16.-La compunción del corazón es una disposición del alma que la mantiene habitualmente, día y noche, en todo momento, en la contrición, un dolor del corazón que reconoce el gran amor de Cristo para nosotros y que en cambio nosotros le hemos pagado con la ofensa, con el pecado, por lo cual el alma sufre, se duele y llora de amor, queriendo no haber cometido jamás aquel o aquellos actos pecaminosos. Esta compunción perfecta que queremos adquirir no es la de un acto aislado, sino la de un estado sincero y habitual de nuestro ser. Ello nos garantiza el odio al pecado y la repugnancia contra todo lo que ofenda a Dios, incluso aquellas faltas más pequeñas. Quien logre este estado habitual, puede decirse guerrero.
17.-Esta compunción es la oración de "humildad y lágrimas" de la que habla San Pablo, "lágrimas y gemidos", como dice San Agustín. Es la más agradable al Padre. "Seremos atendidos no por largos discursos, sino por la pureza del corazón y el arrepentimiento con lágrimas", dice San Benito. Es la perfección cuando nos juzgamos reos de pecado en cada momento e indignos de levantar la vista al cielo,. Es hasta el último aliento de vida que debemos llorar en el corazón nuestros pecados, si queremos tener certeza de salvación, aquella certeza absoluta que excluye toda duda y todo temor.
18.-Es por la compunción del corazón que conocemos más a Dios y por ello conocemos más nuestras miserias. Todos los santos han expresado este conocimiento: a mayor conocimiento de Dios, mayor compunción del corazón por el mayor conocimiento del inmenso amor con que Dios nos ama y el mayor conocimiento de que nada le hemos amado y en contraparte mucho le hemos ofendido y mucho nos hemos olvidado de Él.
19.-El estado habitual de compunción es progresivo. El alma que se inicia en él, obtiene un manantial, un tesoro de favores divinos, como dice Santa Teresa de Jesús: "El dolor de los pecados crece más mientras más recibimos de nuestro Dios". Dice que el alma no se acuerda muchas veces ya de la pena, sino de cómo fue tan ingrata de cometer tal cosa contra quien tanto le ha amado, lo cual le compunge y le duele profundamente mientras más favores recibe de Dios.
20.- La compunción no estorba ni distrae de la confianza, el amor y la alegría del gozo de Dios, sino por el contrario, es su fundamento. El demonio siempre tratará de confundir estos términos, para alejar a las almas de la compunción. La compunción del corazón es la condición sin la cual no se puede dar la confianza, el amor, la santa alegría y el gozo de Dios. Agrada mucho a Dios la habitual actitud de dolor de amor, frente al rechazo que le hemos hecho por el pecado, repudiando aquel acto por el que lo rechazamos. Es actitud por la que repudiamos y aborrecemos al pecado y a todo acto que nos pueda alejar de Dios. SI alguien dice que goza de Dios y tiene confianza en Dios y sirve a Dios, pero no tiene compunción del corazón, marcha al abismo engañado por el diablo. Esto suele ocurrir con los tibios.
21.-Por su misma naturaleza, la compunción participa de la contrición perfecta, que es una de las más puras y singulares formas de amor. Excita constantemente a la generosidad y dilección, que aspiran a reparar las culpas pasadas con un crecido fervor; inspira al alma a la desconfianza en sí mismo y en este acto la vuelven extremadamente dócil a la acción divina y totalmente inclinada a las acciones del Espíritu Santo. La pone en guardia contra la disipación de la voluntad, las inclinaciones y la negligencia habitual, que son obstáculos peligrosos contra la vida sobrenatural y la condición cristiana. La compunción libera al alma de las peligrosas y frecuentes inclinaciones a hacer un dios a nuestra voluntad, además repudia a la tibieza y la mediocridad en las buenas obras. El alma penitente llena de compunción es más agradable a Dios que un alma adormecida por una perezosa seguridad de que va mas o menos bien por el camino de la salvación. Hay más alegría en el cielo por un pecador que se arrepiente que por 99 justos que no requieren de arrepentimiento. La compunción nos hace llamar a la permanente alegría de los ángeles, conforme sea habitual en nosotros.
22.-La compunción es el ojo por el que el alma contempla el estado en que se encuentra delante de Dios, lo cual basta para destruir en ella el espíritu de vanagloria y hacerla indulgente y compasiva con los demás, por lo que es fuente de viva caridad para el prójimo.
23.- La compunción reafirma el gozo en Dios. Excitando el amor, avivando la generosidad, fomentando la caridad, la compunción nos purifica más y más, nos hace menos indignos de unirnos a nuestro Señor; nos da seguridad de perdón y confirma la paz del alma. San Francisco de Sales dice: “A la tristeza que proviene de la verdadera penitencia, más que tristeza debe llamársele disgusto y sentimiento de aborrecimiento del pecado; es una tristeza que no entorpece el espíritu, antes lo vuelve más activo, pronto y diligente; que no deprime el corazón, sino que lo levanta por la oración y la esperanza y estimula en él el fervor; que, en sus mayores amarguras, produce siempre el dulzor de un consuelo incomparable”. Citando a un antiguo monje, agrega: “La tristeza que inspira la sólida penitencia y el agradable arrepentimiento del cual no nos arrepentimos jamás, es obediente, afable, humilde, suave, paciente como que proviene de la caridad; de tal manera que todo dolor corporal y toda la contrición del corazón es en cierto modo alegre, animada y vigorizada por la esperanza del provecho”, escribió San Juan Casiano.
24.-La compunción, lejos de deprimir al alma, la hace más diligente en el servicio divino, lo que es ya un indicio de verdadera devoción. Y así, cuando el alma, al recuerdo de los pecados pasados --recuerdo que debe referirse sólo al hecho de haber ofendido a Dios, no a las circunstancias de la misma ofensa--, se humilla delante de Dios y se sumerge en llamas de contrición que purifican el orín que la corroe, cuando se reconoce sinceramente indigna de las gracias divinas, como lo hizo San Pedro: “Apártate de mí Señor, que soy un pecador”, Dios se vuelve a ella con infinita bondad: “Un corazón quebrantado y humillado tú no lo desprecias, Señor”, dice el Rey David.
25.-Cuando Dios ve una alma que se esfuerza sin cesar en purificarse de sus culpas y con buena voluntad se esmera en reparar las infidelidades cometidas, se inclina hacia ella, lleno de misericordia. “Dios --dice san Agustín-- atiende más a las lágrimas que al mucho hablar”. Y san Gregorio: “Dios no se hace esperar: con los dones perdurables enjuga nuestras lágrimas momentáneas”.
26.-San Benito nos enseña: “todos los días confesemos con lágrimas y llanto, en la oración, los excesos que hemos cometido”. No dice de vez en cuando, sino todos los días. Sabe que si “somos escuchados, será a causa de esta actitud humilde del alma contrita”. Es necesario conservar nuestras almas en el estado del Miserere, el Salmo 50, que es el estado intimo de David penitente, pero rebosando confianza en la divina misericordia. El Rey profeta exulta en los salmos el camino de la contrición y el amor.
27.-Uno de los más preciosos frutos de la compunción, es el de fortalecernos contra las tentaciones. Fomentando en nosotros el desprecio al pecado. La contrición nos pone en guardia contra los embates del enemigo expresados en las tentaciones La compunción es una de las más necesarias y eficaces armas. Algunos creen que la vida interior es un fácil ascender, cómodo y sin sacudidas, por un camino sembrado de flores; generalmente no es así, por más que Dios, hay que trabajar. “Obtendrás los frutos de la tierra con el sudor de tu frente”, advirtió el Señor en el Génesis.. En la Sagrada Escritura se ha escrito: “Hijo mío, si te quieres consagrar al servicio de Dios, prepárate para la tentación”. Con el trabajo para sustentar la vida material, el Señor nos enseña que hay que trabajar para la vida eterna y la santidad, en su doble vertiente ambos, limpiando la tierra y sembrando, cuidando la siembra para obtener los frutos.
28.-En las condiciones presentes de nuestra naturaleza, no podemos encontrar plenamente a Dios sin combatir la tentación. Más ataca a los que más buscan sinceramente al Señor, a quienes buscan plasmar con más perfección en su ser la imagen de Jesucristo.
29.-Se dirá que, siendo la tentación un peligro para el alma, sería mucho mejor no sufrirla, según el parecer de la sabiduría humana, pero Dios nos dice lo contrario: “Dichoso el hombre que es tentado”. El ángel decía a Tobías: “Ya que eres grato a Dios, convenía que la tentación te probase”. No por la tentación en sí misma, sino porque Dios quiere templar nuestra fidelidad, que sostenida por su gracia, se fortifica con la lucha.. Él mismo prepara la tierra a donde fructifique el árbol de la cruz, con sus frutos de vida eterna. Las tentaciones sufridas pacientemente son fuente de méritos para el alma, y ocasión de gloria para Dios; porque el que responde con constancia a la prueba acredita la potencia de la gracia: “Te basta mi gracia; mi poder se manifiesta en tu debilidad”, dice a San Pablo. Dios reclama de nosotros este homenaje y esta gloria, como ocurrió con el santo Job.
30.- Hay personas rectas pero con soberbia, que no llegarán a la unión divina sino después de ser purificadas por el camino de volver a la verdad de su naturaleza, que a nuestro modo de entender se denomina humillación, “volver a la tierra”. Bien les vendrá conocer palpablemente el abismo de su propia flaqueza y cómo experimentar la absoluta dependencia que tienen de Dios, para que aprendan a desconfiar de sí mismas. Sólo la tentación les manifiesta su impotencia; cuando se ven sacudidas por ella experimentan la necesidad de clamar a Dios, porque se sienten al borde del abismo y no tienen más remedio que pedir angustiosamente el auxilio divino. Esa es la hora de la gracia. La tentación mantiene a estas almas vigilantes acerca de su debilidad, y las conserva en un constante espíritu de dependencia de Dios; para ellas es la mejor escuela de humildad y ascenso en el camino de la perfección.
31.- Para otros la tentación previene contra la tibieza. Sin ella caerían en la indolencia espiritual. Vencer la tentación aviva el amor y es oportunidad de ser fiel.. Tenemos el ejemplo de los Apóstoles en el huerto de Getsemaní. Aun cuando de antemano les había advertido el divino Maestro que velasen y orasen, se abandonan al sueño; no sintiendo el peligro, se dejan sorprender por los enemigos de Jesús y huyen abandonándolo. Otra conducta presentaron cuando en el lago luchaban contra la tempestad. Ante el peligro clamaron: “Sálvanos, Señor, que perecemos”.
32.- Además la tentación es un gran medio de adquirir experiencia. Por la tentación nos hacemos aptos para ayudar a los que vienen a nosotros en demanda de auxilio. San Pablo dice de Jesucristo que “quiso experimentar todas nuestras flaquezas, excepto el pecado, para mejor compadecer nuestras debilidades”.
33.- La tentación, por frecuente y violenta que sea, es una prueba, y Dios la permite para nuestro bien. No es un pecado mientras no nos expongamos voluntariamente a sus instigaciones y no consintamos en ella. Aunque sintamos su atractivo y deleite, mientras la voluntad no ceda estemos tranquilos, porque Jesucristo está con nosotros y en nosotros.
34.- Venga del demonio, del mundo o de nuestras malas inclinaciones, debemos resistirla con determinación y rapidez.
35.- El Señor dijo: “Vigilad”. ¿Cómo? Con el espíritu de compunción. Cuando el alma lo posee está siempre en vigilia. Conociendo la persona por propia experiencia su flaqueza, siente horror a cuanto puede llevarla a ofender de nuevo a Dios. Animada de este temor, llena de amor, se mantiene en vela para esquivar cuanto pueda apartarla de Dios, “que día y noche se preocupa de ella”.
36.- Al desconfiar de sí misma acude a Cristo y se aplica a la oración. “El verdadero discípulo de Cristo --dice San Benito-- es aquel que, rechazando de las puertas de su corazón el espíritu maligno, con su misma sugestión lo aniquiló”. Y ¿cómo haremos impotente al maligno y su malicia? “Arrancando los primeros renuevos de las sugestiones diabólicas y estrellándolas en Cristo”. San Benito compara los malos pensamientos a renuevos del diablo, padre del pecado; y nos dice que hay que rechazarlos y reducirlos a la nada estrellándolos contra Cristo tan luego como se manifiesten. Al instante; las sugestiones hay que sofocarlas en cuanto aparezcan; si las mimamos, arraigan y después carecemos de energía para resistirlas. Es más fácil vencerlas al principio que cuando por descuido se las ha dejado desarrollar. Son “renuevos” que hay que quebrar, esto es, débiles y como recién salidos, fáciles de destruir. Con la expresión “estrellar contra Cristo” el bienaventurado Padre recuerda el anatema del Salmista contra Babilonia, la ciudad pecadora: “Dichoso el que arrebate tus hijos y los estrelle contra las piedras”. Y Cristo, según san Pablo, “es la piedra angular de nuestro edificio espiritual”.
37.- Acudir a Cristo es el medio más seguro de vencer las tentaciones: el demonio teme a Cristo y tiembla ante su cruz. ¿Somos tentados contra la fe? Digamos al momento; “Cuanto reveló Jesucristo lo aprendió del Padre; es el Unigénito que, del seno del Padre, vino a manifestamos los secretos que Él sólo conocía: ésa es la verdad. Sí, Señor mío. Jesús, yo creo en Vos; pero aumentad mi fe”. ¿Somos tentados contra la esperanza? Miremos a Jesús en la cruz, hostia propiciatoria por los pecados de todo el mundo. Es el Pontífice santo, y “que por nosotros entró en el cielo y siempre intercede en favor nuestro”. Él ha dicho: “Al que viniere a mí, no le rechazaré”. ¿Se insinúa en nuestro corazón un sentimiento de desconfianza? ¿Quién nos ha amado más que Cristo? “Me amó y se entregó a mí”. Cuando el demonio nos inspire sentimientos de orgullo miremos a Cristo Jesús: era Dios y con todo se anonadó y humilló hasta la muerte ignominiosa del Calvario. ¿Y habría de ser el discípulo de mejor condición que el maestro?. ¿Es el amor propio el que nos sugiere deseos de venganza? Miremos también a Jesús, nuestro modelo, en su pasión: “No apartó su rostro de los que le escupían y golpeaban”. Si el mundo, cómplice del demonio, nos lisonjea con halagos pecaminosos, vanos y pasajeros, refugiémonos cabe Jesús, a quien Satanás osó prometer la gloria y el mundo entero si quería adorarle: “Señor Jesús, lo abandoné todo por tí, por seguirte más de cerca; no permitas que jamás me aparte de ti”. No hay tentación que no pueda vencerse con el recuerdo de Cristo. Y si la tentación persiste, si va acompañada especialmente de sequedad y tinieblas espirituales, no desfallezcamos: es señal de que Dios quiere vaciar nuestra alma de sí misma para ensanchar su capacidad divina y colmarla de su gracia: “Le podará para que dé más fruto”; como los discípulos, gritemos de todas veras a Jesús: “Sálvanos, Señor, que perecemos”. Si lo hacemos así en el momento de la tentación, inmediatamente, cuando es todavía floja; si especialmente nuestra alma se mantiene en aquella actitud de arrepentimiento habitual que constituye la compunción, estemos seguros de que el demonio será impotente contra nosotros; la tentación nos servirá únicamente para mostrar nuestra fidelidad, fortalecer nuestro amor y hacemos más gratos al Padre celestial.
III. Meditación diaria de la Pasión de Cristo
TEXTOS QUE FUNDAN LA ESPIRITUALIDAD DE LA ORDEN DE LOS CRUCÍFEROS