El amor cortés

Melibeo soy y a Melibea adoro, y en Melibea creo y a Melibea amo

En el siglo XII, en el occidente de Europa, ocurrió un hecho fascinante: se empezaron a pautar y a calibrar las emociones en torno al amor para acercarlas a los sentimientos. El procedimiento que se utilizó fue la literatura. Qué poca cosa seríamos sin ella.

Fue aquel tiempo lejano un período convulso en el que los cambios en las estructuras, que habían conformado la sociedad hasta entonces, empezaban a mutar en un renacer urbano en el que la corte se convirtió en la levadura para la aparición y auge de un nuevo concepto de Estado. Es en este contexto donde nace la fin'amors, el amor fino o amor cortés. Los poetas de la época, los trovadores, empezaban a necesitar un código que explicara un universo agitado y efervescente de emociones.

Fue un momento especialmente creativo donde se produjo la metamorfosis de los guerreros en caballeros, los cuales insertaron en sus costumbres el fin'amors para canalizar sus inquietudes y domar sus pasiones más libidinosas. Se percibió al género humano cargado de erotismo, cuestión que compensaba el empuje hacia la muerte de una sociedad eminentemente guerrera. Se empezó a cambiar la pulsión de muerte por la de amor. Eros iba a limitar a Thánatos, lo que muchos siglos después se retomaría y cristalizaría en esta sentencia: Haz el amor y no la guerra.

Dentro de este escenario tan vibrante apareció Guillermo de Poitiers, Duque de Aquitania y... trovador. Dinamitó la idea de Platón extendida e intocable hasta entonces según la cual el afecto especial era eminentemente masculino y colocó a la mujer como epicentro del amor. La afección hacia los compañeros de mesnada se transfirió hacia la dama, aunque ésta todavía se percibía lejana y misteriosa. Pero esta vinculación especial estaba ya cargada de erotismo. El lenguaje pasó de ser épico a ser lírico; la aparición de la dama fue comparable a las diosas de la Antigüedad, lejanas e inalcanzables, si bien el acceso al conocimiento del cuerpo de la mujer como elemento misterioso se convirtió en el gran y escandaloso hallazgo. Empezó entonces un ritual iniciático en el que el hombre percibió que necesitaba un relato y, por lo tanto, un personaje que experimentara. Es entonces cuando aparecen los caballeros andantes cuya errancia fue una forma de acceder a las mujeres.

Continuando este apasionante viaje, encontramos ahora a Chrétien de Troyes, un Homero del amor, el cual puso sobre el nuevo tablero que se estaba forjando, la idea de que el amor era una emoción que podía crear un conflicto. Su Lanzarote del Lago, el Caballero de la Carreta, el Caballero Errante, entendió esa fuerza del drama como una presión interior que lo arrasaba al estar enamorado de Ginebra, esposa de su amigo, el Rey Arturo. Et voilà, fue entonces cuando se presentó para quedarse la idea del triángulo amoroso que tan fértil resultaría en la literatura posterior.

A finales del siglo XII, comprobamos que el amor se encuentra ya instalado en la corte, había dejado de ser un balbuceo literario para convertirse en todo un sistema cultural. Es en este momento cuando Andreas Capellanus, en su tratado De Amore, fija la naturaleza de esa emoción, que conduce a hombres y mujeres por igual a un límite difícilmente asumible o soportable: el límite del placer, el límite de las afrodisias. Esta idea tan perturbadora para ciertos poderes, como por ejemplo la Iglesia, en la que se podía llegar a confundir el amor con la concupiscencia, hizo que se retrocediera en ese proceso evolutivo que estaba sucediendo en las artes en general y en la literatura en particular. Es entonces cuando aparece un objeto mágico, el Santo Grial, que siempre llevaría una doncella virgen y que se convertiría en el nuevo objeto deseado. Pareció así que la turbación se había sorteado.

Pero en el siglo XIII aconteció otro grandísimo suceso literario y salvador: la aparición del Roman de la Rose de Guillaume de Lorris, que iluminó lo que parecía que iba a ser una época oscura de involución. Explicó por qué el amor era necesario y la conversión de este amor en todo un ritual de emociones. Fue un acontecimiento tan importante que llegó hasta otras artes, donde encontramos, por ejemplo, las cajas de novias, recipientes que guardaban un objeto u objetos de valor que se relacionaban con la virginidad de la mujer. Muy en la línea del amor cortés, la dama, según abriera o no esa caja, sería la que decidiría si accedía o no al galanteo, si entregaba o no su galardón. Otro cambio, y no pequeño, en los usos y costumbres de las damas estaba a punto de ocurrir también en esta época. Se pasó de escuchar la literatura a leerla. La mujer había encontrado una habitación propia en la que dar rienda suelta a sus pensamientos más íntimos a partir de la lectura interiorizada y silenciosa.

Una vez más, las interpretaciones misóginas, que surgieron por doquier, parecía que iban a desvirtuar los originales caminos que se estaban transitando. Pero apareció entonces Dante con una vida nueva que volvió a irradiar luz ante un panorama que empezaba a vislumbrarse sombrío. Sus ideas luminosas profundizaban sobre el significado que tenía percibir el valor de la mujer que mira y distinguir lo real de la mera fantasía. Se empezaba a ver un esfuerzo de percepción del "yo" y de las emociones que rodeaban a ese "yo". El Sommo Poeta lo que defendía era precisamente que no se podía vivir eternamente en una insoportable levedad, como así dejó patente en el Canto V del Infierno con Francesca y Paolo condenados por haber sucumbido a la fantasía. Se necesitaba, pues, una nueva consideración del concepto amor.

En el siglo XIV, Petrarca con el Cancionero y Boccaccio en el Decamerón se centraron en la construcción del amor como elemento creativo de la identidad. El aretino, por ejemplo, intentó explicar, al pie del Monte Ventoso, cómo se sentía tras la muerte de una mujer, Laura de Noves.

Siguiendo este caudal, que resultó ya imparable, surgen el Arcipreste de Hita y Chaucer, que indagarán en torno al querer como una emoción perturbadora que podía volver loco de amor a un hombre. ¿Existía esa posibilidad? ¿No se dijo de una reina de Castilla que enloqueció de amor? ¿Había un buen amor y un mal amor?

Cervantes y Shakespeare continuaron profundizando en estos temas y plantearon cuáles eran los límites del amor, así como si este sentimiento era una emoción que podía configurar el orden social. Gracias a la metamorfosis de Romeo, que dejó la violencia y el estupro porque se enamoró de Julieta, se nos descubrió toda una simbología de las emociones humanas.

De manera que sí, el amor puede ser también entendido como un gran principio educativo. Ahora sólo nos queda comprobarlo continuando este increíble camino que nos abrieron ya algunos de los más grandes a través de su literatura. Espero y deseo que éste sea un viaje inolvidable y transformador.


Nivel: de la ESO

Materia: Lengua Castellana y Literatura

Centro: IES Juan Carlos I. Murcia

Blog de aula: Birlochas al viento

Autora: Pepa Botella