"Cuando en eternos versos en el tiempo perdures"
Ante todo, William Shakespeare fue un consumado poeta, artífice insigne de la palabra en su proyección artística, vertida tanto en sus textos dramáticos como en los específicamente poéticos. El misterio insondable de sus sonetos, culminación de esta forma surgida en la época renacentista, perdurará, como él mismo escribe, “Mientras los hombres respiren, o los ojos miren”. Compuestos posiblemente hacia 1593 y publicados en conjunto en 1609, propician una vuelta de tuerca con respecto a los escritos por sus precursores ingleses (el conde de Surrey, Thomas Wyatt, Philip Sidney y Edmund Spenser), presentando una suerte de ménage à trois que trasciende y subvierte la habitual relación entre la voz poética y la amada idealizada de connotaciones petrarquistas, derivada de la tradición del amor cortés. Así, los sonetos shakespearianos, dedicados al ignoto “W. H.”, muestran una dialéctica de ecos dramáticos entre la persona poética, su mecenas (un “hermoso/rubio joven”), y una “dama oscura”. La ambigüedad sexual que destilan los versos se proyecta en un laberinto de pasiones y sentimientos a los que subyacen temas como la inmortalidad de la poesía y el arte, el apremio inexorable del tiempo, la lucha agónica entre distintas formas de amar y los sentimientos contrapuestos, los extraños mecanismos del deseo, la efímera condición de lo humano, las complejidades del amor.
Ilustración de 1774 del poema "A Lover's Complaint" de Shakespeare
mas tu eterno verano no se desvanecerá,
ni perderá el disfrute de la belleza que atesoras,
ni la muerte se jactará de envolverte en su sombra,
cuando en eternos versos en el tiempo perdures:
mientras respirar pueda el hombre, o ver el ojo,
así vivirán éstos, y a ti te darán vida.
Tópicos, en definitiva, recurrentes en la tradición literaria a los que Shakespeare confiere una suprema originalidad en su tratamiento, quintaesenciada en un lenguaje poético profundo, depurado, versátil, único, en el que destacan los juegos de palabras, las antítesis, y una extraordinaria capacidad para plasmar los alambicados matices de las relaciones humanas. También demostraría riqueza estilística Shakespeare en su tratamiento de argumentos clásicos, evidenciado por los epilios Venus y Adonis (1592-93) y La violación de Lucrecia (1594), paradigmas del vínculo de lo mitológico con la más exquisita parodia en el caso del primer poema, y de la tragedia del honor mancillado por el poder patriarcal más infamante. Shakespeare modela la palabra y extrae de ella su polisemia más sutil para encumbrarla en sublime poesía.
Texto: Antonio Ballesteros González