MIEMBROS COMPARTEN

Los miembros de Nar-Anon Colombia, comparten su experiencia personal y no comprometen a Nar-Anon como un todo.


PADRE DE UN ADICTO

Crecí en el seno de una familia disfuncional, mi padre era alcohólico y mi madre estaba afectada por la adicción de mi papá. Durante mi infancia sufrí el rechazo de mi padre y eso marcó mi adolescencia. Con el paso del tiempo creí haber superado muchos de esos traumas causados en mi niñez, sin embargo, buscaba siempre la aceptación y el reconocimiento de los demás, tenía ciertos rasgos de carácter que no entendía de dónde venían, no sentía una pertenencia a ningún grupo, podía estar rodeado de personas y sentirme sumamente solo. Durante mucho tiempo pensé que era parte de mi personalidad y nunca me había puesto a analizar el por qué me sentía así. Había comenzado a sentir cierto malestar de mi carácter y busqué ayuda profesional como una forma de entenderme, pero parece que la vida, dentro de sus misterios, me presentó una situación que nunca me hubiera imaginado ni en las peores de mis pesadillas.


A la edad de 17 años mi hijo intentó suicidarse; el temor y la angustia se apoderaron de mí. Agradecí ese día a mi Dios por haber permitido que mi hijo siguiera con vida. No entendía cómo un hijo, a quien se le había dado tanto amor, se sintiera tan vacío como para no querer vivir. El miedo se apoderó de mi vida, quise tener el control de la situación y vigilaba constantemente todas sus actividades como una forma de sentirme seguro; pensar que nuevamente intentara suicidarse era algo que no podría soportar. Al pasar los días, mi hijo entra en una depresión profunda y se engancha con el consumo de la marihuana y comienza el camino de su adicción a las drogas.


Como padre, siempre creí tener la solución a todo y esta vez no entendía cómo un hijo a quien se le había hablado sobre las drogas y sus efectos, como medida preventiva, además se le había apoyado en todas las actividades que había querido, como una forma de desarrollar sus capacidades y habilidades, ahora echaba sus sueños a la basura y con ellos también los míos. Me había prometido ser un padre que estuviera siempre presente en su vida, que lucharía por tener una excelente relación con mi hijo. Me responsabilizaba de todo y me cuestionaba, me preguntaba ¿Qué pasó? ¿Dónde me perdí? Pensaba que me había sacrificado tanto para que él gozara de las cosas que yo no tuve y ahora me pagaba con esto, yo que había arriesgado la vida cruzando a otro país con la finalidad de que mis hijos tuvieran mejores oportunidades para su vida, ¿y ahora para qué?, decía “ojalá me muera para que me valoren”, “que injusto ha sido Dios conmigo”, ¿por qué me castiga de esta manera? Eran frases que constantemente venían a mi mente y provocaban que algunos días no quisiera ni levantarme de la cama. Comencé a usar los trucos que había aprendido de niño, chantajeando, culpando y mendigando amor a un hijo que cada día se adentraba más y más al mundo de las drogas y perdía la capacidad de decisión propia. Los sermones y las constantes amenazas hicieron que la relación entre mi hijo y yo se fracturara por completo. Siempre creí tener la respuesta a todo, pero esta situación me hacía cada día perder la razón y llenarme de impotencia, de amargura.

Totalmente abatido ante las circunstancias, me rendí y pedí ayuda a mi Dios, y llega a mí un video que decía, si tiene algún familiar en adicciones, la familia también tiene que buscar ayuda asistiendo a un grupo de autoayuda. Así es como llego a Nar-Anon.


Llegar y quedarme en Nar-Anon ha sido una de las mejores decisiones que he tomado en mi vida. Llegué con un costal lleno de culpas a mis espaldas, con la autoestima por el suelo, con la necesidad de encontrar respuestas y ayuda sobre qué hacer con mi adicto para que dejara de consumir. Desde que comencé a escuchar las primeras lecturas, todas me llegaron hasta muy dentro del corazón y me identifiqué con los compartires de mis compañeros, quienes me mostraron mucha empatía y me hicieron sentir que no estaba solo. Siempre me habían dicho que los hombres no lloramos y ese día, al compartir, no me importó llorar, me desplomé; estaba tan cansado que al desahogarme me sentí mucho mejor y esa es la razón por la que me quedé.


Mis compañeros, quienes ahora son amigos, han hecho de este espacio un lugar seguro para todos los que llegamos por primera vez. Me dijeron que el programa era para mí, que tenía que trabajar en mí y pensar en mí, al principio lo consideraba como egoísta, pero entendí que no puedo ayudar a nadie si el proceso de recuperación no comienza por el mío propio. Acepté que yo también estaba enfermo y comencé a entregar mi voluntad y derrotarme a un Poder Superior, dejando a un lado mi ego y mostrando la humildad al saber que yo no era capaz de hacer el cambio solo, que necesitaba confiar en un Poder Superior y en los demás. Comenzar a trabajar en mí, a reconocer mis defectos de carácter ha sido lo más difícil, porque no me puedo engañar. Pedir perdón a todas las personas que hice daño, incluso a mi hijo adicto, es una de las cosas más difíciles que he enfrentado, era más fácil identificar cuando una persona me había causado daño, que reconocer que yo también causé daño a otras personas.


Al estudiar las Tradiciones he aprendido sobre la importancia de los límites, la unidad dentro de mi familia y del grupo. Con la diversidad de ideas y pensamientos que nos dan las reuniones virtuales, he aprendido a aplicar la tolerancia y el respeto sobre cualquier opinión. He reconocido que yo no tengo la verdad absoluta de las cosas y que la vida está llena de una gama de ideas que vienen a enriquecer y a darle un sentido diferente a la mía.

Parte de mi proceso fue fortalecer la relación con mi esposa, aceptando y respetando su forma de pensar. Al inicio se había rehusado a asistir a las reuniones, comprendí que cada persona lleva un proceso donde mi Poder Superior actúa a su tiempo y no al mío, que, si tengo tolerancia de escuchar a veinte personas en una reunión, podía también aplicar esa misma tolerancia al escuchar a mi esposa. Ahora tengo un proyecto de vida con ella, a pesar de todos los momentos difíciles que hemos vivido, siento que nuestro amor se ha renovado. Gracias a mi Poder Superior, mi esposa ya asiste a las reuniones, eso facilita mucho las decisiones que tomamos juntos, porque estamos sintonizados en el mismo canal.


Todo este proceso de aceptación ha sido muy doloroso y difícil, pero ahora no busco lo fácil, busco lo que vale la pena. He aprendido que mi pasado no determina mi presente ni mi futuro y que vale pasar por ese dolor momentáneo, que es el dolor del crecimiento, a estar sufriendo toda la vida porque no hice lo que sabía que podía hacer. Ya no intercambio el dolor por el sufrimiento sostenido en el tiempo. Ahora tengo plena confianza en mi Poder Superior, que me guía en muchas de las decisiones que tomo en mi vida y me ayuda a tener una autoestima saludable, me acepto tal como soy, un ser con defectos y virtudes. He aprendido a agradecer, incluso por aquellas cosas que me causan dolor, porque ahora sé que cada cosa tiene un propósito y ese propósito es mi crecimiento.

Todo esto lo encontré trabajando los principios que me da este programa llamado Nar-Anon.


Al descubrir dentro del programa la parte del servicio, entendí el valor de servir a otros. El servicio me ha enseñado la humildad, a enfocarme en mi recuperación, en el compromiso de seguir pasando el mensaje de Experiencia, Fortaleza y Esperanza a los recién llegados. Así como algún día llegué y hubo alguien que me recibió y me hizo sentir que no estaba solo, ahora es tiempo que yo regresé un poco de todo lo que Nar-Anon me ha dado.


El trabajar el programa con compromiso, adquiriendo la literatura y leerla todos los días, me ha ayudado no sólo a comprender al adicto, sino también a tener relaciones más saludables con mi familia, amigos, compañeros del grupo y del trabajo, respetando sus ideas, gustos y decisiones, ya no me involucro donde no se me solicita y tampoco me enfrasco en discusiones sin ningún sentido. Me he encontrado conmigo mismo, tengo serenidad en momentos de crisis, ya no tomo las cosas tan personales, ya no impongo mis ideas a los demás. Hoy en día me conozco y me respeto mucho más, comprendí, que a la persona que más había hecho daño era a mí mismo, con mis pensamientos, mis sentimientos y mi forma de actuar. Al tener más conciencia de lo que es importante para mí, cuido principalmente tres de mis aspectos para mantenerme vigilante y no recaer nuevamente, que son, lo mental, lo físico y lo espiritual. Alimento lo mental con lecturas que aportan a mi crecimiento, lo físico con ejercicios y cuido de mi alimentación, y lo espiritual asistiendo a mis reuniones de Nar-Anon.


La virtualidad nunca suplirá la presencialidad, pero si ha sido una herramienta nueva que a mí me ayudó a encontrar padrino, nuevos amigos, grupos de apoyo donde estudiar los Doce Pasos y a conocer más a fondo el programa. La idea es que Nar-Anon siga creciendo y que nuevos grupos se sigan formando para llegar a todas las personas que lo necesiten y que estén dispuestas a encontrar su propio camino, su propia luz, así como la he encontrado yo.


Rol de madre de un hijo ausente

Quiero compartir mi experiencia como nieta, hija, hermana, sobrina y madre de un adicto.

Quiero compartirles porqué me quedé en el programa, aun cuando hace cuatro años que mi hijo falleció a causa de los horrores de la adicción; cómo pude tener la calma y la serenidad para pasar nueve días de búsqueda, poder presenciar su levantamiento de un basurero y entender por qué mi hijo fue tirado allí, en costales, como si hubiera sido el peor de los delincuentes.


El programa me regaló las herramientas para tener un contacto consciente con Dios y aceptar su voluntad, así no fuera lo que yo quisiera. Entender que Dios tiene un propósito para todo y que todo lo que Dios hace está bien hecho.

Sé que si no fuese porque entré a un programa de recuperación de Doce Pasos cuatro años antes de que ocurriera esto, tal vez mi historia sería otra. Tal vez estuviera loca, pero no fue así.

Perder a un hijo en estas condiciones es el dolor más grande que puede sentir una madre, uno siempre quiere ver a sus hijos realizados como personas, como yo solía decirles, personas de bien para ellos mismos y para la sociedad, personas agradables a los ojos de Dios, íntegras.


Sentí mucha frustración, rabia y dolor cuando supe que él consumía, sentí que el mundo se me venía encima, no quería pasar nuevamente por los fondos que toqué con mi madre y mi hermano. Sentía vergüenza que en la calle me dijeran que mi hijo consumía, si yo había sido la mamá perfecta, la que nunca se separó de ellos, nunca los dejo solos, la que se negó al amor sólo para que nadie les robara el tiempo y espacio que a ellos les pertenecía, la que hacía todo lo que era posible para que no les faltara nada, la que vivía todos los días rezando y dando buen ejemplo. Esa era yo…, la mamá santa; pero esa mamá se sintió derrotada cuando supo de la adicción de su hijo. Busqué mucha ayuda para él, cambié de casa, lo llevé al psicólogo, a la iglesia, a centros de rehabilitación, al psiquiatra, pero sus recaídas fueron cada día más frecuentes.


No tuve más remedio que llegar al programa donde se me había invitado hacía veinte años atrás y al que nunca fui porque yo no estaba enferma, la enferma era mi mamá. La droga había afectado mi vida y yo no quería entender ni aceptar. Sé que el amor que sentía por mi hijo me hizo buscar ayuda y su adicción me dejó este hermoso regalo de estar en Nar-Anon.


Nar-Anon estuvo conmigo en estos momentos de crisis y de dolor, en esos primeros años que necesitaba fortalecerme como persona, identificar mis emociones, controlar y poner límites a mi vida, identificar lo bueno y lo malo, entre lo correcto y lo adecuado para mi bienestar y el de mi familia.


Nar-Anon estuvo conmigo para ayudarme a entender y aceptar mis errores, de dónde venía y el porqué de mis comportamientos inadecuados, ese amor desmedido e irracional para mis hijos y me ayudó a poner límites para no seguir haciendo daño. Me enseñó a soltar con amor, a entender y respetar las elecciones del otro, en este caso las de mi hijo adicto. Me enseñó a hacerme a un lado y dejar que él asumiera sus equivocaciones, me enseñó a entender que lo único que yo podía hacer era orar sin cesar por mi hijo para que Dios hiciera en él su voluntad.


El programa de Doce Pasos me enseñó que era hora de encargarme de vivir mis propios asuntos y sólo por hoy, pero de la mejor manera; que debía cuidar de mí, alimentarme bien, buscar espacios que fueran de mi agrado, a desarrollar mis talentos; me enseñó a cuidar de mis acciones y reacciones, a no dañar a nadie con mis señalamientos y juzgamientos; me enseñó a hablar con amor, a sacar lo positivo de hasta lo más difícil que pudiera estar pasando, porque para todo hay un propósito.


Ahí es donde empieza la verdadera experiencia del rol como madre de un hijo ausente.

Habían pasado cuatro años desde que entré a Nar-Anon; trabajé los Pasos tal vez de una manera superficial, pero había llegado el momento de poner en práctica todo lo que el programa me había enseñado y que yo había practicado, aunque aún me faltaba.


Entendí en los primeros años de estar en el programa que todo tiene un propósito, que cada cosa que pasa tiene una razón y que Dios siempre quiere lo mejor para sus hijos En los primeros días de saber sobre la adicción de mi hijo, en mis oraciones le decía a Dios que no quería un hijo adicto, que no era capaz de vivir otra situación de calle como la que viví con mi mamá.


También en ese tiempo pude estudiar qué era la enfermedad de la adicción, ver como poco a poco se consume el adicto y la familia se hunde en un horrible hueco donde no hay salida y sólo queda buscar ayuda y aferrarse del programa. Poder perdonar a mis seres queridos adictos anteriores, saber que ellos me habían dado lo que tenían para dar, que todos mis sufrimientos del pasado, de mi niñez, adolescencia y hasta los de adulta sólo eran las consecuencias de la adicción, me hizo entender que yo no la causé, no la controlo y no la puedo curar.

Entendí que sólo tenía una tarea que era aceptar a mis enfermos y tratarlos con amor sin tratar de cambiarlos. Todo esto sólo lo entendí por la enfermedad de mi hijo, porque antes fui muy cruel con mi mamá y mi hermano.

Este entendimiento y comprensión me sirvieron como preparación para aceptar la muerte de mi hijo. Saber que tenía que enfrentar la realidad tal cual es. Que él ya no está…, pero que yo estoy viva y que el camino debe continuar a pesar de. Supe que debía elegir entre renegar y maldecir o perdonar y agradecer.

Esto me lo enseñó el programa, que si yo quería vivir bien debía elegir perdonar y entender que todo esto era causado por la terrible droga, que esos muchachos que le hicieron eso a mi hijo eran adictos como él y así no desearles el mal, que debía orar todos los días por ellos y sus familias para que puedan lograr recuperar sus vidas, como mi hijo y yo ya la habíamos recuperado.


Todo lo que Dios hace está bien hecho y ¿quién soy yo para renegar de lo que Él decidió hacer?, me preguntaba una y otra vez. Esa fue la voluntad de Dios, que fuera así.

Sé que había un propósito en esta situación y debía buscarlo y vivirlo tal cual era. Empecé por agradecer y orar para encontrarlo. Era el momento para dar gracias porque pude fortalecer con mi hijo los lazos de madre e hijo aún en vida, sin importar que él consumiera o no, salir con él cogida de la mano como dos novios sin sentir vergüenza, hablarle con respeto y dejar que él tomara sus decisiones, así yo pensara que eran equivocadas.

Cuando ocurre este suceso tan doloroso, pude dar gracias y encontrar lo positivo aún en esa terrible tormenta que estaba pasando. Ya sabía que mi hijo nunca más iba a sentir las ansiedades tan horribles que sentía, ya no iba a escucharlo nunca más llorar y pedir ayuda porque no podía parar su consumo. Ya pude dar gracias porque mi hijo no fue quien hizo ese terrible daño a otra familia. Pude dar gracias por haberlo encontrado así fuera en costales y poder darle una cristiana sepultura. Pude dar gracias porque él me amo tanto que no me dejó sola, aislada, me dio la oportunidad de conocer nuevos amigos, personas tan hermosas y valiosas como las que he encontrado en Nar-Anon, personas que todos los días me regalan a través de su compartir, su experiencia, fortaleza y esperanza, me ayudan día a día en esos momentos de crisis, personas que prestan una ayuda mutua para encontrar una mejor forma de vivir.

Sólo por hoy puedo decir que estoy en armonía con Dios, conmigo misma y con la sociedad.

El amor de mi hijo me llevó a conocer el dolor, pero a encontrar la esperanza de vivir aun cuando todo está perdido, porque el amor es más fuerte que la muerte y el amor tiene que ser esa semilla que nos hace echar frutos y crecer en un programa que solo tiene para darnos Doce Pasos, Doce Tradiciones y Doce Conceptos para vivir una vida con calidad


El amor es Dios que se hace presente a través de nuestros amados adictos, que nos ayudan a buscar la esperanza de recuperar nuestras vidas y por eso estamos aquí.