El velado jardín del despertar.
Altas y sólidas murallas impiden llegar a este jardín tan particular, compuesto de tres niveles. Para intuir de su existencia debes romper y poder liberarte del muro de “la inmadurez”. Recién desde ahí visualizarás los tres muros que rodean el primer jardín. Llamados el muro del deseo, el muro de la ignorancia y el muro del materialismo.
Los griegos lo llamaron “El jardín de Epicuro” . En un nivel superior esta el segundo jardín, con sus tres altos muros, el primer muro lo custodia la Diosa Briso que preside a los tres sueños principales, Fobertor – Morfeo – Fantasía. El segundo muro lo cuida la diosa Aclis, la oscuridad y el tercer muro Ofion que simboliza el Caos, al inconsciente, a la incertidumbre. Fue llamada “El jardín de las Hesperidinas”. El tercer jardín esta en el centro de tu ser, y debes destruir el muro de “la dualidad”, el muro de “la muerte” y el muro del “espacio-tiempo”.
En este jardín reina la eterna primavera, es el “jardín del señor de arriba”, situado en el pico más alto de la montaña del centro del mundo, en torno a la cual giran todas las estrellas de todas las galaxias.
Cada jardín es una escuela que imparte enseñanzas “sobre el ser”.
Pertenecen a un dominio superior a tres mundos ajenos a nuestra personalidad que no posee la habilidad para comprender conceptos y experiencias de naturaleza extradimensional. El muro de la inmadurez es casi imperceptible, la ceguedad de los hombres es el más peligroso efecto de su orgullo. Si llevas contigo una brizna de orgullo personal, no solo negaras el muro, sino que no podrías obtener la enseñanza para destruirlo, aunque te relacionaras con un maestro realizado. El orgullo es el complemento de la ignorancia. El hombre orgulloso es un factor de discordia, fuente de todos nuestros males, solo ve apariencias, incapaz de progresar en el camino de la consciencia superior. La humildad es la base de toda clara visión. Si las personas no pueden adoptar una actitud “humilde” hacia algo que se les invita a estudiar y experimentar, no serán capaces de estudiar nada. Si ellos se preguntan ¿porque debo obedecer algo que no se?
La pregunta es de “la personalidad” y la humildad pertenece a la “esencia”, y es el camino al conocimiento de “la verdad”, a la gnosis (conocimiento supremo) capaz de hacerle comprender su exacta relación con la “realidad”, del que sólo es una manifestación, y advertir su esencial identidad con la “realidad una”. Actuando con la personalidad sólo seras un superficialista. No te conformes nunca con las apariencias, no mires sólo lo exterior de las personas, busca su esencia, su verdadera naturaleza. Resistid a las primeras apariencias, y nunca os apresureis a juzgar, tened en cuenta que hay losas verosímiles sin ser verdaderas, así como los hay verdaderas que no son verosímiles.
Como casi todo en la tierra, están sujetos a deterioro o fosilización, las apariencias son producto del pensamiento lineal, mecánico, limitado y fosilizado.
Hay una continua necesidad de regeneración para que la psiquis no viva sobre las ruinas de su decadencia, los que pueden aprehender los principios y dinámicas internos de la maduración (crecimiento de la esencia).
De tiempo en tiempo, ciertos factores cosmológicos y humanos se alinean, hay al mismo tiempo una necesidad y una posibilidad de restablecer, por medio de un esfuerzo especial y calificado, formulaciones y actividades que maximicen las posibilidades de una más rápida y completa penetración de las enseñanzas que conduce al desarrollo mencionado como “conocimiento de sí mismo” u “obtención de sabiduría”.
Muchos de estos períodos, de carácter cíclico, han ocurrido en tiempos recientes, ninguno de ellos ha sido por lo general reconocido como tal por científicos, ni por filósofos, ni artistas, ni psicólogos. La gente ha perdido la versatilidad de pensar, que era el sello de la antigua enseñanza. Tanto en el presente como en el pasado, lo que se llama conocimiento es un gran “velo” a la comprensión. Este conocimiento no esta basado en “nuestra observación”. El conocimiento interior -percepción- es la verdadera forma de conocimiento. Es imposible estudiar un sistema del universo sin estudiar al hombre. Al mismo tiempo, es imposible estudiar al hombre sin estudiar el universo. El hombre es una imagen del mundo. Ha sido creado por las mismas leyes que crearon el mundo entero. Si un hombre se conociera y se comprendiera a sí mismo, conocería y comprendería el mundo entero, todas las leyes que crean y que gobiernan el mundo.
E inversamente, a través del estudio del mundo y las leyes que lo gobiernan, aprendería y comprendería las leyes que lo gobiernan a él mismo. El hombre tiene cientos de ideas falsas y de concepciones falsas, sobre todo acerca de sí mismo, y si algún día quiere adquirir algo nuevo, debe comenzar por liberarse de todas ellas. De otra manera lo nuevo sería construido sobre una base falsa ¿Cómo puede un hombre liberarse de las ideas falsas? Dependemos de las formas de nuestra percepción. Las ideas falsas se producen debido a las formas de nuestra percepción. Hay grandísimas diferencias entre la gente en lo que concierne a las formas o a las modalidades de sus percepciones. Algunas personas perciben principalmente a través de su pensar, otras a través de sus emociones, y otras a través de sus sensaciones. Además, son posibles toda clase de combinaciones. Cualquiera que sea, cada modo de percepción se pone inmediatamente en relación con una especie particular de reacción a los acontecimientos exteriores.
Estas diferencias en la percepción y la reacción a los acontecimientos exteriores producen dos resultados; las personas no se comprenden entre sí y no se comprenden ellos mismos. Debemos comprender que cada función psíquica normal es un medio o un instrumento de conocimiento (parcial, fragmentado).
El conocimiento más completo que podríamos alcanzar de un tema dado sólo se puede obtener si lo examinamos simultáneamente a través de nuestros pensamientos, sentimientos y sensaciones.
Todo hombre que se esfuerza por alcanzar un conocimiento verdadero debe dirigirse hacia la posibilidad de tal percepción. ¿Has oído hablar de la anamorfosis? En condiciones ordinarias el hombre ve el mundo a través de un cristal deformado, desigual. Y aún si se da cuenta, no puede cambiar nada. Su forma de percepción sea cual fuere, depende del trabajo y se equilibran entre sí, todas las funciones tienden a mantenerse entre sí en el estado en que están. Pues bien, afirmo que el ser humano vive en constante anamorfosis. Deformado y extraviado en lo que atañe a su psiquis y espíritu. No nos recordamos, es decir, no tenemos la sensación de nosotros mismos, no estamos conscientes de nosotros mismos en el momento de la “percepción” de una emoción, de un pensamiento o de una acción. Si un hombre lo comprende y trata de recordarse a si mismo, cada impresión que recibe durante este recuerdo, sera en cierta manera doblada. Si miro a un árbol y “me recuerdo a mi mismo”, tengo dos impresiones, una el árbol y la otra a “mi ser” mirando al árbol. Esta segunda impresión producida por el hecho de “mi recuerdo de mi” es un “choque consciente”. El hombre, en su estado ordinario, es considerado como una dualidad, está enteramente construido de dualidades, o de “parejas de opuestos”. Todas las sensaciones del hombre, sus impresiones, sus emociones, sus pensamientos, están divididos en positivos o negativos, útiles o dañinos, pesimistas u optimista, bueno o malo, agradable o desagradables. Es en esta dualidad donde se efectúan todas las percepciones, todas las reacciones, toda la vida del hombre. La comprensión de la dualidad en nosotros mismos comienza desde que llegamos a captar la diferencia entre lo que es automático y lo que es consciente, si el hombre se pone a hacer esfuerzos para tomar una decisión definida, basada en motivos conscientes, de luchar contra los procesos automáticos que se efectúan en él según la ley de dualidad. La creación de este tercer principio, principio permanente, será para el hombre la transformación de la dualidad en trinidad. Si lo logra podrá ver en si mismo el inmenso “muro de la inmadurez”.
Del otro lado del muro están los estados superiores de consciencia. Comienza para el hombre la “ciencia objetiva” que expresa la “idea de la unidad” bajo la forma de “mitos y símbolos”, y de “aforismos particulares”.
El propósito de los mitos y de los símbolos era el alcanzar los estados superiores, el transmitir al hombre ideas inaccesibles a su razón, y el transmitírselas bajo formas tales que no pudieran ser interpretadas equivocadamente. Los mitos estaban destinados a las emociones superiores y los símbolos a la inteligencia superior. Todos los pueblos utilizaron los mitos para destruir este primer muro. En las iniciaciones de la India, el que atravesó el muro lo llaman “nacido dos veces” (Dvi-Ja). El segundo nacimiento es, claro está de orden espiritual, es el verdadero nacimiento, es decir, el nacimiento para la inmortalidad. La iconografía Búdica conserva también el recuerdo de que el segundo nacimiento, espiritual, tiene lugar a la manera de los pollitos a saber “rompiendo la cáscara del huevo”.
La cáscara es el muro de la inmadurez, es una imagen arquetípica que aparecen ya en los niveles arcaicos de las culturas. “Madurar” es escapar a la ley de accidente, para “nacer en el mundo de los dioses”. El hombre común, muy dormido no sabe que el es un “embrión de oro”, lo que fácilmente se comprende porque el oro, tanto en la India como en otras culturas, es un símbolo de inmortalidad y de perfección. El embrión se ve forzado a tomar consciencia en el período de entrenamiento iniciático, de realidades “invisibles” y a entrar en conocimiento de la historia sagrada que no es “evidente”, esto es, no dada en la experiencia inmediata.
La iniciación constituye la introducción en un mundo que no es ya “inmediato”: mundo del espíritu y de la cultura, y la renovación de las energías que mantienen la vida cósmica y la fertilidad universal. La fuerza sagrada que los “seres superiores” detentan, a saber, que la perfección espiritual de una élite ejerce una influencia salutífera en el resto de la sociedad. La iniciación es, en el fondo, el conocimiento del hombre, pero no como uno estudia todos los animales, esto no es solamente inmoral, es, sobre todo anticientífico. La iniciación constituye uno de los fenómeno espirituales más significativos de la historia de la humanidad. Es un acto que pone en juego su vida total. La proximidad de los “seres superiores” va a ser continuamente repetida y ampliada durante toda la iniciación. Madurar es el paso del mundo profano al mundo sagrado y supone, de un modo u otro, la experiencia de la muerte: es morir a una determinada existencia para acceder a otra.
Es fundar un nuevo tipo de existencia, abierto al conocimiento de si, a lo sagrado y a todos los mundos que contienen el universo. Es un medio para vivir en el misterio fundamental de la vida. Ser maduro es estar despierto. No dormir, no es únicamente vencer el cansancio físico, es sobre todo dar muestras de voluntad y fuerza espiritual; permanecer despierto indica que se es consciente, presente en el mundo, aquí y ahora, alerta, libre y responsable, y lleno de gratitud a la existencia. Has logrado conquistar el “cinturón de madurez” que otorga el maestro. Hecho de piel de zarigüeya en forma de espiral, símbolo de ascensión.
Esta entrega significa tomar consciencia de ser un extranjero, sentirse un extraño, un forastero, ahora eres un ser equilibrado, atento a la atracción de la tierra, y la atracción del cielo. Es un estado transitorio, sin el apoyo de Dios ni los hombres ¡Mantente Firme!
La única forma de estar conectado con la existencia consiste en ir hacia dentro. Tu conexión con el universo se da a través de la consciencia, que contiene a las nueve musas, “estas son las que no duermen”, muy próximo a la “presencia divina”.
Apolo aparece ante las musas como un sol. Y de este sol emana calor y luz, el calor es amor y la luz, sabiduría. Y las musas se convierten en amor y sabiduría, no a partir de ellas mismas, sino a partir de Apolo (el que se aleja a la noche). Las musas en conjunto se llaman “cielo”, porque ellas lo constituyen, pero lo divino que continuamente procede de Apolo, y que influye en las musas y es recibido por ellas es no obstante lo que constituye el cielo en su generalidad y en sus detalles. En el hombre se hallan concentradas todas las cosas del “divino orden” que en el hombre, su hombre interior es formado según la imagen del cielo y su exterior según la imagen del mundo, y que por este motivo el hombre en tiempos antiguos era llamado “microcosmos” un mundo en miniatura. Las nueve musas que forman el cielo actúan como una sola cosa por interés al bien común, pero esto no por si mismas, sino por Apolo, porque miran a él como al “único origen”.
En la filosofía Sufí, lo divino se expresa en nueve manifestaciones, que crea gráficamente, llamada eneagrama, derivada del sistema decimal, hay dos eneagramas, uno creado por el número 13, (la muerte – transformación) y el segundo creado por el número 7 (la materia viviente – la consciencia).
Mientras el primer eneagrama es un símbolo de significación limitada que no supera “la vida orgánica sobre la tierra”, somática y psíquica: vegetal, animal y humana, el segundo eneagrama cuyo sitio está en el “centro del cosmos” es un símbolo universal. Este eneagrama resume en sí toda la gnosis, ofrece de esta forma una especie de instrumento universal que permite penetrar todo, por supuesto con la condición que se haga de él un uso correcto en la búsqueda “del saber y del saber hacer”. Es un secreto camino de la auto-renovación continua. Y nos abre el camino hacia “la realidad”. Representa cualquier proceso que se mueve conscientemente por si mismo. El eneagrama es un tesoro – mas valioso que cualquier cosa que pudiéramos haber esperado descubrir, pues de él procede el poder para crear universos.
O7
O13
El símbolo expresa la ley universal del siete y la ley de tres, que pueden aplicarse a cualquier acontecimiento.
El eneagrama “de las musas” es un proceso de autodescubrimiento, seremos recompensados, enriquecidos, y cuanto más conmueva emocionalmente el eneagrama, más valioso será nuestra experiencia. Si nos permitimos vernos afectados, si se despierta algo en nosotros, el eneagrama puede convertirse en un catalizador de crecimiento y la liberación de nuestro ego del cual somos prisioneros.
Las musas nos permiten ver los tres primeros muros de nuestra cárcel: deseos-ignorancia-materialismo.
La ley de tres simboliza las tres fuerzas que actúan en el eneagrama representados por la musa Euterpe en el punto (0-9); Clío (3); Urani (6), y la ley de siete representa la manifestación actuando en el punto (1) Terpsícore; (2) Talia; (4) Calíope; (5) Erato; (7) Polimnia y (8) Melpómene.
Ver las musas dentro de uno mismo es encender el alma que la teníamos apagada, es ver que el cielo encierra más de “un mensaje”, uno de ellos es el “Himno a las Musas”, del filósofo Neoplatónico Proclo (412-485 DC) de profundo significado;
Cantemos la luz que lleva por el camino del retorno a los hombres;
glorifiquemos a las nueve hijas del gran Zeus;
y Mnemosina, de luminosas voces;
cantemos a estas vírgenes que;
por la virtud de las puras iniciaciones que
provienen de los libros, despertadores de inteligencia;
arrancan de los dolorosos sufrimientos de la tierra;
a las almas que yerran en el fondo de los pozos de la vida.
Enseñándoles a ocuparse con celo
de buscar y seguir un camino sobre las corrientes
y profundas a las del olvido.
Y de retornar, puras, al astro paterno,
hacia este astro del cual un día ellas se apartaron
cuando, enloquecidas por el deseo, de los groseros
bienes de la materia, cayeron en el
áspero mundo de la generación.
Y en cuanto a vosotros, oh dioses,
apaciguad el impetuoso impulso que me impulsa al delirio
¡Y haced que las inteligentes palabras me transporten a un santo éxtasis!
Que la raza de los hombres que sólo
sienten miedo hacia dios,
no me aparte de los caminos divinos
¡Deslumbrantes y llenos de luminosos frutos!
De lo profundo del caos,
perdido por el devenir en mil caminos errados,
y, llenándola de nuestras gracias.
Que poseen el poder de aumentar la inteligencia,
dadle la gracia de poseer para siempre el glorioso privilegio
de pronunciar con facilidad las elocuentes palabras
¡que seducen los corazones!
Todo el movimiento del eneagrama comienza con Euterpe (significa “deleite”) es la musa de la música, voz de la que deriva el nombre musa, pues los antiguos griegos encerraban todo conocimiento en el concepto música. Se le atribuye la invención y protección de las ciencias. Le da al hombre la “motivación” para destruir los muros de nuestra prisión.
Si acepta este regalo, le obsequia el valor, la voluntad, la inspiración y los sentimientos más puros, que comunican los propios efluvios de la consciencia, es como la esencia del perfume de una flor. Nace la música para despertar al hombre y tiene un valor místico casi como el de un misterioso lazo que uniese a todos las cosas del universo escuchando música que te deleita (que te despierta de tu hipnosis) de repente una frescura te rodea y no necesitas ser falso porque no hay otro ser humano con quien ser falso. Te unificas, estas integrado. Siempre que, en cualquier situación, te vuelves “uno”, una paz, una dicha, una alegría te rodea, sale de tu ser, llegaste a la espiritualidad, te sientes satisfecho, el sonido nos remite a dios y nos recuerda que estamos más allá del cuerpo y la mente.
Se sabe que el hombre moderno ya no escucha. Oír es algo maquinal. La gente solo oyen lo que quieren oír. Pero escuchar corresponde a un nivel mucho más elevado. Escuchar significa que cuando oyes, sólo oyes y no estás haciendo otra cosa, que no hay otros pensamientos en tu mente, de modo que todo lo que se dice llega hasta ti tal como se ha dicho. No ha sido interpretado por tu mente ni interpretado por tu ego, tus prejuicios, ni oscurecido por nada de lo que en ese momento, pasa en tu interior, pues todo eso son distorsiones. El ámbito de la audición es la profundidad, el oído no puede percibir nada que no penetra. El “hombre consciente” será “un escucha” o no llegará a ser hombre.
Tan pronto como nos acercamos a la estructura mística, palidecen las imágenes, existe sólo un último medio de acercarse; el sonido.
Desde la roca al animal más perfecto no hay ningún ser que tenga una consciencia verdaderamente cohesiva y que pueda dar a su vida un sentido de conjunto, en la música la melodía es la única que presenta desde el principio al final, una línea continuada con sentido e intención.
Lo inefablemente íntimo de toda la música, en cuya virtud nos hace entrever un paraíso tan familiar como lejano de nosotros y lo que le comunica ese carácter tan comprensible y a la vez tan inexplicable, consiste en que reproduce todas las agitaciones de nuestro ser más íntimo, pero sin el mundo material y sus tormentos. Las artes plásticas nos confirman en nuestra personalidad, la música nos separa de ellas, aquellas acentúan la diversidad entre los individuos, ésta la suprime y nos hace sentir nuestra unidad en el mundo. La estatua inmóvil y radiante sobre su pedestal nos dice: “yo soy un dios, yo duro eternamente y nada me cambiará”, y frente a esa personalidad divina, la nuestra se refuerza y se afirma. Más cuando nos hieren las ondas de la armonía, ¡Qué sorpresa, que conmoción interior! Ya no sabemos si salen de fuera o de nosotros mismos y nos abandonamos y confundimos con ellas de buen grado y sin reservas.
La música hace desaparecer al instante la barrera que nos separa del mundo exterior, porque el sonido que entra en nuestro oído nos parece idéntico a las emociones de nuestra alma. En cierto sentido el mundo de los individuos es una gran ilusión fijada en el tiempo y en el espacio, ilusión eterna que impone a todos los seres, como condición de su misma existencia, la lucha y el dolor. La magia suprema de la música disipa momentáneamente esta ilusión y nos permite gozar de la inmersión en el “ser universal” donde sobrenada nuestra consciencia. La música es una metafísica del alma que escapa al razonamiento filosófico y científico.
La música profana fue creada para dormir con Endimión, la música sagrada para espiritualizar al hombre y sumergido en las ondas de ese ritmo embriagador, exclama: “¡Por fin respiro, por fin me abandono! ¡ he encontrado a mis hermanos y el infinito me penetra! El sonido es el más universal de los idiomas, madre del lenguaje, reveladora del ser escondido, transfiguración suprema de la vida, ella es la más íntima, la más persuasiva y la más universal de las artes. Los antiguos sabios comprendían mejor que nadie, realizar el arte, es decir, la armonía en la sociedad.
La música es para ellos lo que deberíamos que fuere para nosotros, el fluido divino que penetra y ennoblece toda la vida, pues la música expresa siempre la quinta esencia de la vida.
Considero “el arte” como la realización acabada de cuanto existe, porque nos proporciona en esencia lo mismo que el mundo visible, pero de un modo más concentrado y perfecto, con discernimiento y elección deliberada de tal manera que podemos llamarle la flor de la vida en la plena acepción de la palabra. El conocimiento puro, profundo y verdadero de la esencia del mundo y de uno mismo se convierte en el fin del hombre consciente (el artista cabal).
Las artes son unidades vitales, y lo vital no admite división. El primer cuidado de los pedantes eruditos ha sido siempre, empero, el de trazar separaciones en el territorio infinito del arte, atendiendo a los recursos y a las técnicas más exteriores. Así, se ha distinguido la música de la pintura, la música del drama, la pintura de la plástica, pasando luego a definir lo que sea la pintura, la plástica, la tragedia. Pero el lenguaje de las formas técnicas no es casi más que la máscara de la obra propiamente dicha. El estilo es algo que la inteligencia artística no puede captar, es una revelación metafísica, es una misteriosa constricción, un sino. Y no tiene nada que ver con los límites materiales de las artes particulares.
Un arte es un organismo, no un sistema. No hay un género artístico que atraviese los siglos y las culturas. Todo arte singular, el paisaje chino como la plástica egipcia y el contrapunto gótico, vive “una sola vez”, y nunca se repite con su alma y su simbolismo típicos.
Existen 64 artes particulares, siete por cada musa, y el arte absoluto para Apolo (el sol espiritual).
Lo que pretende el verdadero artista es crear “un estado” o emoción estética en el espectador, en el lector, o el auditorio de forma que la sensación estética los eleve a ambos y permita trascender cualquier emoción mundana o egocéntrica. Por eso el artista siempre debe ser anónimo, es un agente de liberación y su arte es un “yoga”, una vía para desarrollar la autoconsciencia, la práctica de la generosidad y los ideales de la tradición esotérica.
La teoría estética de los maestros antiguos habla de nueve “sabores o aromas”, sentimiento erótico, sentimiento cómico, sentimiento patético, sentimiento furioso, sentimiento repugnante, sentimiento heroico, sentimiento terrible, sentimiento maravilloso y finalmente, sentimiento de tranquilidad y paz, el más elevado. La obra de arte es una mina de simbolismo y paralelismos y encierra una verdadera antología. Es la fusión de lo mundano con lo supramundano.
Su mensaje es: “por ti mismo ve a ti mismo dentro de ti mismo”.
En la medida en que se realiza la unidad interior entre forma y fondo, los soplos de la vida pueden llenar el objeto sin trabas y con una nueva libertad. “La obra libera a quien la contempla”. La nostalgia de esta liberación es base de la creación. Cuanto más “refleja” el hombre la belleza, más ennoblece la verdad que ésta contiene. Esta reflexión requiere una iniciación.
La libertad consiste en que el sujeto no encuentre nada que lo limite en su objeto y pueda desarrollarse armónicamente en lo que le rodea. En este caso, necesidad y dolor se retiran. Por eso “el arte” es la liberación suprema, ya que presenta al sujeto identificado en su esencia y sin depender de las contingencias naturales. El arte es el culto infatigable de los principios bajo la égida de la verdad. Si bien nos revela un principio determinado bajo una forma individual, esta es así, no obstante, con la intención de hacérnoslo sensible en su carácter universal. Recordemoslo: “la música nos libera de lo antropomorfo”. En la inspiración musical, lo irracional se hace consciente de si mismo. Desde mediados del siglo XIX la gran música se ha divorciado completamente del consumo. Ya nadie quiere despertar, nadie desea alimentar su alma moribunda. La música se sitúa en el límite extremo del espíritu humano, puesto que puede confundir en sí mismo la percepción y la sensación. Da más poder al hombre, pues le permite apropiarse de fenómenos del espíritu que la filosofía apenas alcanza a percibir. Con tal dominio, el hombre trasciende, logra alimentarse el alma con fenómenos que de otro modo la inteligencia no conseguiría apresar.
Las palabras de Beethoven a menudo acudían a mi mente: “la música es una revolución superior a la filosofía o a la ciencia”. El corazón tiene su modo de expresión en el sonido, tiene en la música su lenguaje artístico y reflexivo, la música es el amor del corazón que ennoblece la voluptuosidad, que humaniza el pensamiento abstracto, es la más sobrehumana de todas las artes y es de origen divino y que vive en el corazón de todos los hombres iluminados por el celeste resplandor.
La música siempre acompaña a la danza, en tanto que sea “seria” y no tenga intención de caricatura, ennoblece aquella danza sagrada y adquiere una naturaleza tan casta, tan maravillosa, que transfigura todo lo que toca. Un ejemplo es la sinfonía nro. 7 de Beethoven que propiamente hablando, es la apoteosis de la danza, en su esencia suprema. Euterpe y Terpsicore están aquí presentes. Terpsicore (significa placer) es la musa de la danza.
La danza es siempre sagrada, se ejecuta para despertar a los estados superiores de consciencia, mientras el baile es profano, usado para hipnotizar, para dormir al bailarín. En la antigua Grecia, en la “escuela de los misterios” se toma la palabra danza en el sentido de “pantomima”, es decir, de arte, que expresa las diversas impresiones del alma por las actitudes, los movimientos y los gestos corporales.
Esto es lo que los griegos llamaban la “orquéstica”. Este arte servía en su educación como complemento natural de la gimnástica, en esos tiempos el hombre no podía expresar con palabras sus más intensos sentimientos. Por eso las emociones que le causaba el espectáculo de la naturaleza los traducía por la danza. Ofreciéndose a si mismo, como homenaje a los dioses, con el movimiento rítmico de su hermoso cuerpo. Este modo de festejar a los inmortales y a los héroes fue siempre considerado por los griegos como el más natural. La danza y la música fue, pues, el punto de partida y la base de todas las artes helénicas, razón por la cual estas, fueron siempre tan verdaderas, en nuestra civilización por el contrario, ese primer instinto de la manifestación bella del hombre, se ha perdido o se ha pervertido.
Nosotros tenemos en nuestros bailarines sin alma, y en nuestros libros poetas sin cuerpo, mientras que la danza fue desde los primeros tiempos de la Grecia el sólido sostén de las artes más levantadas. La palabra y el canto, no tuvieron más que trepar por este tronco vigoroso. El hombre de la época mitológica se entrega a la danza con todo su ser. El poder de la danza trata de expresar la idea de lo que hay más misterioso y al mismo tiempo de más evidente e inexistente en las potencias de la naturaleza y el alma. La superabundancia de vida, le daba la fuerza necesaria para franquear “el muro” que le separaba del “gran todo”. Es la imagen venerable de la danza en toda su majestad religiosa. En la India fueron más profundos: son maestros en el estudio de los movimientos de la figura humana como medio expresivo. Como los movimientos de la danza se originan principalmente en el interior del cuerpo del danzarín, también una fuerza interna análoga en la escultura y arquitectura, tanto hindúes, budistas como jainistas. Planos, formas, volúmenes y espacios, no se reúnen en torno a un centro, sino que brotan como de un manantial. Este impulso hacia el exterior responde una vez más a la exigencia centrífuga del pueblo indio.
Una de las manifestaciones del dios Shiva es el danzarín cósmico, como rey de la danza Nataraja es vista como símbolo del eterno movimiento del universo. En la danza Tandava danza sobre el vientre del enano negro malévolo Apasmara (representante de la ignorancia). El hijo mayor de Shiva y Parvati es Ganhesa, dios de la sabiduría, el que trae suerte y el que salva los obstáculos. Como danzarín es una manifestación especial. Con el movimiento balanzeante desde su pie izquierdo al derecho, Ganhesa revela los latidos del corazón del universo y el ritmo fundamental que une a todas las manifestaciones existentes.
La cultura árabe tiene las danzas sufíes en los que se dan vueltas y vueltas como en un remolino, y tienen el propósito de aumentar la energía y la consciencia, de centrar y focalizar, de situar al individuo en el presente, de dar fuerza a sus sentidos, su cuerpo, si psique, de equilibrar sus emociones, de ayudar a percibir y abrir la inteligencia del corazón.
La danza es simplemente para haceros vivir más intensamente el aquí y ahora, para ayudaros a olvidar recuerdos pasados y deseos futuros. En el momento presente todo el pasado y todo el futuro está ahí, este “momento real” es vida, sin tiempo, simplemente momento existencial ¡Está vivo! Y esta es la única vida posible. Profundizad, sea lo que sea es preciso no permanecer en la superficie. Y en el momento en que profundiceis hacedlo a fondo y llegaréis a una nueva dimensión. No es ir hacia el futuro. Es profundizar en el presente, en este momento verdadero.
Cuando el movimiento se hace “extático” entonces es una danza.
Cuando el movimiento es tan total que no hay ego, entonces es una danza. La danza surgió en el mundo como una técnica de meditación, está conectada con el espíritu interior, se convierte en un estado de rapto. Pasa a ser la frontera entre el cuerpo y el espíritu, o sea la conexión entre ambos. Cuando la danza proviene del espíritu, trae alegría y placer a quien la experimenta y vuelve real la libertad. Si danzas en “serio”, no hay otra actividad que supere tanta unidad. El cuerpo está en movimiento y la energía fluye, la mente está en movimiento y la mente fluye, y cuando ambas fluyen, se fusionan la una con la otra. Te vuelves psicosomático.
Empieza a producirse una cierta alquimia. Cuando se ha alcanzado esa armonía entra en escena el tercer elemento: “el alma”. El alma sólo puede entrar en tu existencia cuando tu cuerpo y tu mente han hecho las paces; cuando el cuerpo y la mente cooperan y están tan profundamente enamorados que se abrazan y se arriman el uno con el otro.
Además de hacer danzar los cuerpos habría que hacer danzar las ideas. El creador de tales danzas debe conocer cómo se manifiesta el movimiento de los vientos, de las corrientes marinas, o el de las serpientes, puesto que obedece a un principio especial, notable por sus singularidades metafísicas, una idea es tanto “más idea” cuanto expresa la unidad de algo que aparece como múltiple.
Platón uso el término “idea” para designar la forma de una realidad, su imagen o perfil eternos e inmutables. Concibe con mucha frecuencia las ideas como modelos de las cosas y, en cierto modo, como las cosas mismas en su estado de perfección. Habría que concebir un sistema de notación coreográfica con el que se pudiera fijar “ballets de conceptos” para delicia del espíritu ¿no sería ésta la más elevada forma de arte que Platón aprobaría con gusto?
En lugar de aplicar principios eternos e inmateriales al cuerpo humano, el arte, la armonía del genio, el milagro de la sensibilidad y el ímpetu de la invención se introducirían entonces en el mundo de los conceptos. Así como lo hace la música, la danza nos permitiría aprehender las formas del movimiento y la armonía de las ideas, poniendo al hombre en contacto con ellas mediante la sensación, la percepción y el gusto estético.
Agradezcamos a Terpsicore que nos da la sencillez, el aplomo, la imaginación creadora, la inquietud y la improvisación. La danza es natural en el hombre, es un natural impulso de gozo que arrastra los sentidos hacia lo espiritual y los idealiza. En esto consiste la razón de su estética y el valor de su poder educativo.
¡Oh Terpsicore, musa sagrada de la euritmia y de la belleza viva!
¿Qué te ha sucedido en este siglo 21 que de tan inicua manera te han podido rebajar y disfrazar los hombres? ¡pobres almeas! ¿en qué os habeís convertido? En los bailes actuales asistimos a una ilustración coreográfica del instinto animal frío y preconcebido, la absorción del espíritu por la materia. Existe una ley inexorable; cuando el hombre convierte el arte en cómplice de su animalidad, pervierte y destruye la noción misma del arte, y mutila y destruye su propia persona, es la profanación del ser humano.
Nunca te hagas un experto en danzar, sigue siendo un aficionado, para que el estado de alerta se mantenga. El objeto a recordar es que el movimiento es sólo una circunstancia para crear consciencia. Mientras crea consciencia es bueno, si deja de crear consciencia, entonces se vuelve inútil, cambia a otro movimiento donde tengas que estar nuevamente alerta. Nunca permitas que ninguna actividad se vuelva automática.
La tercer musa en manifestarse es Talía, significa (siempre florecerá) es la musa de la comedia y se la representa coronada de hiedra, una máscara en la mano derecha y un cayado en la izquierda tres símbolos que marcan la vida del hombre.
“La comedia humana” titulo general con que Balzac reunió toda su obra poco antes de morir a los 50 años de edad. La comedia tiene su origen en los coros que integraban los festivales de Dionisio en la antigua Grecia, en los que intercambiaban burlas satíricas entre el coro y el público.
El hombre lleva en sí mismo una mezcla imperativa de necesidades, llámese sustancias religiosas, potencias contra el mal, ansias insuperables de adivinación, disposiciones para el juego y para el amor, capaces todas ellas y por sí mismas de crear formas mágicas y místicas en cualquier momento de su existencia.
El mago, mezcla del individuo “representante y representativo” del poder oculto, que pretende dominar ciertas fuerzas exteriores y utiliza toda suerte de elementos para dejar absorto al espectador. El hombre es el único animal que tiene sentido del humor. Sólo el hombre puede tener sentido del ridículo, del absurdo. En Grecia, la conquista de la comedia y su gemela la tragedia tiene su origen en el culto a Dionisios ¿Qué significa Dionisios para que se convierta en el trampolín desde donde el teatro dé su salto vital? Este dios representa una fuerza del genio griego que ejerce como una profesión la embriaguez y el entusiasmo.
El hombre ha experimentado siempre la necesidad de idealizar o de parodiar su propia existencia, de repetirla por el sueño del espectáculo y de la ficción ¿que red puede lanzarse sobre este dios fugaz, que tan pronto se deja ver en la clara superficie de las realidades como se hunde en el abismo obscuro de los símbolos?
Tigre y dragón, torbellino de llamas o rió caudaloso. Sus aventuras son innumerables, sus transformaciones igualan a los “avatares del Visnu indiano”: inquieto y nómada como éste, adopto y rechazó todas las formas de la vida divina y humana cual mudando de trajes en una fiesta eterna. Al recorrer la lista de sus sobre nombres, creyerose escuchar los gritos de una multitud entusiasta aclamando a un triunfador. La pluralidad de los lugares de nacimiento que se le atribuye, equivale a la ubicuidad.
Se le ve doble y triple al contemplarlo, se multiplica en el vapor de embriaguez que le rodea, las diversas sensaciones que inspira, entusiasmo o furor, delirio o espanto, risa o llanto, lo muestran bajo aspectos diferentes. Él es el mediador y el bienhechor, la vida del hogar, el alma de holocausto, la alegría del cuerpo, la energía del alma. Herótodo le llama “el dios de las máscaras”.
Una vez nacido del muslo de Zeuz, Hermes lo lleva envuelto en hiedra a las ninfas de Nissa, las cuales lo educan y lo alimentan. En la gruta de Nissa (Dio-Nisios) se forma y se completa.
El Jehova de Nissa es la divinidad sinaítica de Moisés.
El Osiris egipciano llamaba el monte Nissa, al monte Sinaí de los hebreos. El dios solar de Egipto es dado por Moisés a los israelitas y Orfeo a los griegos. Para poder entender la influencia de Dionisios y el antiguo testamento y gran parte del nuevo es necesario egipcianizarse. Osiris, que llevaba, cual Dionisios, cuernos de toro, piel de corzo con lunares, corona de hiedra y copa, había plantado la viña en Egipto. Los árabes según Herótodo, contaban con un Dionisios llamado Orotal, y decían que se cortaban el cabello como ese dios, o sea en redondo y afeitándose las sienes.
Hasta en el mismo Jehova de Israel se quiso ver a Dionisios, imperando sobre la vid de oro del templo de Jerusalen.
¿Qué es la fiesta de los tabernáculos, más que una bacanal judeíca? Evidentemente, su sabaoth sólo es sabasio, uno de los sobrenombres de Dionisios. Su gran sacerdote lleva la tiara del dios, revístese con la túnica de piel de ciervo bordada de oro y las campanillas que repiquetean en las frajas de sus ropones son los cascabeles que vibran en los tamborines de los bacantes.
Para los antiguos Dionisios (el espíritu de la vida) era el dador de la vida. En la teogonía cristiana es el “espíritu santo”, el espíritu místico que es vida del “alma”, cuando el hombre despierta de su sueño material, se ríe de él, empieza a comprender que hay algo más grande que lo que “se ve” y busca entrar en contacto con lo divino. Siempre es el mismo dios, el dios único, sin tener en cuenta si le reconocemos como “padre”, “dios omnipotente” espíritu santo o cualquier otro nombre.
Es el espíritu, el hálito que es vida, Dionisios, que proclama con la acción; “soy el que fue, es y será por siempre”, en mi está oculto el misterio de las edades. Tengo dentro de mi toda la sabiduría que siempre existió. Esta sabiduría “oculta dentro de mí”, el Cristo dentro de ti, será tuyo y se convertirá en parte de ti, tan pronto aprendas a inhalar el “espíritu” que es vida.
Estuve contigo a lo largo de todas las edades, más no me conociste, ni me podrás “conocer” a menos que rompas las ataduras carnales y halles el espíritu que “soy yo”.
Esta es una descripción exacta y apropiada de la meta de la perfección humana. Jesús dice: yo soy la vid verdadera, y mi padre es el viñador y vosotros los pámpanos. Dionisios es el dios de la vid, el espíritu en la vid, el dador de vida.
Tanto en el antiguo testamento como en el nuevo, para indicar “la verdad” se utiliza la palabra “piedra”, la más externa o literal de las formas de la verdad, en su sentido más rígido, inflexible. Los mandamientos fueron escritos sobre piedra. Una cosa es captar de modo literal y otra a un nivel superior es entender psicológicamente, se usa la palabra “agua” que significa “verdad viviente”, verdad íntima, de la verdad interior del hombre mismo.
El continuo drama de la vida humana es la destrucción de la verdad psicológica por la verdad literal.
La verdad espiritual, la enseñanza espiritual le llaman “vino”. En las bodas de Cana, Jesús ordena que las vasijas de “piedra” se hecha “agua” para tornarse en “vino”. La piedra es la verdad literal que llega desde fuera, el agua es la verdad psicológica, la autoridad interna, el vino es la verdad espiritual, junto al corazón para percibir aquello que “es bueno”. El corazón advierte todo el “bien” que contiene “el vino” y así logra tener compasión, que es algo que proviene de la “bondad”.
El pontífice cantor del vino, Omar Khayyan, de Nisapur, admirador de Dionisios, lo refleja en sus poemas.
Bebe vino y alegra tu corazón:
habla poco de lo que se fue.
Note preocupes por lo que vendrá.
El alma es un préstamo, una prisionera
líbrala, de vez en cuando de
las ligaduras de la lógica y la razón.
Un libro de versos, una jarra de vino rubí;
un pedazo de pan y algo que nos alcance a vivir.
En este mundo de vanidades.
Yo iré contigo a un lugar solitario
esta será más dulce a mi corazón
que el imperio de un sultán
bebe vino bermellón, es el sostén y sosiego de tu alma
cura tus desgracia y restaña tus heridas.
Busca refugio en el vino
que es el arca de Noe.
¡La eternidad eternamente discutida!
En horas de felicidad el vino no nos jugará un engaño
el conocimiento y la práctica están más allá de nuestra visión
pero el vino soluciona todo enigma que se ha impuesto
los elementos que constituyen una jarra
odian a todo embrutecido asesino de jarras
¿jarras diestramente moldeadas por amor a quién?
¿después rotas a pedazos, como maldición a quién?
Hafiz de Chiraz también considera a Dionisios como la última palabra de la sabiduría divina y humana. En efecto, el más delicado y el más refinado de los poetas persas, la embriaguez es para él el símbolo del más alto grado del “amor”. Leamos unos Gazales.
La taberna
Hombre puro: no vituperes a quién ama el vino;
los pecados de los demás no serán cargados a tu cuenta.
Cosecharás cada cual según haya sembrado.
No me empujes a la desesperación a causa de mi pasado.
¿sabes acaso quien, detrás del velo, será considerado bueno o malo?
Indulgente o severo consigo mismo, cada cual busca el amor.
Sinagoga, mezquita o catedral, todo lugar puede ser el altar del amor.
No soy el único excluido de la santa casa.
El mismo Adán dejó que el paraíso se le escapara de las manos.
Grato debe de ser el jardín del Edén, más procura no tener
por beneficio la liviana sombra del sauce a la orilla del campo.
Ten poca confianza en tus obras.
¿Cómo puedes leer por anticipado lo que la pluma del creador ha escrito en tu contra?
El último día, Hafiz, aunque en tus manos tengas aun la
jarra, podrás, desde la taberna, ser conducido al paraíso.
La hija de la vid
¡Ven, y en el río del vino lancemos nuestra barca!
Arrojemos nuestros dolores en el alma del vino joven o añejo
di la espalda por error a la calle de la taberna.
Ten la bondad de reponerme en el camino recto.
Tráeme una copa de ese vino color de rosa y oloroso a almizcle.
Y haz que centellee de celos el corazón, lleno de envidia de la rosa.
Si estoy ebrio y soy malo, se buena para mi;
ten piedad de este corazón trastornado y en angustias.
Si quieres el sol a medianoche quita el velo a la hija del viña con cara de rosa.
El día de mi muerte no dejes que me mezclen con la tierra:
hazme llevar a la taberna y acuéstame en un tonel.
Embriagate
si el canto de la tórtola y el del ruiseñor no te hablan ya de
embriaguez, y si no te entregas al hechizo del vino,
¿cómo podría yo curarte?
Cuando la rosa ha dejado caer su velo,
cuando el ave ha reanudado su canto,
no arrojes la copa de tus manos,
¿qué significan tus lamentos?
Ya que el agua bienhechora de la vida
está a tu alcance, no mueras de sed.
Entre tantas riquezas como trae la primavera,
recoge los tesoros de color y de aroma.
¡El otoño y el invierno están tan próximos!
Nada da el destino que no retome
nada le pidas a la pobre humanidad:
lo que ofrece carece de valor.
¿Qué duran toda la majestad y
todo el poderío de los reyes?
En la puerta de la casa del cielo está grabado:
¡Desdichado de aquel que compra las sonrisas del mundo!
La generosidad no habita ya la tierra, sellaré mis labios.
¿Dónde está la copa para que pueda hacer este brindis:
que el alma de Hatim Al Tai viva por siempre en la alegría?
Jalaluddin Rumi de Balkh, el gran místico sufí del siglo XIII estaba dotado de una luminosa percepción de la naturaleza y esencia del hombre, en el volumen 6 de su Masnavi dice lo siguiente:
“ Ese vino de dios se obtiene de ese juglar”.
Este vino corpóreo de este juglar.
Los dos tienen un único y mismo nombre en el habla,
pero la diferencia entre su valor es grande.
Los cuerpos de los hombres son como
cántaros con bocas cerradas;
ten cuidado, hasta que veas lo que hay dentro de él.
El cántaro de este cuerpo contiene el agua de la vida,
mientras que uno contiene veneno mortal.
Si miras el contenido eres sabio;
si sólo miras la vasija estás equivocado.
Conoce que las palabras se parecen estos cuerpos,
y el significado se parece al alma.
Los ojos del cuerpo están absortos en los cuerpos.
Los ojos del alma en la juiciosa alma;
por ello, en las figuras de las palabras del Masnavi,
la forma es engañosa, pero el significado interior te guía.
En el Corán se declara que sus palabras
“algunas engañan y otras guían”,
¡oh dios!, cuando un hombre espiritual hable de vino,
¿cómo puede un compañero espiritual confundir su significado?
Dionisios representa el misterio de la vida y la muerte, él enseña la disociación entre cuerpo y alma. Con Dionisios estaba completa el ciclo ritual, porque adorarle a él, al dios del placer y al dios de las almas, es adorar la vida en su plenitud y esperar más tarde la recompensa de la eternidad, disfrutar totalmente de la vida y quedar en la mejor situación posible tras la muerte.
Cuenta Homero como estaba Dionisios en manos de los piratas.
Se encontraba a la sazón descansando sobre las rocas de la costa en una isla del Egeo. Fue divisado por unos traficantes de esclavos, vieron en el joven una presa de gran valor y decidieron su captura. Dionisios no ofrece resistencia, llevándole prisionero a bordo. El piloto de la nave pirata advierte que está ante un dios y se lo hace saber a sus compañeros. Los piratas se burlan del concejo y largan anclas.
Después con la ironía de un dios, en alta mar, obra algunos prodigios, hace que el mejor de los vinos se derrame sobre la cubierta de la pequeña embarcación.
El palo mayor de la embarcación se cubre de hojas de parra y de ramas de hiedra y ya no queda duda, los horrorizados piratas comprenden al punto que el piloto no había hablado en vano. Dionisios se convierte en león, hasta lanzarse sobre el capitán de los piratas y lo destroza.
Los piratas se lanzan al mar y tan pronto tocan el agua, se convierten en delfines y quedan para siempre allí atrapados. Dice al piloto, que ha quedado solo con él a bordo de la nave: “tranquilizate, piloto querido de mi corazón, soy el alborotador Dionisios hijo de Zeuz, el de la magia riente y la hechicería luminosa.
Este cuento enseñanza posee muchos símbolos, comentaré sólo los delfines;
Los delfines nacen en el mar y son mensajeros de tempestades, que merecen confianza. El viento por llegar se anticipa mediante señales seguras.
Presenta la idea de la manifestación de lo invisible, atraviesan las grandes aguas con perseverancia. Por lo tanto es le símbolo de la verdad interior.
La verdad interior es el medio para comprender el porvenir. Verdad interior significa confiabilidad en uno mismo, certidumbre interior, o sea fe.
Es la autoridad real, y someterse a la autoridad superior moviliza y transforma por que es auténtica.
La verdad interior está en el centro del ser y este está vacío, y a su vez el centro es real. El vacío del corazón, de la mente está libre de prejuicios, de modo que está capacitado para acoger la verdad interior.
Esta humildad es necesaria para atraer el bien, esto es ataraxia, tan necesaria a la verdad interior que produce la suave penetración en el corazón y la mente de los humanos hasta transformarlos en hombres con luz propia.
Esta luz significa apartarse de los compañeros de especie y dirigirse hacia lo superior, hacia aquello de lo cual pueda obtenerse iluminación como la que recibe la luna del sol.
Hay que sentir veneración y humildad ante la fuente de iluminación espiritual, y por otra parte es preciso renunciar a las tendencias inferiores que impiden conservar la libertad interior que hace avanzar. Lo principal para el ejercicio de la fuerza de la verdad interior consiste en hallarse uno en si mismo firme y dispuesto, de tal actitud interior emergerá la conducta correcta frente al mundo externo.
La verdad interior no permite recibir influencias desde afuera, pero si enlazarse con los seres conscientes. Escucha el clamor del gallo que se eleva al cielo. En el gallo se puede confiar, llama cuando clarea la mañana, pero él mismo no puede volar hacia el cielo, sólo hace oír su quebrada voz.
Allí donde una disposición anímica, un sentimiento, se anuncia con verdad y pureza, donde un acto es clara expresión de la actitud interior, tales manifestaciones actúan misteriosamente y a distancia sobre quienes se hallan interiormente receptivos. Un día compartirán la copa de vino.
La verdad interior es fuerte y dura adentro y blando y suave afuera su opuesto la importancia de lo pequeño es blando adentro y por necesidad duro afuera. Es una etapa de transición, donde pueden hacer cosas pequeñas y dar preponderancia a la economía. Lo pequeño siempre va con la corriente del tiempo. Es preciso comprender cuáles son las exigencias del tiempo a fin de poder encontrar la debida compensación para las carencias y los daños que afligen este tiempo. En lo pequeño la desgracia llega desde atrás, tienes que demarque lo pequeño pase de largo dejando de lado lo grande.
Con la verdad interior comienza la cura de la funesta enfermedad de la metempsicosis, una de las cualidades del “delfín” es unirse a su propio ser.
Ver la imagen de Dionisios “navegando en un mar de dulzura”.
intado por Exequias, de Atenas.- Pinacoteca de Munich.
Exequias es un ceramista y pintor. Trabajo principalmente con la técnica de figuras negras. Construyó primero un kilix que es una copa para beber vino, y sobre el fondo de la copa que es plana pinto este relato de Homero. Navegando por un mar cuya luminosidad declaran los delfines, llega el santo Dionisios (bakos bienhechor). Su mástil termina en vides gigantescas, de las que penden grandes racimos. Todo va a cambiar en los cielos y la tierra, y esto por culpa de Atenas, la protectora del nuevo dios.
Esto ocurría por el año 540 A.C. En que la comedia toma vuelo. Crates autor y actor ateniense de comedias fue el primero que hizo intervenir borrachos en escena. Es una comedia política. La democracia soporta la comedia. Para que esto fuera posible, es necesario que hubiera alcanzado ya una gran significación ¿qué es la comedia política?
Representa la vida política, religiosa, social, no de éste o el otro ateniense, sino del mismo pueblo ateniense.
Y lo representa en una unidad inseparada y, para la mentalidad de su época, inseparable, el protagonista de esta comedia es, en el fondo, siempre uno y el mismo, el pueblo reunido en el teatro ateniense, un público que se reconoce a si mismo en la escena, que se ríe, se mofa de sí, se regocijan a si mismo.
El poeta muestra una grandiosa caricatura, la falsa personalidad y la personalidad del ser humano con un mundo al revés, en el que el sentido y el contrasentido, la realidad y la imposibilidad se mezclan revueltamente.
Los atenienses descubrieron que la vida del hombre es una comedia y la colocaron en la escena. Estaban abogando contra la perversión delas costumbres y la equivocada educación de la juventud. También ahora tengo la convicción de que la peste de la educación moderna, no sólo pervierte la vida privada, si no también los asuntos públicos. La comedia evoluciona y aparece como fenómeno general la ridiculización de los antiguos mitos, mal comprendidos, surge la “parodia mitológica”.
El tema del vida privada en la forma de la “comedia de intriga”, por último la comedia se vulgariza y el “azar” es en efecto, el dios de las comedias.
Talia siempre te ofrece el entusiasmo, la innovación, el humor, el altruismo y la espontaneidad para que te quites todas tus máscaras que te mantienen dormido.
En los lugares donde acude no son turbados por el desorden y el ruido. En la vida no es posible prescindir de la comedia sin perecer en la severa faz de la existencia que acongoja y consume, la verdadera comedia te aleja del torbellino del azar para que no convierta en páramo a tu consciencia. Es ella la que te otorga momentos de quietud para tu meditación y une con un fuerte lazo la faz alegre del alma con las sensaciones cómicas para que tu vivir compense los diarios embates de las circunstancias.
¿Es preciso que lo cómico se manifieste siempre por una incontenida alegría? En un mismo nivel de identidad está el sentirla y gozarla íntimamente, en vivir la rutilante comedia interna. Creyentes y ateos viven supeditados al dios que temen. Dios espiritual o dios material ¿qué sería dios para vosotros? ¿qué magnificencia atribuirías a lo divino? ¿qué es causa, efecto y consecuencia divina?
Humanos petrificados hasta el fin, sin beber en las fuentes de lo animal inferior, ni tender la mano hacia lo divino. En ese término medio viven los “tibios”, fuera de la vida y la muerte, en el sueño de Endimión. Dios es uno y absoluto pero los tibios en su imaginación lo diferencia con atributos específicos, ¡tantos dogmas creó el tibio, hasta el ridículo extremo de creer que su dios es el único verdadero! Dios en sus alturas ve esta comedia y se ríe de la insanía del género humano. La comedia de la vida es un privilegio que otorga el cielo para destruir las mercenarias pasiones que separan a los hombres. Es para despertar y humanizar al hombre que vive una existencia aflictiva, rutinaria y sin objeto. El alma crece envuelto en el caparazón de lo cómico. Tu jardín interior posee ya flores exóticas ¡cultívalas! Como lo hizo en la cultura árabe el maestro sufí Mula Nasrudin con sus increíbles ocurrencias y sus hazañas incomparables, sus cuentos enseñanzas.
Fuera de lo que es propiamente humano, no hay nada cómico. Muchos han definido al hombre como un “animal que ríe”. También como un animal que hace reír, porque si algún otro animal o cualquier cosa imaginada produce risa, es siempre por su semejanza con el hombre. Por la marca impresa por el hombre o por el uso hecho por el hombre.
La vida que es un eterno no fluir exige de cada uno de nosotros una atención constantemente despierta, que sepa distinguir los limites de la situación actual, y también que nos capacite para adaptarnos a esa situación. “Tensión, elasticidad y consciencia”, he ahí tres fuerzas complementarias que hacen actuar la vida.
¿Llegan a faltarle en gran medida al cuerpo? Entonces surgen los accidentes de toda índole, los achaques, la enfermedad.
¿Es el alma el que carece de ellos? Pues entonces sobrevendrán todos los grados de la pobreza psicológica. Todas las variables de la locura.
¿Es el carácter el que está falto a ello? Pues entonces se seguirán las profundas inadaptaciones a la vida social, fuentes de miseria, y a veces ocasiones de actos criminosos.
Al hombre no le basta vivir, aspira a vivir bien. Lo terrible para ella es que cada uno de nosotros se limite a tender a lo que constituye lo esencial de la vida, y se abandona para todo lo demás al fácil automatismo de las costumbres adquiridas. Toda “rigidez” del carácter, toda “rigidez” del alma y aún del cuerpo constituyen “lo cómico” y la risa su florecimiento o su castigo.
¿Qué es una fisonomía cómica? ¿dé donde se deriva la expresión ridícula del semblante? Las actitudes, gestos y movimientos del cuerpo humano son risibles en la exacta medida en que este cuerpo nos hace pensar en un simple mecanismo. En toda forma humana advertirá el esfuerzo de un alma que modela la materia, alma infinitamente flexible, de movilidad constante, exenta de pesadez por no estar sometida a la atracción terrestre.
Esta alma comunica algo de su ligereza alada al cuerpo que anima, le infunde su inmaterialidad, que al pasar a la materia constituye lo que llamamos “gracia”.
Pero la materia se resiste obstinadamente, atrae a la actividad de ese principio superior, y le querría infundir su propia inercia y reducirlo a un puro automatismo.
Querría fijar los movimientos inteligentes corporales, transformándolos en contracciones estúpidas, solidificar en una perpetua mueca las móviles expresiones de la fisonomía, imprimir, en suma, a toda la persona tal actitud, que pareciese sumida y absorta en la materialidad de alguna ocupación mecánica, en vez de renovarse sin descanso al contacto de un ideal lleno de vida.
Allí donde la materia logra condensar exteriormente la vida del alma, fijar su movimiento, desterrar, en fin “la gracia”, obtiene en seguida un efecto cómico.
Si quisiéramos, pues, definir aquí lo cómico comparándolo con su contraste, habría que oponerlo a la gracia mejor aún que a la belleza.
Lo cómico es más bien rigidez que fealdad. La comedia nos hace ver en un hombre un fantoche articulado. Es menester que esta sugestión sea bien clara, que percibamos sin ambigüedad, como al trasluz, un mecanismo desmontable en el interior de la persona. Pero es menester igualmente que esa sugestión sea discreta, y que el conjunto de la persona, no obstante tener cada uno de sus miembros la rigidez de una pieza mecánica, continúe dándonos la impresión de un ser vivo.
La visión de una máquina funcionando en el interior de una persona llega a nosotros a través de un multitud de regocijados efectos; pero suele ser con todo un fugitiva visión que se pierde instantáneamente en la misma risa que provoca. Para fijarla, es menester un esfuerzo de reflexión y de análisis y el superesfuerzo de despertar de nuestro sueño, tener consciencia que estamos dormidos, como toda la humanidad. Talía es la musa que nos despierta, que nos hace ver que somos una máquina, un robot.
Si podemos ver el ridículo de nuestra vida, sentir repugnancia de ser un robot, de ser “un muerto” en la terminología de Jesús, comienza el “arrepentimiento”, el trabajo de estar “vivo”. Esta idea es algo que crece, rebota, florece y madura, hasta el fin. Nunca se detiene, nunca se repite. Es preciso que cambie a cada momento, porque dejar de transformarse es dejar de vivir. Se ha de aceptar la ley fundamental de la vida, “la de no repetirse nunca”, despertar, ser consciente es desafiar a toda imitación. Pero empezamos a ser susceptibles de imitación allí donde dejamos de ser nosotros mismos. Imitar es lo cómico de la vida, y no debe admirarnos que la imitación hará reír.
La vulgaridad es el mayor contribuyente de la esencia de lo cómico. El nacimiento de la era industrial colaboró con la automatización de la vida. Es que la vida no debería nunca repetirse en toda su plenitud circunstanciada. Donde quiera que hay repetición, donde quiera que hay semejanza completa, vislumbramos enseguida lo mecánico funcionando tras lo vivo.
Tal desviación de la vida en el sentido de la mecánica es en este caso la verdadera causa de la risa.
Cualquier rigidez aplicada a la movilidad de la vida e imitar su flexibilidad es cómica. Podríamos decir que toda “moda” es ridícula bajo algún aspecto. Es en el vestir, en el pensar, en el sentir, en el obrar. Si la moda es actual nos acostumbramos a ella a tal punto que no se nos ocurre oponer la rigidez inerte de la envoltura a la flexibilidad viva del objeto envuelto.
Nuestra personalidad es algo adquirido que reviste a nuestra “esencia” que esta viva, lo mismo que nos parece que el traje forma parte del cuerpo. Una persona que se pone un traje de hace diez siglos diremos que la persona se disfraza – como si toda vestidura no fuese un disfraz - . La personalidad formada por la tradición de siglos, costumbres, hábitos, formas de pensar, creencias, deseos, que no son nuestros, no pertenecen a nuestra esencia. Vistos desde la “esencia” toda personalidad es un disfraz que nos hace reír. No te identifiques con el disfraz, ten el coraje de quitártelo y úsalo solo en carnaval.
La falsa personalidad tiene la lógica de la imaginación, la personalidad la lógica de la razón y la esencia la lógica de la intuición. El hombre siempre vende imágenes de sí mismo, de la sociedad, de la naturaleza, la imaginación se llama disfraz, la razón se llama mascarada y la intuición un amaño mecánico de la vida. Una naturaleza arreglada mecánicamente.
Viviendo en la sociedad y viviendo de ella, no podemos menos de tratarla como a un servicio, será, pues, ridícula toda imagen que nos sugiera la idea de una mascarada social, desde el momento en que advertimos algo inerte, algo hecho, algo añadido en la superficie de la sociedad viva. Es algo de rigidez que se halla en pugna con la flexibilidad interna de la vida. El lado ceremonioso, protocolar, de formalidades, costumbres para cualquier acto público encerrara siempre un cómico latente que no esperará más que una ocasión para manifestarse a plena luz. Cuanto más sean las formas y las fórmulas, más vemos un mecanismo superpuesto a la vida, más hechos para encajar allí lo cómico. En toda ceremonia, los que toman parte nos dan la impresión de fantoches que se mueven. Su movilidad se ajusta a la inmovilidad de la fórmula, son funcionarios que funcionan como una simple máquina. Un mecanismo incrustado en la “naturaleza”, una ley automática de la sociedad, el resultado de una combinación será a toda luces la de una reglamentación humana sustituyendo a las leyes mismas de la “naturaleza”. Lo inferior gobernado a lo superior, la gran comedia.
Cuando no vemos en el cuerpo vivo más que gracia y flexibilidad, es que olvidamos cuanto hay en él de pesado, de resistente, de material, como la actividad siempre despierta de un principio en constante elaboración. Pero esta actividad es propia del alma y no del cuerpo. Cuando el alma se nos muestra perseguida por las necesidades del cuerpo, un cuerpo con su monotonía estúpida, interrumpiéndolo todo a cada paso con una terquedad de máquina, el cuerpo será para esta alma lo que traje es para el cuerpo mismo, una materia inerte colocada sobre una energía viva.
Será el cuerpo una pesada y molesta envoltura, lastre importuno que retiene en la tierra a un alma impaciente por dejar este suelo, una persona a la que su cuerpo le estorba.
Cuando el cuerpo se adelanta al alma, obtendremos algo más general “la forma predominando sobre el fondo, la letra buscando litigio al espíritu”.
Vemos a médicos y jueces que se interesan más por el título y el prestigio y nada significa la salud ni la justicia.
La forma va suplantando al fin al fondo.
Este automatismo profesional comparable al que imponen al alma las costumbres del cuerpo, e igualmente ridículo que aquel “hay que guardar siempre las formas ocurra lo que ocurra”, así actúan los robot, el cuerpo tomando la delantera al espíritu. Y ocurrirá siempre que nuestra atención se aparta del fondo para aplicarse a la forma. “Nos reímos siempre que una persona nos da la impresión de una cosa”.
La sociedad lentamente, en forma gradual transforma la persona en una cosa, y se confunde a la persona con la función que ejerce. A veces, por un trabajo interno o por accidente un hombre se conecta con “su esencia” y se decide a decir lo que piensa, aunque haya de “enristrar la lanza contra todo el género humano”: eso es vida, y de la mejor especie. Que otro hombre de fina educación, por dulzura de carácter, por egoísmo o por desdén, prefiera decir a las gentes lo que les halaga, también es eso vida. Podreís hasta reunir en un solo a estos dos hombres y hacer que nuestro personaje titubee entre la franqueza que ofenda y una cortesía que engaña. Esta lucha entre dos sentimientos contrarios será seria, mucho más si los dos sentimientos llegan a compenetrarse, a crear un singular estado del alma, a adoptar en suma, un “modo de vida” que nos dé, pura y simple, la impresión compleja de la vida.
Si en este hombre estos dos sentimientos “irreductibles y rígidos” son, si oscila entre uno y otro, y esta oscilación llega a ser francamente mecánica entonces hallareis la imagen que hemos encontrado en todos los objetos ridículos, habreis dado con lo mecánico en lo vivo, habreis hallado lo cómico.
Recordemos que cuanto hay de “serio” en la vida arranca de nuestra libertad, los sentimientos que fuimos madurando en nuestro interior, las pasiones cuyo fuego conservamos, las acciones deliberadas, decididas y ejecutadas por nosotros, todo lo que procede de nuestra esencia y o de nuestra personalidad, comunica a la vida su desarrollo dramático y generalmente serio. ¿Qué se necesita para cambiar todo esto en comedia?
Habría que suponer que una aparente libertad encubre un juego de fantoches. Que somos como dijo Plotino: “humildes marionetas cuyos hilos están en manos de la necesidad”. Si todos los hombres estuviésemos siempre atentos al curso de la vida, en continuo contacto con nosotros mismos y con los demás, nunca parecería que las cosas se mueven por hilos o resortes.
La vida se nos presenta como una evolución en el tiempo, es el progreso continuo de un ser que está envejecido sin cesar, es decir, que nunca vuelve atrás ni se repite.
Considerada en ele espacio, presenta elementos tan íntimamente solidarios, tan exclusivamente hechos los unos para los otros, que ninguno de ellos podría pertenecer al mismo tiempo a dos organismos diferentes: cada ser es un sistema cerrado de fenómenos, incapaz de interferencias con otros sistemas. Cambio continuo de aspecto, irreversibilidad de fenómenos, individualidad perfecta de una serie encerrada en sí misma: he ahí los caracteres exteriores que distinguen lo vivo de lo puramente mecánico.
Obrando ahora a la inversa tendremos tres procedimientos cómicos que llamaremos, “repetición, inversión e interferencia de series”. Fácil es comprobar que estos procedimientos son los del vodevil y que no podrían ser otros.
La vida es una comedia cuando el ser humano se “olvida de si” que es lo opuesto al “recuerdo de si”, pues si siempre se estuviese observando sería una variada continuidad, un progreso irreductible, una unidad indivisa. Y he ahí porqué lo cómico de los actos puede definirse como una distracción de las cosas, distracción fundamental de la persona.
La risa total es un fenómeno infrecuente, cuando cada una distracción de las fibras de tu ser vibra de contento, se produce una gran relajación. Hay unas pocas actividades que son inmensamente valiosas, y la risa es una de ellas.
La música y la danza son de la misma categoría, pero la risa es la más rápida. La risa es vida, es amor y es luz. La risa en su forma más pura es una danza de todas tus energías, cuando la risa es realmente profunda, la mente desaparece, no forma parte ni de la mente ni del corazón; la verdadera risa nace en tu núcleo más profundo, brota del centro y se extiende hacia tu circunferencia. Cada célula de tu cuerpo danzan al compás.
Zaratustra de Nietzsche dice: ¿Cuál fue hasta el presente en la Tierra el pecado más grande? ¿No fue la palabra del que dijo: “¡Pobres de los que ríen aquí!”? Cuando un hombre no puede reír no es realmente un hombre saludable y completo. Es un esclavo total tanto físico, psicológico y espiritual. La risa no es unidimensional, tiene las tres dimensiones del ser del hombre. La risa no conoce hábitos ni etiquetas, es salvaje y toda su belleza radica en que es salvaje. Zaratustra exige más: “¡Cuantas cosas son posibles aún! ¡Aprended, pues a reír por encima de vosotros!”.
Con las tres Musas en tu alma, todo es belleza, amor y risas.
En este jardín aprendemos a distinguir lo irreal, sucedáneo, de “lo real”, con la renunciación de todo lo aparente.
“Reírse de la fortuna”, he ahí una de las máximas del jardín.
Quien aspire a emanciparse de los hombres y de la fortuna debe aprender a bastarse. Sabio es el ser “que se basta”. Lo que significa que para ser feliz no necesita sino de si mismo.
Se esfuerza por hacerse indiferente, insensible a todo cuanto proviene del exterior. No busca sino la igualdad de ánimo, una serenidad semejante al agua calma que ninguna corriente perturba “ataraxia”. Todo ser, para ser feliz, debe vivir según su esencia, (lo innato) obedecer a su naturaleza, y no a su personalidad adquirida ¿Cuál es, pues, la naturaleza del hombre? La esencia humana no es sino una parcela muy pequeña del “ser divino”. El ser divino es idéntico a la naturaleza universal, y como vivir la propia naturaleza, obedecer el hombre a su propia naturaleza y obedecer a la “naturaleza del todo” son una y la misma cosa. La esencia es la parte real en nosotros y en esta sumisión a ella consiste la virtud. El sabio es, pues, el virtuoso.
Y el virtuoso es perfectamente feliz, ya que vive según su naturaleza. Todo ser resume, entonces, en un consentimiento “al destino”.
El sabio, en armonía con las estrellas, contempla el orden del mundo y halla en esta contemplación su visión para hallar su “libertad total”.
Con la firme seguridad de que su pequeña “voluntad” es conforme a la voluntad universal, se siente apto para seguir evolucionando. La paz es el bien supremo, merece cualquier sacrificio: y la primera condición para obtenerla es vivir ocultamente, lejos del trabajo, al abrigo de la multitud.
Deben evitarse todas las cargas que perjudicarían a la ataraxia.
El jardín no es un sistema filosófico, sino más bien como un camino de vida que trae la liberación y la alegría. No esta presente en este lugar ni el espanto, ni el temor, ni la turbación. “Se debe reír y filosofar a la vez”. Es otra máxima.
Este lugar interior tan poco frecuentado por los humanos, se debería llamar jardín de devoción, significando devoción la búsqueda de la naturaleza real de uno mismo.
Su máxima es: “Toma tu barca hombre feliz y huye a velas desplegadas de toda forma de civilización y sus nefastas costumbres”.
La civilización vive en la superficie, en la circunferencia, y nuestra “barca” se dirige hacia el centro, hacia la profundidad “del ser”.
Epicuro enseñaba: “no es pobre el que tiene poco, sino aquel que, teniendo mucho, desea más todavía”. Y su cuádruple remedio: “los dioses no son de temer, ningún riesgo se corre en la muerte; el bien es fácil de procurar, el mal, fácil de soportar con fortaleza”.
Estos no son sino medios para alcanzar la ataraxia. Esta confianza no puede obtenerse sino por el exacto conocimiento de las leyes de la naturaleza. En el ejercicio de la sabiduría, el placer va a la par del conocimiento, pues no se goza después de haber aprendido; se aprende y se goza juntamente.
Tú, amigo mio, has de saber que el don más feliz es tener una clara percepción de las cosas (consciencia): este es el bien absolutamente mejor que podamos concebir en el mundo. Admira esta clara aprehensión del espíritu, reverencia este don divino.
Lo que es menester a nuestra vida no son teorías subjetivas ni opiniones hueras, sino el medio de vivir sin turbación, es decir que cuando nada te afecta, por primera vez estás enraizado, por primera vez estás centrado, integrado, por primera vez la mente no es y tú eres.
Pirrón de Elida (365-275 AC) ofrece con su vida misma el ejemplo cabal del hombre enteramente muerto a los deseos. La mente es un llegar “a ser”, y tu alma es “ser”. Por esto los Budas insisten “¡No llegarás a menos que abandones todo deseo!”, si puedes vivir en este momento, sea el que sea, y olvidarte del futuro, de las metas, una profunda y total aceptación...de eso es de lo que trata la religión.
Desear quiere decir “llegar a...” desear quiere decir ser alguna otra cosa. Y siempre que deseas algo, estas diciendo “no”.
Estas diciendo que es posible algo mejor.
Comprender la futilidad del desear, es el primer satori.
Y entonces, de repente, el tiempo desaparecerá, porque el tiempo solamente existe con el desear. El futuro existe por que tú deseas. El maestro esta aquí sólo para que te des cuenta del absurdo que supone desear. Abre tu ojos. Ya has dormido demasiado. Es hora de despertar.
Pirrón fue uno de las grandes escépticos. El vocablo escéptico significa originariamente “el que mira o examina cuidadosamente”. - Se entiende, antes de pronunciarse sobre nada o antes de tomar ninguna decisión-. El fundamento de la actitud escéptica es la cautela, la circunspección. Pirrón afirmaba que nuestros juicios sobre la realidad son convencionales, la sensación constituye la base de ellos. Pero siendo las sensaciones cambiantes sólo se puede practicar una abstención del juicio.
Pirrón no dejó ningún escrito, pero su discípulo Timón dice que quien aspire a ser feliz debe considerar estos tres tópicos: 1º ¿Qué son las cosas en sí mismas? 2º ¿En qué disposiciones debemos estar respecto de ellos? 3º ¿Qué resulta para nosotros de esas disposiciones?
Ahora bien: a) las cosas son todas sin diferencia entre si, igualmente inciertas e indiscernibles; b) cualquier cosa de que se trate, diremos que no hay que afirmarla ni negarla; c) si nos hallamos en tales disposiciones alcanzaremos primero la “afasia”, (abstención de afirmar y negar), luego la ataraxia. Los escépticos esperaban alcanzar la ataraxia por consideración de la incertidumbre propia de los datos sensoriales y de nuestros conceptos; y, cuando esta consideración les era imposible se abstenían de juzgar.
La duda nace del desconocimiento de nuestro verdadero ser.
La duda es simplemente una pregunta, la duda dice: “quiero saber”. No tiene ideología. La duda es una búsqueda absolutamente pura. La duda no te convierte en nada. Simplemente hace de ti un investigador, y esa es la dignidad del ser humano. Si uno puede dudar hasta el fondo, puede percibir la verdad de su propio ser y, simultáneamente, la verdad de toda la existencia. Y eso es la liberación, ésa es la libertad. La duda hace que afirmes tu individualidad.
Comienzas a encontrar tu camino por cuenta propia. No aceptes los mapas que te dan los demás. Ser abierto, disponible, un signo de interrogación. La duda nunca ha generado ninguna filosofía; la duda ha generado ciencia. Y la duda va a generar religión.
Llevas en tu interior otro mundo que no es, de ninguna manera, más pequeño que el que ves afuera, tal vez es más grande. ¿Por qué digo que tal vez es más grande?...para que no creas, investiga. Tienes algo más que el universo entero.
Solo tienes que indagar, “¿quién soy yo?”.
Hacerse esa pregunta es como excavar, duda de tu mente. La mente vive del extremismo; se nutre de él. La mente no logra concebir cómo las contradicciones pueden encontrarse, como las polaridades pueden convertirse en una. Pero en la existencia se encuentran, son una. ¿Has visto que la vida y la muerte sean dos cosas separadas? No existe una división, ambas son parte de un todo. Permite la presencia de la mente, pero suspende el juicio. ¿Puede haber belleza? ¿puede haber fealdad? ¿puede haber algo moral y algo inmoral? ¿puede haber un pecador y un santo? Todo es ideado y fabricado por tu mente. La mente misma es el problema ¿crees que la mente va a intentar crear una ciencia sin problemas, sin contradicciones, sin paradojas?
Pirrón 350 años antes que Jesús proclama la frase: “no juzgueis” su frase es sin calificativos, es categórica, no juzgueis en absoluto. El juicio en si es incorrecto.
Un verdadero hombre espiritual no tiene juicio. Juzgar es imposible para él. Para juzgar tienes que ser egoísta. El ego es indispensable. El juicio sólo es posible desde una posición egocéntrica. El verdadero hombre espiritual existe como una nada. Dentro de él, no hay nada que divinidad, es uno con el todo. No puede hacer una distinción entre “yo y tu”.
Cuando Jesús dice: no juzgueis, esta diciendo; “por favor desaparece como ego”. Para juzgar, necesitas un criterio, reglas, paradigmas. Las reglas vienen del pasado, pertenecen al pasado muerto, no tienen nada que ver con el presente vivo.
Así que todas las reglas son inadecuadas. La vida es imprevisible ninguna regla puede contenerla. Todas las reglas son arbitrarias, son utilitarias, en ellas no hay nada de realidad.
Pirrón enseño; “ahora deja de estar conectado al pasado, hazte discontinuo con él. Ahora vive el momento, y vive el momento con claridad, con inteligencia, con consciencia, con amor, y no según a las reglas. Vivir según las reglas es simplemente una forma de evitar la inteligencia.
Los que no quieren ser inteligentes se convierten en seguidores de la tradición, de las escrituras, de las reglas, los rituales. Las personas que siguen las reglas son siempre violentos. La violencia viene de la estupidez, la no-violencia es un florecer de la inteligencia. La inteligencia y el amor siempre van juntos. La persona intelectual no es inteligente, el intelectual también esta viviendo en el pasado. El intelecto es parte de la memoria, la inteligencia es parte de tu corazón. Son fenómenos completamente diferentes.
Un hombre de dios no tiene reglas ni ideas fijas, ni prejuicios, ni juicios, no pertenece a ninguna historia, a ninguna raza, a ninguna religión, a ninguna iglesia.
Sólo le pertenece a su núcleo interno. El hombre de dios es una nueva dimensión, no pertenece al hombre masa de la sociedad, gente ahogada, gente que ha perdido su alma, que se ha olvidado de si mismo por completo.
Dios ama a los creadores, no a la gente que está perdida en la mas anónima. Al juzgar se da por sentado que el hombre existe para las reglas, eso es poner las cosas patas arriba, eso es poner las cosas en un completo desorden.
El hombre no es el medio, el hombre es el fin. Si el hombre puede ser sacrificado por la regla, la regla se vuelve más importante. Observa cómo juzgas a la gente, cuando juzgas a la gente ¿no estás convirtiendo el principio moral en el fin? ¿no estás condenando al hombre y elogiando los principios?
Los principios son sólo conveniencias, no tienen ningún valor intrínseco. Cuando el hombre alcanza “niveles de ser” más elevados. Deberían las reglas ser abandonadas y no convertirse en una carga. Las reglas se siguen manteniendo; pero los tiempos van cambiando.
El código Jaina de vida tiene seis mil años. El código de Manu tiene cinco mil años, Moisés dio cierto patrón de vida hace tres mil años. Buda hace dos mil quinientos años y Jesús hace dos mil años. El hombre del siglo XXI lleva esa carga. Seguir cualquiera de esos códigos es inadecuado, hace que te sea imposible vivir, y vivir es crecer, florecer y tu fragancia llenar al mundo. Las gentes piensan que las reglas son correctas, que ellos son los que se equivocan. La idea de que estas equivocado te hará encoger, te hará cerrarte, no te dará la emoción y la alegría que se necesita para crecer. No juzgueis simplemente significa no juzgueis a los ni a ti mismo. El juzgar tiene que desaparecer.
Epicuro se quedo en este jardín, pero la mirada de Pirrón fue más profunda y vio los tres muros que encerraban este jardín. Brizo la diosa que preside a los tres sueños, Aclis la oscuridad que te rodea y la incertidumbre.
Vio a las personas que le rodeaban que no les interesaba resolver sus problemas, porque para resolver sus verdaderos problemas tendrán que cambiar su forma de pensar.
Y no quieren cambiar su forma de pensar, quieren seguir siendo como son. Quieren resolver sus problemas y seguir como son. Pero el problema surge por cómo son, de modo que si no cambian, si su forma de pensar no empieza a tener nuevos caminos, es decir transformarse, “elevar su nivel de ser”, no puede resolver nada.
Permite que una nueva fuerza entre a tu vida. Esta dentro de ti. La musa de la historia Clio (significa gloria).
Hacer historia no es coleccionar, ordenar, distribuir material, la visión histórica propiamente dicha empieza donde el material termina, y pertenece al reino de las significaciones, donde los criterios no son ya la verdad o falsedad sino la hondura o mezquindad. La historia universal es el cuadro del universo viviente en que el hombre se ve implicado por su nacimiento, por sus antepasados y por sus descendientes.
El hombre intenta comprender ese universo viviente partiendo de su sentimiento cósmico. Este sentimiento de totalidad es variado y depende del “nivel de ser” de la persona.
El término historia significa “conocimiento adquirido mediante investigación”.
Leyendo libros de historia puedo afirmarte que vives creyendo como veraz lo que, más que error, es inexistencia, al extremo de que vuestra fantasía os hace admirar cosas que nunca existieron. Entonces uno se pregunta:
¿Qué tipo de realidad es la realidad histórica?
¿En qué se distingue la realidad histórica de la realidad natural?
¿Cuál es la naturaleza de los hechos históricos?
¿Es un conocimiento “inmediato” fundado en alguna forma de “experiencia humana”?
¿Es el material histórico fundamentalmente conceptualizable o simplemente intuible?
¿Hay en la historia categorías, y cuales son estas?
¿Es la historia una “ciencia social”?
¿Qué es la verdad histórica y cómo difiere de otras concepciones acerca de la verdad?
¿Son las leyes históricas distintas o no de las leyes naturales?
¿Se refieren los juicios históricos solamente a individuos, o bien a alguna clase de “universales”?
¿Hay factores causales primarios en la historia?
En caso de que los haya ¿se trata de factores materiales – como las relaciones económicas, las razas, etc – o bien “ideales”- como las ideológicas, “el espíritu de las épocas” etc?
¿En que consiste propiamente “la explicación histórica”?
¿Se explican los hechos históricos mediante leyes parecidas – aunque no necesariamente idénticas – a las leyes naturales, o bien mediante una especie de “sentido”?
Muchas preguntas que hay que saber interpretar.
La duda es la puerta de las cosas externas. La confianza es la puerta del “ser”. La duda no funciona en la experiencia religiosa, igual que la confianza no funciona en la exploración científica. El hombre de “comprensión” puede usar ambos: cuando trabaja científicamente usa la duda, el escepticismo, la lógica, cuando reza o medita usa la confianza.
Y es libre, no está limitado ni por la confianza ni por la duda. Confianza significa que no estamos separados de la existencia, que somos parte de ella, que es nuestra casa, que le pertenecemos, que este universo ¡es un universo maternal!
En la historia la realidad del “conocedor” es fundamental, no en cuento falsea lo conocido, sino en cuanto pertenece a la realidad de lo conocido, así, “verdadero y falso” no tienen el mismo sentido en “historia” que en otras realidades, pues lo que es “falso” puede influir en los desarrollos históricos tanto o más que lo que es “verdadero”. Hay, pues, un elemento “activista” en el conocimiento histórico, la “presencia de valores”. La musa Clio da al ser humano la memoria, la perspicacia, el discernimiento, el equilibrio y la disciplina.
La palabra disciplina básicamente significa capacidad de aprender, de ahí la palabra “discípulo”.
No significa control, significa ser capaz de aprender, estar abierto a aprender. La disciplina proviene de tus propias experiencias internas. Viene del encuentro con todas las posibilidades de tu ser. Viene de experimentar todos los aspectos, de explorar todas las dimensiones.
“Hace de la comprensión”. Un hombre disciplinado se mete en todo, sin miedo, que arriesga, que explora y se aventura, que siempre está listo a adentrarse en la oscura noche de lo desconocido, que no se aferra a lo conocido y siempre está listo para cometer errores, que siempre está dispuesto a caer en el pozo y a que se rían de él. Has estado enfadado y has comprendido algo: esa comprensión trae disciplina.
Entender algo históricamente equivale a revivirlo, es decir, a hacerlo presente. De lo contrario, no es entendido, si no simplemente descrito. La historia es, expresamente “la re-actualización del pasado”.
La historia es historia del “pensamiento”. Esto significa que los acontecimientos históricos (como las obras de arte, las instituciones políticas y otros) no tiene sentido a menos que sean interpretados como “pensamientos” de alguien (el vocablo “pensamiento” es entendido en sentido muy amplio, que incluye actos de voluntad, propósitos, sentimientos, etc.), los “objetos” históricos sin “pensamientos” no son propiamente históricos. El pensamiento es, por tanto, experiencia histórica. Y solamente cuando se re-vive esta experiencia histórica se está escribiendo historia.
El resto es mera crónica, la historia es algo interno y no algo externo, la historia es la relación de hechos que los historiadores consideran verdadero. ¡Cuánto mal es tener por cierto lo que era fruto de la ignorancia!
Nunca asegures lo que no conoces con exactitud. Escribir la historia de las opiniones no es más que la recopilación de los errores humanos.
El calvario de la justicia sobre la tierra: eso es la historia. Nada hay tan deprimente, tan tenaz, tan profundamente desalentador, para los espíritus enamorados de la “libertad”, como el estudio asiduo de la historia: es la selva del desencanto.
El vaho moral, que se escapa de aquellos hipogeos polvorientos del pasado, enferma el alma, de uno como mortal cáncer de negación y de desesperanza. La brutal tenacidad de la victoria del crimen, os llena de cólera y de desilusión, en el largo trayecto mental por esos tiempos que fueron, o en la vecindad histórica del área ocupada por aquellos pueblos desaparecidos. Esa fuente de la tristeza, originaria del pasado, os susurra tan desencantadoras añoranza, que todo el entusiasmo de vuestra confianza, se siente contagiado de inanición.
Vuestra pasión enternecida de la libertad, ha de sollozar muchas veces, en esa travesía, por esos mundos dormidos bajo el ala de la muerte, y, donde actuaron tantas generaciones de pueblos, ahora yacentes en el silencio.
Privados ya de la vitalidad física, lejos del “sagrado misterio de la vida”, esos pueblos, no nos muestran sino la demacrada desnudez de su pasado; y, de ese abismo de silencios, nada surge que alentar pueda la esperanza, ni fuerzas de dé alas de “la visión”, para volar por esos cielos, obscuros de fatalismo.
Al llegar a ciertos parajes de la historia, el huracán de la iniquidad, es tan fuerte, hay de tal manera sobre el horizonte una como locura de nubes, que creemos ser victimas de la alucinación, y he hallado, como Erasmo, que la locura es perenne, pero que sin embargo, la raza humana ha sobrevivido. Y nos preguntamos, como tal torbellino de maldad y de tinieblas, pudo soplar en el corazón turbado de los hombres, apto siempre para el sacrificio de la justicia y a apostasía colectiva de la libertad. Y tales cosas fueron y, tales cosas son, y tales cosas serán, en el corazón obscuro y tormentoso de los pueblos; ahora y siempre. Ese gran “misterio del tiempo”, ilimitado y rumoroso, no guarda para la caricia de nuestros ojos, sino cosas de tristeza, que no se reposan jamás, la complejidad múltiple de todas las fuerzas, va contra nuestra meta ideal, en ese universo, que fue, y que aún hoy, herido de mutismo, tiene no se qué inquietud de marea, que lo hace aún agresivo de complicidades, contra esa forma de “divinidad, viva y vivaz, que es la justicia”.
Nada turba la exasperante monotonía de los paisajes históricos, en los cuales se reproduce siempre, bajo los mismos horizontes de indiferencia, el mismo cuadro de horror: el sacrificio de la libertad. Los siglos, se suceden a los siglos, los pueblos a los pueblos, las generaciones a las generaciones, como olas del mar de lo infinito, y, la “via-crucis”de la justicia no termina.
La voz de los profetas, que anuncian el triunfo de la libertad, sigue sonando, sonora en su inanimidad, llenando con sus ecos, la obscuridad difusa de los siglos. Pero la hora de esa victoria, no aparece... no ha brillado jamás, sobre los cielos desnudos, que han cubierto al “hombre”, en su peregrinación perenne, hacia “la verdad”.
La libertad, continua en caer siempre bajo el hacha; y la humanidad, en sollozar bajo el yugo.
En esa bruma lívida, los pueblos siguen arremolinándose en la incertidumbre, como rebaños asustados, y corriendo hacia el despotismo, como empujados por un huracán, por la palabra del divino Satanás, que les grita desde el fondo de sus cielos inexorables, la terrible sentencia de sus libros: “Vosotros que estais destinado a la muerte, id a la muerte. Vosotros que estais destinados al hambre, agotadla en sus dolores. Vosotros, que estais destinados a la cautividad, preparaos a llevar en vuestras manos, el peso de las cadenas”.
Y los pueblos, continúan en marchar así, como anonadados por ese veredicto: rotos en la batalla, tumultuosos en su esclavitud; bajo la espada de la fuerza, y el poder de sus enemigos, enrojeciendo con su sangre y humedeciendo con sus lágrimas, los senderos de la tierra, por donde han paseado su dolor y, ahora empiezan a agotar su desesperación. Luchar siempre y no reinar jamás: ¿Ese es, por ventura el destino de la libertad?
Ante la visión de ese reinado de la libertad, que se aleja y se aleja y se aleja, hacia las fronteras de lo incomprendido ¿será preciso llamar al pesimismo en auxilio de nuestro desfallecimiento?
El deseo de “la verdad”: he ahí la sed infinita, que aqueja al hombre sobre la tierra; no hablo de los antropoides cuasi humanos que superpoblaron el planeta.
De todas las formas de la miseria humana, “el error” es, la más profunda y las más inconsolable; ese imperio de las tinieblas no tiene sino un sol que lo disipe: la verdad. El alma humana tiene necesidad de la verdad, como el ser humano tiene necesidad del sol; fuera de ellos, es el caos (la personalidad), y el caos es la negación de la vida.
“La verdad”, es la única forma de revelación, habida sobre la tierra, la verdad, dicha del hombre al hombre, por sobre las tinieblas del espacio y del olvido.
La verdad, que llena invisiblemente el mundo, de la cual está embebida la tierra, y que la envuelve, como un manto de infinita misericordia. La palabra que cae de los vastos cielos de la verdad, fructifica siempre, fructifica en los corazones ávidos del “divino misterio”, de creer y de crear; los espíritus se regocijan del advenimiento de la verdad, aunque les sea dicha entre dolores; el dolor que viene del conocimiento de la verdad, es saludable, como una purificación, como un cauterio, hecho por el orgullo rojo, de aquel que dice, la verdad.
Y como presa de un deseo profundo, los hombres selectos, sueñan siempre con los ricos esplendores de este sol, tan obscurecido y tan lejano, hay que dar a los hombres algo de ese sol de la verdad, aunque aquellos que aman las tinieblas, nos maldigan. Respondiendo al anhelo íntimo de las almas, aquel que dice la verdad, triunfa siempre, no de ese triunfo inmediato, triunfo vil, que es el castigo y la profanación de la gloria, si no de aquel otro lejano, que es su consagración, lejano y reverente, como la voz de los siglos.
Hay enemigos personales de la verdad, como hay enemigos personales de la luz, llenos del orgullo tenebroso de su propia ceguedad. Para ellos, hay dos cosas igualmente intangibles y sagradas: la tradición y las tinieblas, ellas llenan el mundo, ¡no las toqueis! ¿no veis que sobre ellas reposa, el imperio del error? No hagais luz, sobre ellas; ¿qué harán entonces los habitantes, de ese hemisferio de la impostura? La mentira, el fraude, el cinismo ¿donde irán a refugiarse?
No digais la verdad, no hagais luz sobre el pasado, anatematizados sereis, por el amor loco del caos, de aquellos que han bebido en el pozo del inconsciente y beberán aún.
Y, sin embargo, es necesario decir “el hágase”, que ordena a la luz nacer, y decir la palabra, que ordena a la verdad surgir, la inexorable verdad, única a la que en el torbellino vertiginoso de los siglos, le es dado contemplar, el rostro augusto de la gloria. Todo adorador de la verdad, siente la necesidad de hacer la luz sobre un campo determinado de la ciencia, ¿a dónde mayor suma de impostura acumulada, - de corrupción y de injusticia- que en el seno de la historia? Más que una conspiración contra la verdad, una conjuración contra la justicia, parece el tejido de la historia.
Llegado a ciertos puntos de ese imperio de la adoración a la fuerza que es la historia, cabe preguntar ¿es el destierro de la justicia, la condición inmanente de la historia? ¿dónde está el alma de la verdad, en estas crónicas arrodilladas, ebrias del más intolerable servilismo? Los reyes son todo, los pueblos son nada, en aquel himno de Libertos desde el autor de “Los Salmos”, dijo a los reyes, “vosotros sois dioses”, el criterio de los historiadores pareció cristalizarse, en el veredicto abyecto de aquel estilista de la adoración. La historia, la musa Clio, ha sido deshonrada por los historiadores, que han vivido en contubernio vergonzoso con la tiranía, y la tiranía, es la lepra de Lázaro, que deforma y hace pútrido cuanto toca.
No son los crímenes de la tiranía, los que más asombran, son los crímenes de la historia, ella no ha sido, sólo, la cómplice vil del despotismo, sino la ejecutora cruel de sus odios, ella dispone de dos imperios sin frontera, el silencio y el olvido, y los pone al servicio de la tiranía, para desterrar en ellos, a los grandes nombres, que los tiranos le entregan, para ser ejecutados por su mano.
La calumnia, desencadenada por los historiadores contra los hombres de la libertad, llena la historia, como los aullidos de una hiena, sobre el sepulcro de los grandes muertos. Los huesos de los rebeldes heroicos, y de las multitudes sin nombre y sin edad, son devorados por la mentira, mientras los ritmos solemnes de la injusticia, estremecen los campos, cayendo sobre esas tumbas, vencidas en su desolación.
Porque la historia, no ha sido sino eso, un verdugo asalariado de la libertad, un instrumento de los vencedores contra los vencidos, un voceador de renombres sangrientos y de glorias asesinas, un veredicto implacable, contra aquellos que no han tenido la sanción del éxito, aunque en las manos de esos fantasmas entristecidos, centellen fulgores del sol de la libertad, que cayó con ellos, cuando el acero de la derrota, atravesó sus fuertes entrañas, venciendo sus cóleras y, haciendo abatir el hacha de sus sagradas venganzas.
¿Donde está el historiador, en el cual palpite, el alma severa y pura de la libertad?
Todos los pueblos conquistadores son brutales, enemigos de la justicia, sus historiadores, representaron a maravilla, el espíritu de ese pueblo, fueron pueblos grandes, pero no fueron nunca pueblos libres, y tuvieron historiadores enamorados de su grandeza y, enemigos de la libertad.
¿Qué son los historiadores cuando de la libertad del pueblo se trataba, cuando frente a una insurrección de esclavos se detenía su pluma, o de referirse había a los pueblos vencidos, o tocábale narrar las victorias de esa inmensa coalición de los poderosos contra los débiles? Un difamador con talento. ¿Dónde hay en los libros de historia, un acento generoso en favor de los esclavos o de los vencidos, una voz de protesta contra la opresión, un grito sincero de libertad, uno de esos grandes acentos que el furor pone en los labios de las grandes almas?¿Dónde? Impasible como la naturaleza, inexorable como la fatalidad, sin entrañas, como el destino. ¿Dónde encontrar el historiador de la libertad, en ese tumulto de injusticia y de violencias, que es la historia de toda la humanidad? Todos ellos fueron los adoradores de la iniquidad y los sacerdotes de la injusticia.
¿No veis el silencio o la mofa que todos ellos hacen, en torno a las escasas horas de libertad, de que gozaron los pueblos en esa tragedia angustiosa de su vida?
La religión, los encoleriza o los asusta, la libertad los entristece, no la comprenden, la odian como algo como algo quimérico, que hace mal. Los grandes rebeldes, son siempre ante ellos, grandes criminales. Los héroes vencido, les son odiosos. Aquellos pueblos que resisten al poder, son bárbaros y asesinos. Solo el éxito, es grande ante sus ojos, sola la tiranía es sagrada.
La divinización de los amos de la tierra, por odiosos que ellos sean, se hace un deber de esos historiadores pasados y presentes. Viendo esa divinización constante de los hombres ¿no empezais a sentir, cierto justo desprecio por los dioses?
En medio de ese tropel de hombres y de dioses que actúan en el torbellino de la historia ¿dónde están los pueblos? Los amos lo llenan todo, los pueblos, no tienen casi lugar en la historia de nuestra educación, es una educación de servidumbre, porque es una educación de tradición. Y la corrupción del pasado, hace de nuestros niños, esclavos espirituales, antes de que las corrupciones de su época, hagan de muchos de esos, los esclavos políticos,que eclipsan por su impudor todos los siervos de la antigüedad. No contentos con educarlos en una religión sin grandeza, hecha por esclavos y para esclavos, mutilando su libertad desde el día de su nacimiento, entregamos esas generaciones de eunucos mentales, al furor apasionado de los clásicos, para que beban en ellos, la admiración al despotismo, y el odio ciego a la libertad.
¿Cómo esperamos pues, con esta pedagogía de esclavos, hacer generaciones de hombres libres?
Por eso, a la hora presente, es tal la densidad de las tinieblas morales en nuestros pueblos, que no hay ya manera de disimular, el horror que los envuelve.
¿No es hora de reaccionar contra esa escolástica de siervos, que a todos los peligros accidentales que engendra “la mentira”, une el definitivo peligro de nuestra desaparición como pueblos y como raza? Porque es sólo, llegando a ser pueblos libres, que llegaremos a ser pueblos creadores y sin obscuridad. Pueblos verídicos.
Y no llegaremos a hacer pueblos libres, si no educándolos en la libertad, fuera de todos los despotismos: del de la religión, del de la tradición, y del de la espada.
Hagamos libros, fuera de esos despotismos, y contra esos despotismos; y haremos pueblos dignos de combatirlos ya que hasta hoy, no hemos tenido sino tribus aptas a servirlos ¿Quién ha elevado ese monumento de esclavitud, multiforme y desmesurado?...el libro.
¿Cuál es el ariete destinado a demolerlo?...el libro.
Los libros heterodoxos, se suceden los unos a los otros, y es ya enorme el trayecto recorrido en el camino de la liberación de las conciencias. Las acres verdades de la heterodoxia, rompen los mitos, dormidos a la sombra de los errores metafísicos, viejos como la tierra.
Y el huracán, el sagrado huracán de la impiedad, hace crujir los viejos templos de piedra, donde se arrodillaban el miedo y la ignorancia de los hombres, la soledad, empieza a apoderarse de los templos, y los devora con su enorme boca de desierto. Pero ¿la historia? El transcendentalismo de la historia, parece descuidado por la libertad.
¿Cuáles los libros de historia, escritos en favor de los oprimidos, relatadores y ensalzadores, de los grandes gestos épicos de la libertad, a través de los siglos en que imperó la servidumbre? ¿es que las asperidades de la tarea, la hacen inaccesible, como un pico de monte, donde el espíritu de la verdad no podrá llegar jamás? ¿no será pues posible arrebatar la historia a la facción de los serviles, al trust de los retóricos asalariados que escribieron, llenos de la pasión desbordante y devoradora de la tiranía? Dos pasiones se han disputado siempre el corazón del mundo: la pasión de la autoridad y, la pasión de la libertad.
Los historiadores no conocieron este segundo amor de los hombres, y no lo sirvieron jamás.
¿no sería tiempo de desentrañar de la historia, las luchas y los dramas de la libertad y, mostrarlos al mundo?
Dar voz a los muertos y, a las multitudes. Que han caído combatiendo por la libertad y, por el derecho, hacerlos hablar, defender y explicar su obra y decir el por qué, de su derrota.
Tal, es el espíritu de la musa Clío. Podría decirse que es la historia y la glorificación de los vencidos. En historia, no hay nada nuevo, la originalidad, es imposible en historia. La historia se alimenta de hechos, y los hechos se cuentan, no se inventan. ¿En dónde pues el alma y la novedad de la historia? En el “concepto”, del historiador.
Contar un hecho, he ahí el narrador, comentar el hecho, he ahí el historiador, he ahí porque el “concepto”, es el alma de la historia y, la historia toda.
Frente al hecho, llamado tiranía ¿el historiador aplaude? He ahí el concepto conservador, que hará textos, para una escuela de esclavos. El historiador reprueba el hecho tiranía, he ahí el concepto liberal de la historia, ese hará texto en una escuela de hombres libres.
Igual sucede, frente a las revoluciones y a los revolucionarios contra el despotismo, se critican o se aplauden, según que el criterio del historiador sea el criterio conservador del servilismo, o el criterio liberal, de la rebelión.
Y no hay más que esos dos criterios en historia, así un historiador no puede dar, sino dos cosas originales o mejor dicho personales, en su obra: su estilo y su concepto, es decir su “arte y su alma” su alma, es decir su consciencia, he ahí la que debe mostrar el historiador, desnuda y palpitante, en las páginas de sus libros.
Su alma llena de pasiones nobles: la cólera, la justicia, la verdad, todo lo que revele ese infinito, latente y tormentoso, que es el corazón de un hombre: mar sombrío.
¿Quién habla de suprimir la pasión, en historia?
Tanto valdría suprimir el alma del historiador. La imposibilidad, en arte, como en historia, no es sino, la impotencia; la impotencia absoluta de sentir.
El alma del hombre, es naturalmente estremecida y, estremecible como el mar, la pasión, es el viento divino que la agita, viene de lo alto, y la hace cantar o la hace rugir, según el encanto o el horror, que traiga entre los pliegues de sus alas. La imparcialidad, no es sino la máscara cobarde de la hipocresía. El espíritu humano, es naturalmente apasionado, hay en él, un fondo innato de honradez, que lo hace sensible, a las oscilaciones del bien y del mal, subiendo o bajando en la consciencia humana. Todo hombre honrado, es un hombre apasionado.
La impasibilidad ante el crimen, no es, sino la complicidad con el crimen, la complicidad que no obra, y añade a la bajeza de su actitud, la bajeza de su cobardía. Sin pasión no hay virtud, como sin emoción no hay arte. Un hombre, que no se siente apasionado por el bien, no será nunca un hombre virtuoso, como un hombre, que no se siente emocionado ante lo bello, no será nunca un artista.
La pasión del bien, eso es la virtud.
La pasión de lo bello, eso es el arte.
¿Cómo creeriais en la honradez de un hombre, que teniendo en sus manos, el poder de inclinar la balanza del bien y el mal, hacia uno u otro lado, permaneciese indiferente, en nombre de la imparcialidad? ¿Qué diríais de aquel, que colocado entre Caín y Abel, no supiera decidirse, por el asesinato o la inocencia, que puesto entre Jesús y Barrabás, le fuera indiferente la vida del ladrón o la del apóstol, que entre Sócrates, y los jueces de Atenas, le fueran indiferentes el filósofo o los verdugos, que entre Nerón y los cristianos, le fuera igual el grito del loco y el del mártir, que colocado entre la libertad y el despotismo, entre el pueblo y el tirano, permaneciera indiferente y sin acción, en nombre de la imparcialidad, es decir de todas las impotencias, cuando no lo es de todas las corrupciones? Y ¿esa es la “virtud”, que se pide al historiador?
Dejádmela maldecir, en nombre del honor.
Un hombre, que permanece indiferente, sin indignarse ante el crimen, es un criminal, cualesquiera que sean el gesto que esboce, o el vocablo que busque para excusar su miserable actitud. ¿No sentís el horror, subiendoos en el corazón, como una marea, al solo pensamiento de esta muerte moral del mundo? ¡Fuera la pasión! Es decir, fuera la pasión de la verdad, la pasión de la justicia, la pasión de la libertad. La historia debe contar, no debe comentar, debe tener memoria, no debe tener criterio, gloria a los narradores, muerte a uilos historiadores.
¡Viva la historia sin pasión, es decir, la historia sin alma! La historia cuenta ¿qué cuenta? Lo que otros le han contado. La vieja cotorra impasible, que es la historia, que de cosas os cuenta, desde su percha enmohecida.
¿No os encanta ese cotorrismo histórico? Pues ese es el ideal, de los que predican la impasibilidad, en historia.
¿Habéis oído a un loro, comentar sobre lo que os dice? no.
El loro no comenta, porque el loro no discierne, no comprende: he ahí el papel del historiador, según los sacerdotes de la imparcialidad ¡Guerra a la pasión, en historia!
Y sin pasión no puede haber historia.
¿Quién sin pasión, se atrevería, a escribir la historia?
Los hombres y los hechos, no pueden describirse sino con pasión. ¿Qué es un hecho histórico?
La resultante de un conglomerado de pasiones. Y, ¿qué es un hombre histórico? Una pasión, que actúa en la historia ¿Cómo pues sin pasión, podriais comparar, esas cosas apasionadas y apasionantes de por si? Todo movimiento histórico, toda revolución, han sido el estallido, la manifestación violenta y decidida de las pasiones de un pueblo, siempre ha sido una pasión la que ha movido una revolución, cuando no un huracán de pasiones, desencadenado en el cerebro y en el corazón de los hombres.
¿Cómo sin pasión seriais osados a entrar, en ese laberinto, o aptos a comprender, el espíritu de una revolución, o siquiera fuese el de un motín?
Ciegos y sordos en ese caos de pasiones, pereceriais arrollados por ellas, sin haber podido asir, el alma del acontecimiento, que duerme en el fondo del tumulto.
¿Cómo podríais apreciar a los hombres históricos, sin apercibir y comprender “su pasión”, que es el resorte oculto que los mueve? ¿Qué son los conquistadores de pueblos? Grandes ambiciosos que marchan por la historia.
Si no teneis la pasión de “la libertad” ¿podréis comprender las almas de los grandes liberadores de pueblos?
Imposible; ¿qué son esos hombres?
La divina pasión de la libertad, que marcha por la historia ¿no os contagia su pasión heroica y, el lúcido sonambulismo de su ensueño? Entonces, renunciad a historiarlos; no los comprendereis jamás, os falta la pasión que a ellos los hizo grandes; os falta todo, el genio es “la pasión”.
No me deis libros sin pasión, son libros sin alma, lejos del sol de “la verdad”, y de la caricia luminosa de la vida.
Dadme esos libros apasionados, que se emprenden con el corazón en llamas y, el alma estremecida por el torbellino vertiginoso del pasiones, llenos del soplo devorador de la verdad, de la justicia, del a libertad, desbordante de odio y de desprecio heroicos, por las villanías miserables de los hombres. Un “libro honrado”, es decir, un libro apasionado, basta para iluminar, no una consciencia, sino todas las consciencias del mundo. Sonora y luminosa epopeya de la inteligencia, es un libro apasionado, un libro bello, con la belleza tormentosa y dolorosa de la pasión. El entusiasmo, es pasión de hombres libres.
Oh ¡angustia divina del entusiasmo, que no nos faltes jamás! ¿quién sin ti, sería la antorcha inextinguible, que iluminará el torbellino de los hombres y de los pueblos, hacia el combate y, hacia la muerte?
Libros de entusiasmo y de pasión, son libros de sinceridad, que van al alma en un flamear de incendio y, la iluminan y la conquistan y la devoran. Los libros sin pasión son puñados de cenizas, libros de muerte y para los muertos, que se encuentran en la confluencia del silencio y del olvido, sobre el río de la eternidad. Obras de vida no son esas, ni viven, ni vivifican, la esterilidad es su destino. Poseed toda la cantidad de infinito que hay en la pasión, agotadla en el mar brumoso y rugidor de las cosas pasadas y, vertedlo, sobre los tiempos presentes y aquellos por venir, como una gran catarata, despeñada de las cumbres obscuras y remotas de lo eterno sed apasionados y, tendreis el don de apasionar, sin pasión ¿cómo podreis apasionar aquellos que os escuchan, o que os leen?
La elocuencia, es la pasión; aquellos que no tienen pasiones, no tendrán nunca virtudes. Los que son incapaces de sentir ese fuego secreto, que es la pasión, se vengan de ella proscribiendola apasionados y, sereis eternos, porque eterna es la pasión. ¿Qué es la gloria? El estremecimiento de una pasión a través de las edades. Si no sois capaces de pasión, no sereis capaces de inspiración: no escribais, ¿para qué? Romped la pluma.
Una pluma sin pasión, es una traición a la verdad; y traicionar la verdad, es traicionar la vida.
La visión universal de la historia no puede adquirirse, es una “gracia” otorgada por la musa Clio a los que están preparados para recibirla.
¿Qué nos enseña esta visión universal de la historia? Que vivimos en unos de los peores lugares del universo, y hemos venido al mundo en el ocaso de la civilización y no en el mediodía de la cultura, como en la época de Fidias o de Vivaldi.
Todo depende de que nos demos claramente cuenta de esta situación de este “sino” y comprendamos que el engañarse a si mismo no cambia en nada el estado de las cosas. Cada cual debe preguntarse: ¿Qué cosas son posibles para un hombre de nuestro tiempo y cuáles debe abstenerse de querer?
Una posibilidad debe llegar a ser una necesidad.
¿Qué haces con tu energía? El hombre culto dirige su energía hacia dentro, hacia la profundidad de su ser. El hombre civilizado, hacia fuera. Para este hombre cerebral no hay más que posibilidades expansivas.
La tendencia expansiva es una fatalidad, algo demoníaco y monstruoso que se apodera del hombre, le constriñe y le utiliza en su servicio. Es Brizo la diosa que preside los tres sueños principales. Los griegos tienen alma, los romanos intelecto.
Asi se diferencian la “cultura” y la “civilización”.
La civilización “pura”, como proceso histórico, consiste en una gradual disolución de formas ya muertas, de formas que se han tornado inorgánico ¿qué es un hombre de ciudad?
Tenemos un nuevo nómada (sin rumbo), un parásito (imposibilitado de crear, por tener el alma muerta), un hombre puramente atenido a los hechos que se presenta en masas informes y fluctuantes imbuido de una profunda aversión a la vida con la naturaleza, hombre que representa un paso gigantesco hacia lo inorgánico, hacia el fin.
Todos al servicio de esa abstracción que representa el poder de la civilización, “el dinero”, concepto separado ya del de bienes raíces. Ahora el dinero es una potencia en la consciencia de la capa superior de la población económicamente activa.
Y esa potencia sojuzga al hombre de la ciudad como la tierra antaño tenia sujeto al labriego. Existe un “pensamiento monetario” como existe el pensamiento matemático o el jurídico. Para el hombre considerado como animal económico, es el dinero una forma de la consciencia activa que ya no tiene raíces en la existencia. Por eso el dinero tiene una fuerza enorme sobre toda población, que siempre es la dictadura absoluta de ese “dinero”, en formas distintas según los países.
Y para la iglesia católica el dinero es potencia puramente espiritual. Comprendamos esta lección: “Dios es nuestra máxima preocupación” preocupaciones emocionales, de sobrevivencia o intelectuales. Los tres se refieren a dios, pero poseen escaso valor si es pensado, sentido o actuado por un espíritu superficial. Lo que le da importancia a esta lección es su necesidad para la vida. Pronto se advierte si es el alma misma la que habla, siente y actúa, o la personalidad como hábil constructor de sistemas, que se mueve con maña entre definiciones y análisis. Si te preocupas por el dinero, ese es tu dios, si te preocupas por tu familia, ese es tu dios, si te preocupas por la inseguridad, ese es tu dios. Un dios que te tiene prisionero, las preocupaciones y las inquietudes van disipando nuestra energía, y hace falta una energía desbordante para estar cerca de dios. Una mente preocupada es una mente embotada, desocupada, la mente es fresca, inteligente y radiante, de ahí que una de las bases de la meditación sea permanecer desocupado. Si te mantienes en el presente, seguro que te encontrarás con dios...pero estás tan preocupado.
El hombre entero, cabal, no fragmentado en pequeños yoes ilusorios, es el órgano para la investigación histórica. “Cada cual velo que trae en el corazón”.
El punto de partida de la comprensión es nuestro presente, el aquí y ahora, nuestra única realidad. Por esto, cuanta mayor altura, mayor unidad alcanza nuestro ser, más claro vemos los contenidos históricos.
La historia conforma un cosmos armonioso que se distingue del mundo natural en cuanto su esencia y ley de movimiento son diferentes de la esencia y ley de movimiento de la naturaleza. La historia tiene su propia norma interna: “el destino” opuesto a la ley de causalidad que rige el cosmos natural.
La oposición entre “naturaleza e historia” se oponen como lo universal y lo individual, como lo abstracto y personal de un lado, y del otro lo concreto y único.
La distinción esencial fincase en el “producirse” cual opuesto a lo producido, es decir, el “fieri”, devenir, el flujo perpetuo de las cosas, sólo cognoscible por la intuición, que aplicado a los acontecimientos humanos, denominamos historia, se opone a la naturaleza o, si se quiere al producto del proceso evolutivo. Ahora bien, el producirse sabe anterior al producto, es su cimiento. La historia pues, se nos presenta como la forma liminar de aprehender la realidad, la naturaleza el cambio, es la forma postrera. La apreciación se refiere a lo que está siendo, mientras que el conocimiento a lo que ya es. Los estudiosos del pasado no han concebido ni siquiera los de mayor enjundia, que no sólo existe una necesidad causal, es decir, un ligamen de tipo lógico o gnoseológico que une, sin confundirlos, la causa y efecto, sino que también existe la necesidad orgánica del “sino”.
El historiador ha visto la historia como si ésta fuera naturaleza, en el sentido del objeto del físico, y trata en consecuencia.
De aquí el grandísimo error que consiste en aplicar al cuadro del acontecer los principios de causalidad, ley, sistema; esto es, la estructura de la realidad mecánica.
El historiador se ha conducido como si hubiera una cultura humana, única, universal, semejante a la electricidad o a la gravitación y con iguales posibilidades de análisis en lo esencial; ha sentido la ambición de copiar los hábitos del físico, indagando, que sea lo lógico.
Los Mayas, los Chinos, el Islam, los Egipcios, se captan con la intuición que se opone al análisis, no han pensado en averiguar por que “esos símbolos” de un ser viviente tuvieron que aparecer justamente “entonces y allí, en tal forma y con tal duración”. Lo que no es expresable con el entendimiento, se encuentra en advertencias místicas y en poesías como los versos Orficos, los Upanishads, las catedrales góticas o mezquitas.
“La divinidad es activa en lo viviente, no en lo muerto, está en lo que deviene y se transforma, no en lo ya producido y petrificado”. Por eso la comprensión, en su tendencia a lo divino, se aplica a lo que vive, en entendimiento a lo producido, petrificado, para utilizarlo. La experiencia intuitiva puede ser muda, el conocimiento sistemático exige palabras.
“Sólo es definible lo que no tiene historia”, dice Nietzsche. La historia empero es el acontecer actual, disparado hacia el futuro y con la vista vuelta al pasado.
La naturaleza está más allá del tiempo, tiene el carácter de la extensión, no el de la dirección. En la naturaleza domina, la necesidad matemática, en la historia, la necesidad trágica. La historia y la naturaleza están en nosotros contrapuestas como la vida y la muerte, como el tiempo que eternamente está produciéndose y el espacio, que es el eterno producto.
En la consciencia vigilante luchan el producirse y el producto por obtener la hegemonía sobre la imagen cósmica. Es la fisonomía pura del mundo, vista por el alma de un “eterno niño” y el sistema puro, conocido por el intelecto de un “eterno anciano”, que llamo “lógica del espacio”, que surge con arreglo al principio de causalidad clásica, en virtud del cual nada sucede sin una causa anterior y antecedente. La “lógica del tiempo” encuentra su lugar en la certidumbre interior (fe viva) inaccesible, desde ya, a las formas de conocimiento científicos.
La naturaleza tiene carácter de hecho singular, la historia, el de la constante posibilidad.
El que observa la imagen del mundo en derredor, para descubrir las leyes por las cuales debe realizarse, sin percatarse de la diferencia existente entre el acontecer real y el acontecer posible, quien observa el mundo prescindiendo del tiempo, es un investigador de la naturaleza y realiza una labor en verdad científica. El fin de la ciencia es hallar los movimientos que sirven de base a todos los cambios y descubrir las fuerzas propulsoras de esos movimientos, en suma convertirse en mecánica. Esto significa la reducción de todas las impresiones cualitativas a valores cuantitativos fundamentales e inmutables. La tendencia peculiar de toda mecánica occidental consiste en tomar posesión espiritualmente de las cosas por medio de la “medida”, por eso se ve obligada a buscar la esencia de todo fenómeno en un sistema de elementos constantes, accesibles a la medida. Generalmente calidad y cantidad suelen considerarse como dos términos complementarios.
Si se quiere usar otra nomenclatura, podría llamarse de la “esencia y la substancia”, ambos deben ser considerados como principios universales, por constituir los dos polos de toda manifestación. Es la acción ejercida por el principio activo o esencia sobre el principio pasivo o substancia. La cualidad considerada como el contenido de la esencia es susceptible de una transposición que universaliza su significado, dado que aquí representa el principio superior, “el arquetipo”, substancia significa literalmente “lo que se encuentra debajo”, por lo tanto la explicación de las cosas no habrá de ser buscada en el lado de la substancia, sino, muy al contrario, en el de la esencia, en un proceso que podríamos traducir en términos de simbolismo espacial diciendo que toda explicación debe proceder de arriba – abajo y no de abajo – arriba. La cantidad reducida a ella misma no es más que una “presuposición” ciertamente necesaria más incapaz de explicar nada: es efectivamente una base pero nada más y no conviene olvidar que la base, por su propia definición, es aquello que se sitúa en el nivel más inferior.
En consecuencia, la reducción de la cualidad a la cantidad en el fondo no es más que esto: “reducción de lo superior a lo inferior” con lo que algunos han pretendido con buen criterio caracterizar al materialismo: pretender extraer el “más del menos” es, pues, ciertamente, una de las más típicas aberraciones modernas.
Nosotros sentimos y conocemos mientras estamos “despiertos”, pero también vivimos cuando el espíritu y los sentidos duermen. Aunque las tinieblas de la noche cierren nuestros ojos, la sangre no duerme. Somos “móviles en movimiento”, sirvan estos términos de la ciencia natural para expresar por medio de una imagen lo inexplicable, que en las horas profundas se afirma en nosotros con íntima certidumbre. Pero la irreducible dualidad del aquí y del allí es dualidad sólo para el ser que “vive consciente”, todo movimiento propio tiene “expresión”, todo movimiento ajeno produce “impresión”, de suerte que todo cuanto se da en nuestra consciencia, sea cual fuere su forma -mundo, alma, vida, historia, sentimiento, dios, destino, futuro, eternidad-, todo para nosotros, encierra otro sentido, que es el más profundo y el único medio, el medio supremo para hacer comprensible lo incomprensible, consiste en una especie de metafísica, para lo cual “todo”, sea lo que fuere, tiene la significación de un “símbolo”. ¿Qué es exactamente un símbolo? El verbo symbollein, en griego, quiere decir aglomerar, reunir. Por ejemplo, dos hombres se conocen por azar como invitados ocasionales. Antes de separarse, rompen en dos un terrón de arcilla, cada uno coge la mitad, cada uno de los dos trozos será entonces el symbollon del otro. Pasarán los años, con todos los cambios que ello supone, pero si unen sus respectivos symbollon podrán reconocerse como los que antaño se encontraron, los dos juntos, el symbollon de uno y el symbollon del otro, forman una unidad superior, una unidad integral.
Cada símbolo pertenece a su mundo respectivo, el mundo visible de la percepción sensible y el mundo invisible metafísico de la intuición por otra.
“Todo lo efímero no es nada más que un símbolo” dice Goethe. (Podríamos decir también, nada menos que un símbolo).
Captamos así inmediatamente la diferencia entre el símbolo y lo que corrientemente se denomina hoy “alegoría”. La alegoría permanece en el mismo nivel de evidencia y de percepción. El símbolo garantiza la correspondencia de dos universos que están en niveles ontológicos distintos: es el medio, el único medio, de penetración en lo invisible, en el mundo del misterio, en lo esotérico, “la dimensión del ser”. Los símbolos son signos sensibles, impresiones últimas, indivisibles y, sobre todo, involuntarias, que poseen una significación determinada, un símbolo es un rasgo de la realidad que, para un hombre con sus sentidos alerta, designa inmediata y evidentemente algo que no puede comunicarse por medio del intelecto. Un ornamento dórico, egipcio o indio, la forma de la casa, de la familia, del trato, los trajes y los cultos; el rostro, el porte, la actitud de un hombre y de toda una clase social o de todo un pueblo, la manera como los hombres y los animales hablan y se preparan los alimentos, más aún; el lenguaje mudo de la naturaleza con sus selvas, sus prados, sus rebaños, sus nubes, sus estrellas, las noches de Luna, las tormentas, las primaveras, los otoños, las proximidades y las lejanías, todo es impresión simbólica que el universo produce en nosotros cuando estamos “despiertos”.
Y nosotros percibimos ese lenguaje en las horas de recogimiento. No trataré, pues de lo que “sea” un mundo, sino de lo que signifique para quien vive en él. Cuando despertamos a la vida consciente, algo se nos aparece dilatado entre un aquí y un allí, sentimos el aquí, percibimos el allí. El aquí es para nosotros lo propio, el allí lo extraño. Es la disyunción del alma y del mundo, los dos polos de la realidad. En la realidad no sólo hay resistencia, que concebimos por modo mecánico como cosas y propiedades, no sólo hay movimientos en los cuales sentimos la actividad de otros seres, de unos “númina”, que son “como nosotros mismos”, sino que hay también algo que, por decirlo así, anula aquel dualismo.
La realidad “significa el hombre iluminado”. Un acto creador que echa el puente del símbolo entre el aquí y el allí vivientes. No es el “yo” el que realiza la posibilidad, sino la posibilidad la que se realiza por medio de “mi ser”.
Súbitamente y con plena necesidad surge el conjunto que forman los elementos sensibles y memorativos, el mundo, el mundo que “concebimos” y que es “un mundo único” para cada individuo. Por eso hay tantos mundos como seres despiertos y como grupos de seres que viven en armonía de sentimientos. En la existencia individual, el mundo, que suponemos único, independiente y eterno -cada uno cree tener el mismo mundo que los demás-, es una experiencia íntima, siempre nueva, única, que no sé repite jamás. Hay una escala de consciencia ascendente que comienza en los primeros atisbos de una visión obscura e infantil -en los cuales ni existe un mundo claro para un alma cierta de sí misma en un mundo- y llega hasta los grados supremos de esos estados pre-espiritualizados que sólo conocen los hombres de la cultura llegados a su plena madurez. En esa escala ascendente va desarrollándose al mismo tiempo el simbolismo, desde el contenido significativo de “todas” las cosas, hasta la aparición de signos aislados y precisos.
No sólo en los momentos de abandono, en que me entrego al mundo lleno de obscuras significaciones, como hacen los niños, los soñadores, los artistas, no sólo cuando estoy despierto, bien que sin concebir el mundo con la atención tirante del pensador o del hombre de acción – atención que aún en la consciencia del verdadero pensador o del hombre de acción es más rara de lo que se cree- sino siempre, continuamente, mientras cabe hablar de vida despierta, en general voy entregando a lo que está fuera de mi el contenido de “todo” mi mismo; desde los momentos en que recibía las primeras impresiones de una vaga realidad ambiente, que era casi como un sueño, hasta después de haber construido la noción rígida del universo mecánico, que con sus leyes y sus números clasifica y enlaza ordenadamente aquellas impresiones.
Aún en el reino puro de los números hay simbolismo, y justamente del mundo numérico proceden esos signos que el “pensamiento” tortuoso llena de significaciones inefables, el triángulo, el círculo, el eneagrama, el tres, el siete, el nueve, el doce. Tal es la “idea del macrocosmos, de la realidad como conjunto de todos los símbolos de un alma”. Nada puede eximirse de esta propiedad de ser significativo. “Todo lo que existe es símbolo”.
Desde la apariencia corporal; el rostro, estatura, gesto, porte de los individuos, de las clases sociales, de los pueblos – en donde siempre se ha reconocido el simbolismo -, hasta las formas del conocimiento, matemática y física, que se suponen eternas y universales, todo es símbolo, todo manifiesta la esencia de un alma determinada, con exclusión de cualquier otra.
La mayor o menor afinidad entre los mundos particulares que viven los hombres de “una misma cultura” o de una misma comunidad espiritual, es la que les permite comunicarse, mejor o peor, lo que ven, lo que sienten, lo que conocen, es decir, lo que ellos han plasmado en el estilo de su realidad personal, mediante los recursos expresivos del lenguaje, del arte, de la religión, por las palabras, las fórmulas, los signos, que a su vez son también símbolos.
Éste es el obstáculo infranqueable que se opone a que dos seres puedan realmente comunicarse algo o comprender realmente las manifestaciones de su vida. El grado de congruencia que haya entre sus dos mundos de formas será, en efecto, el que determine el punto en donde la comprensión acaba y se convierte en ilusión y engaño. Sólo muy imperfectamente podemos comprender las almas de la India, China o Egipcia, que se manifiestan en sus hombres, costumbres, deidades, palabras, ideas, edificios, actos. Cuando interpretamos los rasgos de un arte Sumerio o Maya, ¿no acudimos sin vacilar a nuestra experiencia occidental de la vida? En ambos casos somos victimas de una ilusión.
El hecho de que las grandes obras artísticas de la culturas pretéritas sigan siendo vivas - “inmortales” - para nosotros, es una de esas ilusiones que sólo se mantienen por la unanimidad con que equivocamos su sentido.
Todo lo que no sea vivido ni sentido, sino solamente “pensado”, toma necesariamente las propiedades del “espacio”. Así se explica que ningún filósofo sistemático haya conseguido nunca establecer una teoría del pasado y el futuro, voces simbólicas que viven rodeadas de misterios y van hacia “la lejanía”. Tan pronto como despertamos, la vida dirigida por “el sino” se nos aparece en la vida sensible como la “sensación de la profundidad”. Todo se dilata entorno nuestro, pero todavía no es el “espacio”, todavía no es algo que esté firme y fijo, sino un continuo dilatarse desde el fugaz aquí hasta el fugaz allí. La experiencia íntima del mundo se refiere exclusivamente a la esencia de la “profundidad” - de la lejanía o alejamiento – cuya dirección designamos en el sistema abstracto de la matemáticas con el nombre de “cuarta dimensión”. Como lo afirma la epístola de los Efesios III -18- (seais capaces de comprender con todos los santos cuál sea la anchura, la longitud, la altura y la profundidad) la dilatación en la profundidad convierte la sensación en intuición, la profundidad es la dimensión propiamente dicha, la profundidad es la dimensión de lo divino. Cuanto más profundices, más cosas irán brotando de tu núcleo más secreto. En la profundidad la consciencia alerta es activa, en cambio en la superficie, en el mercado es estrictamente pasiva. En el océano de la existencia todos nadan, hay muy pocos buceadores, la vida real, la belleza y la riqueza están en la profundidad. La experiencia íntima de la profundidad – y de esta noción depende todo lo demás – es un acto tan perfectamente espontáneo y necesario como perfectamente creador.
Él convierte el torrente de las sensaciones en una unidad de forma, en una imagen mónida que desde este instante cae bajo el dominio de la inteligencia, que se identifica con el despertar de un alma. La realidad, el mundo, es creado por el acto vivo de la interpretación, que se realiza con la más íntima necesidad y que, como todo lo vivo, posee dirección, movilidad, irreversibilidad: la consciencia de esto constituye el contenido propio de la palabra “tiempo”. La vida misma se introduce en lo vivido, bajo la forma de profundidad. La doble significación de la palabra “lejanía”, que quiere decir al mismo tiempo futuro y horizonte, delata el sentido profundo de esta dimensión, que es la que produce la extensión como tal. El devenir anquilosado, el devenir que acaba de pasar, es lo producido, la vida anquilosada, la vida que acaba de transcurrir, es la profundidad espacial de lo conocido.
“Cogito ergo sum” es simplemente una fórmula de la experiencia íntima de la profundidad; yo conozco, luego soy espacio.
Pero en el estilo de ese conocer y, por lo tanto, de lo conocido, se revela el símbolo primario de cada cultura.
“Todo producto es transitorio”, transitorios son los pueblos, las lenguas, las razas, las culturas. Todo arte es mortal, y mortales son no sólo las obras, sino las artes mismas. Transitorio es todo pensamiento, todo dogma, toda ciencia, que dejan de existir tan pronto como se extinguen las almas y los espíritus en cuyos mundos sus “eternas verdades” parecieron necesariamente verdaderas. Cuando desaparece la imagen del pasado, desaparece a si mismo el anhelo de dar a lo transitorio un sentido más profundo.
“Todo lo transitorio es un símbolo”.
La historia, sin cesar viva, es la base de la naturaleza muerta y realizada: que lo orgánico sustenta a lo mecánico y que “el sino” es el nervio de las leyes causales objetivas. Pues igualmente podemos decir que la “dirección es el origen de la extensión, el misterio de la vida que camina hacia su realización, misterio que alude la voz “tiempo”, constituye el fundamento de lo que designa la palabra “espacio” como cosa ya realizada, aunque sin hacérnoslo inteligible, y más bien sugiriéndonos de ello un sentimiento “íntimo”.
Toda la espaciabilidad real es creada por la experiencia íntima de “la profundidad”. El carácter de dirección que tiene la vida, que va del yo a la lejanía, al allí, al futuro, lo hemos calificado significativamente de irreversibilidad y un resto de este carácter decisivo del tiempo perdura en la necesidad imperiosa en que nos vemos de sentir la profundidad del mundo, no desde el horizonte hacia el yo, sino desde el yo hacia el horizonte. El tiempo engendra el espacio, pero el espacio solidifica al tiempo, llamo al tiempo “forma de intuir”, y al espacio “forma de lo intuido” para comprender la relación que existe entre ambos. La indeliberada interpretación de la profundidad, que domina en la consciencia vigilante con la fuerza de un suceso elemental, caracteriza “el despertar de la vida interior” y al mismo tiempo marca el límite que separa al hombre dormido del hombre consciente. El alma del hombre dormido, vive en una especie de ensueño adherido a todo lo sensible, lo que no tiene aún es una “intuición del mundo”, siente la lejanía, pero la lejanía no habla a su alma.
Sólo cuando el alma despierta por completo es cuando “la dirección” asciende a la categoría de expresión viviente.
Hay una relación de profunda identidad entre el despertar del alma, haciendo a la existencia clara y la súbita comprensión de la lejanía y del tiempo, “nacimiento del mundo exterior”, por medio del símbolo de la extensión, que será en adelante el “símbolo primario de esa vida” y le imprimirá su estilo y la forma de su historia, como progresiva realización de sus posibilidades interiores según como se sienta la dirección, así será el símbolo primario de la extensión. La primera comprensión de la profundidad es como un nacimiento espiritual junto al corporal. La interpretación de la profundidad se exalta y se convierte en un acto para construir “símbolos” vitales, con el auxilio de todos los elementos de la extensión, materia, línea, color, sonido, movimiento. Y esos símbolos, se presentan muchos siglos después en la imagen cósmica de otros seres, ejerciendo sobre ellos su encanto propio, dan testimonio de la manera como sus creadores comprendieron el universo.
Caliope la musa de la elocuencia y la poesía épica, será siempre el poderoso rayo de luz que vence a Aclis, la oscuridad. La elocuencia sublime sólo se desarrolla con la libertad, y es porque consiste en decir verdades atrevidas, en hacer gala de las razones y de las analogías fuertes. Casi nunca “el señor” desea que le digan la verdad, tiene miedo a las razones y prefiere elogios rastreros a rasgos elocuentes. El “verbo”, es un esparcimiento del alma en lo infinito, se extiende como un efluvio, como una atmósfera estallante, bajo la decoración panorámica de grandes cielos sonoros, ¡columnas apasionadas de verdad, columnas de fuego en los desiertos incendiados!
Eso son las palabras de la musa Caliope
y el verbo de Caliope va con ella, erigido en esplendor;
estridente, vehemente, inclemente.
¡Amplio y sonoro, como una letanía de libertad, bajo la caricia
¡Lúcida del taciturno esplendor firmamentario!
Así, como una gran plegaria interminable, ante un divino ostensorio que miran ojos meditativos, como la gran voz exultativa de un metal sagrado, tocando la llamada de las almas, sobre el hormigueamiento parasitario de las muchedumbres en demencia. ¿Traduce el “verso” todo el caudad de nuestra sensibilidad artística? ¿Traduce en sí todo el morbo pasional que a veces nos exaspera, y pide para exteriorizarse un modo de expresión, que sea una voluptuosidad más, añadida a las voluptuosidades esenciales que en él depositamos?
Porque es sin duda la voluptuosidad auditiva, o sea la musicalidad de la forma, lo que hace el encanto apasionado del verso ¿y, es capaz, esa ánfora diminuta de encerrar en sí todo el torrente de la emoción pasional, que sube en nuestro corazón y amenaza ahogarlo?
Ese litigio sobre la forma y la esencia del verso, es ya viejo, como el verso mismo, el verso nació con el mundo. Y, los dioses mismos nacieron del corazón del verso. Todas las teogonías, vivieron en el verso, como la luz en la gota de rocío que tiembla en el cáliz de una flor. Los poetas crearon el mito, prendido a los labios de los poetas. Y, las estrofas fueron como divinas abejas murmurando en torno a ese panal. “El mundo niño”, hablo en verso. El verso vino del oriente, como el sol.
Los vedas, el Ramayana, el Mahabharata, los Puranas-Gita, Govinda, Sanchoniathon, poemas, versos...¿Valmiki, Vyasa Deva? Homero Hindus ¿La Biblia? Por todas partes el verso, en el mundo antiguo. Cuando esquilo vino, ya el verso había fatigado al mundo.
¿De dónde la supervivencia magnífica del verso?...de su belleza, libélula encantadora, mariposa de oro y zafiro, que ha podido atravesar el corazón de las tempestades, como si fuera el águila potente, escapada de las manos mismas de Zeus.
¿Quién no la ha tenido un momento prisionera entre sus labios, y no la ha sentido volotear sobre su corazón? El silencio del meditador, es una traición, una traición a la verdad. Porque el meditador bebe copiosamente la verdad, en el río del misterio, y debe decirla al mundo, callar es abdicar.
Enmudecer , no es vencer, es una manera vil de ser vencido, mutismo, es egoísmo, esa devoración del verbo por el silencio, es un infanticidio de la verdad.
La verdad pide nacer, y no puede nacer sino por el “verbo”, que le da la vida. “El silencio crea”, el verbo, da forma a la creación. Toda creación pide una revelación, el infanticidio de la verdad, estrangulada por el silencio, mataría al mundo.
Todo meditador, debe ser un revelador, y el silencio del revelador, es una deserción, del reino interior, que pide ser servido; el deber, y el deber del meditador, es revelarse, revelar la verdad, que vive en él. Revelarla ante las fuerzas mudas de aquellas almas que están acostumbradas a agotar, el consuelo y la esperanza, en el “mesianismo simbólico de su palabra”, que es el eco tangible de sus tesoros invisibles, o a mirarse en el cristal de esa “vida”, que es como un trofeo de las victorias interiores, que piden ser cantadas. Vivir en la soledad, pero, salir de su soledad, para decir a la aurora, los secretos de la noche, confío a su corazón, en la vaga confidencia de sus voces siderales.
He ahí, el deber, de aquel, a quién la eternidad, hace transparentes, aún las cosas más oscuras.
Envolverse en su soledad, devorando la interpretación de los “grandes símbolos”, revelados a su corazón, por la exégesis tormentosa de su propia meditación.
En la muda decoración de esos paisajes psíquicos, lo terrible, no es la soledad del meditador, que es su madre, lo terrible es el silencio del meditador, que es su hijo, su hijo, al cual debe estrangular para arrojar sus restos despedazados, como partículas armoniosas y cantantes, a la avidez extraña de los hombres.
Un viento de tempestad persigue al meditador, en esta caza a lo “infinito” y lo azota y hace vacilar su antorcha, que casi se apaga, ante el vuelo errabundo de las estrellas. Es el viento del “antro”, enemigo de los cazadores de astros, de los portadores de la gran lira sonora, que llena con sus acordes, “la epopeya de la soledad”, pero nada detiene en su misión, a aquel tenaz explorador del misterio y del abismo.
Las cimas ríspidas de la “visión” son colmadas de tesoros, para el gran solitario, en diálogo perpetuo con lo desconocido. El trabajo del meditador, es un trabajo de condensación de todas las formas vagas, indecisas y flotantes que hay en el atomismo de las ideas, para ponerlas dentro del molde mágico de la palabra. Lleno de divinas sonoridades, he ahí, por qué, todo gran meditador, es un “inactual”, sólo y perdido en medio de los hombres. Y su palabra es, por eso tenebrosa, cargada de cosas oscuras e indescifrables, de una sonoridad tumultuosa, cual si hubiesen rodado, envueltas en ella, todas las tempestades del espacio y los carros desvencijados del apocalipsis. Y así, nada hay más pesado para los espíritus débiles, que la palabra de un meditador. Esas palabras, esas obras, impregnadas de creación, enigmáticas y majestuosas como la noche, y a veces impenetrables como ella, tienen el don de exasperar los espíritus débiles, incapaces de toda contemplación alta, privados del sagrado don, de comprender las cosas superiores. Y esa incapacidad, se hace hostilidad, y de hostil, se torna en agresiva, contra las cosas sublimes que le son incomprendidas y lejanas, como si fuesen cosas siderales. Todo meditador es, un “pre-destinado”, y como tal sabe toda la suma de “heroica fatalidad”, que hay en su destino, y la acepta y la cumple, bajo el aluvión de cosas hostiles que lo rodean, lleno de la grandiosa serenidad de aquel, que sabe mirar, más allá de la vida...más allá.
Tumultuoso y vertiginoso, el meditador, como el estuario de un gran río, salvaje, no es fácilmente accesible, esta lleno de escollos, ay de aquel que no conoce sus profundidades, y sus sirtes... ése naufragará al remontar sus corrientes tenebrosas.
El espíritu del meditador, aparece como inhospitalario, porque cerca de él, se siente el desamparo de las cumbres, se ve, que se está cerca del nido de las tempestades, se presiente que lo “invisible y lo inabarcable” están detrás de él y son el principio de su imperio. Familiarizarse con el meditador, es familiarizarse con el misterio, es un reflector, es un faro, colocado por el “destino”, sobre costas inaccesibles, pero visibles, emergidas de los mares del misterio, en el límite oscuro de la tierra, donde rompen sus alas, todos los huracanes, él se sabe encadenado a esa soledad, por un decreto inexorable, de algo superior a él, y que se llama: el destino, sabe que iluminar desde esa altísima soledad es, su misión. Él sabe, que nada podrán contra él, todos los elementos de la vida, desencadenados en su contra, son los elementos inferiores, que no alcanzan a la altura de su destino.
Él sabe, que el rayo que ha de pulverizarlo, duerme en otras manos, alto...muy alto. Por eso desprecia las fuerzas inferiores que lo asaltan, nada tiene que temer de ellas, el rayo viene de arriba. De ahí el orgullo del meditador; es un orgullo de raza, que le viene de su padre: Prometeo.
En todas las latitudes, sobre todos los pueblos, en todas las horas de la historia, vereis diseñarse en el horizonte, la “Gran cima desnuda”, donde habita un meditador.
La cima es la misma, a través de todos los siglos, sólo el “huésped” cambia. Que sea Buda de Sakia, Pitagoras de Samos, Job, el de Indumea, Jesus, el de Betania...siempre es el mismo espíritu, sobre la misma cima. Es el meditador, todo el fluido vital de ese momento histórico, se aglomera, e irradia, en ese meditador...y todo el furor animal de ese momento, ruge contra ese meditador...es un concierto de aullidos. Nada fatiga la ternura colérica de aquel proveedor estoico, de luz. Él continua en darla al mundo, a despecho de las tinieblas y de los rugidos. La “elocuencia” es un don (la esencia), el más alto don que la madre naturaleza, puede conceder a los escasos hombres, dignos de llevar este pedazo de sol, sobre la tierra.
El alma de la belleza, hecha toda de profundidad y de armonía, y puesta como un lucero en los labios y en la pluma de aquellos que se llaman “los esenciales”; he ahí la elocuencia.
La prodigiosa fuente de las misericordias secretas, cayendo sobre el mundo ávido y suplicante de las almas, para vivificarlas con su luz.
¿No oís su fragor a través de los siglos muertos, llenándolos de la viva realidad de sus rumores, tal una catarata en la montaña violando los silencios de la noche? Toda el alma del misterio, que viene de la divinidad, y va hacia la divinidad, reside en la elocuencia.
Ella es, el grito del abismo y, la voz de lo infinito, que anima los mundos muertos, yacentes sin vibración, en el fondo de las almas. Los cielos de donde baja ese huracán flameante sobre el alma de los predestinados, se abren rara vez en un siglo, para el alumbramiento formidable, y se cierran después, en una como nueva virginidad, que nada viola.
Las sombras del tiempo que devoran todo lo que es perecedero, no han podido devorar el grito de “la elocuencia”, que a través de las edades, vive dando “la vida” con sus ritmos grandiosos, a todas las cosas muertas, que toca con el disco de sus alas.
Esa respiración de lo “eterno”, pasando por la boca de un solo hombre. Para plegar y desplegar las olas tenebrosas del “pensamiento humano”, todo en sombras, y del “humano corazón”, todo en lágrimas, es la única constatación de aquella visibilidad de lo invisible, que la conmovedora ceguedad humana, inhábil para explicarse el emergimiento impensado de la luz, clasifica con el confuso nombre de milagro. Si algo sobrenatural, hay en la vida, oscura y devoradora, es “la elocuencia”. ¿Dónde sus fuentes magnánimas y luminosas están? ¿de cuáles cimas ocultas tras la movible tela del tiempo visionario desciende hasta la tierra, ese río maravilloso lleno de un sagrado misterio? Toda la oscuridad del dolor, y toda la luminosidad de la esperanza, vienen mezcladas en sus ondas tormentosas y divinas. ¿En qué estriba este mecanismo de la “armonía”, articulada e inarticulada, que con sus emblemas invisibles, pliega toda “la obra de la meditación humana”, bajo los estandartes victoriosos de sus conquistas sin soldados? De las entrañas de la “eternidad” sale ese río soberbio y luminoso, cada una de cuyas olas es un mundo de belleza, y vuelve a la “eternidad”, después de haber fecundado esa “selva del prodigio” que es el alma de un meditador, y haber hecho florecer en ella, todas las rosas tenebrosas y fúlgidas de la dialéctica, hechas sonoras por el viento musical que baja de las celestes cimas de la inspiración, donde rugen sin intermitencia los huracanes líricos “del verbo”, salidos de los labios del abismo, que dijo el “fiat lux” (hágase la luz) sobre el corazón informe de los mundos por nacer.
El lamentable rebaño humano, desterrado, desamparado y miserable sobre la tierra, no ha sido traído siempre a “la verdad”, a “la libertad”, a “la dignidad”, sino por un gran clamor “de elocuencia”, llenando las vastas soledades del mundo moral, huérfanas hasta entonces de la magnificación de su palabra. El rayo de Damasco fue el grito de la “elocuencia de lo eterno”, brotando por los labios de los cielos, entreabiertos para este grito de la revelación, la enorme y hosca figura de Moisés, alzando el esplendor de su cándida barba fluvial, sobre las soledades hebreas, como una vía láctea de la esperanza, donde durmieron todas las constelaciones de los ensueños de un pueblo ¿no os parece la primera aparición de “la elocuencia”, sobre los médanos incultos de la palabra humana”.
En la leyenda del Mar Rojo, abriendo caudad enormes de sus aguas, como el desplegamiento de dos inmensas alas de rubí, para dejar pasar al “pueblo prófugo”, ¿no veíes el alma de la elocuencia, prendiendo su primer estrella sobre los fantásticos cielos del milagro? “La fe”, no había bajado aún sobre la Tierra.
“La fe”, no era una virtud semita, la palabra esclava, no aparece prisionera en las filacterias del Deuteronomio. El tetragramenton de Moisés, no contaba entre sus símbolos. En los esplendores remotos de ese horizonte fabuloso-histórico, que se extiende desde las zarzas del Oreb, hasta la cima del Gólgota, ¿qué escuchais?...el río desbordante y profundo de la elocuencia, bajando atronador sobre las soledades vírgenes del alma humana. ¿Quién gesticula allá, sobre aquella cima, como entrado en la nube y petrificado en la montaña, dialogando con el cuervo misericordioso que le porta la pitanza?
Es la elocuencia del desierto: es Elías.
¿Quién es aquella lepra-poema, ora meditativa y hosca, ora tierna y confiada, que llora y canta, en aquel estercolero lleno de sol implacable, desnuda como un feto y devorada por los gusanos sus hermanos? Es Job, el de Idumea, la elocuencia de la ruina y de la peste. ¿Habeis oído en algún otro lugar del mundo, en alguna zona de la historia, el dolor, el humano dolor, gemir en más alto grado de elocuencia, que en los labios de ese hombre-larva hecho el patriarca de los insectos y las miasmas, sobre las soledades calcinadas?
Nada iguala al ruido de esa mosca leprosa, revoloteando por entre los signos del zodiaco.
¿ Qué trueno es ese, que hace enrojecer en fluorescencias de incendio todas las nubes de los cielos, y doblarse como las espigas de un trigal, todos los cedros del Líbano?
¿De dónde baja esa flagelación furiosa de todos los elementos, esa palabra de las trombas y de los huracanes, que hace curvarse como cañas las altas torres de babilonia, y los palacios de Ninive, en el miraje profético de sus visiones?
Esa lluvia de fuego y, de cenizas, que sepulta los jardines de tiro y, arrasa las colinas de Sión, es la voz de Isaías; la elocuencia de la soledad talando con el mismo soplo, la selva del orgullo, donde se anidan las larvas hechas tiranos y, el zarzal de la bajeza, donde se refugian los insectos más viles de la tierra, los pueblos hechos esclavos.
¿Escuchais el gruñido de aquel cerdo lírico; revolcándose en la plaza pública, sobre el vientre desnudo de una prostituta, y harto de sus propios excrementos? Es Ezequiel: toda la orquestación de la violencia divina, brota por esos labios asquerosos y musicales, donde lo inmundo y la armonía, duermen en un epitalamio de luz; ese hombre tiene por trípode, un buey, un león y un águila, la fuerza, las garras y las alas. Ningunos ojos vieron más lejos que sus ojos, en los horizontes tenebrosos de “la visión”. Él vió los carros atronadores del apocalipsis, antes que Juan, el virgen soñador de Patmos, los hubiera visto. Él precedió y sobrepasó a todos los visionarios, y su elocuencia fue, “la elocuencia del terror”, poniendo espanto en el débil corazón de los hombres, hechos a la caricia corruptora de la iniquidad.
Después de ese rugido, la gran elocuencia disminuye, casi podría decirse que calla, hasta reaparecer allá, en los valles de Galilea, no ya como el río tumultuoso y obscuro que había arrastrado todo el limo del apostrofe y de la imprecación, en las selvas tormentosas del viejo testamento, fue una selva de leones. El nuevo testamento, es ya un aprisco de pécoras; allí ya no hay rugidos, la grande inspiración está agotada, aquel florilegio de ictiógrafos, en su candidez lacustre y primitiva, carece de toda grandeza, excepción hecha de los gritos de mercader de Pablo el Apóstata, ninguna sonoridad vibra, en ese libro salvaje de áfonos rudimentarios.
Los grandes profetas, es decir, los grandes poetas, de la lírica hebraica, quedan más alla del Gólgota, hacia los arenales de Caldea, cerca a las ruinas de Babilonia, en las ruinas del Kebar. La poesía hebraica, quedo colgada como un arpa sin dueño, en la última encina de Basán. A donde quiera que mireis del lado del esplendor, encontrareis una cima: “la elocuencia”. En todas las horas decisivas de la humanidad, el mundo ha sido salvado por la elocuencia, aunque no haya sido nunca seducido por ella. Digo por la elocuencia y no digo por la oratoria, porque ésta es, una forma de expresión de aquella, pero no es su alma ni su esencia. No se puede ser un grande orador, sin ser elocuente. Y se puede ser, un río y un abismo de elocuencia sin ser un orador. A veces en un gesto, hay mayor elocuencia sin ser un orador. A veces en un gesto, hay mayor elocuencia que en un discurso. El gran público, no ha amado siempre la elocuencia, pero ha amado siempre la oratoria. Entre esquilo y esquines, prefiere este último, sus oídos, aman más la armonía arrodillada de la metáforas, con las cuales el retórico venal, saluda a Filipo, que el sagrado estremecimiento de horror, que se escapa de los cielos tenebrosos de la tragedia esquilea. La hozca mudez del Dante, lo amedrenta, y atraviesa sin amarla la “selva obscura”, llena de los gritos líricos del genio. El grito de las águilas espanta, una águila, no es nunca musical; tal vez, el pentagrama de las águilas, está en el silencio. “El gesto”, tiene elocuencias, a las cuales, la palabra, no ha llegado jamás. El arte puede ignorar la elocuencia y, amar la belleza, como en la Venus de Gnido.
Puede venir la belleza de las formas, a la elocuencia del gesto, como en la “victoria” de Samotracia. Puedo poner en rostro y en labios de piedra, tal “grito mudo” de elocuencia, que no lo han tenido jamás, el rostro, ni los labios de los hombres, como en el gran sacerdote del “Grupo de Laocoonte” (del griego Λαοκόων Laokóōn).
El arte es sereno, la elocuencia no; he ahí por qué la elocuencia, no es un arte, el reposo después de la batalla, la elocuencia, es la batalla sin reposo. La elocuencia y la serenidad, se excluyen; como el reposo y la acción. La atmósfera natural a la elocuencia, es la inspiración, o mejor dicho; la elocuencia es, un estado de inspiración permanente, de aquel que siente la centella de “lo divino” arder en su corazón. El más puro carácter de la elocuencia, es “la grandeza”, y fuera de la grandeza no hay elocuencia posible.
La elevación y la profundidad, son las dos alas de la elocuencia, pesadas de misterio.
El arte no hace la elocuencia, y la elocuencia si puede crear un arte, porque la belleza, que es el alma del arte, reside toda en la elocuencia. El arte puede caber en lo agradable, la elocuencia, no viene sino en lo admirable.
Puede haber arte, fuera de lo sublime, no hay elocuencia fuera de él, porque la belleza de la elocuencia, está en la sublimidad. La raza de los profetas, es una raza patética y colérica, y los profetas -hablo de los profetas bíblicos- son más que elocuentes, son, la elocuencia, es allí donde la palabra humana, se hace visionaria, que comienza la elocuencia.
El secreto y el alma de la elocuencia, residen en su multiformidad, inabarcable e inexplicable, polífona e inasible, como una tempestad. ¿En dónde reside lo bello del mar?¿en lo amplio?¿en lo salado?¿en lo profundo?; no podría decirse...es un su grandeza que reside su alma, así como en la elocuencia.
Su belleza, está toda en el misterio que emana de ella, el “misterio del verbo” que crea, el verbo que rompió la virginidad de las tinieblas, y creo el mundo. La palabra es a la elocuencia, lo que el rumor al mar, una manifestación de su grandeza, un eco de ella, pero el rumor de olas, no es todo el mar, como la palabra, no es toda la elocuencia. Hay una elocuencia muda y sin embargo deslumbradora y atronadora, en los actos y en las cosas.
Un crepúsculo es mudo, y sin embargo...¿habeís visto una elocuencia igual a la de ese esplendor, a la de esa lenta y patética inmersión del mundo en las tinieblas?
Un cadáver no habla, y ¿podrá toda la palabra humana, competir en elocuencia, con la terrible “verdad”, que dice aquel polvo inánime, pronto a ser aventado por los huracanes de la eternidad? La pasión es el alma de la elocuencia, el gesto mismo de la pasión, es elocuente. El hombre sin pasión, no será nunca elocuente, cualesquiera que Satán es “aquel que no ama”, dijo Santa Teresa.
La monja mística ¿quiso decir con eso, que Satán era el ser sin pasiones? No pudo ser, porque el mito de las tinieblas, odia, según el decir de su leyenda, odia a Dios, y el odio es, la forma negra del amor, no se odia sino lo que se ha amado, o se pudiera amar. El odio es una gran pasión, noble y voraz. Satán odia a Dios, con el odio justo y sagrado del vencido, porque él también pudo haber sido Dios, y no lo fue ¿No era tan bello como Dios?...sí.
Pero Dios fue más fuerte y lo venció...
en la leyenda de esos dos mitos, igualmente trágicos, el odio, el elocuente, con una elocuencia de fatalidad.
Cuando pensais en la fábula de Satán ¿no pensais también en la Abel, expulsado de la vida, por su hermano el vencedor?
Satán, es algo así como la máscara de hierro, de un gran drama de los cielos, Dios y Satán, son los “hermanos enemigos”. Su odio, llena los cielos y la tierra, el dolor, nació de ese odio.
San Pablo ha dicho que; “la vida sin pasión es nada”, y, ¿quién decirlo podría mejor que aquel violento apóstata, que fue la pasión misma, desencadenada sobre la tierra?
Fue a la aparición de esta pasión, hecha hombre, que los cielos cándidos del evangelio, se hicieron rojos como un cielo de desierto. San Pablo fue, el lobo de Jesús, él devoró el rebaño que el otro apacentaba. Los apriscos de oriente, no le bastaron, y se volvió hacia el occidente. Harto de la devastación, cayo sobre Roma, San Pablo y no San Pedro, fue el fundador del catolicismo.
Hay en él la osadía de un verdugo. Era un bárbaro enfurecido, en el cual rugía el furor de todos los vencidos, tenía la violencia trágica de todos los apóstatas y, era devastador como una cólera del cielo. Pero, ¿quién negará la elocuencia, a ese incendiario feroz, que en la historia, el único emulo en barbarie, de aquel terrible Omar, porque él también prendió fuego, a ese granero del pensamiento humano, que es, una biblioteca?
Ese mismo gesto de salvaje, es elocuente. Sin este hombre, el triunfo del cristianismo, no habría sido posible: fue su elocuencia de rayo, la que lo fundó sobre la tierra. San Pablo, pertenece por todos lados a la “elocuencia definitiva”, aquella que demuele y que construye, que funda y que destruye. Cuando digo, que la pasión, es el alma de la elocuencia, digo que la rebelión es la madre de ella.
La tiranía, no ha contado nunca con la elocuencia, no ha contado sino con la retórica. La elocuencia es el rayo que baja de los cielos incendiados de la rebeldía. Ningún gran elocuente, ha dejado de ser un gran rebelde: desde Prometeo hasta Jesús, y desde Isaías hasta Krisnamurti. ¿que fueron aquellos tenebrosos y caudalosos ríos de elocuencia, que se llamaron “los profetas”, en la biblia?
Fueron los grandes rebeldes de su tiempo, todo el hálito y todo el grito de la libertad, del alma hebrea.
Atravesad después, todos los parajes, todas las selvas azarosas de la historia, donde quiera que encontreis, ese torbellino de llamas, apellidado, “la elocuencia”, es porque habeis tropezado, con ese volcán sonoro, llamado “la rebelión”.
Lo que caracteriza la elocuencia, es su amor desenfrenado a “la libertad”. Fuera de la libertad, no hay elocuencia: no hay sino retórica. Y la retórica es a la elocuencia, lo que la máscara es al rostro, y el aullido al canto. La retórica, no es siquiera la parodia de la elocuencia, es a su afrenta.
La elocuencia, ha sido siempre la víctima de la tiranía, no ha sido nunca su aliada.
Felizmente, la gloria de la palabra, es tan alta, que desde que deja de servir a la libertad, muere, y lo que sobrevive, es el balbuceo, un balbuceo de esclavo, hecho tartamudo de miedo. He ahí porque la elocuencia no se prostituye nunca, porque desde que se prostituye, ya no es la elocuencia.
La pureza de la elocuencia, es la de la virginidad, no se corrompe sin morir. Por eso el despotismo no ha podido conquistar nunca la elocuencia, porque, conquistándola la mata.
La alianza de la elocuencia con la tiranía, habría sido la abdicación del hombre, y la desaparición definitiva de “la libertad”. El destino, ha ahorrado a la tierra esa tristeza, el cómplice más cobarde de la tiranía, no es la palabra, porque ésta, deshonrándose, pierde todo prestigio.
El gran cómplice de la tiranía, es el silencio.
No acatar el despotismo, es la manera más cobarde de servirlo. No denunciarlo, es auxiliarlo.
Estar cerca de él, sin herirlo, es la manera más vil de protegerlo. Y proteger el crimen, es mil veces peor que cometerlo. He ahí la hora en que “la palabra” es, un deber y el silencio, es un crimen. El silencio, ante la tiranía, es el crimen coronado de tinieblas. El crimen, que se ha arrancado la lengua, y muestra al mundo, su boca negra, como un lago de betún, negra y vacía porque allí ha muerto la palabra. Esa boca es, un sepulcro, la muerte reina en ella. Renunciar al divino don de la palabra, en la hora en que ella puede salvar a un pueblo, hiriendo el corazón del crimen...¿Sabeis toda la cantidad de cobardía, que abarca esa renunciación? Aquel que se castra, ante el amor, es menos vil que el que se calla ante el crimen. En un Eunuco, hay todavía, mayor cantidad de hombre, que en un esclavo. Aquel que frente a la tiranía, siente pasar por su alma, el soplo sin emociones del silencio, está ya inexorablemente perdido para “la libertad”. Irreconciliable con la gloria augusta de ser libre, estará ya para siempre, contra esa gloria. Ante el crimen de la tiranía, el silencio, es más culpable que el elogio, porque es el crimen sin valor, y la palabra que deserta, es más vil que la palabra que combate, los labios que callan son más miserables que los labios que mienten, el más vergonzoso soborno, no es el del aplauso, sino el del silencio, porque el silencio, sueña con ser irresponsable, y aparece como tal. El aplauso, se denuncia y denunciándose, se deshonra...pero ¿el silencio?
Las irresponsabilidades aparentes del silencio, son múltiples, y todas infames. El mayor crimen del silencio, no está en no deshonrar el mal, sino en escapar de él, de la deshonra, por las alcantarillas de la complicidad, mudas como una tumba.