Amores que matan

Pues sí, que matan. Literalmente. Pero, entonces, ¿era amor? ¿O nunca fue amor y creyeron que sí? ¿O se rompió el amor y no se supo qué hacer con el dolor? ¿Cómo se llega a tanta crueldad y creer que aquello podía ser amor? Se me quedan cortas (y hasta vacías) las preguntas ante la oleada de muertes por violencia de género que se han dado estos días. Cuatro en veinticuatro horas, concretamente. 

Decía una canción de Queen: «…encuéntrame a alguien a quien amar». Y es que el amor, el del flechazo, las mariposas, los corazones, las risas tontas, las cabezas locas… ese amor es de las cosas más bonitas que se pueden vivir, hace que la vida transcurra sobre ruedas y que todo parezca tan… fácil. Quien lo ha vivido lo sabe.

Luego, se cae el velo de los ojos y se ve al otro tal cual es. Ahí empiezan las primeras dificultades. Después son los años, la rutina, los sueños que se quedaron sin realizar, lo que se esperaba de la pareja y nunca ocurrió, lo que se esperaba del amor y nunca llegó, las vicisitudes de la vida… Y todo comienza a marchitarse. Pierde brillo. La prueba a superar se hace más dura. El amor parece entonces algo tan ajeno… Quien también ha vivido esto, lo sabe.

Si a lo dicho añadimos confundir el amor con la posesión, el encandilamiento con los celos, la protección con la anulación, y el cuidado con el deseo de cambiar al otro… entonces el cóctel es muy peligroso. Y el amor se torna violento, insensato, amenazante… Se convierte en un castigo, en un tormento y, tristemente para muchas, en un final.

Hay que enseñar a amar. Es urgente, no hay duda. Las canciones, los programas, videojuegos o «telerrealidades» que muchos de nuestros jóvenes ven no ayudan. Y aquí, en esta edad, es cuando hay que empezar a decirles que, si el amor se limita a la pasión, mal vamos. La pasión mal manejada es como un caballo desbocado.

Cuando reflexiono sobre el amor, no puedo evitar pensar en ese libre albedrío que Dios otorga a cada persona. Hay que amar mucho para entender que el otro no eres tú y dejarle ser quien es. Hay que amar mucho para dar espacios y tiempos al amado, para aceptar los silencios y perdonar los errores. Hay que amar mucho para aceptar que quizás el otro no te ama, y hay que saber dejarlo ir con paz.

Hay que amar mucho… y amar bien. Lo demás… no, no lo llames amor.

¿A qué estamos llamando amor?

Almudena Colorado

PastoralSJ


¡todo esto dios, lo ponemos en tus manos!