A veces se pierde la fe en el futuro. Llámalo desánimo, rendición, o desesperanza, el caso es que hay ocasiones en que el presente pesa tanto que no hay espacio para un porvenir mejor. La desesperanza te atrapa en un hoy triste, y quizás también en un ayer herido. Te da la sensación de que tus batallas son eternas, o siempre desembocan en derrotas; de que no consigues cambiar dinámicas que te hieren; de que este mundo no hay quien lo arregle. 

Lentamente dejas de mirar al mañana, te vas prohibiendo anhelar un futuro mejor. Vas sucumbiendo al imperio de la desesperación. Y callejeas por esos parajes interiores donde pisas los mismos charcos de siempre, la inseguridad, el rechazo, la distancia, el abandono…

"Pues en la esperanza fuimos salvados. Pero una esperanza que se ve, no es esperanza; ¿cómo va a esperar uno lo que ve? Pero si esperamos lo que no vemos, lo esperamos con perseverancia."

Romanos 8:24-25

Hay salida para ese laberinto. Se llama esperanza. Hay dentro de nosotros un ingobernable resquicio de resistencia. Una profunda e íntima convicción de que el sentido de la vida tiene que ser bueno. La fe se construye precisamente sobre esa esperanza. 

En Dios, que no es distante, lejano ni indiferente a nosotros, y se hace uno de nosotros en Jesús.

En las personas, que no dejan de encontrar caminos para el amor verdadero. 

Y en uno mismo, capaz de sobreponerse más veces de las que pensaba.

¿Mi fe en Dios me da esperanza? ¿O la vivo como algo ajeno a mi día?

¿Qué personas me generan esperanza a mi alrededor?

¿Qué experiencias personales he vivido en el último tiempo que me dan esperanza?

TODO ESTO DIOS LO PONEMOS EN TUS MANOS