calaveras99
Calaveras 1999
vicerrectoría de sistemas y dirección de bibliotecas
Esto no es juego de niños
tampoco intenta hacer daño
aquí les van con cariño
las calaveras de este año
Dicen que iba una noche
de la oficina a su coche
y del pasillo poniente
salió La Calaca sonriente
"No tiene caso, no friegues",
oyó al intentar la huída,
"es la hora de que entregues
tu biblioteca querida"
"La biblioteca es virtual"
intentó esta audaz salida;
"pues serán tal para cual,
pues virtual es ya tu vida"
Se encontró con mala suerte,
al revisar sus facturas,
una en la que la muerte
cobraría su sepultura
Fue mayúsculo su susto,
mas como era responsable
decidió que darle gusto
sería lo recomendable
Dijo con una sonrisa
"no alcanza la caja chica,
tramitaré el cheque aprisa
y diré adiós a Poza Rica"
Atendiendo a proveedores
de libros y de revistas
se encontró entre los deudores
de una vida sólo a vistas.
Trabajaba en el diseño
de una red a toda prueba,
que cumpliera con el sueño
del usuario de UDLA-Puebla.
Lo auxiliaban directores
y algunos departamentos.
De pronto, sintió estertores:
había llegado el momento.
Aquel proyecto titánico
pasaría a segundo plano.
Pero sin muestras de pánico
le gritó a La Muerte: ¡Al grano!
Esta le dijo risueña:
"esta vez ya ni te alteres,
de tu vida ya soy dueña,
solo vengo a que te enteres".
Una Mac había empacado,
y una Sun Ray, por supuesto,
por si allá en el otro lado
le dieran el mismo puesto
Era triste el otro mundo
sin una Mac a su lado
y no era un éxito rotundo
eso de "clientes delgados"
No parecía muy cuerdo
tomar café, tantos tarros,
comer carne, tanto cerdo,
y no dejar los cigarros.
La Pelona, sin embargo,
al llegar al tercer piso,
respetando su alto cargo
lo dejó hacer lo que quiso.
Iban pasando los años
y además de algunas gripas
se acentuaban ya los daños
y los dolores de tripas
Murió por otro motivo,
verdadero cataclismo:
por supuesto sorpresivo
¡pues se trataba de un sismo!
Presumía ser el primero
en calidad del servicio;
yace ya bajo un librero
libre al fin de todo vicio.
Aquella noche funesta
revolvía aún más su escritorio;
no sabía que aquella fiesta
se tornaría en su velorio.
Le faltaba un telegrama
de aquel dictador abyecto;
no pensaba irse a la cama
sin terminar el proyecto.
Lo que encontró fue un mensaje
(debió traerlo el cartero)
que le decía sin ambages:
"a mí no me pones peros"
Ya no opuso resistencia,
otra vez reinó la calma.
Hoy se siente la presencia
(en el tercer piso) de su alma
(c) 1999, Alfredo Sánchez