Fragmento: ¿Por qué enseñar?

Fragmento: ¿Por qué enseñar?

Beltrán Llera, J. (2003). ENSEÑAR A APRENDER. Conferencia de Clausura del segundo Congreso de EDUCARED

Todo el mundo sabe lo difícil que resulta ahora mismo ser profesor: problemas, dificultades, tensiones, sinsabores... Pues nada de esto parece desanimar a muchos estudiantes que, al terminar su carrera universitaria, deciden dedicarse a la enseñanza. Incluso algunos profesores que, después de unos años de experiencia, pasados los primeros momentos de ilusión, han sentido la tentación de replantearse su futuro profesional, y después de largas reflexiones han decidido seguir adelante ¿Por qué? Seguro que todos y cada uno de ellos habrán encontrado sus razones para seguir en la brecha. Nosotros exponemos a continuación lo que creemos que son las buenas razones para abrazar esta maravillosa tarea de enseñar.

POR QUÉ ENSEÑAR

Deja huella

Es una tarea socialmente necesaria

Produce satisfacciones

Forma parte de mis creencias

La primera buena razón es la huella que el profesor, el buen profesor, deja en la vida de sus alumnos. Es verdad que muchos de nuestros alumnos se marchan de la escuela, de la universidad, y no los volvemos a ver nunca más en la vida. Es igual. Llevamos bien arraigada en el alma la creencia, mejor dicho, la seguridad, de que nuestro paso por sus vidas no ha sido estéril. Al contacto con ellos hemos podido abrir en su vida nuevos horizontes que han dilatado sus puntos de vista sobre el mundo, las personas, las cosas o los acontecimientos; les hemos ofrecido un espejo en el que ellos se han podido contemplar –quizá, por primera vez en su vida –tal como son, y tal como quieren ser; les hemos defraudado montones de veces porque pensaban que éramos como los demás: ofreciéndoles el éxito fácil, el placer rápido, la gratificación inmediata, y en cambio, les hablábamos de esfuerzo, de compromiso, de proyecto de futuro; hemos introducido en ellos la única instancia que les va a hacer verdaderamente libres: el pensamiento, y la aventura que no les va a defraudar nunca: la búsqueda permanente de la verdad; hemos cambiado seguramente sus vidas, pero ellos han cambiado también muchas veces las nuestras. Es verdad que casi todos nuestros alumnos desparecen de nuestra vista y apenas encontramos una sola prueba de que estas nuestras creencias son verdad. Pero ahí está la clave. Son nuestras creencias, y ellas forman parte de nuestra vida, de nuestro ser.

Enseñamos, también, porque creemos que nuestra tarea, oculta, silenciosa, ignorada, es importante para la sociedad. El mundo, nuestra sociedad, necesita buenos y competentes profesionales en todos los órdenes de la vida: fontaneros que arreglen nuestras tuberías, arquitectos que construyan nuestros pueblos y ciudades, médicos que ayuden a curar la enfermedad, pero también necesita profesores. Ellos son los que van a formar a los futuros profesionales que un día habrán de ser responsables y capaces de influir vitalmente en el mundo que les ha tocado vivir.

En tercer lugar, enseñamos porque con la enseñanza obtenemos posiblemente las mejores satisfacciones que nos puede deparar la vida. Cada vez que alguno de nuestros alumnos supera la tentación de cambiar la escala de valores y después de hablar con nosotros decide dar en su vida una oportunidad al saber, a la curiosidad, a la imaginación, nos sentimos inmensamente satisfechos; cada vez que uno de nuestros alumnos comenta que las clases son un rollo pero luego disfruta cuando confían en él para realizar un trabajo que exige preparación y responsabilidad, nos sentimos satisfechos.

En cuarto lugar, enseñamos, y puede que sea la razón más poderosa de todas, porque creemos en la educación. Creemos en su poder para canalizar las fuerzas intelectuales y afectivas de nuestra juventud; creemos en su poder para diseñar y construir la arquitectura mental que necesitan nuestros alumnos en el empeño de interpretar las complejidades de la vida, del universo y de su propio mundo interior, que tantas sorpresas les depara; creemos en su poder para modelar la mente humana, la fuerza más poderosa de la tierra, haciéndola flexible, tolerante e imaginativa; creemos en su poder para cambiar los mensajes egoístas, violentos e insolidarios de la sociedad, en propuestas de vida generosas, pacíficas, y compartidas.

Son algunas buenas razones. Las nuestras. Pero seguramente hay otras mejores y más potentes para lograr que muchos jóvenes , con un horizonte prometedor, de futuro, decidan un día dedicar su vida a la enseñanza. Y por supuesto, para que otros muchos, que han tenido alguna vez la tentación de abandonar, reconsideren su decisión y encuentren algunas buenas razones para seguir adelante. Entonces sí que nuestra dicha se vería inmensamente colmada.

Decíamos al principio que el instrumento de esa maravillosa historia de las estrellas fue internet, pero que la magia estaba en la profesora. Esa magia es todavía mayor cuando se reviste de autoridad moral. Es el caso de esta otra historia de Gandi.

“Una mujer fue a ver a Gandi, pidiéndole ideas sobre la manera de conseguir que su pequeño dejara de tomar azúcar porque estaba haciéndole daño. Gandi le dio una respuesta un tanto críptica: venga a verme la próxima semana. La mujer quedó sorprendida, pero volvió una semana más tarde, siguiendo las instrucciones de Gandi.

Por favor, deja de tomar azúcar, le dijo Gandi al pequeño nada más verle. No es buena para tí. Después estuvo jugando un rato con el niño le dio un abrazo y le dejó ir. Pero la madre, incapaz de contener su curiosidad, le preguntó: ¿por qué no nos dijo Vd esto la semana pasada cuando vinimos? ¿Por qué nos ha hecho volver? Gandi sonrió. La semana pasada , le dijo, yo también tomaba azúcar”