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Dibujando donde nacen las formas

  

Tomás Martos - Dibujando donde nacen las formas.

En los últimos tiempos estamos viendo claramente el ascenso del dibujo en el panorama contemporáneo. Se impone como lenguaje predilecto de las últimas tendencias artísticas. Tal vez, después de enormes instalaciones y apabullante presencia de las tecnologías, nuestros ojos cansados piden recalar en el trabajo claro y sencillo de una mano que dibuja.

Nada como papel y unos lápices resulta más natural a las artes plásticas. Durante mucho tiempo, el dibujo ha debido superar el prejuicio que lo relegaba a una fase previa al arte. Como una zona de ensayo y rectificación, no debía ser mostrada en favor de las piezas "acabadas". Sin embargo, hoy volvemos la atención hacia estos pasos iniciales del proyecto artístico. Es allí donde aparece el arte más sincero, conectado de modo transparente con el autor. Apenas hay intermediarios.

Tomás Martos, como artista contemporáneo, nos demuestra la validez y enorme atractivo del dibujo entendido por obra definitiva. Su trabajo se depura en procesos previos que desembocan en estas piezas. Martos, decanta las formas; las pule hasta estilizar los cuerpos en anatomías ideales que se unen a los ropajes y geometría en la construcción de un mundo clásico y nítido. Nos encontramos en el núcleo esencial donde nacen las formas. Los atlantes y cariátides que lo habitan, forman parte de una mitología que sólo profesan los iniciados en el arte. Despojados de sus narraciones clasicistas, Martos los modela dentro de una continua actividad tectónica. Son, al tiempo, figuraciones que nos resultan familiares y elementos que ordenan la superficie bidimensional de su propio soporte.

No en vano, Tomás Martos, es también escultor y su dibujo deja ver claramente la mirada de quien está acostumbrado a trabajar el volumen. Así lo dicen sus líneas precisas, como rehundidas en un bajo relieve. Toda la superficie está trabajada para ahondar huecos y sacar volúmenes con el único uso del dibujo. Incluso, en alguna ocasión, ha llevado al volumen esta jerarquización de planos creando piezas que participan de la tercera dimensión. Y sin llegar a ello, cuando el relieve va más allá del grosor del papel, la construcción de la imagen participa en ocasiones de este collage de piezas que el autor encaja y suma. Diversos fragmentos se funden desde soportes distintos para completar la imagen: como las maderas agrupadas en un bloque del que se talla la figura.

Y viendo estos personajes nos preguntamos ¿qué ha sido de sus mitologías? Los títulos nos remiten a ellas y las escenas traen ecos de láminas casi olvidadas en libros de Historia. Martos hace uso irónico de todo ello. Desde posiciones post-modernas, asalta la Historia del Arte para rescatar las poses que le interesan, propias de contenidos engolados, que él devuelve al limbo de las formas. Allí cumplen su verdadera función: ordenan el cuadro sin cesar, subiendo y bajando por el papel, tensando los tejidos, recogiendo de un cántaro el grafito líquido. Parecen estar en serena celebración que nunca fuera a terminar. La misma que los hermana con grisallas como "El triunfo de Apolo" que José María Sert pintó para la londinense Kent House en 1913. O, más exactamente (en este centenario cervantino), con "Las bodas de Camacho" que Sert dibujó para el comedor del Waldorf Astoria de Nueva York en 1929.

Como en aquellas grisallas, en Martos el soporte se sabe falacia teatral para la representación del arte. Las figuras lo preparan para levantarlo como un muro de papel que estuviera listo para auto-sustentarse. Y aquí aparece otra de las constantes en la obra de Tomás Martos: su monumentalidad, al margen del formato. La querencia por lo escultórico de estas piezas las acerca a la pintura mural (que es la que participa, de modo más activo, de los conceptos de espacio y volumen). Se descubren así sólidas composiciones, llamadas a soportar una gigantesca escala de ampliación sin resentirse en una sola línea.

El color se adapta a estas premisas y aparece sólo en veladuras. Tímidas coloraciones que corren paralelas a las aguas de cal empleadas en los murales. Se mantiene mate, casi mineral sin romper el delicado equilibrio que el grafito ha impuesto en la superficie.

Posiblemente esto es lo que vemos al pensar que Tomás Martos es un autor "clásico": claridad en sus líneas, serenas tensiones,  sólida monumentalidad y color ajustado.

Joaquín Peña-Toro

Ldo. en Bellas Artes e Historia del Arte

 

 

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