"Mientras respirar pueda el hombre, o ver los ojos, / así vivirán mis versos, y a ti te darán vida"
De acuerdo con la tradición, el 23 de abril de 1564 veía la luz en Stratford-upon-Avon William Shakespeare. Son escasos y nebulosos los datos que nos han llegado de su existencia: sabemos la fecha de su bautismo (26 de abril de 1564), la de su boda con Anne Hathaway (28 de noviembre de 1582), la del bautismo a los seis meses de su hija Susan (26 de mayo de 1583), y de los gemelos Hamnet y Judith (2 de febrero de 1585). Existe un testamento que data del 25 de marzo de 1616. Recién casado, Shakespeare deja en Stratford a su esposa y a su primogénita y se dirige a Londres. En la capital se integra en la compañía de los “Lord Chamberlain’s Men” (luego “King’s Men), escribe sus magnos sonetos y poemas (Venus y Adonis y La violación de Lucrecia, publicados respectivamente en 1593 y 1594) y, merced al mecenazgo del conde de Southampton, comienza su andadura como actor y dramaturgo, impregnando la escena británica de una riqueza poética sin parangón. Shakespeare dota de una extrema ductilidad al verso blanco, instrumento métrico que constituía la base retórica del teatro de la época, y lo sublima con asombrosa inventiva en obras que acrisolan la esencia de lo humano:
Dos amores tengo de consuelo y desesperación
que como dos espíritus me tientan sin cesar;
el ángel bueno es un joven rubio y bello,
el espectro maligno, una oscura mujer.
Demostrando una prodigiosa versatilidad, Shakespeare encadena chispeantes y deliciosas comedias como El sueño de una noche de verano (1594) con tragicomedias como Romeo y Julieta (1595) y El mercader de Venecia (1596), y con dramas históricos como Ricardo II (1595) o Enrique V (1599), seguidos de las “obras romanas”, como Julio César (1599), que muestran la historia de Inglaterra de un modo oblicuo. Estas dejan paso a comedias de la profundidad conceptual de Como gustéis (1599) o Noche de Epifanía (1601), y a las grandiosas tragedias que le dieron a su autor fama imperecedera: Hamlet (1601), Otelo (1604), El rey Lear (1605) y Macbeth (1605). En una etapa final, la obra de Shakespeare se remansa en los llamados “romances”, entre los que destacan El cuento de invierno y La tempestad (ambas de 1611), tenida esta última por el testamento dramático de Shakespeare, que decide pasar sus años postreros en la aurea mediocritas de Stratford, donde fallecería el 23 de abril de 1616. Pocos ingenios literarios supieron reflejar como él las ambivalencias y complejidades de lo humano, lo que otorga a su obra el carácter de universal, convirtiéndolo, como dijo su amigo y colega Ben Jonson, en un hombre “para todos los tiempos”.
Texto: Antonio Ballesteros González
Retratos de william Shakespeare