Los mejores amigos

Hace bastantes años, siendo un poco más inexperto en esto de la complejidad de las relaciones humanas, vivía con culpabilidad la acusación que alguna vez alguien me hacía de ser más amigo de unas personas que de otras. Yo, según esa acusación, expresada con amable contundencia y despiadada inhumanidad, debía sentir lo mismo por todo el mundo, y llevar una escrupulosa contabilidad afectiva, para no hacer diferencias «que eran incompatibles con una verdadera comunidad cristiana». Entonces aquello me hacía dudar. Esa idealización de las relaciones humanas, ese balance emotivo, esa exigencia de frialdad (pues eso era, al fin y al cabo)… me generaba desazón y me hacía dudar sobre si estaba tratando bien a la gente.


A lo largo de los años he vuelto a encontrar periódicamente esa misma mitificación de las relaciones. Quien exige siempre trae un plan B por si pones objeciones. «No, por supuesto que puedes tener amigos, pero no aquí, no ahora, no en la parroquia, o en el colegio, o en el ámbito en que trabajas (para no mezclar)» y de nuevo la insidiosa sospecha, porque ¿cómo vas a cuidar de todos si hay diferencias? 

¿Cuidas a todos tus amigos por igual? ¿Todos necesitan la misma atención?

José María Rodríguez Olaizola, sj

Fragmento

PastoralSJ

¡Todo esto Dios, lo ponemos en tus manos!