publicado noviembre 28, 2022


EL MURO

Pedro Luis Ferrer Montes


Un muro mastodonte, fraguado en cuerpo y alma con caliza y arcilla, frustra el camino hacia la plenitud; escoltado por músculos y lanzas de hiperrealista brocha (esmero del pintor sobre el paisaje rudo de los días). Una mujer y un hombre tomados de la mano, persisten congelados sobre la yerba seca del estío, como si meditaran para burlar el cerco, las ballestas, el puente levadizo... ¿Cavilan de ilusión para intentar el salto, escalar la muralla con las uñas, los gritos, sus verdades? Lo secundan parientes con rostros similares que parecen de carne, vestidos con el óleo azul nocturno que a ratos se ilumina con el astro; vecinos ancestrales que empuñan su razón bajo la aureola santa de los cristos; los épicos de antorcha y catapulta. Desde lejos se ve la multitud bloqueada frente al muro que espera impenetrable.


En el salón transcurre el lento escudriñar de los curiosos ávidos, devotos impolutos, doctos voraces, los críticos y expertos que trazan la opinión… El cuadro emparedado plasma el instante del destierro. La nitidez del muro, su mole grano a grano, la veta multiforme del moho en su extensión, vigorizan el éxtasis del pincel y la espátula. La angustia de los rostros mestizos y estrujados: cada lágrima fluye tan real que salpica.


Hoy se venden postales, se diseñan pancartas, se adornan convenciones con la obra maestra; se recaudan tesoros para múltiples lances. Lo alquilan para ferias, museos, pasadizos, verdades y espejismos.


¿Y del muro en verdad, el que posó en la historia para el cuadro? Sigue ahí, sempiterno y confiado, destino de turistas impacientes, fanáticos y arqueólogos, curiosos por palpar con «vista propia» el sitio memorable donde el dolor y el llanto se hacen eco.


¿Los demolidos? Bregan fragmentados de suerte, en vitrinas y estantes del espacio hogareño, a pesar de los brazos martilleros de euforia. Paradoja incesante de la prensa: «Se vende un souvenir: un trozo del muro de Berlín».