«No me resigno a que cuando yo muera, siga el mundo como si yo no hubiera vivido» (Padre Arrupe)
Para entender bien esta frase del Padre Arrupe os sugiero que imaginéis dos escenas de un lugar ya anhelado por todos estas alturas: la playa.
La primera escena: un grupo de jóvenes que deciden pasar un buen día en la playa. Escuchan música a todo volumen en un altavoz, gritan, no siguen las indicaciones del socorrista, juegan corriendo echando arena a todo el mundo y dejan un montón de basura ahí donde han estado (...ya la recogerán los barrenderos que para eso les pagan...).
La segunda escena: otro grupo de jóvenes que deciden también pasar un buen día en la playa. Para su sorpresa se encuentran un montón de basura al lado de donde se tumban. Se ponen a recogerla en la bolsa de basura que han traído y después disfrutan del agua, de unas cartas... se divierten conviviendo con el resto de veraneantes.
¡Pues menuda diferencia más tonta podrás pensar! Volvamos a la frase:
«No me resigno a que cuando yo muera, siga el mundo como si yo no hubiera vivido»
La diferencia radica en qué concepto de vivir tenemos. Si vivir es sólo que yo disfrute, que yo no me preocupe, que yo no me responsabilice... entonces podremos vivir como en la primera escena. Anteponiendo mi YO que es más importante que los otros, que la naturaleza, que los más vulnerables... Lo importante es que YO viva así y el mundo que se aguante.
En cambio, si para mí vivir implica cuidar a los que me rodean, responsabilizarme de mis decisiones e incluso implicarme cuando nadie me lo va a agradecer... viviremos como en la segunda escena, incluso en las situaciones más sencillas. Y entonces mi vida adquiere una dimensión más profunda, un sentido encaminado hacia una misión y unas convicciones que no querré traicionar. Tendré una mirada nueva para ver el mundo como el lugar al que soy llamado a ser lo mejor de mí mismo. Y entonces pensaré:
Y yo, ¿qué puedo hacer por el mundo?. En vez de: ¿el mundo qué puede hacer por mí?