Segunda Parte


Una mañana temprano, me desperté con los ruidos de unos pasos firmes que alguien daba sobre mi cuarto. Entusiasmado, salté de la cama creyendo que mi padre por fin había conseguido una escalera. Cuando entré en la cocina y lo vi sentado tomando mate, mi cara de espanto debe haberlo asustado, porque me preguntó si me sentía bien.

Finalmente apareció con una y pudimos subir. Como la casa contaba con una buena construcción a pesar de haber quedado bajo agua varias veces por las crecidas del río, el altillo estaba firme y papá encontró los viejos fusibles de luz para arreglarlos. Estaba todo polvoriento y había rastros de que fue usado como habitación en un pasado lejano. Un par de camas viejas de hierro con unos colchones todos raídos y unos restos de lo que parecían sábanas, junto con papeles tirados por toda la habitación, decoraban el tétrico panorama.

No me imaginaba cómo alguien podría haber dormido en ese lugar, donde las tejas se veían en el techo sin cielorraso y las paredes tenían el ladrillo a la vista. Un escalofrío me recorrió el cuerpo de solo pensarlo.

«Rastros de ratas no hay», dijo mi padre. Era cierto, tampoco se veían rastros en el suelo polvoriento de que se hubiera arrastrado algo por allí. Mientras mi padre bajó a buscar bolsas para meter la basura y limpiar un poco, me puse a ver algo que llamó mi atención en la pared del fondo. Un rayo de sol entraba por las hendijas del techo y daba justo en lo que parecía un papel. Intrigado me acerqué a ver qué era. Efectivamente, había un papel doblado y metido entre los tirantes del techo y las tejas. Con mucho cuidado logré sacarlo sin romperlo.

Cuando lo abrí pude ver que era una carta. El papel amarillento y la caligrafía antigua me decían que se trataba de algo que llevaba muchos años allí escondido. En letras grandes decía:


¡Ayúdenme! No estoy loca, me están drogando para mantenerme al margen de mis cuestiones familiares, para quitarme mi fortuna mientras me hacen pasar por loca. Ayúdenme, sáquenme de aquí por favor.

¡Se los suplico!

Juana


Pensando que sería alguna broma macabra que alguien había dejado allí, no le di importancia y la guardé en un cajón.

Esa noche, unos amigos vinieron a quedarse. Miramos películas y nos fuimos a dormir pasada la medianoche. Durante la madrugada nos despertamos con unos golpes provenientes del altillo. Nos miramos asustados, pero nos quedamos callados. Luego escuchamos como si alguien bajara por la pared de afuera y caminara hacia el fondo.

A la mañana siguiente no aguanté más y le conté a mi padre sobre la carta y que necesitaba conocer la historia de la casa. Me dijo que el dueño anterior la había comprado a sus dueños originales y fue el que la tuvo más tiempo, pero ya había fallecido. Seguramente, su única hija, la que nos vendió la casa, conocería la historia.