasil, del mando del capitán Alonso Ruiz de Mármol, con el gobernador y 50 soldados del presidio de Puerto Rico, que poco después armaron una pendencia con los paisanos, en que alguno murió. Entra en el puerto de Santa Cruz la flota de don Diego de Egues: Ya don Alonso Dávila había enviado a la corte al capitán Gaspar de los Reyes Palacios con la noticia del arribo de aquella nao, cuando en Tenerife se tuvo la satisfacción de ver entrar el día 22 de febrero (1657) la flota deseada del cargo del general don Diego Egues Viamont y del almirante don José Centeno Ordóñez. Permaneció en la rada de Santa Cruz hasta el 26, que se hizo a la vela para Cádiz. Pero al día siguiente, estando todavía a la vista, dos felices casualidades la obligaron a retroceder al mismo puerto. Un marinero inglés, cogido en La Gomera y trasladado a Tenerife, declara que la armada de Blake ocupaba todavía las costas de España. Despacha al punto el capitán general un barco a don Diego de Egues con este aviso y le envían al inglés, a tiempo en que pensaba en retornar a Santa Cruz por haberse rendido un palo de la capitana.
En efecto, toda la flota volvió a arribar el 12 de marzo. El 12 se determinó asegurar en tierra la plata y demás cargazón, y el 25 de abril, con noticia de la muerte de don Pedro de Ursúa, marqués de Gerena y general de los galeones, que era cuñado de don Diego, hicieron veinticuatro horas la capitana y almiranta aquellos honores fúnebres que se acostumbran en la marina, funesto presagio del desastre que dentro de cuatro días había de experimentar toda la flota. Corría la noche del 29 al 30 del mismo mes de abril, cuando llegó a Santa Cruz un barco de Canaria con aviso de que el inglés venía con más de 36 velas sobre el puerto, con ánimo de sorprender a la flota. Al punto se toca a rebato; corren al arma las milicias y pónese en tal movimiento la tierra, que a las 8 de la mañana del día 30, cuando dio fondo la escuadra enemiga enfrente de las naves cuya plata venían buscando, ya coronaban las fortificaciones y trincheras de la marina más de 12.000 hombres. El almirante Blake hizo intimar a don Diego de Egues que se rindiese; pero el intrépido español, "hombre de gran valor y conducta" (como confiesan los mismos escritores ingleses), teniendo bien regladas las cosas, respondió con estas palabras: - Que venga acá si quiere. Blake quiso; y con admirable osadía se arrojó al empeño de forzar la plaza, batiendo con un fuego vivísimo las naves, castillos y reductos que, de su parte, le correspondían con acierto. Ya había dos horas que la flota se defendía; pero crecía el daño y a proporción del daño el peligro. En tal extremo, ejecutando las órdenes de la corte, se pegaron fuego a sí propias todas nuestras naves. Muchos enemigos que ya habían empezado la abordada en sus lanchas perecieron, y con ellos muchos españoles. Algunos se salvaron a nado, saliendo a tierra por medio de los torbellinos de llamas y demás horrores de la artillería y el mar, mientras otros quedaron quemados o sumergidos. De la capitana murieron don Pedro de Argos, don Pedro de Medina, el piloto mayor Lázaro Beato, don Pedro Navarrete, el capitán Lizondo... Infundía terror aquella escena trágica, en que se veían perder tantas vidas y tantos buques [...] Reducida nuestra flota a pavesas, no por hostilidad de los enemigos, según han publicado falsamente tantos autores, sino por propia resolución, continuó el almirante Blake batiendo nuestras fortalezas a la desesperada, en las que encontraba una gloriosa resistencia.[Desigual número de bajas:][...] el trabado combate de diez horas con los ingleses, cuya escuadra, habiéndose mantenido surta en el puerto hasta las 6 de la noche, zarpó precipitadamente las anclas a favor de la obscuridad, sacando desarbolado a remolque el navío llamado El Gobierno con otros buques bastante maltratados. Los enemigos perdieron más de 500 hombres. De los habitantes de Tenerife sólo murieron 5 y entre ellos el fray Francisco Monsalve, religioso de San Agustín. La fortaleza de Paso Alto recibió el mayor daño y lo hizo a la guarnición, porque las balas que daban en el risco desencajaban muchas piedras. Todavía se suelen encontrar algunas enterradas en aquel cerro. Cuando llegaron a Inglaterra las nuevas de esta acción, que se calificó de extraordinaria, mandó el Protector al instante no sólo que su secretario felicitase al parlamento en nombre suyo, no sólo que se rindiesen generales acciones de gracias por los trofeos, sino que se enviase al almirante Blake una sortija con un diamante de valor de 500 libras esterlinas, además de otras cien libras al capitán que llevó la noticia a Londres. Estos fueron los últimos honores que recibió de sus compatriotas aquel bravo jefe, porque, como cuando acometió a Tenerife ya se hallaba insultado de hidropesía y escorbuto, no pudo volver a cruzar largo tiempo sobre Cádiz sin sentirse desfallecer. Quiso restituirse a la patria; pero al entrar con su escuadra en la bahía de Plymouth murió a bordo del San Jorge, el día 17 de agosto de 1657, de edad de 59 años. (Viera y Clavijo)
Críticas tras la batalla sobre algunas conductas:
Al lado de la satisfacción oficial, no faltaron, en los dos campos, las críticas y las acusaciones. A los dos meses, el capitán Cristóbal Interíán Ayala, hablando en nombre de la isla de Tenerife, representaba al Consejo de Guerra las deficiencias de las defensas y solicitaba, para evitar la repetición de los mismos males, el envío de un presidio de soldados veteranos. Su exposición era comedida y respetuosa para con las autoridades, porque hablaba en nombre del Cabildo. Pero al mismo tiempo su pariente Luis de Sanmartín y Ayala, capitán de las milicias tinerfeñas, hablaba al Consejo con mayor claridad. El enemigo, dice entró en aquel puerto a su salvo, sin que se le hiciese oposición alguna, aunque los dos generales de mar y tierra tuvieron muchos avisos de que venían.; los dos comandantes trataron más de sus conveniencias que del real servicio; el capitán general se asustó de manera que desalentó a todos y el almirante trató sólo de sus intereses. Tampoco faltaron las críticas por el lado inglés. De los soldados de Blake, muchos se habían entretenido pirateando por cuenta propia. Una copa de oro guarnecida con doce diamantes, regalo enviado de México al rey de España, estaba en 1660 en manos de un White, de Popton, sin que nadie hubiera dado cuenta de ella. Dos marineros de la fragata Nantwich, enviados a incendiar un galeón, no cumplieron su cometido sin haber recogido a bordo ciertas piezas de oro, que luego vendieron a su capitán. De igual modo, el capitán Nixon, del Worcester, dejó que sus hombres ejecutaran solos una tarea similar, mientras que él se dedicaba a desvalijar otras embarcaciones, haciéndose con miles de varas de tela de lino. (A.Cioranescu)
El almirante Robert Blake (Bridgwater, Somerset 1599-frente a las costas de Plymouth 1657):
Estuvo al servicio de los parlamentarios desde el inicio de la guerra civil, en 1649, después de ser nombrado comandante naval venció a la flota realista del príncipe Ruperto y la bloqueó en el estuario del Tajo. Un ataque a la flota del Brasil obligó al rey de Portugal a retirar su apoyo a la flota realista inglesa, que Blake destruyó en 1650, frente a las costas de Cartagena. Cuando en 1652 se declaró la guerra a las Provincias Unidas, obtuvo las victorias de Dover y de Kentish Knock, y , en 1563, aseguró el dominio del canal de la Mancha. En 1654, Cromwell mandó a Blake al Mediterráneo para tomar represalias contra diversos países hostiles, sobre todo contra los estados berberiscos. En 1657, destruyó una escuadra española anclada al abrigo de los fuertes de Santa Cruz de Tenerife.
Ataque de John Genings a Santa Cruz de Tenerife (1706):
Pero el triunfo de la más exacta fidelidad canaria fue aquel que, dos meses después, hizo tanto eco en el mundo y la ensalzó en el concepto de las naciones. Los ingleses, que habían saqueado el puerto de Santa María, quemado en Vigo los galeones, insultado a Cádiz, tomado a Gibraltar y sometido a Cataluña y reino de Valencia para el archiduque con una facilidad asombrosa, se lisonjeaban que igualmente le someterían las Canarias sólo con presentarse armados y hacerse obedecer. A este fin, se dirigió a ellas la escuadra del general Genings, compuesta de 13 navíos, el menor de los 11 de a 60. El 5 de noviembre, a las 5 de la tarde, se avistaron 10 sobre la primera punta de Tenerife; y aunque se discurrió que podrían ser mercantes y pasajeros a la América, se tocaron las cajas militares para seguridad de las costas a cuyo estruendo cargó alguna gente a la marina. Al rayar el alba del día 6, se reconoció que se acercaban al puerto de Santa Cruz; y, viendo que a las 8 de la mañana ponían banderas francesas, mudándolas poco después en inglesas de color azul no quedó duda del designio con que el enemigo se avecindaba. Sin embargo no hubo sorpresa, porque desde la noche antecedente se había conmovido toda la isla con un rebato general; y era tal el ardimiento de los pueblos, que amanecieron en Santa Cruz más de 4000 hombres de los tercios circunvecinos, ansiosos del combate. Ya había acudido armada toda la nobleza, y esto de tal modo que, aunque el coronel de la caballería de la isla, don Francisco Tomás de Alfaro, estaba en el puerto de La Orotava, distante 7 leguas desde Santa Cruz, cuando recibió la orden de marchar, "pudo tanto su celo en el servicio del rey, que amaneció el puerto coronado con su gente.
[...] Así que los navíos ingleses estuvieron acordonados con las proas al puerto y a tiro de nuestra artillería, empezó a hacerles fuego el castillo principal de San Cristóbal, del cual era gobernador don Gregorio de Sanmartín. Siguió su ejemplo el capitán don Francisco José Riquel, que lo era del de San Juan, y todas las demás baterías con la mayor viveza. Toda la escuadra correspondió granizando innumerables balas que por fortuna no ofendieron. Y ya había durado dos horas el reñido combate, cuando echaron al agua los ingleses 37 lanchas con mucha gente de desembarco; si bien fue tal el fuego que se les hizo de nuestras fortalezas y tanto el daño que recibían los bajeles que más se habían acercado, que les fue forzoso retroceder a socorrerles. No obstante, a las tres de la tarde volvieron a enviar otra lancha a tierra con bandera de paz y un cabo inglés que pedía audiencia. Tuvo junta de guerra el corregidor, y en ella se acordó que fuese admitido. Salióle al encuentro el capitán de mar en otro esquife, y, habiéndole vendado los ojos, le introdujo en el castillo principal donde estaba el corregidor y la nobleza. Entregó el cabo una carta de parte el general Genings, escrita en inglés [...]La carta de Genings contenía una serie de engaños sobre la marcha de la guerra y sus intenciones. El corregidor, en nombre de las islas envió la siguiente respuesta:"Excelentísimo señor: En vista de la de V. Exc. Escrita este día de a bordo de la nave Binchier, que manifiesta la falta de voluntad que hubiese en los cañones que de esa escuadra se dispararon a este lugar, estimo la cortesía de V. Exc. Y respondo que, a haber llegado desde el principio lancha, en la conformidad que ahora, y como V. Exc. Muy bien sabe deber enviarse, hubiera sido recibido sin embarazo. Y por lo que toca a las noticias que me insinúa V. Exc. Acerca del estado de la guerra y cosas de España, digo que aquí sabemos y estamos bien satisfechos de que las gloriosas armas de nuestro rey y señor don Felipe V están muy ventajosas, restituido con quietud a su corte, arrojados sus enemigos de los reinos de Castilla. Y cuando (lo que Dios no permita) se hallase S.M. en diferente estado, siempre esta tierra se conservaría en el cumplimiento de su obligación de fidelísimos vasallos de S. M. católica Felipe V (que Dios prospere) hasta el último espíritu. Agradezco también a V. Exc. La galantería que me ofrece en orden a las dos saetías que salieron de este puerto, y quedo a la disposición de V. Exc. para cuanto sea de su agrado. De este castillo de San Cristóbal del puerto de Santa Cruz, 6 de noviembre de 1706. B.L.M. de V.E. su mayor servidor. Don José Antonio de Ayala y Roxas. -Excelentísimo señor don Juan Genings".
Los ingleses se retiraron a las 7 de la noche. Las milicias permanecieron armadas dos días y en La Palma algunos meses.
La escuadra de Windon rechazada de La Gomera, La Palma y Gran Canaria: Ya vimos como el 30 de mayo de 1743 propulsaron los gomeros de sus playas la escuadra de Carlos Windon, que había estado acañoneando dos días la villa capital. Esta escuadra se puso poco después sobre la ciudad de La Palma, pero sus castillos bien servidos inspiraron al enemigo igual circunspección. Windon sabía que algunas embarcaciones de su nación que habían ido a reconocer el puerto con bandera de paz habían sido ahuyentadas de aquellas costas. Mas no por eso dejó de poner la proa hacia la Gran Canaria, sobre cuyas Isletas se presentó con cinco navíos el 17 de junio [1743], amenazando la tierra con un desembarco. Tócase alarma, corren al puerto de La Luz y a los de Arrecife y Confital los milicianos de la ciudad y lugares circunvecinos. Mandaban las armas el brigadier don José Andonaegui, inspector general de aquellas milicias, y el teniente coronel de ingenieros don Francisco Lapierre. Pero lo que llenó de más alegre valor a aquellos naturales fue la presencia de su dignísimo pastor, el ilustrísimo señor don Juan Francisco Guillén, que fue recibido de la multitud con repetidos vivas. Tres días se mantuvo la gente sobre las armas, los mismos que el enemigo se mantuvo a la vista; y todos aquellos tres días suministró el obispo abundantes refrescos a nuestros milicianos, "por cuyo singular amor al real servicio" le mandó Felipe V dar las gracias por medio del marqués de la Ensenada.
Igual resistencia hallaban los ingleses por todas partes. En La Palma, por el puerto de Tazacorte, año de 1743; en Tenerife, por el puerto de La Orotava y el de Los Cristianos, año de 1744. En Canaria por el puerto de Nieves y Lagaete, año de 1745, no permitiendo que los enemigos, faltos de aguada, pusieran el pie en tierra, sin que los cañones pudiesen apartar de las playas a aquellos naturales que las defendían a pecho descubierto. Eran cuatro corsarios, los cuales, habiendo tomado los cabos de Tenerife, apresaron sobre el de Naga dos balandras francesas y dos barcos canarios que volvían de la costa de Berbería. Ortega, el célebre patrón Ortega, defendió su balandra heroicamente de uno de estos corsarios, que le dio caza algunas horas, rechazando la abordada con los ladrillos de que iba cargado a la Gran Canaria, su patria. Armáronse dos fragatas en Tenerife, que salieron a limpiar aquellas costa de los piratas que impedían el comercio. Cada día se oían rebatos y asonadas. Una provincia dividida en siete porciones podía ser atacada por una infinidad de puntos de su circunferencia; y ya se sabe que si los cuerpos contiguos resisten al choque por la unión de sus masas, los pequeños ceden fácilmente a la fuerza. Era voz muy valida que había algunos debates en los parlamentos de Inglaterra sobre si se enviaría un considerable armamento contra nuestras Canarias. (Viera y Clavijo)
Jean Capdeville invade La Gomera (1571):Desde mediado el año 1570 habían cruzado sobre aquella isla y la de La Palma diferentes piratas franceses que los hugonotes de La Rochelle enviaban para interceptar nuestro comercio de la América. Uno de ellos fue Jacques de Soria, bravo normando que, siendo subalterno del almirante Coligny (aquel gran talento, enemigo de Felipe II, de la religión de Francia y de las posesiones de España), venía mandando cinco velas. Habiendo, pues, atacado y rendido a la vista de La Gomera el Santiago, nave portuguesa que acababa de salir del puerto de Tazacorte, dio muerte atroz a los célebres 40 jesuitas que, capitaneados por el padre Ignacio de Azevedo, iban a las misiones del Brasil. [...] Jacques de Soria arribó poco después a La Gomera con su armada, trayendo bandera de paz. Dejó allí los prisioneros; y asegura el cardenal Cienfuegos que el conde don Diego alcanzó entonces de los franceses la sotana de uno de los jesuitas sacrificados, cuyas reliquias estuvieron en veneración entre aquellos pueblos. Al año siguiente (1571) se dejó ver por segunda vez sobre estos mares otro pirata que, montando la misma capitana, era digno sucesor de Jacques de Soria. Juan Capdeville, bearnés, hombre osado, también hugonote y que espantaba con su nombre las islas, se presentó delante de la villa de San Sebastián de La Gomera el día 24 de agosto, llevando cinco naves, cuatro francesas y una inglesa. No pudo resistirse el desembarco. Retiráronse los naturales la tierra a dentro, y los enemigos saquean, queman y destruyen gran parte del lugar. Entonces sucedieron aquellos prodigios de constancia cristiana que el obispo de Mantua y el P.fray Luis Quirós refieren de sus hermanos los religiosos de La Gomera. No sólo fray Bernardino Ramos, que era guardián, sino también sus súbditos, se habían sorprendido tanto con la inopinada invasión, que huyeron, abandonando el convento, la iglesia y la sagrada eucaristía. Fray Antonio de Santa María se avergüenza a muy pocos pasos. Vuelve a la villa revestido de celo, corre al sagrario, consume las santas formas, pero cae en manos de los hugonotes al salir de la iglesia. Ya habían cogido al cura y otros vecinos. Todos fueron llevados a bordo de la capitana, sin que cesase fray Antonio de predicarles, exhortándoles al martirio. Pasados seis días, los sacaron de la bodega para disputar sobre dogmas. Trasládanlos después a otro bajel, cárganlos de golpes y bofetadas, los hieren, los desnudan, los atan y arrojan al mar con pesadas piedras al cuello. El que primero murió ahogado fue el cura, luego el religioso, luego a escopetazos y botes de lanza los otros prisioneros. Entre tanto, fray Diego Muñoz, que había quedado en el convento recogiendo las imágenes, ornamentos y alhajas, se ve rodeado de enemigos. Lleno de santo arrojo reprende a los herejes sus ultrajes; ellos tratan de castigar los suyos. A esta bulla salta un donado llamado Miguel o Gumiel (como dice el obispo de Mantua), que hasta entonces había estado escondido y, queriendo defender la vida su compañero, son ambos víctimas de la saña de los piratas, que echaron sus cuerpos al mar. Algunos naturales los recogieron y dieron sepultura. A este tiempo ya el conde había acaudillado el paisanaje y, marchando con él impetuosamente, se echó de golpe sobre la villa, de manera que los enemigos, no osando resistir el acometimiento de los valerosos gomeros, se fueron embarcando de tropel, dejando muchos muertos en la ribera.
Cada instante se comprobaba el concepto que de la importancia del puerto de La Gomera tenía entonces en la corte. En 1580 arribó a aquella isla el navío de Juan Martín de Recalde, que conducía los galeones de la América. El conde le dio todo el favor y ayuda de que necesitaba. Había aportado allí al mismo tiempo el gran marqués de Santa Cruz con las naves destinadas a socorrer la flota contra la escuadra de Strozzi, siendo gloria de La Gomera haber tenido por morador al almirante de las Indias, al descubridor del Nuevo Mundo, aCristóbal Colón, y por su huésped al invicto general de las galeras de España, al héroe de ambos mares, a don Alvaro de Bazán. Dándose el rey por bien servido del conde, le escribió con este motivo una carta gratulatoria, en que le manifestaba su confianza, le aseguraba de su memoria y le ofrecía mercedes. Encargábale aplicase su celo a facilitar la salida de dicha embarcación y galeones, a fin de que retornasen a España en conserva de los navíos que iban a convoyarlos. Pedíale, finalmente, que reclutase en las islas algún número de marineros que, sirviendo desde luego en ellos, pudiesen hacerlo después en la expedición a las Terceras, según se meditaba. De este modo contribuyeron las Canarias a tan gloriosa empresa y quedó La Gomera más al abrigo de los insultos.
Desembarcos ingleses en La Gomera:Pero no eran solos los piratas franceses los que hacían semejantes ensayos de poder. La nueva marina inglesa, su competidora, y Francisco Drake, su primer héroe, después de haber dado la vuelta al globo y revuelto las posesiones españolas de la América, había venido en 1585 a bloquear y atemorizar nuestras islas con una armada de 80 vela. En vano intentó un golpe de mano en La Palma; en vano estuvo amenazando La Gomera. Su conde la supo defender y aun despachó varios avisos a Tenerife, porque algunos desertores aseguraban que el designio de Drake era saquearla y llevarse mil botas devino para endulzar su viaje al estrecho de Magallanes y costas del Perú. No obstante, ya veremos, a pesar de muchos mal informados historiadores, cuán erradas le salieron siempre esas cuentas en las Canarias a aquel terrible inglés y cómo conocieron sus paisanos que era más fácil o más cómodo hacer en ellas comercio que la guerra por vinos. Con las mismas miras hicieron los galos en Italia su primera irrupción. Drake visitaba nuestras islas y al conde de La Gomera casi todos los años. En 4 de mayo de 1587 se pusieron sobre la del Hierro cinco galeones de su armada y, aunque lejos de haber cometido ninguna hostilidad , quisieron tener tratos con los naturales, so color de católicos e irlandeses; despachó el conde aviso pronto a Tenerife, que se leyó en su ayuntamiento. Así no fueron éstas los reveses más efectivos que recibió entonces La Gomera.
Ataque de Charles Windon a La Gomera (1744):37. Son rechazados valerosamente de La Gomera los ingleses:Honor de La Gomera y nuevo crédito de todas las Canarias fue también su hijo don Diego Bueno de Acosta, cuando, siendo capitán comandante de aquella isla, la defendió de la escuadra inglesa de Carlos Windon, en 1744. La Gaceta de Madrid publicó esta heroica acción en los siguientes términos: Por carta del mariscal de campo don Andrés Bonito, comandante general de Canarias, con fecha de 23 de junio, se ha tenido noticia que el día 30 de mayo antecedente descubrieron en la isla de La Gomera dos navíos de línea y una fragata de guerra ingleses que, bordeando con pabellón francés, reconocieron el puerto y entrando en él dieron fondo el 31. Y, poniendo bandera inglesa, empezaron el cañoneo contra la Villa y sus dos fuertes, sin que cesase el fuego desde las dos de la tarde hasta el obscurecer, y el siguiente primero de junio le continuaron con el mayor esfuerzo desde que amaneció hasta las 10 de la mañana, que dispuso el comandante inglés escribir al que mandaba la porción de milicias que prontamente pudieron juntarse para la defensa, entregase luego los dos castillos y proveyese su escuadra de abundante provisión de vino, carnes y otros víveres; y que, en su defecto, por conocer inútil la resistencia, arruinará toda la isla sin admitir ruegos ni condiciones. A cuya insufrible arrogancia satisfizo don Diego, capitán de las milicias y comandante, que por su ley, por su rey y por su patria estaba resuelto con sus fieles compañeros a sacrificar gloriosamente la vida y que, si intentase medir las fuerzas con algún desembarco, encontraría más obras que palabras. Y en vista de tan no esperada constancia, resolvió el general inglés tripular sus lanchas y hacer el último esfuerzo, invadiendo la isla y asaltando la Villa; pero, antes de pisar la playa, salieron al encuentro las milicias, soldados y marineros y, desengañado y confuso el comandante inglés, retiró sus lanchas y se hizo a la vela, llevando maltratadas las jarcias y las entenas por el cañón de los fuertes que, siendo de poco calibre, no pudo ofender a los buques. Aunque los ingleses arrojaron 5000 balas contra la Villa, sólo parece que perdió la vida un escribano que había salido a poner en cobro sus papeles, otro hombre y una mujer. "Una escuadra inglesa (escribe Mosieur Desormeauz en su Historia de España) desembarcó sus tropas en la isla de La Gomera; pero fueron vencidas y perseguidas hasta sus propios bajeles por las milicias de la isla".
Ya tres años antes, en 1740, habían los gomeros mostrado a los ingleses su intrepidez nativa. Un corsario de esta nación seguía cierto barco que transitaba de La Palma a Gran Canaria, cargado de variedad de dulces. Refugióse a la playa del Azúcar, de La Gomera, en el valle de Hermigua. Acuden al punto los isleños a su socorro y, aunque el barco pereció contra un roque por precipitación de los marineros, quitaron los milicianos la vida cinco ingleses y aprisionaron a dos. No contentos con esto, el capitán don Pedro Salazar y don Fernando Peraza se entraron armados de sus fusiles en la lancha de la nave perdida, a fin de perseguir la del corsario que huía con toda diligencia.
Ataque de Van der Does (1599):
Tal era el sistema de las cosas en 1610, cuando don Gaspar de Castilla Guzmán y doña Inés de la Peña se decían cuantos condes de La Gomera. Esta era el bajo imperio de esta familia. Sin embargo, aquel intermedio que hubo entre el conde presidente y el conde don Gaspar es una época célebre en La Gomera, por haber sucedido entonces (1599) la famosa invasión que ejecutó allí la armada holandesa en número de 76 naves, al mando de Pedro Van der Does. Estos valerosos rebeldes, que ya se veían poderosos en el mar, conociendo que para la idea que seguían de apoderarse del comercio de Oriente y Occidente era muy importante algún puerto de las Canarias, se echaron ansiosos sobre la isla de La Gomera con sobradas fuerzas para subyugarla y oprimirla. Ya el año antecedente habían tomado una de las Azores. Pero la inmortal gloria y singular valor de los gomeros en la defensa de la patria parecerá sin duda menos sospechosa, celebrada por una pluma que no se interesaba en ella. Los gomeros, que merecían entonces un Tucídides, solo tuvieron al maestro Gil González Dávila. Véanse aquí sus expresiones. "En el año de 1599, la liga de las islas de Holanda y Zelanda bajó con armada de 76 navíos y 10.000 hombres de guerra y acometió las islas de Canaria. Los de la tierra se pusieron en defensa con tanto esfuerzo, que al enemigo le retiraron al mar con pérdida de su general y gente. Lo que pasó en la isla de La Gomera, que es una de las Canarias, y del valor de aquellos buenos vasallos, es justo quede en memoria. Sucedió un martes, 13 d junio de 1599, habiendo echado en tierra el enemigo siete compañías de mosqueteros, piqueros y arcabuceros y desembarcado 150 hombres mosqueteros, que a un mismo tiempo marchaban con los demás a la sorda, por diferente camino, sin son de caja. Los de la villa enviaron siete soldados de los suyos que reconociesen el paso del enemigo, y en particular la manga de 120 y, si viesen la ocasión acometiesen. Así lo hicieron en la ladera que está sobre el puerto, cerca de la ermita de San Sebastián, y les ganaron las armas, sin haber muerto ni peligrado ninguno; sólo salieron los cinco de ellos heridos. Estuvo el enemigo en as islas haciendo el daño que pudo hasta 8 de julio. Los naturales le mataron 2.000 hombres y con la artillería le echaron al fondo la capitana y algunas lanchas y vasos". Sin duda que ver espartanos en La Gomera es uno de los más bellos espectáculos de la historia moderna de nuestras islas. Reservamos para otro libro dar noticia puntual de lo que sucedió en la Gran Canaria, adonde se dirigió este armamento después que le salió tan mal su tentativa en La Gomera. ¡Qué equivocado escribía el autor de Historia metálica de Holanda, cuando sienta que el almirante Van der Does tomó y saqueó la Villa de La Gomera! Sólo es cierto que los holandeses quemaron la ermita de Santiago, en el distrito de Alajeró; que maltrataron la antigua torre, en donde se solían guardar los caudales de las flotas de Indias que se refugiaban allí, y que se llevaron la artillería, os archivos de a isla y la campana mayor de la parroquia.
Ataque de berberiscos a La Gomera (1617):
También se sabe que otra escuadra de 14 buques batió infructuosamente aquel puerto en septiembre de 1617, durante algunos días. Pero no fueron los gomeros tan favorecidos de la fortuna contra los argelinos, como contra los holandeses. La idea de cautiverio, el nombre de moros, de sarracenos y piratas servían entonces como de rémora que cortaba muchas veces el valor de nuestros canarios. Ya hemos referido la invasión que ejecutaron cinco mil berberiscos en Lanzarote, año de 1618, y cómo, después de haber hecho allí terribles males, se echaron victoriosos sobre La Gomera, desembarcando sin mucha oposición. Aunque los habitantes se habían refugiado a los montes, no dejaron de llevarse algunos cautivos que cogieron en la cueva de Vargas, dentro del barranco de la Villa. A una vieja que no había tenido bastante vigor para huir la llevaron los bárbaros a las playas y, enterrándola en la arena hasta la cintura, la hicieron blanco de sus bocas de fuego. Saquearon la Villa de San Sebastián. Desmantelaron la torre; quemaron la casa de los condes, los archivos, los edificios principales. Algunos años antes se habían llevado dos piadosos, esto es, dos conventos de religiosos mendicantes: el uno de padres dominicos en el valle de Hermigua de La Gomera, dedicado a San Pedro Apóstol, en 18 de marzo de 1611, y el otro de padres franciscanos en la Villa de Valverde, la capital del Hierro, con algunas limosnas. (Viera y Clavijo)