Elecciones municipales 2024 en República Dominicana:
Cambio, continuidad y el desafío de la participación ciudadana



 Por: Carlos Morel - Instituto de Investigación Social para el Desarrollo (República Dominicana) y Anselmo Muñiz - Instituto de Investigación Social para el Desarrollo (República Dominicana)

El 18 de febrero, las elecciones municipales en República Dominicana consolidaron al Partido Revolucionario Moderno (PRM), del actual presidente del país, como la principal fuerza política, al asegurar 121 de las 158 alcaldías (76.58%) disponibles (Tabla 1). También, establecieron un récord en el rendimiento del partido, superando incluso lo obtenido por el Partido de la Liberación Dominicana (PLD) en 2016, cuando el PLD dominaba la escena política del país de manera casi total.

 

Una explicación inicial del resultado es que el alto apoyo hacia el presidente Luis Abinader (2020-2024) y las alianzas negociadas por el PRM, frente a una oposición (conformada principalmente por el PLD, quien gobernó por 16 años hasta el 2020, y la Fuerza del Pueblo (FUPU), partido resultante de salida del expresidente Leonel Fernández del PLD) que ha perdido fuerza y el acceso a recursos financieros superiores, han generado una ola de simpatía electoral hacia las candidaturas respaldadas por el partido gobernante a nivel nacional. Además, la notable victoria del PRM y sus aliados,[1] se debe a la captación de varios alcaldes que antes habían ganado con el apoyo del PLD, evidenciando la influencia del poder gubernamental central en las lealtades políticas y las preferencias electorales. Este fenómeno subraya una continuidad en las tácticas políticas, donde las alianzas, la gestión de las redes de poder y el clientelismo siguen siendo elementos determinantes.

Tabla 1. Alcaldías ganadas por partido en elecciones municipales de 2024

Fuente: Elaboración propia con datos de Junta Central Electoral de la República Dominicana.

La tasa de participación en estas elecciones se ha convertido en un tema de intensa discusión (ver aquí o aquí), oficialmente registrada en un 46.67%, solo un ligero descenso comparado con las municipales de 2020. Es importante destacar que este cálculo incluye a más de 870 mil dominicanos residentes en el extranjero, quienes, no viajarían solo para votar en estos comicios locales. Ajustando por este factor, la participación real se acerca más al 52%, una cifra bastante razonable para elecciones de este tipo.

 

De todos modos, vale la pena resaltar que la participación fue bastante baja en las principales zonas urbanas: 36.81% en la capital, 33.53% en Santo Domingo Este y 32% en Santiago. Esta baja participación no solo refleja un desinterés potencial por parte de los electores sino, y sobre todo una falta de diferenciación programática entre las candidaturas y partidos principales. Esta similitud en las propuestas, especialmente evidente en situaciones donde las y los candidatos se pasan de un partido o bloque a otro sin mayor trauma, ha dado una clara ventaja al oficialismo. Este escenario sugiere una problemática más profunda en la política dominicana, donde prima la falta de un debate político sustancial y la percepción de que poco está en juego en las elecciones (sobre todo en las locales). La necesidad de un contrapoder efectivo que ofrezca alternativas ancladas en las necesidades reales de la ciudadanía se hace más evidente ante este contexto de continuidad y cambio.

 

Ahora bien, un análisis más exhaustivo revela las tendencias profundas de la política dominicana.

 

La gran baza electoral del PLD había sido el bloque de partidos minoritarios que encabezaba gracias a redes clientelares. Después de 16 años en el gobierno, marcado por un historial de corrupción y tras perder el acceso a las redes de clientelismo en 2020, el partido se encuentra en una situación de gran debilidad. A esto se sumó la escisión del expresidente Leonel Fernández y su nuevo partido (la Fuerza del Pueblo, FP) que no es más que una entelequia generada por ego del desgastado líder.

 

Como resultado, el PRM ha logrado captar antiguos candidatos del PLD o la FP, y sobre todo ha captado a muchos de los exaliados del PLD, fortaleciendo su capacidad de movilización del voto. [2] Los resultados de estas elecciones, aunque puedan parecer extremos, simplemente reflejan la dinámica habitual de la política dominicana.

 

Todo ello apunta a la permanencia en la cultura política dominicana de la incapacidad de quienes están en la oposición de enmarcar el debate político de otra forma que no sea la de la “buena administración de un servicio”. Este marco es ventajoso para quien controla la maquinaria del Estado, pues conduce a que el único factor de alternancia sea el hartazgo electoral.

 

Los comicios locales de 2020 marcaron un punto de inflexión, poniendo fin a la larga dominación del PLD y despertando a una ciudadanía ansiosa por cambios democráticos y mayor transparencia. Sin embargo, la política dominicana continúa con un enmarcado formalista de la democracia, donde el énfasis recae más en la obediencia a la autoridad que en el debate político sustancial. La estabilidad del país ha dependido de la capacidad de sus élites para alcanzar consensos y la falta de cuestionamiento a los privilegios injustos de esas élites; elementos que articulan una sociedad desigual y con grandes exclusiones sociales. Esto reduce mucho el margen de acción de un gobierno y obliga a articular la política electoral no clave programática, sino asistencialista y hasta clientelar.

 

La alternancia lograda ha girado en torno a la promesa de una gobernanza transparente y eficiente, que fue en gran medida el catalizador de la movilización electoral para poner fin al dominio del PLD. No obstante, esto no introduce una discusión política en el país, sino que enfoca el rol de los ciudadanos como meros consumidores de servicios gubernamentales, es decir, una cuestión de gestión y no cómo deben desarrollarse las políticas públicas a nivel nacional o local. Esto crea un problema para quien se encuentra en la oposición, ya que su posibilidad de hacer política dependerá casi únicamente del hartazgo de la población frente a la corrupción de los gobernantes. Este problema se agudiza aún más a nivel gubernamental, donde los candidatos cercanos al oficialismo tienden a conseguir apoyo de la población simplemente porque el votante entiende que su cercanía al gobierno central asegura más inversión en el municipio.

 

El resultado de las elecciones de febrero anticipa una victoria contundente para el PRM en las próximas elecciones generales de mayo, subrayando para los sectores que buscan consolidar la democracia, la necesidad de leer mejor el contexto electoral y considerar estratégicamente las alianzas, especialmente tras el fracaso en febrero de una oposición liderada por figuras desacreditadas. En el caso del PLD, el partido en si mismo goza de mucho rechazo por la gran cantidad de escándalos de corrupción durante su, en particular el caso Odrebecht que estremeció muchos gobiernos de Latinoamérica. Y, en el caso de la FP, al ser liderado casi de manera individual por el expresidente Leonel Fernández, involucrado en múltiple caso de corrupción (ver Caso Super Tucanos y Caso Sun Land) y el candidato presidencial que actualmente goza con mayor taza de rechazo.

 

La ventana del cambio aún está abierta. Con el PRM consolidándose como la fuerza predominante, el desafío actual es superar de una vez por todas el enmarcado autoritario y formalista de la democracia (entendida como simple obediencia a la autoridad) y reavivar el debate sustantivo que responda a las necesidades y preocupaciones de una ciudadanía cada vez más escéptica. La política busca responder a la pregunta ¿qué tipo de sociedad queremos? Los resultados del pasado 18 de febrero parecen indicar que la democracia dominicana aun persiste bajo la sombre del clientelismo, y la política como mera gestión, que no permite el desarrollo de una democracia donde exista el verdadero debate y la oposición tenga la capacidad real de cuestionar al oficialismo. Cambiar esto dependerá de la habilidad de los partidos para involucrar genuinamente a la ciudadanía en la construcción del futuro colectivo del país, lo que es una tarea permanente.



[1] Las alianzas para tanto las elecciones municipales como las nacionales en mayo son un tanto complejas pues son diferenciadas por localidad y por nivel. Por ejemplo, en algunos municipios el PLD y la FUPU eran aliados para alcalde, pero no así para los regidores (los miembros de las cámaras municipales). Así también en algunos municipios, el Partido Reformista Social Cristiano (PRSC) fue aliado al PRM, pero en otros no. 

[2] Desde el 2020, han sido múltiples las salidas de dirigentes de la oposición al partido de gobierno. Un caso emblemático es el de Santo Domingo Oeste. El vencedor Francisco Peña del PRM, había sido alcalde 2016-2020 del municipio al ser el candidato de la alianza del PLD y el Partido Revolucionario Dominicano (PRD). En 2020, se presentó a la reelección por los mismos partidos, pero fue derrotado por el candidato del PRM (hoy alcalde saliente José Andújar). Luego de su derrota se pasó para el ahora partido de gobierno y se convirtió en su candidato para estas elecciones. También vale mencionar a Julio César Valentín, quien fue Senador del PLD por la provincia de Santiago (2010-2020) y su principal dirigente en esa provincia. Para este torneo, Valentín fundó su propio partido, Justicia Social (JS) y se alió al PRM.


Carlos Morel y Anselmo Muñiz son investigadores del Instituto de Investigación Social para el Desarrollo en República Dominicana.