Lectura Bíblica (Mt 27, 45-54)

Desde el mediodía hasta las tres de la tarde, las tinieblas cubrieron toda la región. Hacia las tres de la tarde, Jesús exclamó en alta voz: “Elí, Elí, lemá sabactani”, que significa: Dios mío, Dios mío ¿por qué me has abandonado? Algunos de los que se encontraban allí, al oírlo dijeron: “Está llamando a Elías”. En seguida, uno de ellos corrió a tomar una esponja, la empapó de vinagre y, poniéndola en la punta de una caña, le dio de beber. Pero los otros le decían: “Espera, veamos si Elías viene a salvarlo”.

Entonces Jesús, clamando otra vez con voz potente, entregó su espíritu. Inmediatamente, el velo del Templo se rasgó en dos, de arriba abajo, la tierra tembló, las rocas se partieron y las tumbas se abrieron. Muchos cuerpos de santos que habían muerto resucitaron y, saliendo de las tumbas después que Jesús resucitó, entraron en la Ciudad santa y se aparecieron a mucha gente. El centurión y los hombres que custodiaban a Jesús, al ver el terremoto y todo lo que pasaba, se llenaron de miedo y dijeron: “¡Verdaderamente, este era el Hijo de Dios!”.

Jesús nos ha dejado, Jesús ha muerto. Nuestro obrar de cada día, nuestra conducta, nuestra falta de fe y amor, nuestras palabras, nuestros pensamientos, todo esto ha tenido que ver. Es nuestra culpa. Nosotros somos los responsables de su Muerte. Él vino para ayudarnos. Y debido a nuestros pecados su muerte ha sido necesaria. Él decidió cargar nuestra culpa sobre sus hombros. Es el momento de pensar sobre nuestra importante responsabilidad de lo ocurrido, de mirar a nuestro interior e intentar buscar en qué hemos fallado. ¿Qué hemos hecho mal?

Hoy es un día de dolor, de silencio… momento de acordarnos de nuestros momentos de sufrimiento, de oscuridad…de dolor. Momentos en los que piensas, Señor, ¿Por qué nos has abandonado? ¿Por qué nos está pasando esto? ¿A qué se debe la pandemia? ¿Por qué tanta muerte? ¿Por qué nos has abandonado?

¿Cuántas veces hemos necesitado tiempo para pensar, tiempo para nosotros… y no lo hemos tenido? Ahora es la oportunidad de hacerlo, de tener tiempo para pensar, reflexionar y conocernos un poco más a nosotros mismos, nuestra forma de ser y nuestros errores. Vamos a tener un rato que nos pertenece a cada uno de nosotros.

En absoluto silencio dedícate un tiempo a sumergirte en ti mismo y reflexionar. Escribe en tu diario lo que creas necesario, tus pensamientos, reflexiones... Reflexiona sobre tus pecados, de qué te confesarías. Todos cometemos errores y necesitamos pedir perdón, todos somos culpables. Dios no se cansa nunca de perdonar, somos nosotros los que nos cansamos de pedir perdón.

Como gesto, te propongo que te pongas una cruz que tengas por casa y la lleves todos estos días, especialmente hoy como signo de que quieres acompañar a Jesús.