El capítulo aborda la gestión de la Corte y la Casa Real de Isabel de Portugal, destacando su papel en la administración y el ejercicio del poder en ausencia de Carlos V. Lejos de ser una figura pasiva, Isabel consolidó su autoridad organizando un espacio cortesano altamente estructurado, donde el protocolo, la burocracia y la diplomacia fueron esenciales para el gobierno de la Monarquía Hispánica. Su Casa Real funcionó como un centro político clave, donde nobles, embajadores y altos funcionarios negociaban asuntos de Estado. A través de una administración eficiente y una estrategia de representación bien definida, Isabel no solo garantizó la estabilidad de la Corte, sino que también influyó en las decisiones políticas del imperio, proyectando una imagen de autoridad y legitimidad en una época de gran complejidad política.