Porque las palabras pesan. Unas más que otras, por supuesto. Las respuestas a mis preguntas quedaban a mi antojo. Todo quedaba en manos de mi interpretación, de mis sentimientos y de mis esperanzas: "lo dijo porque no le caigo bien", "lo dijo así porque estaba enfadado". Pero antes me sentaba a esperar mientras masticaba mi dolor. Ahora uso MIS palabras para sacarme ese peso que antes me iba hundiendo.

Hoy en día, cuando recibo palabras dolorosas intento aclararlas y si, efectivamente, el objetivo era causarme dolor, así lo entiendo. Vivo ese dolor, esa rabia o lo que sea que sienta.

Uso mis palabras para preguntar, para dialogar, para escribir , para comunicarme, para disculparme . Las palabras que nos aplastan son aquellas a las que no logramos asignarles el lugar correcto. Cuando lo hacemos, van tomando otra forma y dejan de pesar toneladas.