Oración

Existe una infinidad de colores diferentes, muchos más de los básicos que podemos manejar al comprar un paquete de rotuladores o lápices. Cuando no estás muy entrenado en el arte de la pintura sólo puedes distinguir los más básicos. Sin embargo el problema no está en nuestra vista, sino en la falta de práctica.

Algo parecido pasa con las cosas que suceden en mi interior y en mi oración. Cuando no estamos entrenados puede que se nos mezclen los sentimientos, las ideas, las intuiciones... Sin embargo, con un poquito de constancia se puede ir poniendo nombre a todo lo que me va ocurriendo. Porque entre mis sentimientos y pensamientos hay una gama enorme de vivencias, emociones, llamadas y dudas. En mi interior hay todo un mundo de voces, ruidos y reflexiones que surgen de mí, de los que me rodean, de mi comunidad y también de Dios.

Sin duda que la oración me ayuda a entender mejor todo eso y a entender mejor a Dios. Es ese espacio de encuentro donde, entre todo el ruido de mi corazón, he aprendido a distinguir y a poner nombre a una palabra que no viene de mí. Una palabra que hace mi vida más honda, más rica y más profundamente feliz al abrirme a Dios y a los otros. En la oración aprendo a distinguir y poner nombre a aquello que viene de Dios. Encuentro palabras para hablar y compartir con otros sobre ello. Y sobre todo voy aprendiendo a elegir los colores que me ayudan a llenar mi vida por dentro y por fuera con las tonalidades que mejor conjuntan con el paisaje que quiere pintar Dios en el mundo.

Esta Cuaresma me siento especialmente invitado a cuidar mi oración. Jesús decía: "cierra la puerta y reza a Dios que está en lo escondido" y San Ignacio nos daba la pista de cómo tenía que ser esa oración: "como un diálogo de un amigo con otro amigo".

¿Cómo estoy cuidando mi oración personal? ¿Cómo puedo aprovecharla más?

TODO ESTO DIOS, LO PONEMOS EN TUS MANOS