LA MALA IDEA
(fragmento)
Pedro Luis Ferrer Montes
Mi abuelo Vicente Ferrer (tocayo del santo valenciano) fue militar de carrera. Tuvo fama de ser un eficiente y justo mediador en los conflictos serios que surgían entre los trabajadores y los dueños. Creía necesaria la existencia del Estado para garantizar el orden y el cumplimiento de la ley. Pero era ferviente partidario del diálogo y el entendimiento, y siempre procuró ser imparcial: «Jamás tuve que apelar al uso de la fuerza militar para resolver un conflicto civil» —solía repetir con orgullo.
Una tarde, estando sentados frente a la enorme reja del ventanal que daba al portal, se produce un incidente entre un forzudo bravucón, muy mal hablado, apodado «Cadete» (usaba una gorra quepis tipo militar) y un noble muchacho de aspecto pecoso y colorado, que sobresalía por su inmensa mansedumbre, «un alma de Dios», como diría mi tía Lilia, que en paz descanse.
Lo cierto es que el bravucón del quepis amenazó al manso pecoso con hacer a su hermana algo muy bajo y degradante. A los pocos días, Cadete fue víctima de una pedrada anónima, cuyo efecto resultó catastrófico para su lucidez sempiterna. Nunca se supo el autor de la desgracia.
Mi abuelo Vicente, un actor nato y silvestre, con su costumbre de mezclar la jocosidad y el denso razonamiento, aprovechó el incidente para teorizar y darnos una lección de ética:
—En toda mi carrera militar, jamás amenacé a nadie —nos dijo pausadamente, como versificando un monólogo, bajo el tropiezo de su respiración deficiente —. ¿Acaso ustedes son amenazados si hacen una trastada? ¡Y mira que fastidian! Cuando más, una restricción para corregir el fallo, pues hay que poner orden: ustedes son niños que deben aprender a convivir en armonía. Y para ello deben ser tratados con respeto y delicadeza. Cuando algo no funciona bien, reflexionamos juntos, ¿verdad?; y cuando tienen la razón lo reconozco y los defiendo. Así eduqué a sus padres, que son personas decentes y bien encaminadas. Así resolvía los conflictos cuando era militar. Porque no se educa echando miedo y creando desconfianza, ni abusando con nadie —sentenció, justo antes de apurar un pañuelo por sus labios y ejercitar la levedad de una tos seca. Al percatarse de nuestra creciente dispersión, interviene–:
Pero, niños, atiéndanme... si no me escuchan, los dejo hoy sin comer —dijo jocosamente para recabar atención y quitarle densidad al discurso. Nos sonríe y prosigue—: Nunca cometan el error de amedrentar a nadie; porque la intimidación puede provocar miedo, y el temor es el peor consejero de la persona humana —aseveró, esta vez dirigiéndose al gato que lo observaba como si entendiera.
Mientras abuelo sermoneaba, nosotros conteníamos la risa e intercambiábamos miradas con la abuela que nos observaba atenta, parapetada en la columna del comedor. Se inflige unos golpecitos con el índice sobre la oreja, convidándonos a escuchar al abuelo Vicente, quien vertía a chorro ideas que reiteraría en los días posteriores, como era su costumbre cuando se obsesionaba con un tema, en un riguroso ejercicio para escucharse y perfeccionar la redacción. Luego, sus peroratas pasaban a ser eterno patrimonio familiar, y sus fragmentos aparecían indistintamente en la voz de tía Lilia, tío Segundo, la vecina, el cartero...
—El que amenaza se siente o quiere parecer fuerte; y el amenazado (cuando no se enfrenta inmediatamente) procura, en lo visible, pasar como inofensivo para salvar el pellejo; pero luego, en la intimidad del espíritu, al sentirse en peligro y desprotegido, con tal de evitar el daño que le han prometido, concibe lo que en situación normal nunca se le habría ocurrido. Así es que surge la mala idea. No se debe incitar la mala idea. El miedo inicia la querella silenciosa y anónima, que es la más terrible —se lamenta y hace una pausa para tomar aire. Después de rectificarse los botones del pijama, se propone continuar—:
Muchachitos míos, ¿ya no soportan más a este viejo charlatán? —preguntó a instancias de mi abuela que ahora, discretamente, le gesticula una solicitud de tregua—. Bueno, entonces termino: lo más sensato siempre será respetar, razonar y con-ver-sar —dijo enfática y cariñosamente. Y, con su humor teatral, nos tendió la mano más venosa y temblorosa para que se la besáramos en bendición—. Ahora, váyanse a acompañar y ayudar a su abuela —nos despidió mientras levantaba la nalga para dejar escapar un pedo.
—¡Perdón! —concluyó.
LA MALA IDEA
(a mi abuelo Vicente, militar de carrera
y actor nato)
El muchachón confiado
destila su amenaza,
así, como si nada;
como señor y amo.
Se concibe imbatible
en su misión sin límite
¿al amparo de un pecio?
Desconoce que el tiempo
troca ascenso en declive.
Ah, muchacho Cadete,
¿crees que tu mirilla
es la única nítida
para apuntar al frente?
¿Ignoras que otro ojo
puede captar tu rostro;
que el retado no espera
a que tu abuso pueda
cristalizar el odio?
Tu amenaza convida
a esperar tu violencia:
el que peligra inventa
la coz que necesita
para cuidar su vida.
Tu amenaza inaugura
contienda sin fortuna:
se afilarán los clavos
contra todos los dardos
que lance tu locura.
Tu mala idea es una
terrible desventura.