Primera Parte

Cuando mi padre dijo que nos mudaríamos a la casa conocida en el pueblo como Villa Argentina, se me paralizó el corazón. Mi madre en cambio, estaba feliz. Era una casona antigua del 1900, que había sido construida para ser un pequeño hotel cerca del río Santa Lucía, cuando era un balneario de veraneo escogido por grandes celebridades.

También era famosa por los rumores que circulaban. Después de estar muchos años abandonada, se decía que estaba encantada y por eso nadie quería vivir allí. Supliqué porque esto fuera solo una leyenda urbana.

Mis amigos estaban muy emocionados. Enseguida comenzaron a planificar fiestas y noches de películas, cosas típicas para unos jóvenes de quince años. Además, estaban entusiasmados con la idea de comprobar si era cierto que la casa estaba embrujada.

Al entrar a la casa, lo primero que me asombró fue el gran tamaño de la sala, con una estufa a leña enorme construida en piedra, que era la protagonista junto con la inmensa claraboya con vitrales de colores que ocupaba todo el centro del techo de la sala.

Las habitaciones, también amplias y cómodas, salían todas a la sala. La cocina era enorme, con una mesada de mármol a lo largo del centro de la habitación. Los grandes ventanales prevalecían en toda la casa. Tuve el privilegio de elegir mi cuarto en una de las esquinas que daban al frente, aunque luego me arrepentiría de mi elección.

Las primeras noches fueron muy silenciosas, hasta me asombraba que no se escuchara nada. Me alegré un instante ya que, sin ruidos, podría dormir como un bebé.

Pero una noche fue distinta. Estaba a punto de quedar dormido cuando escuché como rasguños en el techo. Pensé que podría ser un gato en el tejado, pero enseguida recordé que sobre mi cuarto estaba el altillo, que ocupaba los techos de las habitaciones. Puse atención y parecía como si alguien estuviera arrastrando algo. Entre asustado y fastidiado intenté seguir durmiendo.

Al día siguiente, cuando le conté a mi padre, dijo que posiblemente hubiera ratones o ratas, ya que era una casa muy vieja y había estado mucho tiempo abandonada. Lamentablemente, no teníamos una escalera tan alta como para subir al altillo y poder comprobar qué era.

Por varias noches, aquel ruido de golpes o pasos continuó asustándome. No quería cambiarme de cuarto y parecer un cobarde, así que insistí a mi padre que teníamos que conseguir una escalera y cuanto antes desvelar el misterio.