1.- Independientemente de nuestro estado de vida, todas nuestras acciones deben ser un retomo a Dios, por el derecho que Dios tiene de que así lo hagamos, porque Cristo murió por nosotros y le debemos corresponder con nuestro amor. Debemos volver a Él debido a que el pecado nos ha apartado de su presencia desde el mismo momento de nuestro nacimiento. Estábamos lejos (Efes., 11.13), dice San Pablo, habiendo dejado por nuestra propia voluntad al bien eterno, infinito e inmutable para el que fuimos creados, que es Dios, para inclinarnos hacia los bienes transitorios, hacia las criaturas. Eso es el pecado; preferir a la criatura en lugar del creador.
2.-Si queremos retomar a Dios, es necesario que rompamos todo lazo desordenado con la criatura para entregamos solamente a Dios. Esto es la conversión, que se da por una serie de acciones continuas por las que evitamos el pecado y nos alejamos de los afectos desordenados por las criaturas y de todos los móviles humanos, para buscar con todo nuestro ser y con todos nuestros actos solamente a Dios, cualquiera que sea nuestro estado de vida.
3.-No puede haber compatibilidad entre Dios y el pecado (II Cor., VI, 15). Se engaña aquel que crea que sirve a Dios, pero que no rechaza con todo su ser al pecado, sea cual fuere. Dios no se va a comunicar con la persona que no trabaja siempre por no cometer el pecado y tampoco con quien no detesta al pecado. Sin embargo existe en muchas personas la creencia de agradan a Dios solamente practicando algunas obras, con sus obligaciones de estado y confesándose cada vez que cometen pecado mortal. Creen que Dios se les comunicará, lo cual es totalmente falso. La persona debe rechazar con todo su ser al pecado y luchar continuamente contra las tentaciones.
4.-El vientre donde se gestan los pecados está constituido por la inclinación humana hacia el deleite de los sentidos, conocido como concupiscencia, y a la soberbia. Estas inclinaciones están latentes siempre en nuestro corazón, asomando como invitaciones. Pertenecen a nuestra naturaleza herida por el pecado de nuestros primeros padres, sin embargo para que se conviertan en actos, requieren de nuestra aceptación y así como sucede en el orden natural, ocurre también en el sobrenatural. Las células que dar origen a un ser humano son invisibles al ojo, sin embargo producen un portento de la naturaleza que Dios ha creado. En el orden de la gracia ocurre lo mismo, los actos por muy pequeños que sean, revestidos de los méritos de Cristo son portentos de gracia y de salvación del hombre. Los pecados, por su parte, nacen de la inclinación del hombre, del demonio o del mundo cuando son aceptados por la voluntad. Estos dos elementos forman al pequeño engendro mortal al que hay que estrellar contra la piedra angular, que es Cristo, para que mueran.
5.-Las personas que son presas del pecado o que caen en pecados de cualquier dimensión, han vivido un proceso. Esto no ocurre de buenas a primeras. Es el resultado de una serie de acciones consecutivas que alimentaron al engendro que vino a ser primeramente un embrión el cual fue alimentado con la sustancia de otros embriones o engendros de diversos tamaños que son: el orgullo, el amor propio, la presunción, la sensualidad, la desidia, la pereza y la falta de temor de Dios. El pecado mortal ocurre cuando en un momento dado el engendro ya es lo suficientemente grande para nacer y viene el demonio, su padre, a presidir con la tentación. Con un escenario de esta naturaleza, el alma se tambalea y la gracia es expulsada, dando paso al pecado, al engendro que ha sido alimentado de poco a poco desde tiempo atrás.
6.-Es imposible pretender santificar nuestra vida y servir a Cristo si no tenemos conciencia de este fenómeno y si con nuestros actos no nos hemos determinado día con día a impedir la concepción del pecado al conjuntarse nuestras inclinaciones con la aceptación de nuestra voluntad. En cada acto es preciso exterminar al engendro en el momento mismo en que este busca ser concebido. Sea que la pulsión venga de nosotros, del demonio o del mundo, es preciso estrellar su cabeza en la roca que es Cristo.
7.-Tal acción exterminadora es la simiente de nuestro linaje guerrero, de allí venimos y de allí obtenemos el poder de nuestro linaje y es un trabajo que nos debe acompañar hasta el momento mismo de la muerte y que no se debe descuidar ni un instante, bajo advertencia de que quien así se durmiera, pensando que ya mucho ha luchado y que tiene suficiente fuerza y experiencia para combatir a los engendros después de su concepción, habiendo dejado que se junten los elementos que los constituyen, con este mismo acto esta engendrando al monstruo que le cortará la cabeza y le destruirá y arrastrará hacia las cadenas de los que no supieron ser verdaderos guerreros, hundidos en el pecado y al borde del infierno.
8.-Toda nuestra lucha consiste en exterminar a todos estos engendros de nuestra alma, de nuestra mente, de nuestro corazón, antes de que se conciban. No podemos acabar con la matriz, que está entrelazada con la matriz de la virtud, como la raíz de la cizaña con la del trigo. Ello será hasta el día de nuestra muerte y lo hará Dios mismo, quien nos fijará finalmente en el estado de la gracia y nos premiará con su gozo eterno. Será hasta ese momento cuando nuestra lucha termine. Por ello debemos estar podando diariamente y a toda hora, velando constantemente, que el pecado sea exterminado desde su misma concepción, cuando asoma su simiente hay que destruirlo, sin contemplación, sin miramiento, sin consideración alguna, sin pensarlo, sin un segundo de espera.
9.-¿Cómo discerniremos cuando va a engendrarse un pecado? En nuestra regla tenemos los instrumentos de las buenas obras: son 72 que recomienda un guerrero que nos ha precedido en la regeneración de los derechos divinos del hombre: San Benito. Por eso recomendamos aprenderlos de memoria.
10.-Sabiendo cuales son estos engendros y como nacen, viene una cuestión fundamental en la vida del guerrero. ¿De donde sacaremos las fuerzas para poder eliminar a cuanto engendro quiera tomar ser de nuestras entrañas? De la compunción del corazón.
11.-Así, nuestro trabajo es doble, primero es un trabajo de discernimiento constante y presente siempre, e inmediatamente un trabajo de obtener el poder que nos permite cercenar la cabeza a cada engendro.
12.-Los pecados veniales son engendros que pueden nacer sin que nos demos cuenta, pero al darnos cuenta debemos exterminarlos. También pueden nacer porque los consintamos deliberadamente y después los exterminemos con una confesión o con alguna buena obra. Esta última actitud es una trampa mortal del demonio a través de lo que guerreros antiguos llamaban "logismoi", demonios que nos quieren hacer creer que no pasa nada si toleramos esos pecados veniales. Es una trampa y caer en ella no es propio de un guerrero de Cristo, porque mantiene a quien así vive, en un estado constante de tibieza y mediocridad que Dios vomita. Las almas de tales sujetos permanecen enanas y jamás podrán constituirse en auténticos guerreros de Cristo, porque las sanguijuelas les chupan la sangre manteniéndoles en un estado de enanismo, anorexia, boulimia y enfermedad constante. Jamás conocerán el rostro de Cristo y por su mediocridad están siempre al borde del pecado mortal, titubeantes y nerviosos. Este estado deplorable y enfermizo, aunque es el más fétido, parece ser el más común, por lo que se convierte en un campo pantanoso del que difícilmente alguien puede salir. Es el que más impera en la Iglesia y es el que más daño le hace. Este campo es el preferido por los espíritus demoniacos para llevar a cabo la destrucción de la Iglesia, a partir de sus propios ministros y fieles. Por esto debemos extirparlo de nosotros.
13.-Los pecados veniales en que caemos sin consentimiento de la voluntad y que son exterminados como engendros que se han colado en la habitación del Señor sin darnos cuenta, con acciones de humildad y con los sacramentos, vienen a colgarse en nuestro galardón, no son nocivos cuando los hemos eliminado inmediatamente que los detectamos.
14.-Entre los pecados veniales deliberados más peligrosos, por su simiente, son los del espíritu, los del orgullo y la desobediencia. Son muy peligrosos y suelen enmascararse incluso con ropajes de guerrero. Oponen una barrera infranqueable entre Dios y el hombre y lo predisponen a caer de un momento a otro en pecados mortales.
15.-Todos estos engendros podemos destruirlos con nuestras dos armas que nos han sido legadas por guerreros antiguos: el discernimiento que se obtiene con la práctica ordinaria de los instrumentos de las buenas obras y la fuerza del Espíritu Santo, que proviene de la compunción del corazón. Armados así somos invencibles. Quien no tenga esta armadura, perecerá irremediablemente. En orden de importancia y en orden del servicio que estos medios dan para la salvación se encuentra primero la compunción del corazón, por la que Cristo nos revela la infinitud de su amor por nosotros.
TEXTOS QUE FUNDAN LA ESPIRITUALIDAD DE LA ORDEN DE LOS CRUCÍFEROS