pequeños constructores 
de nación
pequeños constructores 
de nación
Invitación a las mujeres a proteger y cuidar a todos los niños y niñas de la sociedad
La salud, la limpieza y la moralidad: valores que se deben enseñar a los niños y niñas
La obediencia, la confianza y la imitación como formas de aprendizaje
El dolor y el sufrimiento hacen parte de la formación de nuestros niños y niñas
Lecciones para la formación de los pequeños constructores de nación es un manual que reúne algunos de los consejos escritos por Soledad Acosta de Samper en el que ofrece instrucciones prácticas que invitan a las mujeres a pensar en la manera adecuada cómo deben criar, formar y educar a los niños y niñas de la sociedad. Este manual es un compendio de textos como “Introducción” (1880), “Sociedad protectora de niños desamparados” (1878), “Primera infancia” (1881), “La obediencia” (1881) publicados en la revista La Mujer y “La educación de la niñez” (1905) publicado en Lecturas para el hogar, los cuales eventualmente se convierten en las lecciones en las que se encuentra divido el manual.
En el siglo XIX, contexto al que perteneció nuestra autora, proliferaron los manuales de urbanidad que tenían la función pedagógica de modelar las acciones, el cuerpo y el comportamiento de los diferentes grupos sociales. Lecciones para la formación de los pequeños constructores de nación es creado como un manual ilustrado traído al siglo XXI que permite entender la importancia y el papel de la infancia en la sociedad decimonónica a partir de la perspectiva de Soledad Acosta de Samper.
Esta edición es una transcripción integral de los textos de Soledad Acosta de Samper, los cuales han sido unificados de acuerdo a los criterios de ortografía, puntuación y acentuación que rigen actualmente a la escritura en español. Se ha cambiado la á por a, la ó por o, la é por e. También se ha añadido la acentuación a palabras como educación, habíamos, francés, constitución, misión, razón, entre otras que no contaban con las tildes señaladas. Se han modificado algunos de los énfasis hechos en versalitas por la autora al principio de los textos o en la introducción de ciertos párrafos. Cabe resaltar que no se ha variado el vocabulario ni se han alterado los párrafos planteados en la escritura de la autora.
¿Por qué leer "Sociedad protectora de niños desamparados"?
¿Por qué leer "Primera infancia"?
¿Por qué leer "La obediencia"?
¿Por qué leer "La educación en la niñez"?
Danna Camila Ortiz Morales
La noción de infancia es una construcción social que se ha concebido como objeto de conocimiento, categoría conceptual y experiencia subjetiva, la cual se diferencia de lo que significa ser niño y niña entendidos como los sujetos que se encuentran en la etapa de vida desde sus primeros años hasta la llegada de la pubertad. De esta manera, la infancia, según Oscar Saldarriaga y Javier Sáenz, “nombra conjuntos de saberes, representaciones y prácticas que los "adultos" han construido históricamente para asignar lugares y funciones a los niños en nuestras sociedades” (392). Se debe tener en cuenta que la forma como hoy se percibe a los niños, sujetos de derechos, racionales y autónomos, es completamente diferente a la concepción que se tenía de ellos en el siglo XIX. En el carácter pedagógico y moralizante de sus escritos sobre educación, Soledad Acosta de Samper construyó una percepción diferenciada sobre el rol y la educación que deberían tener los niños en la sociedad decimonónica. En este sentido, Acosta de Samper participó de la dinámica social de construir nuevas subjetividades en torno a la forma de entender, representar y asignar funciones específicas a los niños y niñas de la sociedad.
Tras el proceso de independencia, durante el siglo XIX, se produjo un proyecto de construcción nacional desde las élites letradas de la época – políticos, médicos, ilustrados y maestros – con el propósito de integrar a la población dentro de la nación colombiana para intentar acabar con las ambigüedades y diferencias presentes en ella. Frente a este proceso, Magaldy Téllez afirma que
Se trataba de abandonar viejas tradiciones y, sobre todo, de “desbarbarizar” cuerpos individuales y colectivos, mediante la modelación del tipo de ciudadanos que habrían de habitar las ciudades de las nacientes repúblicas. Se trataba, en consecuencia, de forjar nuevas ideas, nuevas costumbres y nuevos comportamientos que sirvieran de base para la consolidación de la nación. (101)
El proyecto de formación nacional estaba fundamentado en la dualidad civilización/barbarie para transformar el comportamiento, los hábitos y las costumbres de la nación para que fueran más acordes a la modernidad. No obstante, Soledad Acosta de Samper se refería en el texto “La educación de la niñez” al estado de la civilización colombiana: “nosotros empezamos apenas á civilizarnos, y á pesar de la apariencia de virilidad que presenta nuestra República, lo cierto es que nos encontramos en la infancia de la verdadera cultura” (192). Para la escritora, la nación colombiana aún se encontraba en proceso de formación porque su cultura se encontraba en la infancia. Acosta aludía a la infancia como la primera etapa de vida de la república. Sin embargo, la nación tenía como objetivo y estaba encaminada a alcanzar un estado de virilidad que era sinónimo de la civilización.
La consolidación del proyecto nacional solo se podía lograr a través de la configuración de nuevas subjetividades por medio de las cuales se buscaba construir una lengua hegemónica y un cuerpo modelizado para hacerlos más rentables – en el caso del cuerpo – y uniformes – en el caso de la lengua – (González Stephan 149). De esta forma, las buenas maneras y el buen decir se convirtieron en gestos de modernidad capaces de establecer quiénes eran ciudadanos, quiénes no y quiénes tenía el potencial para serlo en la nueva república. Esto, paralelamente, llevó a la fabricación de un conjunto de otredades que eran diferenciadas, descalificadas y disciplinadas al no ser parte ni contribuir al proyecto hegemónico desde el punto de vista de la élite letrada. Según Téllez, había una “pretensión de domesticar todo aquello cuanto se consideraba expresión de la 'barbarie'– en la ciudad, en el campo, en los hábitos, en las ideas, en los comportamientos – para hacerlo encajar en los moldes que brindaba la modernidad europea” (98).
Teniendo en cuenta lo anterior, desde principios del siglo XIX, los niños y las niñas de los sectores menos privilegiados de la sociedad se consagraban al trabajo, la guerra y las labores domésticas. Patricia Londoño y Santiago Londoño aseguran que, durante las varias guerras del siglo XIX, “los niños se desempeñaron como mensajeros, ordenanzas, informantes, combatientes y como integrantes de las bandas de guerra […] Cuando eran detenidos, sufrían los mismos castigos que los adulos: cárcel y tortura” (41). Los niños eran vistos como unos pequeños adultos que cumplían las mismas labores y funciones que los mayores. Sin embargo, “En tiempos de paz los niños de las clases bajas en las zonas urbanas y rurales no tenían muchas más opciones que el trabajo en oficios domésticos, como ayudantes en labores artesanales y en actividades relacionadas con la agricultura y la ganadería” (46). En este sentido, no existía para los niños un carácter de diferenciación como grupo social porque compartían muchas de las funciones y características que la población adulta, sobre todo como fuerza laboral. La educación y la recreación no eran una prioridad dentro de su proceso de crecimiento.
Pese a ser una fuerza de trabajo y unos ‘pequeños adultos’, los niños y las niñas no eran concebidos como ciudadanos, ya que no contaban con la edad ni contribuían de manera significativa a la económica política de la nación. No obstante, a finales del siglo XIX, se empezó a cuestionar los papeles y los espacios sociales que ocupaban los niños que, además, habían sido naturalizados en la sociedad. A través de la prensa y la literatura empezó a circular la idea de la importancia de educar diferenciadamente a los niños, de comprenderlos como sujetos particulares (Aristizábal 196-197). El lugar de reconocimiento de la infancia se podía vislumbrar en los consejos de Soledad Acosta de Samper cuando en 1905 mencionaba:
Las sociedades humanas, el porvenir de ellas indudablemente está ligado á la infancia de los hombres que la componen y por consiguiente se deben hacer los mayores esfuerzos para que la niñez se eduque convenientemente. En esto han puesto la mayor atención los gobiernos y los pensadores de los países civilizados, sobre esto se han escrito centenares, miles de volúmenes. (192)
La infancia se empezaba a ver como la etapa más importante de la vida en términos de desarrollo y, a su vez, la más frágil, en términos físicos, mentales y morales. Se comenzó a concebir a los niños y niñas como poseedores de un conjunto de facultades que se podían potenciar y propiciar, pero, a su vez, eran como propensos a seguir el camino que se les indujera sin importar comprender qué tan bueno o malo fuera. Para la escritora, la manera de hacer a una sociedad más civilizada era a través de la educación que se inculcara desde la niñez, una ideas que era compartida por otros letrados de la época.
En la década de 1870, los gobiernos liberales propusieron hacer una reforma al sistema de instrucción pública a través del Decreto Orgánico de Instrucción Pública del 1 de noviembre de 1870. Aristizábal afirma que “Esta reforma declaró laica, gratuita y obligatoria la educación primaria para todos los niños, se contrató a un grupo de pedagogos alemanes para la creación de escuelas normales con el fin de formar a maestros de escuela y se propuso la divulgación de los métodos pedagógicos modernos como el de Pestalozzi y el de la Escuela Activa” (197). Se promovía un nuevo modelo de aprendizaje en el que, en principio, se les debía garantizar la educación a todos los niños y niñas sin importar su condición socioeconómica, al menos en lo propuesto en la ley. Frente a esto, Acosta de Samper afirmaba que la educación estaba destinada a todos los niños de la sociedad, pero que esta debía variar de acuerdo a su posición social: “escoger cuidadosamente la escuela, y después el colegio en donde se preparará para la lucha de la vida con una instrucción religiosa en primer lugar, y en donde debe adquirir conocimientos adecuados a su posición social y al camino que después tomará en la existencia” (énfasis propio 320). Si bien aún era de vital importancia inculcar los valores cristianos para la formación de los niños, la autora hacía énfasis en que cada niño tenía una función determinada por su lugar en el orden social. Esto demuestra que, pese al interés de educar a los niños, permanecían las jerarquías sociales.
Los escritos de Soledad Acosta de Samper sobre educación promovieron el método de enseñanza activa, especialmente en la literatura dirigida para niños, basada en la importancia de la historia como un modelo de enseñanza por excelencia no solo para los niños y niñas, sino también para las mujeres y jóvenes en general. La autora concebía que las personas podían formarse a partir del conocimiento de las acciones y los comportamientos de ciertos personajes que eventualmente se podrían emular. Acosta de Samper señalaba:
Para comprender la vida, actual es indispensable conocer la que han llevado nuestros antepasados, y por consiguiente es necesario el conocimiento de la Historia, esa gran maestra práctica de la vida. Pero no solamente la historia de los hechos de los hombres de los anteriores siglos, sino la filosofía de la Historia, el conocimiento, la cadena de los sucesos pasados y sus causas, la biografía de los hombres que tuvieron parte en la formación del país […] Los ejemplos que hallamos en la historia del pasado, no hay duda que arrojan viva luz sobre el presente y nos hacen pronosticar lo que sucederá después. (énfasis propio 321)
La historia servía como una ciencia que permitía conocer los hechos del pasado y la biografía de hombres y mujeres a través de los cuales se podían encontrar referentes para la vida propia. Según Saldarriaga y Sáenz “La emulación, se decía, "es el aguijón de la virtud", los niños aman los ejemplos heroicos y estos despiertan lo bueno que hay en ellos, su yo superior, que es caballo de batalla de la pedagogía moderna” (402). En la formación de los niños no debía perderse de vista el pasado – y la Historia – como un referente para reconocer y establecer el tipo de persona que querían ser en la vida.
En relación con lo anterior, también se promovió a través de la reforma educativa el método de aprendizaje pestalozziano basado en “la "educación de los sentidos", y el valor que asignaron al cuidado del cuerpo del niño, al ejercicio físico, a la higiene personal y a la de los locales escolares, a la par que su apego a la gramática, a la lógica y a la matemática” (400). A través de este método se concebía que los niños eran sujetos dotados de facultades sin desarrollar, por lo que se debía estimular el aprendizaje a través de la experiencia subjetiva y activa de ellos. Este modelo educativo contrastaba con la enseñanza tradicional en la que los niños eran pasivos y solo debían obedecer y replicar el conocimiento que se les trasmitía. A partir de la literatura pedagógica de Soledad Acosta de Samper se resaltaba la importancia de educar a los niños mediante nuevas prácticas, hábitos y costumbres porque ellos representaban el porvenir y lo que, eventualmente, debía reflejar la nación. La autora afirmaba que “Infundir a los niños el deseo de trabajar y enseñarles una profesión productiva, es redimirlos de la miseria en lo futuro, es hacer de ellos hombres útiles a su patria; y desarrollar en su espíritu el espíritu el sentimiento del amor fraternal para que amen a sus semejantes tanto como a sí mismos, es elevarlos, es dignificarlos” (énfasis propio 117). Al educar a los niños, también se buscaba proyectar a los menores para que se convirtieran en futuros ciudadanos que contribuyeran al progreso nacional, la productividad económica y el orden social. De esta manera, Londoño y Londoño aseguran que “pasó a considerarse la infancia como etapa característica de la vida humana, valorada en términos de futuro y esperanza” (102). Los niños y las niñas representaban la esperanza de un mejor mañana para la patria.
En este sentido, Soledad Acosta de Samper hacía énfasis en la educación que debían recibir los niños y niñas con respecto a los adultos porque era de vital importancia enseñar a los seres humanos a vivir en sociedad desde sus primeros años:
El gran defecto de la civilización actual es el de cultivar el egoísmo y educar al niño para su exclusivo y personal bien, en lugar de fomentar en él los sentimientos nobles que le hagan comprender la solidaridad humana, la necesidad de trabajar para la sociedad. No podemos vivir sin nuestros hermanos, nuestros compatriotas. Así, pues, debemos trabajar para hacerles el bien […] es deber ineludible por consiguiente que el niño sepa que no debe buscar solamente su propia satisfacción, su propio bien, sino el de sus padres, sus hermanos, sus amigos, sus allegados, y así aprenderá al crecer a ser patriota también. (énfasis propios 194)
No es fortuito que Acosta de Samper haga un llamado a que la vida de los niños debía estar en función y al servicio de la sociedad, debido a que esto se veía como una forma de integrar y hacer el bien en la nación emergente. De manera que los niños y las niñas, como grupo social diferenciado, no debían ser formados bajo criterios individualistas, sino para crear y preservar la comunidad que era la nación. Frente a esto, Téllez asegura que se buscaba “la formación de un nuevo tipo de sociedad capaz de reconocerse y de ser reconocida como nacional, ligada fundamentalmente al logro de la cohesión social concebida sobre la homogeneidad cultural, el orden y la integración del cuerpo social” (99). Para esto era importante que los niños y las niñas, como partícipes y constructores del proyecto de nación, tuvieran una educación basada en la moral y la higiene como valores de la modernidad.
Danna Camila Ortiz Morales
Soledad Acosta de Samper fue una escritora prolífica que se interesó por la formación autónoma de las mujeres sin dejar de lado la perspectiva de la maternidad. Si bien la autora abría un espectro de posibilidades a los que se podían dedicar las mujeres, aquellas que decidían ser madres tenían una labor trascendental al ser las encargadas de educar y formar a los hijos de la nación. Pese a que a finales del siglo XIX empezaron a circular ideas en torno a la singularidad y diferenciación de los niños como sujetos sociales, la infancia no se podía pensar de manera aislada a la maternidad porque había una relación estrecha y, de cierta manera, de dependencia entre las madres y los hijos. De esta manera, Acosta de Samper dedicó algunas de sus publicaciones periódicas a consejos y texto que invitaban a pensar en la maternidad como objeto de conocimiento y aprendizaje. En este sentido, las madres fueron figuras determinantes en la crianza, formación y educación de los niños de la sociedad decimonónica.
Desde las élites letradas decimonónicas se plantearon alternativas discursivas que pretendían disciplinar el lenguaje y el cuerpo. Esto llevó a la proliferación de manuales, consejos, entre otros textos de buena conducta y urbanidad, que tenían la función de “estipular cuáles son las acciones, incluso los pensamientos, que merecen aprobación por parte de los demás, y cuáles deben reprocharse, ocultarse o simplemente borrarse de la cotidianidad colectiva. Los manuales de urbanidad, por tanto, han estipulado qué puede entenderse por bueno, correcto y digno de reproducirse” (Afanador y Báez 59-60). Los textos de carácter pedagógicos iban dirigidos a grupos poblacionales específicos, ya que cada uno debía modelarse de acuerdo al rol, género y lugar que ocupaba en la sociedad. En el año de 1880 a 1881, Soledad Acosta de Samper publicó en la revista La Mujer a través de ocho entregas un texto denominado “Consejos a las madres”. En él presentaba un conjunto de instrucciones concretas sobre las actividades y los cuidados que se debían tener con los niños desde su nacimiento hasta el primer año de edad. La autora afirmaba, por ejemplo: “[s]e debe cuidar que el niño no reciba corrientes de aire: de allí dependen tantos catarros y anginas que llevan a multitud de niños al sepulcro en los países fríos. Aire puro, pero no corrientes de aire, es lo que necesita toda criatura humana” (146). Era de vital importancia mantener la limpieza y salud de los niños y niñas desde su nacimiento como una forma de preservar su vida. Sumado a lo anterior, en 1905, Acosta de Samper publicó en Lecturas para el hogar a través de diez entregas el texto “Consejos a las mujeres”. Este se puede entender como una continuidad de los consejos mencionados anteriormente, puesto que se refería al papel de las mujeres en la educación y las etapas de crecimiento de los niños, además, de su directa incidencia de dicha formación para el porvenir de la patria: “toca sembrar la semilla del bien que germinará dentro de diez o quince años, y entonces esas generaciones que se levanten bendecirán a los padres y madres que supieron sobreponerse a su debilidad” (260).
En relación con lo anterior, Azuvia Licón aseguraba que la diferencia de los consejos a las mujeres de Soledad Acosta de Samper con respecto a los manuales de la época es que “[a] pesar de que ambos compartían los mismos temas –el vestido, la comida y todos aquellos aspectos que regían la vida privada–, los manuales proponen una forma de aprendizaje que no apela necesariamente a cuestiones intelectuales: los manuales se siguen, pues su autor es portador de una verdad única no sujeta a la reflexión sino a la obediencia” (46). Los textos de la autora se interesan por presentar instrucciones prácticas y reflexivas que pueden ser de utilidad para las mujeres, más no se presentaban como verdades únicas sujetas a la obediencia, como sí lo hacían los manuales. Esto se evidencia en el título dado a sus textos – Consejos – y también las preguntas que Acosta de Samper hacía a lo largo de los planteamientos en torno la formación de los niños; por ejemplo, cuando se refería a los paseos diarios que debían darse a los niños y niñas:
Lo mejor para la salud del niño y de la madre seria salir todos los días o cada tercer día respirar el aire fuera de la ciudad, y no creemos que aquello sea imposible a la mayor parte de las señoras, ¿Por qué no han de poder dedicar una hora cada dos días a pasear a sus hijos y cuidar de su propia salud? Les suplicamos que mediten en esto, y de seguro encontrarán que no nos equivocamos. (147)
Este tipo de preguntas y argumentos invitaban a las mujeres a pensar en cuál era la manera más acertada para llevar a cabo su rol como guías y mediadoras en la infancia, sin imponer u obligarlas a cumplir con los consejos presentados.
La información planteada por Soledad Acosta de Samper sobre cómo se debían criar y educar los niños era hecha desde una perspectiva científica porque hacía referencias a las autoridades europeas especializadas en estos temas: “después de haber meditado un tanto, nos hemos resuelto a empezar este trabajo ayudadas por varias obras en extremo útiles y sabias, escritas en inglés y en francés, además de que, aficionadas siempre a indagar las causas y a estudiar hechos fisiológicos, hemos acopiado materiales bastantes para empezar el trabajo” (60). Tanto en “Consejos a las madres” como en “Consejos a las mujeres”, Acosta de Samper citaba y retomaba continuamente las ideas de otros autores que escribían sobre el papel de las mujeres en la maternidad. De esta manera, los consejos, que cumplían con una función moralizante y pedagógica, eran sustentados a partir de autoridades científicas que aportaban además legitimidad a su propio discurso.
En la sociedad decimonónica, la mujer estaba limitada a cumplir con unos roles específicos en lo doméstico, por lo que “no debía participar en el espacio público. Le recomendaron sí, colaborar desde su hogar, criando a hijos para que el día de mañana se convirtieran en buenos ciudadanos y fueron muy pocos quienes se plantearon la posibilidad de que ellas se pudieran convertir en ciudadanas” (Bermúdez 47). Dentro de las labores domésticas que debía realizar la mujer se encontraba el cuidado y la formación de sus hijos. Acosta de Samper recordaba a las mujeres en su texto “Responsabilidad de la madre de familia”:
Pensadlo bien, hermanas mías, la madre de familia es el sacerdote que Dios ha puesto en cada hogar, y su misión es muy grande, muy seria, muy importante, y si ella permite que su familia tome un camino errado, suya será la culpa. Sin embargo, ¡cuántas, por no decir todas, las niñas que se casan en todo piensan menos en la terrible responsabilidad que llevarán sobre sus hombros! (257)
La importancia de la madre, tanto en la familia como en la sociedad, radicaba en que de ella dependía que la educación de los niños y las niñas, quienes debían tener las virtudes necesarias para convertirse en ciudadanos o en futuras madres de ciudadanos y estar al servicio de la nación. Por esta razón, si crecían en el vicio y la inmoralidad era culpa de una madre que no lo habría sabido direccionar y reprender.
Las mujeres que decidían convertirse en madres debían garantizar la reproducción de la vida a partir del rol de convertirse en madres y en la crianza porque de ellas dependía la continuidad y la pervivencia de la patria. Un aspecto del cual se empezó a hablar en términos morales y científicos fue la primera infancia, entendida como los primeros años de vida de los seres humanos, puesto que era una etapa crucial para mantener la vida de los menores. Soledad Acosta de Samper menciona que “la madre acepta como una obligación impuesta por la naturaleza, y recibida por ella con el mayor gusto, el deber de alimentar ella misma al hijo de sus entrañas […] una mujer capaz de dar a luz un hijo sano y robusto, también sea capaz de nutrirlo” (60). Los cuidados en los primeros meses de vida se buscaba mantener el cuidado del cuerpo y la moralidad de los recién nacidos, puesto que eran formas de control natal, resultaban de enorme relevancia, dadas las altas tasas de mortalidad infantil. De igual manera, era usual que las mujeres de la alta sociedad tuvieran nodrizas indígenas y afrodescendientes que se ocupaban de las labores que correspondían a las madres Sin embargo, Acosta de Samper hacía un llamado por una crianza y lactancia exclusiva de la madre para evitar los contagios, la enfermedad y la inmoralidad en los menores que se atribuía a las nodrizas: “La mujer debe, pues, empezar por alejar en cuanto sea posible a las criadas de la confianza de sus hijos; ellas son las que inculcan malos hábitos, costumbres desaseadas e ideas indelicadas en los niños” (61-62). Las madres eran las encargadas de alejar cualquier tipo de mal que atentara contra la integridad de los menores.
Pero las lectoras de estos textos mujeres no eran responsables únicamente de sus hijos, sino que también debían velar por el cuidado y protección de los niños pobres, desvalidos o abandonados. En este contexto se empezaba a consolidar una “nueva sensibilidad a favor de la niñez marginal [que] fue motivada tantos por sentimientos caritativos como por consideraciones médicas y sociales” (131). Esto llevó a la creación y promoción de establecimientos de beneficencia, especialmente por parte de las mujeres adineradas de la alta sociedad, que pretendían garantizar la crianza y educación de la infancia desprotegida (74). Soledad Acosta de Samper se sumó a esta labor social, puesto que escribió diferentes textos en los que invitaba a apoyar a la Sociedad protectora de niños desamparados:
Al fin en nuestra patria se han encontrado almas caritativas que no sólo piensan en aliviar las miserias físicas de los desgraciados, sino en atender a los males morales que aquejan a la gente del pueblo entre nosotros. Pocas personas de la alta sociedad, y sobre todo las señoras, tienen ocasión de examinar el estado de inmoralidad y de supina ignorancia en que yace nuestra gente pobre. (117)
El llamado a la contribución de las mujeres para la creación de centros de caridad se convertía en una forma de acercarse y comprender los males que acechaban a la sociedad para, de cierta forma, ayudar a solucionarlos o evitarlos en los niños. Sin embargo, es importante resaltar que esto no solo respondía a una altruista por parte de las mujeres, sino también era imperante convertir a esos niños en buenos ciudadanos y útiles a la patria.
En este sentido, los consejos escritos por Soledad Acosta de Samper dirigidos hacia las mujeres tenían un papel trascendental porque a través de estos se crea un discurso de lo que deberían ser y hacer ellas como madres no solo de los niños y niñas, sino también de la patria. La maternidad, en lugar de ser vista como una imposición social, era un objeto de aprendizaje y reflexión dada la importancia que tenía en la consolidación y formación de los futuros ciudadanos. La infancia en la sociedad decimonónica no se podía pensar de manera aislada a la maternidad.
“Consejos a las madres” está conformada por los textos “Introducción”, “Capítulo I. Primera infancia. I”, “Capítulo I. Primera infancia. II”, “Capítulo I. Primera infancia. Continuación III”, “Capítulo I. Primera infancia. IV”, “Capítulo II. El niño de ocho meses a un año”, “Capítulo IV [sic]. La obediencia” y “Capítulo IV. El vestido en la primera niñez”.
“Consejos a las mujeres” está conformada por los textos “La soberanía de la mujer en su casa. I” y “La soberanía de la mujer en su casa. II”, “La infancia desamparada”, “Soberanía de la mujer en su casa”, “La educación de la niñez. I. La educación en el hogar doméstico”, “La educación de la niñez. II. La educación en el hogar doméstico”, “III. La educación de la niñez”, “Responsabilidad de la madre de familia”, “La educación de la niñez. La elección que debe hacerse en lo tocante a escuelas y colegios” y “Enseñanza de la historia”.
Después de tener un amplio panorama sobre la infancia decimonónica a partir de la perspectiva de Soledad Acosta de Samper, ¡llego la hora de jugar! A través de este juego debes encontrar las parejas de tarjetas correctas. Debes tener en cuenta que hay dos tipos de tarjetas: 1) Ilustraciones sobre la infancia. 2) Preguntas con sus respectivas respuestas.
Las instrucciones que debes seguir para divertirte con este juego son las siguientes, presta atención:
Tan pronto abras el archivo en formato Power Point debes descargarlo.
Abrir el archivo y ponerlo en modo presentación. La visualización debe ocupar toda tu pantalla.
Pasa a la segunda página usando la flecha dirigida derecha de tu teclado.
Usa el mouse para abrir la tarjeta que desees.
Una vez que hayas seleccionado alguna de las tarjetas debes abrir otra para encontrar a su respectiva pareja o respuesta.
En caso de no encontrar la pareja correcta, debes dar click en la ✖️ de cada tarjeta para cerrarlas e iniciar una nueva búsqueda.
El sistema no te podrá indicar cuáles son las respuestas acertadas, así que no hagas trampa. ¡Ahora solo te espera la diversión!
Referencias bibliográficas completas del manual
Lecciones para la formación de los pequeños constructores de nación
Fuentes primarias
Acosta de Samper, Soledad. “Introducción”. La Mujer. Bogotá: Imprenta de Silvestre y Compañía, 1880. 59-60.
_ _ _. “La educación en la niñez”. Lecturas para el hogar. Bogotá: Imprenta de “La Luz”, 1905. 192-194.
_ _ _. “La elección que debe hacerse en lo tocante á escuelas y colegio”. Lecturas para el hogar. Bogotá: Imprenta de “La Luz”, 1905. 320-323.
_ _ _. “La obediencia”. La Mujer. Bogotá: Imprenta de Silvestre y Compañía, 1881. 230-231.
_ _ _. “Primera infancia. I”. La Mujer. Bogotá: Imprenta de Silvestre y Compañía, 180. 61-62.
_ _ _. “Primera infancia. II”. La Mujer. Bogotá: Imprenta de Silvestre y Compañía, 1881. 146-147.
_ _ _. “Responsabilidad de la madre de familia” Lecturas para el hogar. Bogotá: Imprenta de “La Luz”, 1905. 257-260.
_ _ _. “Sociedad Protectora de Niños Desamparados”. La Mujer. Bogotá: impreso por Eustacio A. Escovar, 1878. 117-118.
Fuentes secundarias
Afanador, María Isabel y Juan Fernando Báez. “Manuales de urbanidad en la Colombia del Siglo XIX: Modernidad, Pedagogía y Cuerpo”. Historia Y MEMORIA 11 (2015): 57-82.
Aristizábal, Diana. “"¡Periodiquillos para vosotros, chiquitines!" Una mirada al desarrollo de la prensa infantil en Colombia (finales del siglo XIX y primeras décadas del siglo XX). Secuencia (2018): 188-218.
Bermúdez, Suzy. “El "bello sexo" y la familia durante el siglo XIX en Colombia. Revisión de publicaciones sobre el tema”. Historia Crítica 8 (1993): 34-51.
González Stephan, Beatriz. “El "mal decir" del subalterno: maestros y médicos diagnostican ciudadanías des-compuestas". Anales de la literatura española contemporánea 23 (1998): 147-164.
Licón, Azuvia. “"Es cosa muy grave y seria la de criar": Soledad Acosta de Samper frente a los discursos sobre educación y maternidad”. MERIDIONAL Revista Chilena de Estudios Latinoamericanos 7 (2016): 35-54.
Londoño, Patricia y Santiago Londoño. Los niños que fuimos. Huellas de la infancia en Colombia. Bogotá: Banco de la República, 2012.
Saldarriaga, Oscar y Javier Sáenz. “La construcción escolar de la infancia: pedagogía, raza y moral en Colombia, siglos XVI-XX”. Historia de la infancia en América Latina. Comps. Pablo Rodríguez y María Emma Mannarelli. Bogotá: Universidad Externado, 2007. 391-415.
Téllez, Magaldy. “Disciplinar el " bárbaro" que se llevaba adentro: un acercamiento a la ley del buen ciudadano del siglo XIX”. Historia Caribe 4.10 (2005): 97-110.
Este sitio surge como parte del proyecto Una mirada a la infancia del siglo XIX a través de Soledad Acosta de Samper, que se desarrolló en el marco del curso Hipertextos. Soledad Acosta de Samper, del siglo XIX al XXI, del posgrado en Literatura de la Universidad de los Andes. El montaje de esta página fue contribución de Danna Camila Ortiz Morales. En la edición de los textos de la colección participaron, además de Danna Ortiz, Camila Gómez y Johana Cifuentes, como parte del equipo editorial, Blanca Carrillo como ilustradora, y Juan José Tapia como diagramador.