publicado noviembre 29, 2022
ENSAYO DEL RETORNO
Pedro Luis Ferrer Montes.
Hay días que propician volver a nuestro ser: posan el tino perceptivo en las cosas menudas, las mudables reliquias del entorno, la tontería ingenua que el letargo acumula en la añoranza. Telaraña mecida en el rincón donde el nido hace polvo, sin sugerir metáforas ni dudas.
Días que no acusan que te has ido de ti, porque nadie se asoma al brocal empedrado de la meta. Como si el instinto sondeara la mera existencia originaria, dejando en vilo los proyectos, los afanes del oficio, la noción del «quién eres», los éxitos y fracasos del laburo… Y en ese prodigioso lapso regresivo, refluyen los recuerdos que en gratitud persisten como recursos lentos de un soporte impalpable.
-¿Me das una mano? –me ruega ecuánime la tía que brega con las hojas del patio–. La de metal, la verde –me insiste con un gesto reverente, bajo el pergeño apacible del cerezo que pare con una exuberancia que intimida. Tía Lilia va en la escoba y avanza con las hojas hacia el punto escampado donde el sol languidece por la hora, y comienza la pila que arderá en mi memoria como ritual perenne de la tarde.
Y persisto en la cama, dormitando de espumas, vagando por la bruma del recuerdo que emerge sin propósito. Cada rincón del patio se revela en fragmentos: el eje de limón, el palomar, la palma, el molino del pozo, el nido, las palomas… Ajusto la almohada, rectifico mi cuerpo en acomodo, y llego al huerto donde el mulato-chino labrador renueva su constancia: el Lico sonriente, narrándome el pasaje que inculca la humildad. Y me detengo ahí, en la sonrisa lenta que se esfuma como un velo de luz al infinito. Me sumerjo en el limbo de la franja impensable: el hilo de la mente disminuye hasta una amnesia plena de fruición. Ya solo siento el halo que respiro. Por fin descanso un rato en mí.