La mirada de Delibes es profunda, repleta de palabras abiertas tan extensas como los campos de Castilla. En el horizonte plano de sus líneas de tinta descubrimos un mundo real, bajo una luz empapada de los latidos de las gentes, que se desenvuelven mientras amanece, bajo el sol del mediodía, en el apagado crepúsculo... Y escuchamos, confundidos con el rasgo de su pluma firme sobre el papel, los sonidos del campo y las voces de los seres que lo habitan.
En estos tiempos en los que la mirada cae al fondo, como el único ancla de nuestro rostro embozado, miramos a Delibes desde todos los rincones y desde todas las edades. Y lo miramos para leerlo, para vivirlo y revivirlo.