Ese debe ser el grito de cada monaguillo, un grito que salga desde el fondo de su corazón, un grito que le recuerde dos cosas: obediencia y humildad.
Mi coordinador, cuando yo recién empezaba como monaguillo, me dijo que para juntar nuestras manos las poníamos palma contra palma con los pulgares uno sobre otro, y que cada pulgar significaba una cosa: uno obediencia y el otro, humildad.
Esas dos virtudes se me clavaron en el alma como los clavos que traspasaron a nuestro Señor.
A lo largo de mis 8 años al servicio de la Iglesia he visto a muchos servidores afectados por un pecado, muy sutil y grave, que nos puede
afectar a todos los cristianos si no somos vigilantes con nosotros mismos: el orgullo.
Este pecado, en cuento a los monaguillos, lo he visto manifestado de varias formas, pero algunas de las más comunes han sido 4:
No querer acolitar con algún sacerdote o junto a un hermano monaguillo porque no me cae o no le caigo.
Creerme más porque soy antiguo.
Creerme más porque se mucho.
Creerme más porque soy cercano al párroco, o coordinador o porque estoy escalando rápido en la jerarquía de mi parroquia.
Este pecado es muy peligroso, para todo cristiano, pero mucho más par aun monaguillo. Yo mismo me he visto muchas veces tentado a caer, y estoy seguro que alguna vez habré caído pero gracias a Dios he sabido reponerme antes de que se me haya echo un vicio.
Las virtudes solo se alcanza con la práctica. Con el combate de la fe. El monaguillo debe combatir esos aires de ser elogiado con la humildad y la obediencia.
Es muy humano el querer que nos reconozcan nuestros aciertos, logros, nuestra entrega a Dios. Nuestro servicio es muchas veces muy silencioso— aunque aparezcamos en cada misa. Y muchos servidores del altar esperan que se les reconozca públicamente su entrega. Yo lo entiendo, se siente bien ser reconocido. Pero no vamos a servir para ser reconocidos, no vamos a servir para ser elogiados, vamos a servir para buscar a Jesús y para ayudar a nuestros hermanos a encontrarse con él en los sagrados misterios.
Recuerdo cuando Juan el bautista dice que el debía disminuir para que Jesús crezca (Juan 3, 30). El monaguillo tiene ese mismo servicio, debe disminuir, debe ser imperceptible, no debe llamar la atención al contrario, debe guiar la atención hacia Jesús, no al padre, no al coro, etc. La atención va siempre a Jesús, nuestros ojos fijos en el Señor que se hace presente de distintas formas durante la celebración litúrgica.
Pero esque ese padre no me cae, celebra raro, no me gusta como hace las cosas. RECUERDA QUE ESTÁS PARA SERVIR. SOLO ERES UN SIERVO QUE HACE LO PIDE SU SEÑOR. No estás ahí para preferencias, para exquisiteces, estás ahí para servir. Para acolitar donde Dios te llame, par asistir al sacerdote que Dios ponga para que celebre esa Santa Misa.
Que falta de humildad el pensar que solo acolito con el padre que me cae bien, el otro padre que no me cae, ahí que vea como celebra la misa solo. ¡NOO! Nuestros caprichos los dejamos afuera del templo. Un buen monaguillo asiste siempre con cordialidad y entrega a cualquier sacerdote que esté celebrando porque en la persona de ese sacerdote estás asistiendo al mismo Cristo. Sé humilde, se obediente, cumple las normas que tu parroquia o capilla tiene y que tus coordinadores y sacerdotes han impuesto para que las celebraciones litúrgicas puedan llevarse a cabo con la sacralidad y el decoro que se les debe.