Por: MSc. Judiel Reyes Aguilar.
En estos días de Juegos Olímpicos, se repite constantemente en las pantallas del mundo uno de los monumentos más icónicos de París: la torre Eiffel. No es por gusto que los organizadores de la máxima cita olímpica escogieran el entorno de la torre para los momentos más significativos de la gala inaugural y que el regreso de la gran diva Céline Dion se diera justamente en lo alto de esta torre.
La Eiffel es un símbolo de Francia y el monumento turístico más visitado del mundo, con 7,1 millones de turistas cada año. Se estima que, desde su fundación hasta la actualidad, ha acogido a más de 250 millones de visitantes.
Concebida en la imaginación de Maurice Koechlin y Émile Nouguier, jefes de la oficina de estudios y de métodos, respectivamente, de la compañía Eiffel & Co, fue pensada para ser el centro de atención de la Exposición Universal de París de 1889, conmemorando el centenario de la Revolución francesa. El primer plano de la torre fue realizado en junio de 1884. Stephen Sauvestre, el arquitecto principal de los proyectos de la empresa, fue el encargado de mejorar su estética.
Construida en dos años, dos meses y cinco días (de 1887 a 1889) por 250 obreros, se inauguró oficialmente el 31 de marzo de 1889. Sus 300 metros de altura le permitieron llevar el título de «la estructura más alta del mundo» hasta la construcción en 1930 del Edificio Chrysler, en Nueva York.
En la tercera edición de la revista La Edad de Oro, José Martí dedica un ensayo a la Exposición de París donde refleja:
«Pero a dónde va el gentío con un silencio como de respeto es a la torre Eiffel, el más alto y atrevido de los monumentos humanos. Es como el portal de la Exposición. Arrancan de la tierra, rodeados de palacios, sus cuatro pies de hierro: se juntan en arco, y van ya casi unidos hasta el segundo estrado de la torre, alto como la pirámide Cheops: de allí fina como un encaje, valiente como un héroe, delgada como una flecha sube más arriba que el monumento de Washington, que era la altura mayor entre las obras humanas, y se hunde, donde no alcanzan los ojos, en lo azul, con la campanilla, como la cabeza de los montes, coronada de nubes. Y todo de la raíz al tope, es un tejido de hierro.»
En su momento la torre Eiffel generó cierta controversia entre los artistas de la época, que la veían como un «monstruo» de hierro. Tras finalizar su función como parte de las Exposiciones Universales de 1889 y 1900, fue utilizada en pruebas del ejército francés con antenas de comunicación, y hoy en día sirve, además de atractivo turístico, como trasmisor de emisoras de radio y televisión. Fue declarada Patrimonio de la Humanidad por la Unesco en 1991.
Pocos conocen que en menos de seis años de inaugurada la Eiffel en París, en Santa Clara (Cuba) se erigió una réplica de esta torre. El objetivo que tenía la construcción de la Eiffel santaclareña era homenajear a Marta Abreu de Estévez, en el marco de los festejos por la inauguración de la Planta Eléctrica.
Doña Marta había heredado, junto a sus hermanas, una rica fortuna proveniente de la industria azucarera de la cual había destinado un amplio caudal al desarrollo de diversas obras publicas en su ciudad natal: escuelas, teatro, estaciones de bomberos, asilos, lavaderos, entre otros.
Era conocido que la benefactora y su familia pasaban largas jornada entre el ingenio San Francisco en Cruces y sus residencias en Santa Clara, La Habana y París. En la Ciudad Luz vivía su hermana mayor Rosa Beatriz que, el 9 de noviembre de 1879, contrajo matrimonio con el Dr. Jacques Joseph Grancher, bacteriólogo francés que consagró su carrera profesional al estudio de la tuberculosis y de las enfermedades infantiles. Grancher, fue contemporáneo de Louis Pasteur, colaboró con él y fue uno de los primeros médicos de la época que apoyó y admiró sin ningún tipo de reservas los descubrimientos realizados por éste, entre los que se encontraba el de la vacuna antirrábica.
Otra relación que tenía los festejos de Santa Clara con Francia era que todo el equipamiento empleado en la Planta Eléctrica que se inauguraba, lo contrató Marta Abreu a la casa Gramme de París.
Es por ello que cuando Doña Marta planteó la propuesta de inauguración de la Planta y el alumbrado eléctrico a inicio de 1895, el pueblo santaclaraño quiso retribuir a la benefactora con una demostración de afecto que le recordara también a Francia.
El ayuntamiento de Santa Clara organiza un grupo de actividades que iniciaron el 28 de febrero y concluyeron el 3 de marzo de 1895. Todas las calles y los frentes de las casas fueron engalanados y encortinados. Se construyeron además arcos de triunfo en diversas calles, en el parque se instalaron 16 escudos que en nombre de diferentes poblados de la provincia que se le dedicaban a Marta y en el centro del parque se levantó majestuosa la «Torre Villaclara», imitación de la Eiffel de París, que midió 28,0 m de alto y 7,0 m de ancho en la base.
El ingeniero Cornelio Berenguer hizo los planos que requería el proyecto, para realizarlo con maderas finas nacionales, por su carácter transitorio. Con la colaboración de carpinteros y el pueblo, en pocos días se alzó de forma espléndida la réplica de la torre de París en la Plaza Mayor, hoy Parque Vidal. Su ubicación se hizo sobre el obelisco dedicado a Conyedo y Hurtado de Mendoza el cual marcaba en aquel momento el centro de dicha plaza.
La torre fue adornada por 25 000 flores de papel, confeccionadas por damas del pueblo, así como por numerosas bombillas de colores. De igual forma, la Planta Eléctrica se engalanó con banderas, guirnaldas florales, palmas y farolas a la veneciana.
La noche de la inauguración del alumbrado público, el 28 de febrero de 1895, hubo fiesta de regocijo en el Teatro La Caridad, selectos números musicales y discursos. Fernando Sánchez de Fuentes y Martina Pierra de Poo recitaron poesías que habían escrito para ese acto, también la señorita Carmen de la Barrera recitó una bella poesía, «A mi madre», escrita por el Sr. Pedro Estévez Abreu. Como colofón se llevó a escena la revista Villa Clara, de exclusivo sabor local, letra del Lic. Antonio Berenguer, y música del notable violinista Néstor Palma. Al terminar la velada se oprimió un botón, se hizo la luz, y la ciudad se iluminó instantáneamente.
Al decir de los testigos de aquel acontecimiento: «La Torre Eiffel nada tenía que envidiarles a los árboles de navidad, característicos de las festividades religiosas de fin de año».
Todas las noches se encendían los bombillos de colores, y de todas las zonas aledañas a la ciudad llegaron campesinos que nunca habían visto la luz eléctrica y mucho menos una torre de esas características. Los festejos duraron varios días, pero una vez finalizados el Cabildo ordenó la demolición de aquella obra de arte que era el asombro de todos los que la visitaban.
El derribo de la torre trajo protestas entre los vecinos que se opusieron a lo que ellos consideraban una verdadera «herejía». El asunto tomó tal vuelo que trascendió de los valles y el poeta mambí Ramón Roa escribió un soneto que tituló «Iconoclastas» en el que denunciaba airado la medida dictada para destruir la ya querida torre Eiffel de Santa Clara. Por fin la cordura se abrió paso y no fue necesario acudir a la fuerza para verificar el desbarate, aunque a muchos se les salieron las lágrimas contemplando desde los portales aledaños a la Plaza Mayor la desaparición de la torre.
Fuente Bibliográfica:
Colectivo de Autores (2018). La Planta Eléctrica de Santa Clara, origen y evolución (1895-1960). Editorial Feijóo, Santa Clara.
García Garofalo Mesa, Manuel (1925). Marta Abreu Arencibia y el Dr. Luis Estévez y Romero, estudios biográficos. Imprenta La Moderna Poesía.
Martí Pérez, José (1889). «La Exposición de París». En: La Edad de Oro, pp. 124-125.
Martínez Rodríguez, Florentino (1951). Marta Abreu y Arencibia. Biografía de una mujer excepcional. Editorial Lex, La Habana.