Con la dirección que me dio mi padre, fui a la casa de la dueña anterior para ver si podía hablar con ella. Una señora de mediana edad me abrió la puerta. Pregunté por Mercedes, el nombre que me había dado mi padre. Me dijo que se encontraba muy enferma y no solía atender a nadie. Le conté brevemente por lo que iba y me dijo que le preguntaría si quería recibirme. Mientras esperaba, pensaba que esta era mi última chance de conocer la verdad sobre la casa y rogué para mis adentros que me atendiera.
Finalmente pude hablar con ella. Le causó intriga que yo fuera a investigar la historia de la casa. Me contó que su padre la había comprado en su juventud, pero había pasado por muchas manos. Luego de ser hotel a principios del siglo pasado, había quedado bajo agua por una gran crecida del río en 1914, por lo que había estado abandonada mucho tiempo. Después la había alquilado un laboratorio que funcionó pocos años. Por 1970 la alquiló una doctora del pueblo para que funcionara una casa de salud, que fue la que le puso el nombre Villa Argentina, como se la conocía desde entonces.
Le agradecí por lo que me había contado y le pregunté dónde podría averiguar más sobre la casa de salud. Me dijo que se habían establecido hacía muchos años en una casona a las afueras del pueblo y me indicó la dirección. Más que complacido con la información que había conseguido, me dirigí rumbo a la casa de salud.
Cuando llegué al lugar me pareció sombrío. Era una antigua casa también, con muchas más habitaciones, pero no era tan linda como la nuestra. Creo que llegué en un mal momento, porque se veían por las ventanas las cuidadoras vestidas de blanco, gritando a los pacientes que fueran a almorzar. Toqué el timbre y me atendió una mujer con cara de pocos amigos. Le expliqué a lo que había ido y frunció el ceño. Pensé que me iba a decir que volviera en otro momento, pero para mi sorpresa, me dijo que esperara afuera. Cuando volvió después de hacerme esperar varios minutos, me hizo pasar a una oficina donde sacó unos papeles de un viejo fichero. Me dijo que guardaban todos los registros desde que se abrió la casa de salud. Le pregunté si habían tenido alguna paciente llamada Juana por la década de 1970, obviamente no le mencioné la carta. Buscó las historias por esos años y encontró solamente una paciente con ese nombre. Había fallecido en la casa de salud, por causas naturales, decía el informe médico. Figuraban los datos de una hija, que me dio creyendo que no la encontraría, pues habían pasado muchos años.
Preguntando, logré dar con el paradero de la hija de Juana, con quien finalmente pude hablar. Al principio se mostró reticente a hablar conmigo, pero cuando le mostré la carta que había encontrado en el altillo, se quebró. Me contó que no había tenido una buena relación con su madre, ya que cuando ella era tan solo una niña de diez años, la habían internado en una casa de salud para pacientes siquiátricos. Su padre nunca permitió que la volviera a ver. Luego de leer la carta, entendió muchas cosas que pasaron en su familia y lamentó no haber hecho más para ver a su madre y ayudarla.
Me sentí satisfecho por lo que había logrado y creo que Juana también, pues desde entonces no volví a escuchar más pasos en el altillo...
Fin