Cuadro de texto
Nació en Gálvez, Santa Fe, en 1920. Inició en el país el trabajo de esculturas con cerámica cuando, aún hoy, es un material muchas veces descartado por la elite del arte. Conoció la pobreza, fue perseguido por militares y a fuerza de trabajo ganó todos los premios que un escultor puede ganar. Rechaza ofertas y, a los 90 años, se lo puede ver todos los días en su taller de siempre, lugar donde reina la magia de uno de los artistas más importantes de la Argentina. En esta entrevista, Leo Tavella, un grande que eligió alejarse de los podios.
¿Cuáles serían las etapas por las que pasó a lo largo de su carrera?Comencé a los 17 años, o sea en el 37, que fue cuando entré en una academia y pude aprender las primeras cosas. Luego, gracias un profesor que me ayudó a enviar mis primeros trabajos a Santa Fe y a la buena crítica pude comenzar a trabajar. Considero que fui una persona de mucha suerte, porque tengo un perfil muy bajo y logré hacerme mi lugar: comencé con pintura, seguí con escultura y después con cerámica. Y así me desarrollé dentro de un arte más figurativo y natural, sin llegar a ser realista. Tuve la suerte de que Jorge Romero Brest, un crítico de arte muy reconocido que dirigió el Instituto Di Tella, viera una cabeza mía y me ofreciera hacer un curso. Esto me vino muy bien porque yo no había visto nada de lo que se venía haciendo hasta ese momento y pude incorporar nuevas cosas que, aunque siempre fueron figurativas, ya estaban más interpretadas.
¿Cómo fue el tránsito de la pintura a la escultura y luego a la cerámica?
Fue durante mis estudios en la academia. A un profesor que era escultor le ofrecen hacer un monumento y me llamó para que lo ayude. Así comencé yo también a hacer esculturas. Como en esa época era muy caro hacer bronces yo trabajaba con yeso: preparaba moldes, armaba figuras y las mandaba al Salón Nacional de Escultura. Un día recibo una carta de un famoso muralista que me ofrece trabajar con ellos en un taller de cerámica para vender platos y cosas por el estilo, pero como yo era un artista no me resultó la idea. Aunque después me ofrecieron utilizar su taller para que yo trabaje, podía usar todos sus elementos y hacer mi propia exposición: de todo lo que vendía el 40% era para ellos y el 60 para mí. Al poco tiempo llené el lugar de cosas e hice una exposición en una galería que se llamaba Henry’s, y de nuevo tuve la suerte de la que la exposición la viera Manuel Mujica Lainez que me hizo muchos elogios. Desde entonces seguí solo concerámica y no volví a utilizar otros materiales más que maderas, piedras o pedazos de metales para mis esculturas.
¿Se definiría un ceramista al día de hoy?
Yo me considero una persona que hace esculturas. Tuve el 1°premio y el Gran Premio del Salón de Escultura, y los mismos premios con obras en cerámica, entonces no hay grandes diferencias. Además yo trabajo de una manera diferente a la del común de los ceramistas. Voy a ser inmodesto: antes de que yo trabajara la cerámica en esculturas nadie lo hacía. Todo esto salió un poco de este taller.
¿Considera que generó tendencias?
Tanto en la escultura como en la cerámica yo siempre le di el mismo tratamiento a mis obras. Trabajé con formas más o menos orgánicas, brillantes y blancas. Después, cuando llegó el Proceso empecé con cosas más realistas. De hecho en aquellos años hice una figura atada a la que llamé “El torturado” y que mandé al Salón Nacional y como para entonces yo había ganado el primer premio en escultura me la tuvieron que exponer. La verdad es que nunca me preocupó saber si lo que hacía tenía éxito o no, si era actual o no. En general podría decir que siempre hice obras figurativas con connotaciones geométricas: círculos, líneas y triángulos. Trabajé mucho con eso, pero también fui agregándole cosas. Una vez iba caminando por acá y vi un caño tirado, me gustó e hice una escultura. Desde entonces empecé a incorporar otros materiales: maderas, hierros, piedras, cosas que aún hoy sigo utilizando.
¿Cuánto le importó el éxito comercial?
Jamás me importó vender, siempre hice lo que quise, lo que sentía. Me dediqué a hacer cosas que me gusten. Hubo un tiempo que trabajé formas redondeadas que se vendían muy rápido pero un día decidí cambiar de estilo y mucha gente me preguntó por qué cambiaba si tenía tanto éxito y respondí que si no lo sentía no lo podía seguir haciendo.
¿Cómo es su metodología de trabajo?
Hay veces que tengo ideas y las llevo adelante, y hay veces que no y simplemente pongo barro en un pedestal, lo aprieto y veo que surge. En base a eso empiezo a trabajar. A pesar de que yo no pude terminar la escuela primaria, gracias a mis antecedentes pude ejercer como profesor de posgrado de la Facultad de Cerámica de la Provincia de Misiones. Ahí descubrí piedras maravillosas que también pude incorporar a mis obras. La docencia también me permitió aprender muchas cosas.
¿Qué valor tuvo en su carrera la experimentación?
Fue muy importante. Al principio era por una cuestión de necesidad, porque cuando comencé había muy pocas cosas en relación al color, había algunos pocos colores brillantes, un blanco mate y nada más. Había que comprarlos ya hechos. Entonces encontré un polvo para limpiar que se me ocurrió mezclar al 30% con los colores que existían y quedó un translúcido mate que permitía ver el fondo pero que no brillaba. Fue todo un descubrimiento para la época. Al poco tiempo varias casas de cerámica me preguntaron cuál era la fórmula.
¿Por qué cree que se suele elegir más a la pintura que a la escultura para decorar?
Básicamente porque es más fácil, o esa es la impresión que tengo.
A un cuadro le ponés un clavito y ya está. Una escultura es una base que ocupa un espacio físico más difícil de ubicar. Además las pinturas llaman más la atención por su colorido.
¿La cerámica está dejada de lado?
Hay un prejuicio que todavía existe alrededor de la cerámica dentro del arte. Yo y una persona más fuimos los únicos dos que hemos logrado el gran premio de escultura con cerámica. Como jurado me ha tocado ver como rechazaban piezas hasta que una vez pregunté cuál era el problema con el material y me dijeron que en general eran floreros, ceniceros o cacharros, y yo le respondí que en bronce también se hacían muchas cosas del estilo: la campanita del timbre y el botón del inodoro son de bronce (se ríe). Luego hubo muchos que comprendieron que el material es tan válido como cualquier otro. Es algo que se va revalorizando acá y en Europa, pero sobretodo en Oriente. La verdad es que jamás me importó. Como decía Rodin, lo que más se acerca a la felicidad es hacer el trabajo que a uno le gusta. Así que yo puedo considerarme feliz.
Fuente: Revista Clubs & Countries
Txt: José Medrano.
Fotos: Martín Casas.
Vilma Villaverde Obras
La vida no tiene sentido. Por eso existe el arte. Estamos condenados a insistir, a querer permanecer, a perdurar, pero lo nuestro es irnos. Lo sabemos desde pequeños: en el futuro habrá un día en el que ya no estaremos. Aunque no tiene sentido, la vida es una explosión de intensidad. Esa intensidad surge de la conciencia del fin: la muerte es la que nos permite que cada día valga la pena. Esto que somos, esto que hacemos, no se repetirá jamás. Los artistas nos enfrentan a la belleza de la vida, a su poder descarnado. Pero no todos los artistas saben disfrutar de esa alegría que nos arrebata; no todos los artistas saben del placer del instante. Uno de esos pocos artistas que conoce el poder de lo efímero es Leo Battistelli, el que es capaz de petrificar lo que fluye.
Hace dos décadas que Battistelli viene intentando lo imposible. Cada obra es un nuevo desafío. Parte de la belleza en estado de incandescencia y va más allá. Para Battistelli la belleza no es una armonía visual ni formal, sino una forma de energía, una intensidad tan sutil como poderosa, que transforma las cosas, las relaciones, las situaciones. Sus obras son, además, talismanes; es decir, objetos apotropaicos: alejan el mal. Los talismanes nos defienden porque tienen el poder de distanciarnos del horror. Lo alejan (en griego, apotrepein significa literalmente “alejarse”). El mal no puede ser destruido: es lo que está siempre allí, acechando. Pero sí podemos alejarlo, tomarnos un respiro. Reír y cantar. Disfrutar de la vida hasta que llegue el fin: lo que no se alejará más. Battistelli trabaja en esa frecuencia: la intensidad en estado sublime.
En Dádiva todo tiende a esa belleza que, a la vez, emociona y cura. Cada una de las obras es una puesta en escena ritual y también una celebración pagana. Hay magia y disfrute. Hay goce y recogimiento. Battistelli viene experimentando con la cerámica desde hace muchos años. Pasó de su pequeño taller hogareño a trabajar en gran escala con la fábrica Verbano, en la provincia de Santa Fe (Argentina), y luego con la empresa Cerâmica Luiz Salvador, en Río de Janeiro (Brasil). La apuesta a la cerámica implica un proceso y un riesgo. El proceso es alquímico: se trata de mezclar agua y tierra y con esa arcilla moldear un objeto, que surge de lo informe. Ese objeto (aún endeble, impreciso) pasa luego al horno. En el proceso de horneado hay una alta dosis de imprevisibilidad: nunca se sabe de antemano -menos aun cuando las obras son grandes y muy complejas- si la pieza soñada se parecerá realmente a la pieza lograda.
Battistelli comenzó hablando de la memoria. Recogió el legado de sus antepasados y presentó azulejos y fotografías que documentaban ese proceso. Luego fue interesándose por el agua, en tanto elemento esencial, pero sobre todo porque fluye: el agua es lo que pasa. Puede arrastrar, destruir, arrasar, pero también vivifica, nutre, contiene, acaricia. Soñó una casa en el agua y petrificó el fluir en cerámica. El paso siguiente, vacilante y audaz al mismo tiempo, fue apostar a lo alquímico: su obra comenzó a dialogar con los grandes maestros del saber oculto. La magia y lo arcano formaron parte de su lenguaje, que fue, sin embargo, cada vez más claro y sutil.
En Dádiva da un paso más: se interna con más pasión que investigación en el mundo de las religiones africanas del Brasil, en especial el camdomblé. Su obra no es una traducción estética de las creencias y rituales sino que encuentra en ellas una inspiración. O mejor: su energía. Porque Dádiva es la muestra de la energía positiva en estado puro. Cada obra es un talismán: el objeto que alejo el mal, que nos protege del daño.
No importa si uno sabe o no del intrincado mundo del candomblé, de sus dioses alegres, de sus adivinaciones y sus promesas. Lo importante en Dádiva es que cada obra, al mismo tiempo que dialoga con los señores y señoras del terreiro, que habla de un mundo espiritual que convive con nuestro mundo material, convoca una potencia que nos deslumbra. No hay secretos en las bellísimas obras de Battistelli: muestran todo; se exhiben sin pudor; pero nunca logramos saber todo lo que son capaces de manifestar. Es como si ellas tuvieran siempre algo más para decir.
En cierto sentido, la experiencia estética que provoca la producción de Battistelli puede entenderse también, y quizá mejor, desde otras tradiciones espirituales: la del I-Ching o la del Tarot. Tanto el candomblé, el I-Ching y el Tarot, más que religiones son experiencias vitales que surgen de lo espiritual. Son formas de leer los signos oscuros que nos provee la experiencia material. Baudelaire decía que caminamos entre catedrales de símbolos y que vivir consiste en descifrar esos símbolos. Battistelli lleva ese desciframiento a un estado extremo. Vemos todo, pero como en penumbra: la belleza del descubrimiento nos apabulla y, paradójicamente, nos enceguece. Por nuestro propio bien, vemos lo que podemos.
Gota de agua. Gota de sangre. Espuma. ¡Destilado de belleza! Fuego y piedras de trueno. La cura. La danza sin fin. Hoguera. Tales los títulos que Battistelli pone a sus obras. Son guías, pero también son mantras: son instrumentos que nos permiten liberar la mente del flujo de imágenes negativas que nos atormentan. Las obras de Battistelli tienen un poderoso componente espiritual, pero no son religiosas. Al menos, no lo son en el sentido tradicional de lo religioso: como el espacio de sometimiento de lo humano a lo divino o de lo individual a lo colectivo. No hay nada que evoque o convoque al sometimiento en Dádiva. Por el contrario: todo habla de liberación, de alegría, de fluir, de fundirse en el devenir informe del futuro.
En Dádiva, Battistelli pasa del color blanco (que caracterizó sus anteriores muestras) a una algarabía cromática que apabulla. Son los colores de los orixás, la exuberancia tonal del candomblé. A través del color señala la ofrenda: agradecer por lo que se tiene, por lo que se logra, por haber vivido, por seguir viviendo. Así como el blanco de sus obras anteriores llevaba la elegancia formal a un nivel exquisito, ahora la potencia del color manifiesta una belleza tumultuosa y delicada que hace pensar que Battistelli tiene el secreto de la perfección.
La vida no tiene sentido. El dolor es una puñalada triste que en cualquier momento puede derrumbarnos. Ofrendar, devolver al universo parte de la energía que nos provee, es una forma de ser justo. Dádiva es la ofrenda que Battistelli le hace a la vida. Y que nosotros compartimos.
Daniel Molina 2011. Buenos Aires
Texto publicado en ” Revista Arte al Día International” 2011/2012.
INGEBORG RINGER
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