Asimismo, las agencias estatales encargadas del desarrollo alternativo a los cultivos ilícitos han contribuido involuntariamente a la expansión de la frontera agrícola de la coca. Lo hicieron al fomentar entre los agricultores colonos la combinación de la producción de coca con cultivos legales destinados a la exportación. La financiación destinada a la construcción de carreteras locales como parte de estas iniciativas de desarrollo alternativo también ha favorecido el acceso a los bosques primarios y a territorios indígenas.
Invasiones de traficantes de tierras
La segunda modalidad de invasiones implica el tráfico de tierras realizado por individuos especializados que no tienen la intención de establecerse permanentemente en las áreas invadidas. Este tipo de tráfico, frecuentemente asociado con la corrupción de funcionarios en las Direcciones Agrarias Regionales, se vale de la falta de titulación y georreferenciación de las comunidades indígenas para acceder a concesiones forestales y agrícolas mediante prácticas de colusión y falsificación de documentos.
Una vez que obtienen estas concesiones, los traficantes arriendan o venden la tierra a pequeños agricultores. Estos agricultores, entre otras actividades, suelen destinar parte de las tierras para el cultivo de coca destinada a la producción de drogas. Este complejo entramado evidencia la estrecha relación entre la falta de reconocimiento territorial, la corrupción institucional y la expansión de cultivos ilícitos en la Amazonía peruana.
Invasiones por alquiler
Las Comunidades Indígenas Amazónicas se han visto afectadas por la creciente demanda de tierras para el cultivo de coca, crucial para su supervivencia económica frente a la deforestación de sus hábitats. En este contexto se genera una tercera modalidad de invasión. El arrendamiento informal de tierras a colonos, sin títulos individuales, implica acuerdos donde las familias Indígenas se consideran dueñas de tierras dentro de su territorio comunitario, impulsando este proceso para obtener ingresos adicionales.
La falta de documentos legales dificulta la expulsión de colonos al finalizar los arrendamientos en comunidades indígenas, lo que provoca conflictos. Los colonos reclaman propiedad sobre las tierras que ocupan, mientras que las autoridades Indígenas las ven como invasiones. Las denuncias de líderes indígenas ante el gobierno nacional suelen quedar sin respuesta, evidenciando posibles actos de corrupción y falta de apoyo estatal. Algunos líderes se ven obligados a proteger sus territorios solos. La respuesta estatal, particularmente en áreas como el VRAEM, mediante campañas de erradicación de cultivos, ha resultado contraproducente[1]. Tras estas acciones, la retirada o reducción de las fuerzas policiales expone a los líderes a represalias de actores criminales, aumentando el riesgo para los líderes Indígenas.
Conclusiones
La expansión de los cultivos de coca y la violencia consiguiente han penetrado en los territorios indígenas y los bosques primarios en la frontera agrícola amazónica en Perú. Esta expansión se ve agravada por la falta de seguridad territorial, en parte facilitada por una visión extractivista mantenida por el Estado. Los líderes indígenas se encuentran amenazados por esta violencia que genera la expansión de economías ilegales, lo que pone en riesgo a sus comunidades y sus formas de vida tradicionales.
Si bien es esencial fortalecer un mecanismo legal para proteger a los defensores (marco legal, base de datos, acciones de protección), es imperativo atacar también los problemas estructurales subyacentes a esta violencia. Las organizaciones indígenas nacionales enfatizan la necesidad de una titulación colectiva rápida y liderada por las propias comunidades para garantizar la seguridad territorial. Esto requiere un mayor apoyo presupuestario por parte del Estado Nacional y estabilidad institucional de los organismos encargados como el Ministerio de Justicia. Además, la falta de integración entre las políticas de erradicación de cultivos de coca y la protección territorial deja a las comunidades en una posición vulnerable que muchas veces termina en su asesinato de sus líderes.
En resumen, las comunidades indígenas amazónicas se enfrentan a un dilema complejo: defender sus territorios a pesar de la falta de protección estatal o verse obligados a integrar los cultivos ilícitos como medio de subsistencia. Esta difícil decisión pone en peligro su patrimonio cultural y sus esfuerzos por preservar el medio ambiente, lo que subraya la urgencia de acciones gubernamentales más efectivas y comprometidas para garantizar la seguridad territorial y los derechos de estas comunidades.
[1] En Paredes y Pastor (2023), líderes de Federaciones Indígenas, líderes comunales y presidentes de comités de autodefensa (CADs) manifiestan que, en base a su experiencia, el hacer la denuncia significa perder la vida, lo que conlleva a una pérdida aún mayor del territorio.