Esta misma pregunta es la que me hice la primera vez que escuché hablar sobre los alimentos orgánicos, de ello hace ya una década.
La primera respuesta la busqué en los orígenes de la agricultura ecológica, agricultura orgánica o agricultura biologica, cualquiera de estas denominaciones sirve para hablar del mismo tema.
Desde entonces, he obtenido cada vez más respuestas. Respuestas que se han transformado en razones y, a lo largo del tiempo, en evidencias. Reconozco que algunas de ellas no pasan de ser meras opiniones, otras se basan en fundamentos científicos, y otras tantas en beneficios reales contantes y sonantes.
Desde las dos últimas décadas a esta parte, quién más quien menos tiene en la mente el recuerdo de algún gran escándalo cuyo referente es la industria alimentaria: alimentos manipulados de forma fraudulenta, evidencias científicas sobre las graves consecuencias para la salud de ciertos aditivos, dudosos orígenes de algunas materias primas con las que se alimentó al ganado con el resultado de miles de personas gravemente intoxicadas…
Esto sin entrar de lleno en el mundo de los transgénicos: manipulación genética y cultivos a base de semillas transgénicas en manos de fuertes monopolios que se caracterizan por su desinterés en mostrar las verdaderas consecuencias de tales productos para la salud.
Hemos asistido a un gran avance tecnológico y científico en el sector agrícola impulsado por la necesidad de incrementar la producción a gran escala y abaratar costes, tanto en mano de obra como en insumos externos. Pero ¿a qué precio?
Desgraciadamente, la falta de estudios científicos contrastados y fiables sobre la agricultura orgánica es una lacra de la que están empezando a ser conscientes los gobiernos y la comunidad científica especializada en nutrición y salud. Importantísima tarea pendiente que esperemos sea realizada con la mayor prontitud.
Con tales antecedentes y, como punto de partida, podemos sacar una clara conclusión: somos testigos de una importante transformación en lo que se refiere a hábitos alimenticios por parte del consumidor. Cada vez son más las personas que abogan por una alimentación consciente y que toman partido por cuidar la propia salud y la salud del planeta.
No hay duda de que la población experimenta una mayor sensibilidad y concienciación en estos temas. El éxito de los alimentos ecológicos se multiplica, y ello con el apoyo de instituciones de reconocido prestigio, como puedan ser la Organización de las naciones unidas para la alimentación (FAO), o las políticas de promoción de la Comisión Europea, por poner ejemplos que pueden resultar más cercanos.
Y, a estas alturas, creo que estamos en condiciones de definir claramente a qué nos referimos cuando hablamos de alimentos y bebidas orgánicos: se trata de productos agrícolas en cuyo cultivo está terminantemente prohibido el uso de semillas transgénicas y aditivos sintéticos como abonos, pesticidas, antibióticos o cualesquiera otros aditivos o fertilizantes que no sean de origen natural.