Crédito imagen José Prieto
El aroma de las telas frescas y aromatizantes impregnaba el aire al entrar al santuario de moda. Una tienda que aunque es pequeña lleva consigo la magia de toda una vida de sueños y realidades de cualquier ser humano agobiado por la dureza de la vida. Un hombre de mirada profunda y pensadora, así como sus manos cubiertas de arrugas y sus cabellos de nieve se aferra con fuerzas a los recuerdos que algún día lo iluminaron.
Su nombre es José Prieto, pero le dicen Don José, quien desde temprana edad descubrió su pasión por confeccionar prendas, hoy con 63 años, sentado en una silla mientras las paredes están adornadas de baldosas y espejos que dejan entrever el paso de los años y las máquinas de coser un poco desgastadas por el constante uso, sonando al ritmo de las manecillas del reloj, entre tanto Don José parece recitar con fervor “amor eterno de Juan Gabriel”.
- “Crecí en una familia humilde, donde mi mamá nos sacó adelante a punta de coser y tejer” menciona Don José con una voz serena y quebrantada al recordar aquellos momentos; lleva consigo el timbre de dolor, sabiduría y la tristeza larga de tanto haber vivido. En medio de un suspiro, Don José coge la aguja para enhebrar el hilo en ella, sin embargo, sus manos parecen vibrar incesantemente al hacerlo.
Crédito imagen pinterest-José Prieto
Don José desarrolló su pasión gracias a su mamá, con 18 años ya tenía habilidades y trabajaba cosiendo y tejiendo, sin embargo, una sombría realidad lo dejó en un silencio duradero, pues con 25 años perdió a su mamá de un infarto fulminante, sus ojos parecen quebrarse en aquel recuerdo que prometió sanar. Don José recuerda dichos momentos como hebras que se tensan jalando fuertemente cada fibra de su corazón y memoria, generando un eco irreconocible, pero aún así tuvo que abrirse paso en la vida.
En los años 80 los excesos y extravagancias hacían que la industria de la moda fuera considerada como un trabajo solo para mujeres, para Don José fue encontrarse con unas barreras insuperables, pues ante una evidente crisis económica, la mirada de desaprobación y la resistencia social del momento no permitían que pudiera hacer lo que le llamaba la atención. Era solo un ser viviente más, sin oportunidades y vacío.
A pesar de estas dificultades, desafío lo preestablecido sumergiéndose en el mundo de la moda, trabajando en una de las mejores marcas de Colombia en su momento “Estefanía Gonzales”. Ya en el local llega una cliente para pedirle que le arregle un viejo blazer que pertenecía a su abuela, Don José acepta acercándose con unos pasos lentos y sigilosos a ella para tomarle las medidas mientras con una sonrisa calidad suelta “que buenos tiempos”.
Crédito imagen Diario historia de la moda- años 80'
Tiempo que con rapidez ha avanzado y ha dejado huella en cada parte de su cara y manos llenas de arrugas y pequeñas cicatrices que evidencian las experiencias de vida. Don José vuelve a sentarse, pero esta vez trae consigo una chaqueta con la que abriga sus piernas del frío que entra por las gruesas rejas que protegen la entrada del santuario, entre tanto menciona que tres años después fue despedido y trabajo de marca en marca hasta que empezaron a exigir títulos profesionales.
Su vida amorosa parecía ser como la camisa que estaba arreglando, de colores alegres y vibrantes, pues a sus 35 años conoció a una joven asistente de styling, con la cual tuvo dos hijos, pero su relación resultó ser como una flor marchita, no logró sobrevivir mucho tiempo. Al cabo de unos meses Don José busco oportunidades para estudiar, sin embargo, para una persona de pocos recursos era como un juego de ajedrez acceder a ella y ante esto no tuvo otra opción que buscar otras oportunidades; la comisura de sus labios se tensan generando un gesto de molestia e indignación frente a la situación que vivió.
Mucho antes de obtener un título fue a una cita médica de rutina por unos dolores en sus rodillas, el diagnóstico que le dieron fue osteoporosis degenerativa, lo comenta mientras se soba las rodillas con un movimiento de adelante hacia atrás. La fragilidad de los dolores punzantes en varias partes de su cuerpo solo es un recordatorio de lo dura y rápida que puede llegar a ser la vida, pero ante esto Don José opta por sonreír y sumergirse en la confección de cada prenda, pues es como la droga que alivia sus dolores.
- “Tome la determinación de crear mi propio espacio porque era eso o morir de pena”, cuenta recostado en la silla mientras mantiene la mirada fija e ida, tratando de encontrar respuestas a todo lo que ha sucedido con el paso de los años. Fue como la mamá ave que tira a sus hijos del nido para aprender a volar, forjó su propio camino para sacar adelante a sus hijos y pasarles un legado, abriendo su negocio de sastrería en el barrio El Tintal.
La enfermedad ha deteriorado la movilidad de ciertas partes de su cuerpo, lo que fue en su momento para Don José lo que más lo hacía sufrir, hoy es lo que lo motiva a seguir trabajando más de 6 horas para levantarse un plato de comida y sentirse útil como aquellos años de juventud. Su vida como lo comenta él fue tejida con amor, sufrimiento y tragedia, pues dejó de ser invisible para convertirse en el sastre de los sueños cumplidos.
-Daniela Ortiz.