EUFORIA
Pedro Luis Ferrer Montes
Mi abuela Inocencia Pérez solía llamarme la atención cuando me notaba demasiado contento. «Mijo, hay que repartir la alegría entre todos los días: no se puede consumir completa en un instante —nos aconsejaba risueña—. Debemos evitar las recaídas de ánimo que trae la rutina; encontrar las modestas razones para estar un poquito alegres cada día».
EUFORIA
(a mi abuela Inocencia)
Cuando los veo en fiebre,
desbordantes de gloria,
henchidos de laureles
en la suertuda ronda
del éxito creciente;
cuando gritan ansiosas
consignas contundentes
de radical aroma
en fiestas y banquetes,
consumiendo el ahora
dichoso por toneles...
¡El premio que los colma
por el esfuerzo ingente!
Me viene a la memoria
mi abuela y su sainete,
cuando el haz de la tómbola
me extasiaba con creces:
«Cuidado con la euforia
que con sus decibeles
el alma distorsiona:
alegría excedente
seguro acaba en monda,
en el vacío inerme
del fuero que se embota
con hitos que fenecen.
Preferible la módica
sonrisa de las tenues
y cotidianas cosas
que logramos a veces»
—decía en la mimosa
paciencia de sus genes.
Y así aprendí la norma
de mesurado cebe
que —a salvo de la pompa—
me anima y me contiene.