I

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Siempre, por las mañanas, desayunaba rápido y se vestía con un precioso vestido rojo que solía ponerse todos los domingos, subía a la azotea y miraba el hermoso paisaje a través de una ventana; que a pesar de estar algo descompuesta, mostraba cosas preciosas a través de ella.


Ahí, Werian, pasaba horas y horas mirando las hermosas palomas, que al caer una gota de la tubería se asustaban, o a los muchachos balanceándose en los columpios o el jardín municipal en el que trabajaba el hijo del panadero del pueblo; o quizá el hermoso cielo, como siempre con un azul brillante, que dejaba asombrado a cualquiera que se parase a mirarlo.


-¿Qué haces Werian? -preguntó su abuela- aún así sabiendo lo que hacía la pequeña.


-¡Nada, abuela! Sólo miraba la vida, es preciosa, toda una maravilla, un fantástico regalo -dijo sin apartar la vista de la ventana-


-Desde luego, pero pronto vendrán... No deberías seguir ahí sin abrigo... Vamos a abajo, luego subiremos, ¿vale? - dijo con temblor en la voz la mujer-


-¿Quiénes vienen abuelita? Dime quiénes -insistió- No quiero dejar de mirar, es precioso.


-Su abuela no la escuchó y, por lo tanto, ella no tuvo más remedio que dejar de mirar el paisaje.


La abuela agarró a la pequeña y le dijo:

-No te separes de mí y coge tu abrigo.


La niña obedeció las órdenes de su abuela. Se la veía disgustada, y eso a Werian no le gustaba nada; en verdad, no le gustaba ver triste a nadie.


Werian subió, de nuevo, al ático con su abuela y su abrigo más grande.


-Aquí estaremos bien. Haz el favor de cerrar las ventanas, y de bajar las persianas -dijo- mientras la mujer se sentaba en una vieja hamaca empolvada.

- ¡Si Abuelita¡ -afirmó con tono vacilón para hacer de reír a su abuela- que así pasarán un agradable rato.


Comenzó a cerrar las ventanas y bajar las persianas. Lo hizo en todas, menos en una. Quiso mirar a través de ella.


Entonces cayó una especie de esfera negra. Mientras que estallaba, se escuchaban voces y pasos en la parte inferior de la vieja casa. Werian, se asustó y dejó de mirar a través de ella. La cerró de golpe, bajó la persiana y se sentó en las piernas de su abuela. Afuera sonaban explosiones muy fuertes y eso la desagradaba y asustaba mucho.


Cuando dejaron de sonar, su abuela bajó a rezar en el pequeño altar escondido en la despensa. Mientras tanto, Werian se atrevió a mirar por la misma ventana de siempre, pero... todo había cambiado: las graciosas palomas estaban inmóviles, como si fueran de piedra; ahora tenían un tono negro en la pluma, y chamuscado, que daba bastante miedo.


Werian no quiso seguir mirando y apartó la vista para observar si estaba alguno de los muchachos; pero no, no había nadie. El columpio estaba roto, y la brillante cuerda que lo sostenía, rasgada. Se puso muy, muy triste… pero aún así siguió mirando, con la esperanza de encontrar algo positivo: el jardín, no tenía ni una flor y el jardinero parecía no estar trabajando. Ella, miró al cielo, seguro que encontraba el bello azul brillante… pero, asombrada, vio un grisáceo en el cielo, acompañado por unos helicópteros y aviones a los que subía gente con la cara totalmente tapada por un pasamontañas.


La rabia, le pudo y bajó corriendo hacia la calle, tan solo cogió una bolsa con cinco monedas, un muñeco y una manta. Y se fue, sin avisar a nadie, dejándolo todo a sus espaldas. Marchó con la esperanza de encontrar quién lo hizo; el o los culpables. Le daba igual el número de personas, solo quería saber el porqué de todo.


Recorrió medio pueblo y no dio con nada, hasta que encontró un papel en el suelo que tenía ciertas letras en un lenguaje extraño, y decía: "La respuesta está en el interior".


Ella sentía que la vida le daba pistas, le guiaba y ayudaba en cada paso que daba. Intentó encontrarle sentido al mensaje, pero no pudo. Cogió el papel y lo guardó en su bolsa.


Más adelante encontró una especie de cueva y decidió entrar. Era una niña muy valiente... En el interior, un hombre mayor de edad, la miró y habló:

-¿Qué quieres?-, dijo con tono gruñón.

-Soy Werian. Y ¿quién es usted?, ¿podría ayudarme?


El viejo miró a la pequeña de arriba a abajo y dijo:

-Soy el curandero del pueblo, ¿en qué puedo servirla señorita?


Ella le mostró el papel que llevaba en la bolsa y dijo, sorprendido:

-¡Es el leguaje Osian!... desapareció cuando cierta gente hizo huelga contra los curanderos, y contra nuestro método.


- Actualmente -prosiguió- solo entienden este lenguaje siete personas en todo el mundo. Afortunadamente yo soy uno de ellos -afirmó el curandero-

-¿De que trata este lenguaje? -preguntó Werian- ¿que dice el papel? -preguntó con una enorme curiosidad-


-Este lenguaje lo utilizaban las personas que pensaban diferente a la mayoría, porque antiguamente, aquí, en nuestro pueblo "Ertiprics", a la gente que pensaba diferente a la mayoría, las quemaban vivas. Por muy impresionante que parezca, nadie tenía libertad de expresión.


-¿Me dejas leer ese papel que tienes en tu mano?

La pequeña asintió con la cabeza y se lo entregó.


El curandero, sobresaltado dijo:

-¡Interior!, en 1980 quemaron a 20 hombres y mujeres vivos, dejando 28 niños huérfanos, les quemaron porque confiaban en su instinto; es decir, creían que confiar en uno mismo era muy importante, más que confiar en los demás.


-Desgraciadamente -prosiguió- estas personas no conocían el lenguaje y, por desgracia, la mayoría pensaba que es mejor no esforzarnos en pensar nada y pensar lo mismo que los demás. Era mucho más fácil y no costaba nada -dijo algo afligido el curandero-


-¡Hala! No me lo puedo creer -dijo Werian- Eso es horrible. Menos mal que ahora eso no sucede, bueno... aún así suceden otras cosas peores... Bueno, me voy. Muchísimas gracias. A partir de ahora podré seguir mi camino confiando en mí misma y no en los demás -dijo con espíritu alegre y una sonrisa enorme-


-¡Espera! Toma esto, te ayudará a descifrar este lenguaje siempre que lo necesites -dijo el curandero, entregándole una hoja de papel, un tanto arrugada-


La niña, tan ilusionada, no dijo ni gracias y se fue corriendo.


Por el camino se cruzó con muchas personas, y a todas preguntaba si sabía dónde estaban. La gente la ignoraba, solo era una cría, con pensamientos locos, que no tienen ni sentido. Pero, nadie se imaginaba que ella cambiaría el mundo.


Anochecía, y Werian pasaba frío. Por suerte encontró algunas cajas de cartón y con todas ellas hizo un saco de dormir, no muy cómodo, pero suficiente para ella.


Amaneció, abrió levemente sus ojos, y puso una sonrisa enorme. Solo levantarse por la mañana y abrir los ojos, para ella ya era un motivo para sonreír y ser feliz durante todo el día.


Siguió y siguió preguntando y, las personas que encontraba a su paso, continuaban sin darle respuestas. Entonces pensó en la frase del papel que había encontrado: "La respuesta está en el interior".

Se sentó en el suelo, cerró los ojos, puso sus manos sobre su pecho y pensó: "Quiero encontrar la respuesta".


De repente, abrió los ojos y encontró un pequeño gato callejero de color nieve, con unos grandes y brillantes ojos negros, como olivas, que corría, queriendo jugar con Werian.


Ella le comprendió y fue tras él. Llegó el momento en el que se cansó y paró de correr. No tenía comida, pero sí cinco monedas, y decidió comprar pan y agua. Eso le costó sólo una moneda.


Por suerte, comió e intentó seguir de nuevo al felino; pero no pudo. Pensó que estaba lejos de todos, en la otra remota punta del pueblo; sin nada, pero, a pesar de esos pensamientos negativos y tristes, la parte positiva es que iba a encontrar a los culpables. “Me fui por un buen motivo, y volveré para contarlo a todos” -pensó- y sin arrepentirse, se levantó y corrió tras el gato.


Cuando paró, lo hizo frente a un gran edificio de color oscuro que tenía las ventanas y puertas en un tono rojizo. Decidió entrar, aunque tenía algo de miedo, se armó de valor, y en su interior encontró una sala gigante repleta de armas, helicópteros, aviones y demás.


Se asustó y, muy sorprendida dijo:

- ¿Hay alguien?, ¿de quién es todo esto?

- Miren, ¡no vuelvan a Ertiprics nunca más!- lo dijo con rabia y valor, a pesar de su voz temblorosa-


Se escucharon unas risas, y dos hombres dijeron:

-Tú, nos vas ha decir qué hacer o no. Si eres una cría, no entiendes de esto.

- ¡Vete! -la gritó-


Ella les miró y dijo:

-No me voy a ir, quiero saber el porqué de todo esto...


Los hombres se miraron y dijeron:

- Por muy impresionante que parezca, a veces, no hay motivo.


-Si no hay motivo -dijo ella- ¿por qué lo hacen?

- No se dan cuenta de que hacen daño, destrozan casas, hospitales, jardines y todo... sin tener motivo.


- Si no lo tiene, no lo hagan y habrá paz. Porque, yo, he luchado para estar aquí, hablando con ustedes, sobre un tema que se supone que debe de tener motivo. Y he tenido que soportar a gente llamándome cría, que no sabía de lo que hablaba, que no entendía...


- ¿Qué se creen? -continuó elevando el tono- Puedo ser una cría y todo lo que ustedes y la gente quiera, pero ¿saben qué?, que hasta un crío puede tener más consciencia que un adulto, que mata sin motivo.