Cazar monos

En una isla del Pacífico Sur, los nativos capturaban monos con un método muy particular: el cazador tomaba un coco, le hacía un agujero en uno de sus lados, le ponía unas cuantas nueces dentro, lo colocaba entre la vegetación y luego esperaba. Al poco tiempo llegaba un mono que, por su naturaleza curiosa, comenzaba a explorar el coco.


El mono hallaba las nueces y metía su mano en el coco para cogerlas, pero cuando intentaba sacarla... el puño de la mano con la nuez atrapada era mayor que el agujero.


Con su puño aferrando las nueces dentro del coco, golpeaba desesperadamente el fruto contra el suelo -o contra un árbol- y corría de aquí para allá mientras gritaba. Hacía cualquier cosa, excepto abrir la mano y soltar las nueces.


Luego, los cazadores llegaban y capturaban al mono exhausto, quien gastaba sus últimas energías en una débil lucha... pero nunca soltaba las nueces. Así, perdía -como mínimo- su libertad y muchas veces su vida. ¿Por qué? Por un puñado de nueces. Desde luego, nosotros -los seres humanos- nunca haríamos algo tan ridículo... ¿O sí?

Deseamos seguir a Jesús más de cerca, pero al mismo tiempo nos aferramos a aquello que nos impide seguirlo.

¿A qué me aferro que me impide ser más libre?


Señor, haz que me libere

de todo aquello que me impide que te siga

TODO ESTO DIOS LO PONEMOS EN TUS MANOS