El Adviento tiene su propio ritmo, su propia historia, su propio encanto. Es el tiempo de prepararse. Es tiempo de anticipar, con ilusión, algo bueno… Es tiempo de abrir las ventanas de fuera y de dentro, para que se airee la vida y se renueve la esperanza. Es el tiempo del deseo, de las expectativas, de las promesas que te llenan de expectativas.

 Quizás estas próximas semanas puedo vivir este tiempo con toda la hondura que me ofrece.

Hay esperas bonitas. 

Y hay esperas que solo pueden ser urgentes, impacientes. 

El Adviento tiene algo de ambas. 

Qué bueno es tener motivos para esperar. No pasa nada si nos falta algo, si hay heridas. En realidad hay etapas en las que lo importante es escuchar la promesa de algo bueno. Y creerla, si quien promete es alguien de fiar (Dios lo es). Llegará la sanación para las heridas. Llegará la luz para disipar las sombras. Llegará la paz a las personas. Llegará el amor a poblar las soledades. Llegará la palabra a tender puentes. Llegará el descanso, compartido. Llegarán nuevas ideas, nuevas canciones, nuevos proyectos. Llegará Jesús.

¿Qué me ilusiona hoy?

¿Qué espero, anhelo, deseo en este momento de mi vida?


El Adviento es el tiempo en que Dios nos promete que su amor no descansa. Por cada uno de nosotros. Que salvará distancias infinitas. Que se hará pequeño para encontrarnos. Que vendrá a nuestras vidas. Que creerá en cada uno de nosotros, conociendo nuestra verdad profunda. Que nuestros sufrimientos serán aliviados. Que los que padecen injusticias serán los primeros. Y que nos saldrá al encuentro en caminos inesperados. Y esa promesa vale un mundo.

¿Qué despierta en mí esa palabra de amor de Dios?

¿Creo de verdad que Dios me quiere, como soy?

TODO ESTO DIOS LO PONEMOS EN TUS MANOS