Desierto-Emaús-Resurrección

Un latido de amor en el corazón de una madre, en el corazón de María: su Hijo ha muerto, pero ella vive y su corazón late, y su latido es todo amor. Nosotros los creyentes también sentiremos ese latido de quien es nuestra Madre y junto a Ella hacer que en nuestro corazón también lata el amor para poder llegar a la Pascua de Resurrección y así, sin haber perdido la esperanza, llenarnos de VIDA.

Durante este día la Iglesia permanece junto a María al lado del sepulcro de Jesús, meditando su pasión y muerte. Pero hay algo más: una ESPERANZA, una PROMESA.

Hoy los cristianos, con el recuerdo vivo de la cruz, meditamos junto a María para revisar nuestra vida y como ella que es madre, poder ser generadores de vida. Ella nos enseñará también a hacer que nuestro corazón siga latiendo de amor y por amor, y por lo tanto, que nunca perdamos la esperanza, una esperanza que nos llena de vida, que nos da la Vida.

Pero es tanta nuestra necesidad de sentir a Jesús vivo a nuestro lado, que adelantamos la gran celebración de la resurrección a la noche del sábado. Es el comienzo de una nueva creación. La Pascua es el primer día del mundo nuevo. Por eso en la celebración de esta noche se renueva el fuego, la luz, el agua, el pan, el vino, el corazón, la persona. En esta celebración de la Vigilia Pascual comienza para nosotros, los cristianos, el auténtico sentido de la Pascua: JESÚS PASA DE LA MUERTE A LA VIDA. Los símbolos del Fuego, la Luz, la Palabra, el Agua y la Eucaristía harán que sintamos mucho más de cerca la presencia viva de Jesús en medio de nosotros, y podremos, por fin, pronunciar el Aleluya: ¡Alabemos a Dios! La Pascua desemboca en la resurrección de Jesús. Las tres heridas de las que habla el poeta Miguel Hernández – la del amor, la de la muerte y la de la vida – constituyen el núcleo de la PASCUA. Quien muere amando, no muere: por eso el latido de Amor se convierte automáticamente en la esperanza de Vida.