publicado abril 21, 2024
AMOR AL ARTE Y AL PUEBLO
(crónica)
Pedro Luis Ferrer Montes
En la tarde de antier, asistí con mi hija Lena al estreno de la obra «La piedra en el estómago», texto de la dramaturga y directora sueca Rebecca Örtman, realizada con títeres y actores en la sala El Arca Teatro y Museo de Títeres, situada en la Avenida del Puerto. Una coproducción de los proyectos La salamandra y Retablos, con el magistral desenvolvimiento de los actores‐titiriteros Ederlys Rodríguez, Christian Medina y Rudy Valdés.
La función comenzó con unas sentidas palabras de Yudd Favies, asesora teatral, quien agradece sinceramente la entusiasta concurrencia, e insiste en que el público es quien completa el sentido del Teatro.
La salita, con capacidad para setenta y cuatro personas, estaba totalmente llena. Niños y padres disfrutaron a plenitud una puesta en escena de muy alto rigor profesional, algo que parece normal, pero que, en un contexto como el de la Cuba de hoy, requiere un esfuerzo descomunal.
Al terminar la obra, nos propusimos encontrar un sitio (el más barato posible) donde sentarnos a charlar. Alguien sugirió la terraza de un hotel donde, contra toda lógica, los precios son bastante asequibles. Lamentablemente, antes de subir a la terraza, un empleado nos alerta de que «a partir de hoy, todos los hoteles de La Habana Vieja solo admiten pagos con tarjetas Visa y Mastercard». El peso cubano queda excomulgado: puro malinchismo. Una acción más para devaluarlo. Automáticamente, comprendí que mi canción 100% cubano mantiene plena vigencia; y que le faltan estrofas.
Continuamos nuestro bojeo por la zona restaurada por Leal, hasta que, finalmente, encontramos un sitio donde los siete caminantes pudimos relajarnos. El menú, con los precios —un cartel escrito con tiza sobre un verde muy clarito—, estaba justo en la entrada. El lugar nos pareció económicamente abordable, y decidimos sentarnos. Los camareros fueron muy amables y complacientes. Podríamos pagar con peso cubano en efectivo.
Ante un ofrecimiento de mojito, vino y cerveza, cada quien hizo su petición. Ahí supe que la cerveza nacional es más cara que la de importación. ¿Algo para picar? Las opciones eran pocas. Finalmente, la mayoría preferimos una suerte de «ropa vieja», y el resto se decidió por la de bocadillos de jamón y queso. Sentados en el portal de la casona colonial, ahora podíamos observar el trasiego intenso y bullicioso de la Plaza Vieja, bajo el avance del anochecer que lentamente comienza a transformar el aspecto pictórico del paisaje escenográfico.
La producción de esta obra de títeres fue sufragada prácticamente por los propios actores. Y no es la primera vez. De lo contrario, no habrían podido estrenarla. Recordé que, días atrás, los había visto confeccionando sus trajes y muñecos, con una pasión y esmero envidiables. Resulta obvio que su vocación por el teatro se sobrepone a los asuntos prácticos de la supervivencia, pues el estímulo económico, como tal, brilla por su ausencia. Para estos artistas, es cosa normal recorrer diariamente, en bicicleta o a pie, 12 o 15 km para llegar a la sede del grupo. El taxi privado es carísimo (y acaba de empeorar con el aumento del precio del combustible). El transporte público, cuando existe, resulta inestable y repleto de incertidumbre.
Impresionado por el entusiasmo con que estos amigos emprenden su labor artística, en medio de las vicisitudes, rememoro aquellos días en que tuve que aprender a olvidarme de los «estímulos externos», algo que para mí pasó a ser cultura del ser. Mi entusiasmo por el trabajo jamás volverá a depender del estímulo de la vorágine mundanal.
«Al menos, recibimos un salario por hacer lo que nos gusta, un dinerito que, aunque no nos alcanza para sobrevivir, es más que nada. Debemos alternar con dos o tres trabajitos para llegar a fin de mes, comer de vez en cuando un pedacito de carne y algún vegetal. ¡Hoy todo está carísimo! No son pocas las veces que gastamos nuestro salario en materiales para el trabajo. La verdad es que el arte lo hacemos por puro amor a nuestra profesión y al público que lo necesita».
Confieso mi conmoción al percibir tanta humildad, después de haber presenciado la extraordinaria puesta en escena que acababan de estrenar en El Arca. Una prueba más de la pujanza de quienes, en este país menguado, no se dejan arrastrar por la desidia y el desamor.
La Habana, marzo 2, 2024.