S. Francisco de Borja (a. 1572, Roma, jesuita), presbítero y confesor.
XXVI semana del Tiempo Ordinario.
CANTO: Espíritu de amor, ¡oh, luz que inunda nuestro ser! Derrama en toda la tierra, Señor, tu paz y tu verdad. ¡Aleluya! Amor de todo amor, ¡oh, fuego que ilumina! Arder quisiera por Ti y que mi vida toda fuera ofrenda. ¡Aleluya!
LECTURA MEDITATIVA:
Jesús toma conciencia de su hora, de que «se completaron los días en que iba a ser llevado al cielo, […y…] tomó la decisión de ir a Jerusalén». Es el momento de subir al Padre, es el momento de un ascenso. Pero a ese alto lugar se llega por abajo, a él se llega por medio de un descenso.
Sus discípulos no lo han entendido así. Son conscientes de la oposición contra Jesús. Saben perfectamente el peligro que corre acudiendo a Jerusalén en estas circunstancias. Pero precisamente por ello, la resolución tan firme de Jesús les parece el signo evidente de una victoria final: va a Jerusalén a aplastar a sus enemigos, a barrer toda su oposición. Literalmente Lucas ha escrito que Jesús «endureció el rostro para ir a Jerusalén». Es evidente que Jesús arrostra el peligro confiado en el poder de Dios, en el mandato divino. Pero ellos piensan que la victoria de Dios es un ascenso, que su resolución es insoslayable porque - por fin - su poder va a aniquilar cualquier otro poder. Para ellos, la ascensión al cielo es una subida a las cumbres del poder del mundo.
Por eso, no es de extrañar que quieran comenzar ya a administrar ellos el poder. Esos samaritanos que no quieren acoger al Rey de los Judíos merecen ser fulminados, desde su punto de vista. No han entendido nada. El poder de este mundo es impaciente. Pero el de Dios es todo paciencia, porque es amor. En lugar de fulminarlos con un rayo a ellos se toma el tiempo de girarse y regañarlos.
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SALMO 86
CANTO: En ti, Señor, reposa todo mi ser. He sido amado por ti. Sí, sólo en ti se alumbra la esperanza. En ti sólo, Señor.
Él la ha cimentado sobre el monte santo; y el Señor prefiere las puertas de Sión a todas las moradas de Jacob. ¡Qué pregón tan glorioso para ti, ciudad de Dios! Dios está con nosotros. En ti, Señor, reposa...
«Contaré a Egipto y a Babilonia entre mis fieles; filisteos, tirios y etíopes han nacido allí». Se dirá de Sión: «Uno por uno, todos han nacido en ella; el Altísimo en persona la ha fundado». Dios está con nosotros. En ti, Señor, reposa...
El Señor escribirá en el registro de los pueblos: «Éste ha nacido allí». Y cantarán mientras danzan: «Todas mis fuentes están en ti». Dios está con nosotros. En ti, Señor, reposa...
(Nos ponemos en pie para expresar que la lectura del evangelio es una llamada. Uno de nosotros mantiene en sus manos una vela encendida, símbolo del amor de Cristo, fuego que nunca se apaga, ni en la noche oscura de nuestra existencia ni en las tinieblas de la humanidad.)
LECTURA DEL EVANGELIO (Lucas 9, 51-56)
Cuando se completaron los días en que iba a ser llevado al cielo, Jesús tornó la decisión de ir a Jerusalén. Y envió mensajeros delante de él.
Puestos en camino, entraron en una aldea de samaritanos para hacer los preparativos. Pero no lo recibieron, porque su aspecto era el de uno que caminaba hacia Jerusalén.
Al ver esto, Santiago y Juan, discípulos suyos, le dijeron:
«Señor, ¿quieres que digamos que baje fuego del cielo que acabe con ellos?».
Él se volvió y los regañó. Y se encaminaron hacia otra aldea.
PALABRA DEL SEÑOR
CANTO: O Christe Domine Jesu, O Christe Domine Jesu!
(¡Oh, Cristo Señor Jesús!)
SILENCIO
CANTO: La tiniebla ya no es tiniebla ante ti, la noche como el día ilumina.
ORACIÓN DE INTERCESIÓN: Te rogamos, óyenos.
Dios fiel, Salvador de toda vida, nos invitas a corresponder a tu amor, que ofreces a cada persona sin excepción. Haz que aceptemos este amor y que transforme nuestro ser hasta el punto de que deseemos reflejarlo en todo lo que deseamos, pensamos y hacemos. Así nos harás justos en todas nuestras acciones, y tu justicia florecerá en nosotros y a nuestro alrededor. Te lo pedimos, Señor. Te rogamos, óyenos.
Cristo Jesús, concédenos la capacidad de discernir el camino que nos abres y el deseo de recorrerlo. Si hay resistencia en nosotros, abre nuestros ojos a la belleza de tu llamado. No deseas para nosotros angustia ni inmovilidad, sino un torrente de vida que nace de la sencillez de un sí arraigado en tu amor. Te lo pedimos, Señor. Te rogamos, óyenos.
Espíritu Santo, abre nuestros corazones a la generosidad y la comunión ilimitada de tu amor. Queremos hacer todo lo posible para preparar la mesa del banquete contigo. Tú enalteces a los excluidos y elevas a los humildes. Renueva en nosotros la imaginación y la creatividad para que todos podamos danzar ante el rostro de Dios en la alegría que él desea para cada ser humano. Te lo pedimos, Señor. Te rogamos, óyenos.
(Expresamos peticiones espontáneas, acciones de gracias, súplicas de perdón, etc., con agilidad y sin prolongar excesivamente la oración.)
PADRE NUESTRO
ORACIÓN FINAL:
Ven, Cristo Jesús, ven y habita en nuestros corazones. Anhelamos morar en ti como tú moras en nosotros. Concédenos, pues, beber de esta fuente que es la vida de tu Espíritu en nosotros; aumenta en nosotros la confianza en su presencia hasta el punto de que tu amor siempre nos guíe. Es a ti a quien queremos conocer, a ti y solo a ti.
CANTOS: Cantate Domino canticum novum. Alleluia, alleluia! Cantate Domino omnis terra. Alleluia, alleluia! (Canon)
(Cantad al Señor un cántico nuevo, cantad al Señor toda la tierra, aleluya.)
En nuestra oscuridad, enciende la llama de tu amor Señor, de tu amor Señor. (bis)